Sábado, 17 de noviembre
PELIGROS EN LA RED
Sonrío siempre que escucho a los expertos apocalípticos
hablar del riesgo de las redes sociales. No somos conscientes de que estamos regalando
nuestros datos privados, una mina de oro, una riqueza de la que otros se
aprovechan, dicen.
¿Regalando?
No estoy yo muy seguro. ¿Cuánto le cuesta a google el servicio que a mí me
presta gratis a cambio de poder utilizar mi dirección de correo electrónico
para enviarme publicidad personalizada? ¿Cuántas veces tecleo yo en google un
nombre propio, una frase escrita en una lengua que desconozco, el título de una
película de la que he olvidado el director? ¿Cuántos correos escribo y recibo
al día en mi cuenta de gmail? ¿Y qué
decir de los blogs con los que hago llegar a los curiosos dispersos por el
mundo el anticipo que cada semana publica la prensa de mis libros en
preparación? Eso supone ordenadores de gran potencia, técnicos, gasto de
energía. No quiero ni pensar lo que nos cobraría Movistar por un servicio
semejante.
Y a cambio,
¿qué me pide? Hoy puedo comprobarlo con un correo publicitario que me alegra la
mañana. “¿Agrigento, Siracusa o Palermo? José Luis, vayas donde vayas te
esperan ofertas increíbles”, me escriben de Booking.com, que es donde yo suelo
hacer mis reservas hoteleras.
¿Invaden mi
intimidad por saber que esos son algunos de mis secretos paraísos? Qué
tontería. Publicidad inteligente: a quien nunca busca información sobre coches
resulta perder el tiempo enviar información sobre nuevos modelos de
automóviles.
Vuelvo a
pasear por el valle de los templos, en Agrigento, a detenerme ante el Ícaro
caído de Igor Mitoraj, a seguir las huellas de Pirandello; vuelvo a la isla de
Ortigia y a recordar los versos de Virgilio ante la fuente de Aretusa; vuelvo a
la Piazza dei Quattro Canti, en Palermo y a recorrer sin prisa la via Maqueda,
al atardecer y a visitar a Gioacchino Lanza Tomasi, que sirvió de inspiración
al personaje de Tancredi –Alain Delon en la película– y que sigue viviendo en
el palacio en que vivió Lampedusa, con su terraza sobre el mar. El antes y el
después del viaje es lo mejor del viaje.
¿Hay
peligro en las redes sociales? Por supuesto, casi tanto como en las calles de
cualquier ciudad y no por eso dejamos de salir a la calle.
Domingo, 18 de noviembre
LOS DÍAS IGUALES
Algún día me gustaría escribir un elogio de los días
iguales. Levantarse siempre a la misma hora, las ocho menos cinco de la mañana,
escribir durante un rato, pasear luego por el mercadillo del Fontán, tomar un
café mientras hojeo el periódico y charlo con algún amigo en Dos de Azúcar,
regresar a casa paseando por el Campillín deteniéndome ante el escaparate de la
librería de Valdés, pasar un rato por el despacho del Milán, leer El País después de comer y un libro (o
dos) luego en el McDonald’s de Los Prados, ir al cine… Hoy toca Malos tiempos en el Royale, de Drew
Goddard, y yo me entretengo con su guion tarantinesco, tan ingenioso, al que me
habría gustado darle una última vuelta y quitarle algunos minutos. Me habían
invitado a ver Tosca, que se
representa en el Campoamor, pero al Miguel del Arco de turno, al director de escena que cree que le pagan para dar la nota, se le ocurrió la
brillante idea de situar la acción en la Polonia comunista copiando además el look de no sé qué película. Yo ya he
renunciado a luchar contra la estupidez, me limito a evitarla siempre que me
sea posible. Prefiero ir al cine, no alterar mis costumbres, soñar con escribir
un elogio de los días iguales (en realidad, no hago otra cosa).
DOS IMPOSTORES
Decía Kipling que el éxito y el fracaso son dos impostores.
