Sábado, 3 de noviembre
LA PAREJA DEL PERA PALACE
A veces la vida imita a las malas novelas de intriga. Estaba
yo, el verano pasado, tomando un café en la terraza del Pera Palace, en
Estambul, el hotel donde dicen que Agatha Christie comenzó a escribir Asesinato en el Orient Express, cuando
llamó mi atención una pareja de una mesa cercana. No eran demasiado jóvenes,
pero eran altos, rubios, bronceados, de cuerpo esbelto y acostumbrado al
deporte. Las pocas palabras que de su conversación llegaron hasta mí me
descubrieron que eran argentinos, de los que tienen su fortuna en dólares y
están al margen de los vaivenes económicos de su país. Yo me entretuve observándoles disimuladamente.
Al día
siguiente, visitando San Salvador de Chora, me encontré con la mujer, que
admiraba sola los mosaicos. Unos días después, leyendo las noticias digitales
del diario Clarín, supe que la esposa
de un conocido empresario argentino –emparentado con el presidente Macri– había
desaparecido en Estambul.
La reconocí
de inmediato en la fotografía. Y al marido en el avión, de vuelta a Madrid. Me
tocó sentarme a su lado. “Creo que nos alojamos en el mismo hotel –le dije
después de un saludo–. Me pareció verle alguna vez en el Pera Palace”. “Se
equivoca usted; yo nunca he estado en ese hotel”. “Perdone, me pareció verle
con su esposa; seguramente era alguien que se le parecía”.
Se agitó
inquieto en el asiento. Las casualidades no acabaron aquí. Antes de volver a
Oviedo, me quedé una semana en Madrid y aproveché para visitar el Prado. Me
encontré a la mujer desaparecida, o a alguien que se le aparecía mucho, como en
Vériigo, la película de Hitchcock. La
seguí discretamente por varias salas. Luego, cuando se detuvo largo rato ante
un cuadro de Mantegna, La dormición de la
Virgen, me atreví a dirigirle la palabra. “Es mi cuadro favorito. También
lo era de Eugenio d’Ors”. Ella no pareció molesta por mi atrevimiento. “Yo
tengo otras preferencias. Estaba pensando en mis cosas”, me dijo sonriente. Y
yo: “Usted no se habrá dado cuenta, pero coincidimos hace poco ante los
mosaicos de San Salvador de Chora, que a mí me gustaron más que los de Santa
Sofía. Parece que la voy siguiendo”. Ella se sobresaltó entonces: “Pues a lo
mejor lo hace. ¿No será usted un detective contratado por mi marido?”.
Le expliqué
quién era y ella pareció creerme. Tomamos algo en la cafetería del museo,
hablamos de literatura, sobre todo de Borges y de Victoria Ocampo, con quien
estaba lejanamente emparentada. No sé por qué no le mencioné que la había visto
en el Pera Palace –muy bien acompañada, la imagen misma de la felicidad– ni que
había leído la noticia de su desaparición. Leí también, no mucho tiempo
después, la de la aparición de su
cadáver. Al despedirnos me cogió inesperadamente de la mano, me atrajo hacía sí
y me dio un beso. Mientras yo me volvía para pagar al camarero, pareció
esfumarse. Salí rápidamente tras ella, pero inútilmente.
Domingo, 4 de noviembre
YO, NOVELISTA
Llevó tiempo dándole vueltas a qué voy a hacer con las horas
sobrantes cuando me jubilen. Se me ha ocurrido que podría dedicarme a escribir
novelas, que es algo que entretiene mucho, bastante más que los haikus o los
aforismos con los que me entretengo. Ya sé que he renegado muchas veces de
ellas, pero no sería cualquier tipo de novelas. Nada de pretensiones de alta
literatura, solo entretenidos enredos por el estilo de los de Pérez-Reverte,
Julia Navarro o Javier Sierra, algo sencillito y muy masticadito, con abundante
uso de la Wikepedia, mucha imaginación y una redacción no demasiado ramplona.
