sábado, 25 de agosto de 2018

La verdadera historia: Incidente en Estambul



Dos cafés llevan en Estambul el nombre de Pierre Loti y los dos están junto a un cementerio. Uno, el que dicen que frecuentaba el escritor, en la apartada colina de Eyüb, al fondo del Cuerno de Oro; el otro, muy céntrico, en Divan Yolu, la calle del tranvía, frente al majestuoso cementerio de Mahmud II, visitable día y noche, donde están enterrados tres sultanes.
            La historia que me propongo contar, o mejor no contar (no quiero acabar de mala manera), comienza en este último, en el que a mí me gustaba cenar (siempre había alguna joven sola, escribiendo en su portátil y fumando de la pipa de agua, con la que me habría gustado conversar), para luego tomar un té de manzana en el café al aire libre en lo alto del cementerio mientras contemplo cómo la luna y algún raro curioso se paseaban entre las tumbas y el olor a jazmín.
            Pierre Loti fue un personaje curioso, que hizo soñar a los lectores de su tiempo –especialmente a las lectoras– y que hoy nos hace sonreír. Era oficial de la Marina francesa y a bordo de un navío de guerra recorrió los siete mares. Supo aprovechar su experiencia para describir paisajes exóticos y para fantasear sentimentales aventuras. Su primera novela, la que de un día para otro le hizo célebre, Aziyadé, de 1879, transcurre en Estambul. A ella vuelve con Fantasma de Oriente, el libro que yo leía cuando me encontré con Pedro Cubillo. Comencé a leerlo con una sonrisa irónica, pero acabó haciéndome llorar.
            Los amores clandestinos con Aziyadé –una hermosa joven turca–  terminaron bruscamente cuando Pierre Loti (que en realidad se llamaba Julien Viaud) tuvo que partir de la ciudad. Volvió diez años después y en Fantasma de Oriente nos cuenta sus intentos de reencontrar a la amada, con la que había perdido el contacto tras el intercambio de unas pocas cartas.
            Desde su hotel en Pera contempla, en la otra orilla del Cuerno de Oro, “el santo arrabal” en que transcurrieron sus amores: “Los diez años que me separan del tiempo en que yo vivía en él acaban de desvanecerse tan por completo que hasta me forjo la ilusión de volver allá, a mi casa, entre rostros familiares. Iré a sentarme al antiguo cafetín en que Achmet y yo pasábamos las veladas de invierno, en compañía de derviches, recitadores de fantásticas historias de encantamiento”.
            En un esquife atraviesa las tranquilas aguas. Pero nada de lo que se encuentra es igual a como él lo había dejado: “Mi casa vieja, y las dos o tres que la rodeaban, ya no existen. No había previsto yo esta destrucción y siento que mi corazón se oprime. Echo pie a tierra, tratando de orientarme, de reconocer alguna cosa. ¿Dónde está el cafetín de los derviches narradores de historias? En el lugar que ocupaba se alza ahora un gran muro blanco que yo no conocía, un cuartel flamante custodiado por centinelas”.
            El café de la colina de Eyüp, que no se pierden los turistas más enterados, con sus camareros vestidos a la turca y su decoración decimonónica, parece que es tan auténtico como la casa de la Virgen en Éfeso. Pero las hermosas vistas, la mezquita y el cementerio siguen siendo verdaderos.
            Yo acabé leyendo Fantasma de Oriente  con lágrimas en los ojos, ya dije. Julio Camba, que estuvo por aquí el año 1908, cuando los Jóvenes Turcos impusieron un gobierno constitucional al Imperio Otomano, se burlaba de Pierre Loti, enamorado de un pintoresquismo que solo era atraso y miseria. Pero Loti fue un verdadero amigo de los turcos y en las diversas guerras balcánicas siempre se puso de su lado, aunque eso supusiera enfrentarse a su propio país.
            Junto a la terraza del café, discurría la animación de Divan Yolu y yo, que cenaba solo, me entretenía observando a los transeúntes, entre los que no abundaban demasiado –contra lo que pudiera pensarse– los turistas. Se reconocían por su pintoresco atavío. Uno de ellos –camisa floreada, pantalones cortos, gorra y gafas de sol, aunque ya era de noche– se detuvo frente a mí, sorprendido.
            –-¿Qué haces aquí? A estas horas deberías estar sentado en el Vetusta o comprando en el Mercadona del Fontán.
            Tardé en reconocerle y, cuando creí hacerlo, tuve mis dudas. Si era quien yo creía que era, hacía más de treinta años que no nos veíamos.
            –-¿Cubillo? ¿Pedro Cubillo López?
            ––¡José Luis García Martín!
            Había entrado en el café y me abrazó muy efusivamente. Estudiamos juntos en la Universidad allá por los primeros años setenta y, en aquel entonces, todavía había profesores que pasaban lista –parece que no tenían cosa mejor que hacer– y el sonsonete completo de nuestros nombres se nos había quedado en la cabeza.