Puede ser, pero yo más bien diría que el fracaso es una lata y que el éxito
envilece un poco. A mí me gustaría tener éxito, como a todo el mundo, pero solo
el mínimo. Soy demasiado orgulloso para más.
Nunca
podría ser académico de la Lengua, por ejemplo, porque sería incapaz de ir por
ahí solicitando humildemente el voto a gente que no aprecio demasiado (la mitad
de los académicos).
No soy un
triunfador, no lo seré nunca, pero no por mala suerte ni por ignorancia de las
leyes no escritas que hay que seguir para llegar a serlo (aunque no por
seguirlas, el éxito está asegurado, por supuesto; por no seguirlas, sí está
asegurado el fracaso). Me gustaría escribir un Manual del perfecto adulador: saber adular, adular a todo el que
pueda sernos útil, y hacerlo con cierta elegancia, sin que se note demasiado,
resulta clave.
Claro que
triunfar no es ganar premios, sobre todo esos premios finales a la resistencia;
para eso a veces resulta mejor ser una viejecita o un viejecito que no esté en
condiciones de molestar ni de hacer sombra a nadie.
El
triunfador es el que da o niega galardones, no el que los recibe.
Martes, 20 de noviembre
DECISIÓN OBLIGADA
“¿Te has enterado? –me escribe un amigo–. Mira las últimas
noticias. Marchena renuncia a presidir el Consejo General del Poder Judicial y,
como consecuencia, el Supremo. O sea, que hay al menos un juez España capaz de
rechazar una prebenda con tal de no participar en un chanchullo. No todo está
perdido.”
“No eches
las campanas al vuelo. No rechaza el cargo por no ser partícipe de un
chanchullo, que eso ya iba implícito en la oferta, sino porque ese chanchullo
–y aún más grave de lo que imaginábamos– gracias al portavoz del PP en el
Senado es ya público y notorio. ¿Con que cara iba a poder mirar a sus hijos, si
es que los tiene, a los políticos catalanes presos por tratar de aplicar el
programa electoral para el que fueron elegidos, a cualquier juez honesto e
independiente (la mayoría), después de saberse que le nombraron para ese cargo
con la finalidad de que tomara siempre las decisiones que convenían a un
partido político?”
Miércoles, 21 de noviembre
VIEJAS GLORIAS
Tras la cena con el poeta Juan Vicente Piqueras, a quien
conocí en la Academia de España en Roma y ahora me vuelvo a encontrar en
Lisboa, sin ganas de ir a dormir, paseo a solas por la Avenida da Liberdade,
acompañado solo por la luna llena.
Piqueras me
habló de su experiencia como jurado del Loewe y del encontronazo que allí tuvo
con Luis Antonio de Villena, que es quien maneja ese premio a su antojo. Y no
sé por qué, mientras recorro a paso lento la avenida en la grata noche otoñal,
me da por pensar en los amigos literarios que he ido perdiendo por el camino.
A Luis
Antonio de Villena lo conocí hace cuarenta años, en los tiempos de Jugar con fuego. Durante un tiempo
fuimos amigos, una amistad que tenía su fundamento en la admiración que yo
sentía entonces tanto por su obra crítica –recuerdo los espléndidos ensayos de Prohemio– como por su poesía a partir de
un puñado de poemas publicados en Papeles
de Son Armadans (“Cuerpos, teorías y deseos” creo que se titulaba la
selección). Luego dejé de admirarle, su sintaxis se me atragantó, su mundo
envejeció sin madurar. Explicable que terminara de golpe la amistad. Me dicen
que los años le han amargado un poco. Yo le recuerdo como un tipo divertido.
Estábamos una vez en el Escorial, en un encuentro de jóvenes poetas, y se me
ocurrió decirle: “Ya vamos siendo viejas glorias”. Me miró altivo por encima
del hombro y replicó: “Viejas somos todas, glorias solo algunas”.
Mentiría si
dijera que siento haber perdido su amistad, pero sigo teníéndole simpatía y me
alegra verlo convertido, ya sin metáfora, en una vieja gloria.