De la
fantasía medieval y de los templarios, paso. Yo prefiero el género cosmopolita,
con hoteles de lujo en Belgrado o Venecia, enredos internacionales y amores
apasionados, perversos y clandestinos. Y
ciertos elementos autobiográficos, por supuesto, aunque el personaje del autor
sea muy secundario.
Escribir
quinientas o seiscientas páginas con su toque de intriga y erotismo, su
protagonista seductor y un tanto canalla, seguro que me ayudaría a pasar las
mañanas y a algunas personas les ayudaría luego a conciliar el sueño en las
noches de invierno o a soportar el tedio playero del verano. También el tocho
final daría mucho juego en los clubs de lectura, casi todos formados por
atentas lectoras.
Lo que no
me apetecería nada es tener que dedicarme luego varios meses a la promoción. Ahora
publico un libro y el día después ya lo he olvidado y estoy pensando en el
siguiente para desesperación de los editores. Para mí el éxito sería que mis
libros se vendieran solos o que otros se ocuparan de todos los aspectos de la
comercialización. Y que con ellos ganara dinero el editor, no yo.
Por eso quizá lo mejor es que me
asocie a alguien con ambiciones literarias. Yo escribo –ser ghostwriter es una de mis vocaciones
frustradas– y que luego firme algún famoso o famosa con ansia de reconocimiento
literario, qué sé yo, Belén Esteban (aunque ella quizá siga prefiriendo a Boris
Izaguirre), Alfonso Guerra (la acción pasaría de la Venecia de Visconti a la
Alejandría de Cavafis) o incluso Dani Mateo, para que se vea que no es solo
alguien que hace bromitas con lo más sagrado.
Tampoco
estaría mal escribir guiones para alguna serie televisiva. Nada de retorcidas y
complicadas obras maestras, de esas que emulan a Shakespeare. Solo algo
amablemente desasosegante, con sus calles de Nueva York, su toque de tensión
sexual no resuelta, sus frases ingeniosas… Todavía cito a menudo la que
comenzaba, voz en off, uno de los episodios de Remington Steele: “Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los mejores amigos”.
Lunes, 5 de noviembre
AJUSTE DE CUENTAS
Mentiría si dijera que me molesta el resentido y algo
venenoso prólogo que Juan Bonilla ha puesto a mi último libro. Detesto los
prólogos en los que un escritor más o menos consagrado habla de otro menos
conocido, o un amigo encomia hiperbólicamente al autor. Los detesto casi tanto
como las vacuas presentaciones. Esos elogios obligados por la cortesía no se
los cree nadie: los prólogos se los salta uno a las pocas líneas y en cuanto el
presentador se alarga más de lo debido yo saco mi cuaderno y me pongo a
escribir haikus o aforismos.
Juan
Bonilla disimuló un poco en la primera redacción del prólogo, pero dio la
casualidad que por entonces apareció mi reseña de su último libro, que no le
sentó nada bien (le habrá gustado más la que le dedicó Babelia el pasado
sábado) y se desahogó escribiendo dos párrafos en los que decía lo que de
verdad pensaba sobre mí.
Ahora estoy
seguro de que puede haber quien comience a leer Sin trampa ni cartón, la nueva entrega de mis peculiares Episodios nacionales, y no termine de
leerlo (hay gente muy rara), pero no habrá nadie que comience a leer el prólogo
vengativo de Juan Bonilla y no llegue hasta la última línea. No estamos acostumbrados
a los ajustes de cuentas en un género más propicio a la neblinosa pamplina
laudatoria.
(Debo
confesar que, si no me molesta ese desahogo de uno de mis escritores favoritos,
no es porque yo sea masoquista, sino porque, muy cernudianamente, en esas
diatribas veo solo “formas amargas del elogio”).