            Yo estudiaba y trabajaba, eran muchas las clases que me veía obligado a perder. Cubillo –le llamábamos así por el apellido– no se perdía una. A menudo tenía que recurrir a él para que me prestara los apuntes. Luego supe que también trabajaba y que su trabajo consistía en tomar buena nota de lo que decían ciertos alumnos y determinados profesores díscolos. Era policía, de la Brigada Político Social, y pronto lo supimos todos. Muchos se apartaron de él, pero yo seguí siendo su amigo. Conmigo se portó siempre bien e informó favorablemente –“solo le interesa los libros, no se mete en política”– cuando yo tuve un serio percance con la justicia militar en los últimos tiempos de la dictadura.
            Perdí contacto con Pedro Cubillo hace muchos años. Me imaginaba –su trabajo, como a mí el mío, no le impedía ser buen estudiante– que se habría jubilado como profesor de secundaria.
            ––¡Ya me habría gustado! No tuve suerte en las oposiciones. O quizá no fue solo cosa de mala suerte. El haber sido policía con Franco no era un buen aval para los recién conversos a la democracia. Acabé en una empresa de seguridad privada, en ella me jubilé. Hicimos trabajos que se pagaron bastante bien. No me quejo. Seguro que los ahorrillos que tengo yo para la jubilación no los tienes tú en la tuya.
            ––¡Yo aún no estoy jubilado!
            ––Pues no te quedará mucho. Alguna vez he pensado en escribir mis memorias, materia no falta, pero lo más interesante no lo puedo contar. Acabaría como el comisario Villarejo, para el que, por cierto, hice algunos trabajitos.
            ––Por ejemplo…
            ––No te empeñes, que no te voy a contar nada. ¡Bueno eres tú! Acabaría en tu diario, que yo leo todas las semanas, por eso me sé al dedillo tu vida. ¿Recuerdas aquella obra de Gregorio Martínez Sierra sobre la que hiciste un trabajo para Martínez Cachero? No recuerdo su título, era una obra en un acto, muy poco conocida, que nada tenía que ver con el meloso teatro de ese señor que firmaba los trabajos que escribía su señora. Tú la comparaste con los esperpentos de Valle-Inclán. Describía la juerga de unos señoritos con varias prostitutas. Una de las gracias que hacían era colgarlas boca abajo, sujetándolas por los pies, de alguna ventana o de algún palco, no recuerdo bien. Una de aquellas pobres infelices se resbala de las manos del borracho que la sujeta y muere. Tú investigaste y llegaste a descubrir que algo así había ocurrido en una fiesta en la que participaba un futuro Grande de España, en 1905 o 1907. La policía declaró que había sido un accidente y no pasó nada. Yo viví algo semejante, pero de eso no puedo contarte nada, aquí en Estambul, en uno de esos palacios fabulosos de la orilla del Bósforo. Fue en los años ochenta, con Felipe González como presidente. Pero me parece que ya te estoy contando demasiado. ¡Bueno eres tú! La fiesta era de esa que dejan a las de las Mil y una Noches a la altura de un bodorrio de pueblo. Entre los invitados había algún príncipe saudí, un magnate mexicano del petróleo y un político español –no te voy a decir de quién se trataba– que, aparte de su guardia oficial a cargo del contribuyente, nos había contratado a nosotros, también a cargo del contribuyente.
            ––Me estás contando demasiado, Cubillo. No me cuentes más, que no quiero tener que acabar pidiendo amparo a la justicia europea.
            ––Pues hablemos de otra cosa. A mí me divierte mucho ese empeño tuyo de tener razón contra todo el mundo, ya de estudiante eras así. Recuerdo cuando, a la salida de clase, te pusiste a discutir con Gustavo Bueno sobre alguna de sus rotundas afirmaciones y se indignó tanto que gesticulaba como si estuviera dispuesto a pasar a las manos. Amigo Martín, si los catedráticos de Derecho Constitucional, los jueces, los fiscales, los políticos y los contertulios de la Sexta dicen que, acuerdo con la Constitución, el rey de España puede –hablando en hipótesis, por supuesto– cobrar comisiones ilegales, malversar caudales públicos, incluso atracar bancos o asesinar prostitutas sin que le pueda juzgar pues será que la Constitución afirma eso. No pretendas se más papista que el papa.
            ––¡La Constitución no afirma tal cosa! La inviolabilidad del rey se refiere solo a sus actos como jefe del Estado, los que han de ser refrendados por el gobierno. De su vida privada no dice nada la Constitución y por eso el código penal se le ha de aplicar como a cualquier ciudadano. Lo único que no está claro es que tribunal ha de juzgarle, eso lo ha de decidir el Constitucional cuando un juez le haga la correspondiente consulta.
            ––¡No te metas en camisa de once varas, amigo Martín! Si los españolitos de bien están contentos con una Constitución que, según ellos, no según ella ni según tú, permitiría –no se ha dado el caso, pero podría darse, fiarlo todo al azar de la genética es lo que tiene– a un Calígula ser jefe del Estado español, pues con su pan se lo coman. ¿Conoces el verdadero café de Pierre Loti, no este, que podría estar en cualquier parte, que parece un McDonald’s o, peor aún, un Starbucks? Te invito a tomar allí una copa contemplando como riela la luna en el Cuerno de Oro.