Jueves, 22 de noviembre
UNA LÀPIDA
Salgo temprano del hotel sin nada que hacer hasta que, a la
tarde, hable en el Cervantes de Matilde Ras. El azar me lleva hasta el ascensor
do Lavra en el momento en que está a punto de partir. Subo sin pensarlo. Me doy
cuenta entonces de que conozco todos los otros ascensores o funiculares de
Lisboa, pero no este. ¿A dónde me llevará?
Al Campo
dos Mártires da Pátria, en cuyo centro se alza el monumento a Sousa Martíns, un
médico que hacía curas milagrosas en
vida y las sigue haciendo después de muerto. El pequeño jardín circular que
rodea al monumento está lleno de lápidas de mármol que se amontonan unas sobre
otras, irregularmente, como en un cementerio judío. Son los exvotos de quienes
tienen algo que agradecer al santo doctor, que no ha sido beatificado por la
iglesia pero que es más venerado que cualquiera de los santos oficiales.
Una lápida
me llama la atención. La traduzco: “Homenaje al mejor hijo: / Si yo hubiera
sido Dios, / te habría curado. / Si yo hubiera sido maga, / te habría aliviado.
/ Pero como fui solamente tu madre / me dediqué a contemplar tu rostro con
resignación / y a amarte siempre desde el fondo de mi corazón. / Navega en paz.
/ Yo seré siempre / tu puerto de abrigo. / De la madre que mucho te ama / Lusita”.
Disuena
este estoico epitafio del resto de los exvotos, todos ellos agradeciendo una
curación o una mejora. Desciendo hasta el largo de Martim Moniz empapado de
melancolía.
Viernes, 23 de noviembre
NO CONTARÉ NADA
Por la mañana tomo un café en el Starbucks de la estación
del Rossio, entro en las librerías de la Rua do Alecrim, saludo al poeta que
espera a los turistas frente al café A Brasileira (“¡Si hubiera sabido que la
gloria era esto!”, parece pensar); pero a las siete en punto, como todos los
viernes, ya estoy, antes que nadie, en la tertulia.
––¿Qué tal
la presentación?, me pregunta Marcos.
––La
presentación bien, lo malo fue el estrambote. A Matilde Ras se la conoce, los
que la conocen, por el consultorio grafológico que, durante muchos años, llevó
en el ABC y en otras publicaciones.
El Diario que ahora se publica
demuestra que era algo más, bastante más que eso. Pero al bueno de Javier
Rioyo, director del Cervantes de Lisboa, no se le ocurrió otra cosa que llevar –fuera
de programa– a un grafólogo aficionado que, tras de mí, se dedicó a comentar la
letra de Cervantes, de Proust y la de no sé cuántos más. También la de la
propia Matilde Ros, de la que dijo que su relación con Elena Fortún no podía
haber sido sexual porque unía de no sé qué manera, o no unía, ya no sé bien, la
“g” con la letra siguiente. Conseguí no interrumpir demasiado, pero como no soy
muy diplomático se notó que todo aquello me parecía una sarta de vaguedades
fuera de lugar, como propinar una charla sobre el horóscopo después de una
clase de astronomía. Y en Portugal son tan diplomáticos que podían haber estado
escuchándole dos horas o lo que el buen señor quisiera. Yo me levanté y me fui
procurando que se notara mi irritación.
––¿Y vas a
contar todo eso en el diario?
––No, desde
luego que no, mejor hablar de Lisboa.
Me hiciste recordar el cuento de "La mujer del pescador". Quiso ser señora, y luego reina, y luego emperatriz, y luego Dios. ¿No sé qué triunfos más quieres? No eres el conde Lucanor comiendo altramuces de la fama. Tienes eco y tienes lectores. Y has escrito y escribes cómo y lo que has querido. Y añado una adulación: mereces el éxito que tienes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jesús. No sé si merezco el "éxito" que tengo, sé que con el que tengo me basta y sobra.