Martes, 6 de noviembre
LA QUE HAN ARMADO
Consulto el teléfono, como hago siempre que me aburro,
mientras espero a un amigo y n sé si reír o llorar al leer la noticia: “El
Supremo decide en un duro debate, 15 votos contra 13, que el cliente pague el
impuesto a las hipotecas”. Traducción: el Supremo decide desdecirse a sí mismo
para no molestar a los banqueros. Y eso en el mismo día en que Estrasburgo
confirma lo que todos sabíamos, que Otegi no tuvo un juicio justo, que la jueza
que le juzgó dio muestra de parcialidad con luz y taquígrafos y debería haber
sido aceptada su recusación. Qué poco respeto parecen tener por la justicia muchos
profesionales de la misma.
Tampoco
sabe uno si reír o llorar al escuchar a un conocido político, uno de nuestros
aspirantes a Trump o a Bolsonaro (pero no me parece que dé la talla intelectual
para ello) que hay que impedir a toda costa el indulto… a unos presos que aún
no han sido condenados. ¿No es ofender a los miembros de un tribunal dar por
sentado cuál va a ser la sentencia?
––A veces
uno se avergüenza de ser español, me dice un amigo.
––Ah no, yo
no me avergüenzo de ser español, me avergüenzo de ciertos españoles: el
anterior jefe del Estado, por citar solo un ejemplo (también de todos sus
aduladores); un tal Fernández Villa, ese aguerrido líder minero que ponía y quitaba
presidentes en Asturias (a los que yo votaba, por cierto); algún que otro
arzobispo. ..
––Pues ya
me dirás tú cómo nos libramos de tanta mugre.
––Optimista
por naturaleza, yo siempre repito con Antonio Machado: “El hoy es malo, pero el
mañana es mío”. Y bien mirado no es tan malo: mejor ahora que la porquería sale
a la superficie y no antes cuando nos creíamos los cuentos de la transición española,
envidiada por todos. Parece que el apaño del 78 ha dado de sí todo lo que
tenía que dar. Ahora ese régimen está en “finiquito diferido”, como diría
nuestra ilustre manchega. Intentarán diferirlo todo lo que puedan, pero ya no
hay marcha atrás.
––Sobrevaloras
a nuestros queridos compatriotas. Yo más bien creo que acabaremos añorando a esta
imperfecta democracia cuando le dé la puntilla uno de los tres superpatriotas
que compiten por hacerlo. Yo no sé quién será peor que lo consiga si el del
máster regalado, el defensor de la guardia civil (pobres de nosotros si no
supiera ella defenderse sola) o el discípulo predilecto del filósofo Gustavo
Bueno, hoy por hoy el que tiene menos posibilidades.
Miércoles, 7 de noviembre
TONTERÍAS DE AUTOR
Leo “Libros bajo la hierba”,
un artículo de Kirmen Uribe, sobre uno de mis rincones del mundo favoritos, la
biblioteca neoyorquina de la Quinta Avenida y el parque que hay tras ella. A
Kirmen Uribe se le dio mucho bombo con su primera novela, Bilbao-New York-Bilbao, que ganó el Premio Nacional de Narrativa y
que le convirtió en una especie de sucesor de Bernardo Atxaga, en el
representante oficial de la literatura vasca.
A mí esa novela, que me interesó solo por el tema, me
pareció una insignificante nadería. Ahora leo su artículo y sonrío. Resulta
que, según nos cuenta, se intentó vaciar las estanterías que están bajo la sala
de lectura de la Biblioteca Pública de Nueva York y llevar esos libros a un
depósito de New Jersey para crear así “un gran punto de encuentro y de ocio”.
Los lectores podrían consultar los libros en formato electrónico.
Muchos escritores, y hasta el alcalde de la ciudad, se
opusieron: “Aducían que el edificio central de la Biblioteca Pública de Nueva
York es sobre todo un centro de investigación y que para ello era necesario que
los libros permanecieran en su lugar original”.