18 comentarios:

  1. Anónimo (Veneciano)29 de agosto de 2018, 11:06

    Da un poco de miedo pensar en el número de disidentes que el "benévolo" Cubillo conduciría a la tortura, pero hay que darle la razón en alguna cosa. En concreto:
    "Si los españolitos de bien están contentos con una Constitución que, según ellos, ... permitiría... a un Calígula ser jefe del Estado español, pues con su pan se lo coman".

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  2. N>i el "benévolo" Cubillo ni el amigo veneciano tienen razón. En la Constitución está prevista la posibilidad de INHABILITACIÓN del rey, siempre que las Cortes, por la mayoría requerida (de al menos 2/3), entiendan que hay motivo para ella. Como seguramente ni el "benévolo" ni el "veneciano" ignoran, semejante posibilidad no existía en la Roma imperial. Así que la comparación es pura demagogia.

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    1. Pues no, no es pura demagogia. Una de las razones para inhabilitar al rey es que no respete su juramento de "cumplir y hacer cumplir las leyes". ¿Y cómo se va a poder demostrar que no cumple la ley --que cobra comisiones ilegales o que tiene una fortuna oculta en Suiza-- si jueces y fiscales se niegan a investigarlo con el pretexto de que lo prohíbe la Constitución? La comparación con cualquier sátrapa no es demagogia, sino estricta realidad. ¡Lo que daría Cristina Fernández de Kischner porque la constitución de Argentina fuera como dicen que es la española! ¡La de quebraderos de cabeza que se habría ahorrado! También Trump estaría más tranquilo con una constitución como dicen que es la española.

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    2. Vale. A JLGM le parece que es "estricta realidad" la comparación de un régimen como el imperial romano, donde no había otro límite a las arbitrariedades (y los crímenes, y no fueron pocos ni pequeños) de un Calígula que su santa (o más bien no-santa) voluntad, con el actual régimen democrático español. Que, por tanto, no se diferencia en nada de la dictadura de Franco que le precedió, ni (digamos) de los regímenes nazi o estalinista.
      Y en decir eso no le parece que haya ni la más mínima sombra de demagogia.
      Pues eso: vale.