EliminarDesde luego, se han puesto de moda unos montajes escénicos abominables. Pretenden impresionar al auditorio rebuscando hasta encontrar lo más chabacano, vulgar y carente de toda creatividad. En cambio acabo de presenciar el estreno doméstico de Carmina Burana, montado por la Fura dels Baus, y he vuelto muy satisfecho, despliegan un talento envidiable. Y más satisfacción me produjo escuchar a mi hijo, entre los ocho varones integrantes del coro.
ResponderEliminarAhora inician una gira por toda España que espero recale en Oviedo.
Pues si pasan por aquí, espero escucharlos.
EliminarMuchas gracias, José Luis
Eliminar"Por qué no soy un triunfador", escribe Martín. Y quién lo dijo? De dónde salió? Resulta que forma a los jóvenes, les da lección, escribe muchos libros, lo nombran y reclaman para dar conferencias, su opinión crítica es respetada y es atendida. Y con todo esto sostiene que no es un triunfador.
ResponderEliminarY es que el concepto vigente de triunfador o de persona de éxito yo creo que se entiende en relación con las masas y en relación con el poder. Es triunfador Falcones, con su Catedral del Mar, en prosa sin pretensiones, un relato dirigido a las multitudes. Querría Martín ser un Falcones? Le gustaría montar un Tiempo entre Costuras (esta no la leí)? Y luego, la sumisión al Poder y a la opinión políticamente aprobada. Publicar algún artículo en El País, como Savater o Azúa, tras pagar el tributo del adocenamiento y pasar por el aro (o ser directamente el aro) de la opinión-que-conviene por reaccionaria que sea. No creo que este sea el sueño de Martín, precisamente.
Por supuesto que triunfó. Triunfó sobre la plata, sobre el mal gusto de la muchedumbre, sobre el poder corrupto y autoritario. No se me ocurren triunfos de rango superior.
Entrerriano es ingénuo o finge que lo es: Martín dice que no es un triunfador esperando que alguien lo desmienta. No todos somos tan condescendiente con él como don Miguel. Además está en lo cierto: no va a pasar a la Historia. Y eso dueleeeeee....
ResponderEliminarEn cambio, don Abdón sí va a pasar a la Historia. O al menos merecería hacerlo, dada su capacidad de profecía, de la que carecemos los simples mortales. Aunque, claro, puede tratarse simplemente de la capacidad de creer profecías sus meras opiniones, o de su incapacidad de distinguirlas. Quién sabe.
EliminarPara poder calificar a alguien de triunfador o no, lo primero que hay que hacer es definir el término. Si ser un triunfador en literatura es vender cientos de miles de ejemplares, ganar el Premio Nacional de Literatura o el Cervantes o el Reina Sofía, que te entrevisten en Babelia (o incluso que te saquen en portada) o ser Académico de la Lengua está claro que yo no soy un triunfador ni lo seré nunca (aunque llegara a cumplir cien años no me darían ni uno de esos premios de geriátrico). Fin del debate. Que los ociosos anónimos se busquen otro entretenimiento.
ResponderEliminarY muchas gracias a Miguel el Entrerriano por sus buenas ideas sobre mí. Me alegran el día.
Judío entre cristianos. Puede que esté equivocado, pero eso me parece nuestro autor. Y ¿la Historia? La Historia lo acogerá. En un lugar notable. Muchos lo llevarán a la hoguera, yo entre ellos, pero este hombre nació para ser hermano del fuego. Y ya está.
ResponderEliminarSe nota cierto resentimiento en lo que dice JLGM sobre los “triunfadores” del mundo de la literatura; pareciera que galardones y éxito de ventas estuvieran reñidos con la excelencia de lo escrito. Borges, Vargas Llosa o Stefan Zweig desmienten esa tesis. El protestará que no es eso lo que quería decir, pero somos perros viejos y sabemos de estas cosas. Y sabemos de él.
ResponderEliminarAcabo de ver en los muros de la Universidad de Alcalá de Henares el nombre de J.L. Borges, en dudosa hermandad con el de Gerardo Diego (“Ehteee.., decime: ¿es Gerardo o es Diego?) y vive Dios que tal emparedamiento no minora en absoluto la valía del ciego de las alcobas profundas donde arde en quieta llama la caoba. Tonterías, tonterías martinianas...