Qué tontería. ¿De verdad cree Kirmen Uribe que los
tres millones de libros de esa biblioteca están almacenados en su maravilloso
edificio principal? ¿Están los libros de la Biblioteca Nacional de España todos
en el palacio de Recoletos? ¿No sabe que todas las grandes bibliotecas cuentan
con depósitos auxiliares y que eso no impide que se puedan consultar sus
fondos? ¿Por qué había de hacerlo? Basta con solicitar los libros el día antes.
No es la única tontería que contiene el artículo. Para
algunos hacer literatura exime de pensar, de comprobar los datos.
Jueves, 8 de noviembre
ARDOR GUERRERO
Lo que más me fastidia cuando intervengo en público es que
al final no haya coloquio o que lo haya y nadie se decida a intervenir, cosa
que ocurre cada vez con más frecuencia. Uno escribe para que cada lector le lea
en su casa, ahora o dentro de cien años, pero habla en publico para debatir,
para poner en cuestión las propias certezas, para encontrar la verdad al
socrático modo. Pero pongo tanta pasión cuando hablo, se me ve con tantas ganas
de pelea, que siempre los oyentes se quedan al final en silencio, un poco
asustados.
Tras
presentar un libro (el penúltimo, del último me llegaron hoy los primeros
ejemplares) en La sifonería, de
Cangas de Onís, una maravillosa casa de comidas, pensé que yo soy un poco como
esos pistoleros del antiguo Oeste que iban de pueblo en pueblo retando a todo
el que quisiera enfrentarse con ellos. O como esos boxeadores que ofrecían una
abundante bolsa al espontáneo que se atreviera a subirse al ring para tratar de
noquearlos.
A ver si a
algún empresario le hace gracia la idea y me organiza una serie de debates por
esos mundos de Dios. El tema puede ser literario (“¿Ha escrito Fernando Savater
todos los libros de Fernando Savater?”, uno de mis clásicos) o no: “¿De verdad
no permite la constitución española investigar los posibles delitos cometidos
en su vida privada por el jefe del Estado?”, otro de mis clásicos.
Al leerte, te vi de negro de Sánchez Dragó escribiéndole una novela profundísima con la que quiere pasar a la posteridad de los grandes. Me aterroricé. Te prefiero fabricando novelas de amor, convertirte en la continuación de Corín Tellado. Eso sí, con un seudónimo.
ResponderEliminarSí, yo también preferiría ser negro de Corín Tellado que de Sánchez Dragó. La garrulería pretenciosamente trascendental no es lo mío.
ResponderEliminarDitirámbicos son también, como los de 'Babelia', casi todos los paliques que salen en la revista 'Clarín' porque no escribe en ella su director. Es un placer leerlo aquí.
ResponderEliminarEl reproche no se dirige al crítico que, pudiendo elegir un libro para reseñar, selecciona uno que le parece digno de destacar, sino hacia los críticos a los que el suplemento le envía el libro que deben comentar, el libro de la semana (Eduardo Mendoza o el lanzamiento de turno), y ellos siempre lo encuentran admirable ("una obra maestra", como dijo Mainer del de Mendoza), aunque sea un bodrio. Eso no es crítica es publicidad encubierta.
EliminarEl eje Mainer--Trapiello- Jordi Gracia es un Trust muy ilustrativo de la timba literaria.
EliminarPreciosa la historia de los turco-argelinos
ResponderEliminarHablando de escribir novelas, no hace falta caer en la chabacanería comercial ni en la obra pretenciosa y trascendente. Sin ir más lejos, ahí tenemos la espléndida Ordesa de Vilas.
ResponderEliminarEn las antípodas está ese bodrio llamado El rey recibe, que el simplón de Mendoza venderá como churros estás Navidades en Vips y similares. Qué pena tanta tontuna.
'Ordesa' me gustó mucho mientras la leía, pero meses después la recuerdo como una obra autocompasiva y tramposa. Me ocurre a menudo con Vilas, también con su poesía.
EliminarYo aprecio poco la poesía de Vilas. La novela no la he leído (ni pienso hacerlo), aunque todo el mundo la elogia, o sea que quizá sea yo el equivocado.