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    3. Pues no, no hay demagogia en lo que yo digo, sí en la respuesta. Lo que yo digo: un Calígula, de acuerdo con la interpretación de la Constitución que nos quieren dar por buena, podría realizar cualquier desmán sin que ningún juez pudiera procesarle. No digo yo que el anterior jefe del Estado sea un Calígula (todo lo más, un Roldán), solo que si lo hubiera sido sería igualmente inviolable y exento de responsabilidad.
      Lo demagógico es su respuesta. ¿Quién ha dicho que esta democracia es como el franquismo o el Imperio Romano? Qué tontería? Yo solo señalo lo monstruoso de una interpretación de la Constitución, interpretación que, a mi entender, permitiría la impunidad de un Calígula. Eso es todo.

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    4. Vuelvo a decir lo que ya dije: en la Roma imperial no cabía la destitución de un emperador (sólo su asesinato). En España sí, y en su Constitución (ésa que, si recuerdo bien, usted mismo ha dicho haber apoyado con su voto cuando se sometió a referéndum, y pido perdón si me equivoco; yo sí lo hice), esa posibilidad está prevista y debidamente regulada.
      Si ésa (aparte de las infinitas otras que existen) le parece una diferencia menor, le diré que no es eso lo que yo pienso.
      Cito unas palabras, textuales, de Karl R. Popper, con las que estoy básicamente de acuerdo:
      "Propiamente, sólo hay dos formas de gobierno: aquellas en las que es posible deshacerse del gobierno sin derramamiento de sangre por medio de una votación y aquellas en las que eso no es posible. Ésa, y no la cuestión de cuál es la designación correcta de esa forma de gobierno, es la cuestión verdaderamente importante. Normalmente a la primera forma se la denomina democracia y a la segunda dictadura o tiranía".

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    5. !/ La comparación con la Roma imperial se limita a que en ella pudieron ser emperadores Nerón o Calígula y en la democrática España un jefe del Estado que se comportare como ellos, es decir, cometiera delitos no podría ser investigado según la interpretación habitual de la Constitución y, por lo tanto, podría seguir siendo jefe del Estado y a la vez cobrando comisiones ilegales y pasándose el código penal (que no podría aplicársele) por debajo del puente colgante.
      2/ El artículo 59.2 de la Constitución dice: "Si el Rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuera reconocida por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero de la Corona, si fuere mayor de edad". Deducir de ello que la Cortes pueden destituir al Rey y que esa posibilidad "está debidamente prevista y regulada" es un poco aventurado; lo que parece que dice el párrafo es que si alguna circunstancia impide al Rey ejercer sus funciones (una enfermedad, por ejemplo) y ello es reconocido por las Cortes, el príncipe heredero pasa a desempeñar la Regencia.
      Le ruego a Jose que, si conoce algún otro punto de la Constitución que permitiera a los diputados destituir al jefe del Estado español y cambiarlo por otro (como ocurre con el jefe de Gobierno tras las elecciones o la moción de censura), me lo comunique de inmediato. Será una gran noticia, indudablemente.