Ser un escritor aseado y eficaz -como lo es él- tiene su mérito (esa escritura sin afeites ni complicaciones afectadas...), pero Martín debiera resignarse a desempeñar un papel decoroso entre los escritores de hoy, sin dejarse abatir por el previsible olvido de su obra a medio plazo.
Pero si existiera esa frustración, haría mal en sublimarla en actitudes descorteses que frisan -muchas veces- la grosería. Y debe mayor respeto a sus parroquianos, que se cuidan de decirle algunas cosas, a sabiendas de lo hiriente que resulta que le pongan a uno en evidencia las tachas verdaderas. Verdaderas.
PS.- Un escritor de fuste no se permitiría transitar las calles de Agrigento y limitarse a citar que se “detiene” ante el Ícaro de Mitoraj -el de los sutiles cendales marmóreos- como si fuese una parada de autobús. O mencionar la Piazza dei Quatro Canti sin una pincelada colorista que valiese la pena. Ni un detalle de descripción estética, pura gacetilla de reportero. La cita de Alain Delón, gloriosa.
I like Castellano's view. It is nice when put in English:
ResponderEliminar**
A Jew among Christians. Maybe I am wrong, but this is what our author seems to me. History will shelter him in an outstanding place. Many will take him to the stake, so will do I, but this man is born to be fire's brother.
**
Tremendo nivelazo. Ahora en finlandés, por fa.
EliminarVi el otro día a Luis Antonio del Paraná en "la hora cultural" del canal 24 horas, espacio que, por cierto recomiendo, a pesar de que comienza a la medianoche en punto.
ResponderEliminarY a Luis lo encontré más antipático y amarguetas que nunca, si bien tuve la sensación de que padece Parkinson. En las entrevistas siempre me pareció un mal imitador de Umbral con reflejos de Antonio Gala. Es de estos personajes que quieren ocupar el espacio del intelectual popular que larga y asombra al auditorio. Y nos basta con Almu la basta, creo yo.
Me resulta estomagante este metejón, esta manía que les agarró a algunos resentidos con el dichoso "pasar a la Historia". Nadie pasa a la Historia, señores, y ustedes no se enteraron, o lo hace tan solo simbólica y brevemente durante un par de generaciones, mientras nos mantienen en su memoria los amigos que nos trataron. Y luego el vacío, un nombre, palabras, unas pocas líneas, verbalismo. Homero y Dante son hoy nomás palabras. La obra que dejaron se menciona, sí, pero es conocida por contados lectores y eruditos, salvo el racimo de versos que hizo fortuna y quedó como seña cultural.
ResponderEliminarLo vieron bien Cervantes y Manrique, que son hoy hermosas palabras, y mejor que nadie lo captó Quevedo (otra sucinta forma escrita y otra sonora y bella emisión de voz), Quevedo, el burlesco, pero también el grandioso poeta del declive y de la finitud del ser humano.
No soy quién para dar lecciones, pero no sean ilusos, la salmodia de "pasar a la Historia" es uno de los mayores fraudes de la cultura occidental. Uno de los más toscos disfraces del horror al vacío que nos acosa desde antes del Paleolítico. Sólo se cura con entereza, la del que conoce y acepta, sereno, el fracaso común que nos espera. La desaparición definitiva y el piadoso olvido.
No te sigo, Miguel. A mí, sea una ilusión o no, me haría ilusión pasar a la historia de la literatura, estar junto a los escritores que admiro, aunque sea en letra pequeña y el último del escalafón. Sé que no me voy a enterar, pero la eternidad, como todo, ya se entrevé aquí. Y por eso los presidentes de Estados Unidos cuidan de su legado y todos procuramos dejar las cosas en orden y dejar un buen recuerdo. A mí me gustaría que mis poemas se siguieran leyendo, como yo leo los de Borges, Virgilio o Garcilaso (o siquiera como yo leo los de Villaespesa o Fernando Fortún). No veo yo qué tiene eso "de tosco disfraz del horror al vacío". Quien construye un edificio lo hace para que dura, para que resista el mayor tiempo posible. Quien escribe un poema, también.