EliminarPor qué no piensas leerla? No hay en la decisión un prejuicio?
EliminarSería ridículo por mi parte presumir de lector en este ilustre cenáculo, pero si leo unas cuarenta novelas al año desde hace unos diez años, y además soy un modesto escritor, con algo de conocimiento de causa podré opinar cuando afirmó que en el último año Ordesa me parece la obra más destacada, con diferencia. Vilas demuestra en ella una sensibilidad fuera de lo corriente, sin ser en sensiblería ni cursilada, como tienta escribir sobre el recuerdo de los padres de uno.
Desde que uno deja el colegio, sabe que no hay ningún libro de lectura obligatorio. Una de las ventajas de ser adulto es no tener que leer los libros que todo el mundo lee, si no le apetecen. Qué placer no leer "Patria" (y no solo no leer la novela sino no ir a ver la película cuando se estrene, aunque sí viera "Ocho apellidos vascos")-
EliminarNaturalmente que no hay ningun libro de lectura obligatoria.
EliminarPero nada que ver Patria con Ordesa. Aramburu encontro un filón comercial y Vilas demuestra con Ordesa una gran calidad literaria. Aramburu es un escritor del montón.
Respetables opiniones, que no comparto. El filón comercial lo encontraron ambos, uno en el nacionalismo español y el otro en la exhibición de intimidades (tipo reality show). En cuanto a la calidad literaria... prefiero no opinar.
EliminarHay meses en que uno no está para nada. Más arriba, el corrector de android (a saberse por qué, ¿quizá por la cercanía religiosa con Turquía?) transformó a una pareja argentina en argelina. Y al leer el comentario de Marcos en el que alude a una "estupenda Ordesa de Vilas" durante unos segundos me he quedado pensando en quien sería esa escritora estupenda cuyo sonoro nombre me tenía que sonar. He pensado si sería una falsa condesa portuguesa del mismo modo que Tamara de Lempicka era una falsa condesa polaca. Pero un segundo antes de suplicar a San Google se me ha encendido la lucecita: "Ordesa", el libro de Manuel Vilas que espera en mi mesa. Hay años en que uno no está para nada. O quizá sea el aliento de Herr Alzheimer que resopla en el cogote
ResponderEliminarCon todo lo que hay en el mundo para descubrir y aprender, sólo comprendo el aburrimiento en el tiempo libre a partir de algún desorden de aquello que se llamaba "Potencias del alma". Incluso postrados, o limitados, o mistongos ¿hemos releído todo lo que nos encantó? ¿Hemos oído todos los conciertos de Mozart o de Haydn o de Bach? ¿En sus muchísimas versiones? Y por qué excluir el aprendizaje, en magníficas divulgaciones, de la historia geológica de la Tierra, o de la historia de la Química (Asimov), o de los rudimentos del Cálculo.
ResponderEliminarPor lo que se refiere a Martín, personalmente (cómo, si no) preferiría que siguiese ahondando en la poesía, aunque nos regalara de vez en cuando alguna micronovela, como esta de la señora argentina admiradora de mosaicos. Para novelones-ladrillo del volumen de Patria, lo veo demasiado libre y demasiado exento. (Aún así, seguro que habría escrito un "Patria" mucho menos sesgado).
Pues yo me aburro un rato todos los días, qué se le va a hacer. Preparo las actividades para la tarde y siempre las acabo antes de tiempo.
EliminarEn la misma mesa en la que espera "Ordesa espera también "Patria. De vez en cuando miro la portada pero no me atrevo. Uno nunca sabe cuál es el momento adecuado para leer un libro concreto. Después de los comentarios que leo aquí, no sé, no sé...