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    6. Lo que se refiere a la inhabilitación del rey, como otras cosas en la Constitución, está pendiente de ser desarrollado en una ley orgánica, mencionada en el artículo 57.5.
      A falta de ella, caben dos interpretaciones del 59.2: 1) Que el propio Rey sea el único autorizado para declarar él mismo su inhabilitacón. Una interpretación restrictiva que parece difícil de asumir, ya que dejaría sin solución el supuesto de que, concurriendo causa suficiente de inhabilitación (digamos, un trastorno sicológico grave), el Rey no lo asumiera.
      Y 2) Copio literalmente las palabras al respecto de Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, cuyo Instituto de Derechos Humanos dirige actualmente:
      "El artículo 59.2 sería la expresión de que el soberano es el pueblo, pues son sus representantes quienes deciden si el rey está inhabilitado –cuando obviamente el rey mismo no lo hace- y, por tanto, al reconocer esa inhabilitación, dan paso a la regencia. La forma “se inhabilitare” sería impersonal: la constatación de que habría quedado incapacitado, constatación que requiere el reconocimiento de las Cortes a falta del reconocimiento del propio rey. Esta interpretación no sería opuesta a la 'reflexiva' sino que la incluiría. Esto es, la inhabilitación del rey, obviamente, puede ser decisión del propio rey, pero lo que sucedería normalmente es que el titular no reconoce esa incapacidad y es quien está por encima de él, quien le ha contratado, el que tiene la competencia para constatar su estado y actuar en consecuencia".
      Por lo demás, y por lo que respecta a la comparación con la Roma imperial, no existe desgraciadamente un país democrático a cuya presidencia no pueda llegar, si cuenta con los votos y apoyos necesarios, una persona moralmente lamentable; el ejemplo de Hitler es bien conocido. Pero el resto es sólo una interpretación suya.
      Lo que la Constitución dice es que los actos del Rey requieren el refrendo de otra persona, que es quien asume la responsabilidad. Pero, obviamente, eso sólo puede referirse a sus actos PÚBLICOS; la decisión del Rey de ponerse un calzoncillo verde o rojo no es algo que nadie pueda refrendar, por tratarse de un acto privado. Consecuentemente, ese traslado de responsabilidad no cabe en los actos privados; por lo que a ellos respecta, me parece obvio que la responsabilidad no puede ser más que suya, ya que no existe modo de que otra persona la asuma en su lugar.

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    7. Vaya lío que te armas, Jose. La interpretación de ese señor sobre el "inhabilitare" es una interpretación. Y la referencia a Hitler, una tontería. Como tus referencias a que esto no e la Roma imperial (faltaría más). De lo que se trata es de si la interpretación habitual de la Constitución (el jefe del Estado no es responsable de los delitos que cometa en su actividad privada) es una barbaridad o no. una barbaridad que, de ser cierta, permitiría a Calígula ser jefe del Estado español Eso es lo que yo dije. Tú no has dicho nada que lo desmienta. Solo has mareado la perdiz. Mi opinión es que eso no es lo que dice la Constitución. Lo llevo repitiendo desde hace años. Lo vuelvo a repetir en el diario que empieza este domingo. Todo el rollo sobre el "se inhabilitare" sobra. La Constitución permitiría inhabilitar al Rey (no que se inhabilite él) por ladrón (ha jurado cumplir la ley), pero para eso tiene que ser posible investigarle, como a cualquier ciudadano, como a Jordi Pujul, en cuanto haya indicios racionales de criminalidad. Y esa posibilidad la niegan todos, todos, los catedráticos de Derecho Constitucional, los jueces, los contertulios de la Sexta. Eso es lo que yo dije, eso es lo que permite a Calígula ser jefe del Estado español. ¿Quedan claras mis palabras? Pues pasemos a otra cosa, por favor.

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    8. Pasemos. Queda claro que lo que yo citaba es sólo una interpretación, y lo que dice JLGM, su opinión, como él mismo lo afirma. Y esto último, obviamente, es muchísimo más importante, dónde va a parar. Ni una palabra más.

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    9. La única interpretación que puede replicar a la mía es la del Tribunal Constitucional. Traer aquí a colación otras es perder el tiempo. La mía no es una ocurrencia ocasional, sino el resultado de una reflexión continuada.

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    10. En la entrada nueva del diario pondré una nota haciendo ver que el TC, precisamente (ése que según se dice aquí es el único cuya interpretación puede replicar a la suya; no veo yo por qué la de Javier de Lucas o la mía, que también son producto de no pocas reflexiones, habrían de carecer de ese privilegio) dice algo completamente contrario a lo que usted afirma en ella.
      Puesto que a ellos, y a nadie más, les reconoce derecho de réplica, supongo yo que el ponerla no me valdrá un rapapolvo de los acostumbrados, ni un recordatorio de que uno, vaya por Dios, no dice más que tonterías.

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  3. ¡Don José...! Dieciocho los ojos que le vean.