ResponderEliminarHuele a sincero: este no es mi buen Martin.
EliminarApoyo al 100% las palabras de JLGM, que me parecen una hermosa declaración de fe en la permanencia de lo valioso, en estos tiempos en los que parece que todo vale lo mismo: mucho, en versión de algunos; nada, en la que prefiere Miguel, que a mí me da la impresión de que es de ésos de los que hablaba Machado, por boca de Juan de Mairena, que quieren "estar de vuelta sin haber ido a ninguna parte".
EliminarY se explica más: "Nunca os aconsejaré el escepticismo cansino y melancólico de quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la posición y más falsa y más ingenuamente dogmática que puede adoptarse. Ya es mucho que vayamos a alguna parte. Estar de vuelta, ¡ni soñarlo…!".
Y, respecto a lo que Miguel dice como gran argumento de los "contados lectores", sobre ser bastante falso, le recordaría aquello de la séptima de las Cartas a Lucilio de Séneca, del autor que, reprochado porque se tomase un gran trabajo para algo que habría de llegar a pocos, responde "me basta con esos pocos, me basta con uno, me basta con ninguno".
La obra puede perdurar, Martín, pero la obra es autónoma, exenta e independiente del autor en cuanto este la objetiva y la "segrega". El destino de la obra y el del autor divergen. Es natural que al autor le agrade pensar AHORA que su obra será leída, oída, contemplada en su caso, cuando él no esté. El fraude está en que se presenta el "pasar a la Historia" como un sucedáneo de inmortalidad, o de "vida después de la muerte" que tiene el mismo oficio psíquico y el pretendido efecto del que venden las religiones. El "horror al vacío", a la desaparición final (la gran pregunta, el gran enigma) que es uno de los motores de la religión, parece estar presente incluso en mamíferos superiores. Este horror lo mitigan y disfrazan las religiones, milenios acá, con la vida después de la muerte (invocaciones, plegarias, ajuares funerarios...). Más tardíos, otros lo calman y disfrazan con el "pasar a la Historia". Y no pasa nadie. Nombres, grafismos, palabras. Con suerte, alguna obra, sus fragmentos.
ResponderEliminarOportuna la aclaración. Pasar a la historia es eso, estar en los libros del futuro, y la propia obra o parte de ella reeditándose y en el corazón o el pensamiento de algunos lectores. Pero la cuestión metafísica no está clara. No está demostrado que Quevedo o Borges, en algún estado que desconocemos, no continúen teniendo conciencia de sí mismos, y es más, poseyendo a escritores oficialmente vivos. Quizá el poeta no muera tampoco, sino que siga viviendo, en otra situación, y actuando en esta. Nadie ha demostrado lo contrario.
ResponderEliminarNo veo yo ningún fraude, Miguel. Una cosa es la inmortalidad del alma, de la que hablan las religiones, y otra dejar un nombre respetado y una obra perdurable. Obviamente, yo no me puedo tomar un café con Galdós ni dentro de cien años se lo podrá tomar nadie conmigo, pero yo leo a Galdós, le considero un compañero y un maestro desde la adolescencia, y me gustaría que dentro de cien años alguien me leyera a mí y pensara en mí como yo pienso en Galdos.
ResponderEliminarEl hombre pasa, la obra queda (cuando merece quedar).
"La meta es el olvido. / Yo he llegado antes" le hace decir Borges a un poeta menor. Yo, la verdad, no tengo ninguna prisa por llegar a esa meta.
Lo que vaya a ser de nuestra huella tras la muerte, gravita en el presente con fuerza inexorable: pocos los indiferentes con el destino de sus restos mortales... Así que la incineración huye del horror actual de la propia carne corrompida, de saberse, al fin, pasto de las larvas carroñeras. La razón nos dice que qué importa, el sentimiento su contrario.