ResponderEliminar¿Es "Justicia española", esta expresión, un mero sinsentido, un disparate, eso que denominan los expertos oxímoron, dislate y aporía? Pues no lo sé, no soy un erudito, mas según la sentencia, tan reciente, sobre las agobiantes hipotecas, y según sus vaivenes y piruetas (donde había dicho Digo pongo Diego), conocemos muy bien la independencia -inmaculada, pura, oh!, impoluta- del Mayor Tribunal, y ahora sabemos que ambas palabras, "Justicia" y "Española", se golpean, se azotan, se maltratan, y es difícil saber cuál de las dos sale del trance más perjudicada.
ResponderEliminarHe visto viejos hartos, iracundos; desahuciados y mujeres preñadas enarbolando puños vengativos delante de las puertas del escarnio, y agitando el cartel SUPREMA MIERDA.
Estremece pensar que esta Justicia, tan imparcial y tan equilibrada, es la que juzgará a los catalanes.
(Deben andar trabajando a destajo los esforzados justificadores, diligentes lava-caras de guardia, rebuscando en las hemerotecas países que no sean de Oceanía donde perpetren análogas infamias. Y mis disculpas a los polinesios, por citarlos como mera licencia).
Empecé Patria y la dejé enseguida. Me pareció que su prosa y diálogos eran pobres. Ante la presión del mercado, le pregunté a un amigo escritor (que no es Martín), si me recomendaba Ordesa. "Te la desrecomiendo", me dijo tajante. Nada es obligatorio, nada imprescindible. Y esto vale también para la joven Rosalía (¿de Castro?, no, la otra, la del chándal).
ResponderEliminarNada que ver Patria con Ordesa. Hágame caso y pruebe a leer las diez primeras páginas de Ordesa.El riesgo no es tan espantoso.
EliminarNo sé qué país tiene una Justicia justa.Las leyes no las hacen los pobres ni pueden pagar buenos abogados. Quizá este descrédito chillón en el que ha caído el poder judicial, y que en el Gobierno está ahora Pedro Sánchez --y no hay que ser ingenuo; quien manda, influye--,favorezca un juicio más justo con los presos catalanes no comunes.
ResponderEliminarAl signore Cagliostro se le va a quedar pequeño el asombro. La grave marcha atrás sobre las hipotecas, a fin de cuentas, ha sido corregida por la valiente decisión del gobierno de Sánchez. Lo que viene ahora es más bonito: el presidente del Consejo General del Poder Judicial, que ha de ser próximamente elegido, libre y secretamente elegido por varias decenas de jueces, se sabe ya que va a ser el señor Marchena. O sea que nada de "que inventen ellos". España tiene ya la Máquina del Tiempo. Hay ya un escrito firmado por más de 400 jueces desaprobando el nuevo desafuero.
ResponderEliminarNo voy a leer Ordesa. Iba a leerla, hice un intento. Hasta la página 16. Me esforcé por las recomendaciones en la Prensa. Tantas y tantas. Pienso ahora: publicidad editorial encubierta.
ResponderEliminarEl estilo de Ordesa es a empellones, entrecortado. Frases tajantes, cortas. Sentencioso. A lo Margueritte Duras, pero peor. Es un estilo que me fatiga. Estoy remedándolo en este comentario. Lo caricaturizo. El pensamiento no procede así. No el mío, por lo menos. Es más turbio, más enredado.
No dudo que son interesantes las emociones del protagonista de Ordesa. Y sus sentimientos. Pero de una novela espero buena prosa. Prosa inteligente, creativa. Con su punto irónico si es posible. Para sentimientos, tengo la Psicología. No leeré Ordesa. Sé que no le importa a nadie. Y menos al autor. Pero quería decirlo. Me costó casi veinte euros, pero no la voy a leer.
Pero la puedes revender. A otro perro con esas maravillas.
EliminarPor los clavos de Cristo, José Luis, no me llame perro, que con el boxer de mi mujer ya es bastante.
EliminarPues he hecho caso a Marcos y he terminado un año y he empezado otro con "Ordesa". Lectura hipnótica, buena prosa, destellos poéticos, algo exhibicionista. Muy de la época. Al menos se lee con placer
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