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  4. Demetrio Cárdenas31 de agosto de 2018, 11:23

    Don José recuerda mucho un gag de los desaparecidos Tip y Coll en que Coll asegura que es imposible que sea bajito, ya que tiene un certificado médico que le asigna una estatura de 1.85m. Don José esgrime otro papel, una Constitución que le garantiza vivir en un país ejemplar, donde es imposible que los cargos públicos tengan conductas poco decentes, o que un extorturador como Billy el Niño viva a sus anchas con un buen sueldo pagado por el Estado. Tanto Coll como don José confunden los papeles con la realidad. Don José, de hecho, viene confundiéndolos desde el día que asomó por este foro. Ahora tiene por delante un nuevo curso en el que seguir relativizando infamias; también lo tenemos los demás para hacérselo saber con toda paciencia.

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    1. Gracias por la paciencia, pero me parece que será desperdiciarla. Toda la paciencia del mundo, y otra tanta más que se inventara, no me convencerán (porque los he conocido a ambos) de que el actual régimen democrático español es esencialmente idéntico a la dictadura de Franco.
      Y no es una cuestión de papeles. Imperfecciones, abusos y delitos los hay en todas partes, hasta en el país más democrático del mundo. Eso no tiene que ver con la democracia, sino con la condición humana.
      Pero no se les hace frente igual en, digamos, Corea del Norte que en, digamos también, Francia, aunque ambos países figuren por debajo de España en el "Índice de Democracia" que anualmente publica The Economist, y que alguna vez he citado aquí. Y en el que, por cierto, se reconoce a España la condición de "democracia plena", que Francia no alcanza.
      En ambos, vaya por Dios, existe ese "papel", una Constitución, que le parece a DC cosa tan irrelevante. Sin embargo, son distintos. Muy distintos.
      Aunque quizá DC tenga alguna dificultad para apreciar los pequeños matices que, efectivamente, los diferencian. A fin de cuentas, todos son papeles.
      Yo qué le voy a hacer.

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  5. El debate con Jose es ocioso y ficticio, puesto que él ya ha reconocido "imperfecciones, abusos y delitos" en la viciada democracia española. Pero la función de Jose es maquillar al actor, en este caso el Estado, para que se parezca al personaje, es decir, lo que sería una democracia auténtica. Utiliza básicamente como argumentos los viejos lemas: el "no es para tanto", el "en otros sitios también pasa" y el "pues The Economist puntúa alto". Pero sabe que España es de los pocos regímenes del mundo, si no el único, que deja impunes los crímenes de la dictadura, y que es el país con más fosas comunes y desaparecidos, después de Camboya. Debe saber también que si The Economist considera aceptable en una democracia la impunidad de los torturadores y la no-rehabilitación de los represaliados, entonces es que The Economist es Prensa impresentable.
    Jose parece amar a su país, pero desprecia y maltrata a la verdad, o sea, la impunidad del "Holocausto Español" (Paul Preston). E incluso en el patriotismo, combina de modo aberrante el amor a España-ente-jurídico con el perjuicio y menosprecio hacia muchos españoles, en concreto los represaliados y perseguidos. A estos, el maquillador los damnifica sin escrúpulos.

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    1. No sé si DC no sabe leer, se equivoca involuntariamente, o más bien miente con el mayor descaro. Repito aquí lo que él prefiere tergiversar: "Imperfecciones, abusos y delitos los hay en todas partes, hasta en el país más democrático del mundo. Eso no tiene que ver con la democracia, sino con la condición humana".
      Tiene aquí (https://www.elperiodico.com/es/sucesos-y-tribunales/20180619/espana-condenas-tribunales-europeos-6888533), por ejemplo, una información de este mismo año sobre denuncias y condenas en los tribunales europeos; en ella verá cómo esa España de la que usted tiene tan mal concepto está entre los países que han recibido menos condenas, por ejemplo, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.
      Pero sé bien que contra unos prejuicios tan férreos como los suyos no hay nada que hacer. Usted seguirá utilizando los datos que le parezcan favorecer sus tesis para convertirlos en verdades absolutas, y despreciando (y ocultando) los que las contradigan; porque, obviamente, lo que le importa no es la verdad, sino sus amadísimos prejuicios. Y de ahí no le sacará nadie. Yo no voy ni a intentarlo; sé bien que es inútil. Con señalar sus tergiversaciones ya me parece bastante.

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