ResponderEliminarNada es para siempre: el lapso entre un Bin-Bang y otro Big Bang -que ya se sabe que han sido y serán infinitos- no es más que un segundo en el reloj universal. Nadie recordará, al cabo de uno de esos ciclos, al bate de Stratford-upon- Avon ni Night and Death será sino polvo estelar, quizá molécula adherente de algunos átomos del Rey Felón y de un tal Blanco White que huyó de otra España irrespirable.
Pese a ello, preocupa el porvenir de la viuda, el legado de los hijos, el trato que darán a nuestros lienzos (aun sabiendo que el lino y los pigmentos tienen los años contados), el qué dirán de nosotros aquellos que nos sobrevivan...
Pocos se sustraen a la preocupación de qué va a ser de lo suyo tras la muerte. Como Martín, legión.
Martín no aprecia ningún fraude, seguramente es demasiado crítico para morder el anzuelo. Otros menos cautos caen como moscas en la miel. La capacidad del cerebro para manejar símbolos es tan prodigiosa que hablamos de Homero y de Virgilio con el mismo aplomo que hablamos del tendero de abajo. Pero de este contamos con datos sensoriales directos y actuales, mientras que Homero y Virgilio son nombres o cromos, retahilas de símbolos, textos. Textos que remiten a otros textos escritos por historiadores, y que a su vez remiten a otros textos escritos, se cree, por Homero y por Virgilio. No salimos del terreno de los símbolos, pero el cerebro de Homo lo hace tan bien que actúa como si no hubiese diferencias.
ResponderEliminar"Pasar a la historia", "inmortalizarse", "perdurar", "quedar" son aceptables mientras se entiendan como circunloquios para expresar que una obra aún se consulta, se lee o se admira en un tiempo posterior. Mientras se les despoje de la aureola medio egipcia de "vida después de la muerte" a la que la mente se desliza con peligro en cuanto oye hablar de inmortalidad o de vida perdurable. Quedó una emanación de lo que fue un autor. Del propio autor en sí, la nada.
Sigo sin entender nada, Miguel. ¿Pero de verdad crees que hay alguien que confunde al tendero de la esquina con Homero, Borges o Lorca?
ResponderEliminarEl hombre pasa, la obra queda.
ResponderEliminarLa verdad es que no entiendo muy bien el problema que planteas, Miguel. Después de muertos, a unos no les recuerda nadie y a otros se les sigue editando, leyendo, estudiando. No se olvida ni su vida ni su obra. Eso es lo que llamamos pasar a la posteridad. De eso es de lo que yo hablo.
ResponderEliminarQuería decir solamente que pertenezco al grupo de los que consideran a Google un gran benefactor.
ResponderEliminarUna de las aplicaciones informáticas más útiles y más deslumbrantes que conozco es Google Earth. La uso unas cuantas horas por semana, tanto para el ocio como para el trabajo. En Google Earth veo a vista de pájaro las calles de las ciudades que quiero recordar o que voy a visitar. Y también el relieve complicado de las montañas a las que asciendo de vez en cuando, menos de lo que quisiera.
Pienso: ¿cuánto estaría pagando por un abono a esta aplicación si fuese obra de Microsoft? Seguramente no podría permitírmela. Bien por Google.
Claro que no, Martín. Distinguen perfectamente al tendero de Virgilio. Y saben que uno está vivo y el otro muerto. Lo que seguramente pasan por alto y no discriminan bien son las operaciones mentales radicalmente diferentes que conducen al conocimiento del tendero y al conocimiento de Virgilio. Hasta qué punto Virgilio es una mera "construcción".
ResponderEliminarPero dejémoslo. Quizás no me expliqué con la finura que requería el caso. Y el espacio es limitado, y todo esto dista tanto de la literatura...
Pero no me negarás, Entrerriano, que la memoria de la obra de Virgilio perdura dos milenios después de su muerte. Esa autonomía de la obra respecto del autor no obsta para que quien la lea sepa que la escribió un borroso romano hace más de dos mil años. Pero incluso si la autoría fuese desconocida (¿existió Homero realmente?), cualquier autor querría que el producto de su talento perdurara por los siglos de los siglos. Y eso se piensa en vida y la conforta si se ve como posible.
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