Viernes, 18 de mayo
UN HOMBRE PREVISIBLE
Soy bastante previsible, la verdad, pero no tan maniático
como me gusta dar a entender. No es enteramente cierto que me levante todos los
días, laborables o festivos, invierno o verano, a las ocho menos cinco. Hay
días en que me levanto antes e incluso después: a las ocho menos tres o cuatro
minutos o a las ocho y uno o dos minutos, aunque nunca más tarde.
A las nueve
me pongo a escribir, a las diez y media he terminado, a las doce tomo un café
en Las Salesas, a las dos en punto como escuchando las noticias de Radio
Nacional (lo hacía ya desde antes de que muriera Franco) y disfruto
especialmente cuando la primera cucharada coincide con la última señal horaria.
Pero si
algún día me adelanto o me retraso un poco, tampoco pasa nada. No soy Kant, la
gente no puede poner el reloj en hora cuando yo paso: lo llevarían unas veces
atrasado (uno o dos minutos) y otras muy adelantado (tres o cuatro minutos).
La ventaja
de tanta regularidad es que el más mínimo cambio se convierte para mí en una
gran aventura. Pasé hoy el día en Plovdiv, uno de esos amores a primera vista a
los que soy tan propicio (y que a menudo me duran toda la vida), ocupado en una
de mis tareas favoritas: hacer de guía, en este caso para la familia del poeta
Víctor Botas, que ha venido a Bulgaria con motivo de la publicación de una
antología de su obra.
Regresamos a Sofía al anochecer, cenamos juntos en uno de los restaurantes del bulevar Vitosha y luego ellos se fueron a su hotel y yo a la estación de metro Serdika para dirigirme a la casa en que me alojaba, la de Rada Panchovska, la traductora.
Regresamos a Sofía al anochecer, cenamos juntos en uno de los restaurantes del bulevar Vitosha y luego ellos se fueron a su hotel y yo a la estación de metro Serdika para dirigirme a la casa en que me alojaba, la de Rada Panchovska, la traductora.
Intenté
llamar para avisar de mi llegada y comprobé que, después de tantas fotos en la
antigua Filipopólis, me había quedado sin batería. Y que no había anotado el
nombre de la calle, ni el número, porque siempre hasta entonces había ido
acompañado, y que además había comprobado que en aquel viejo piso (en unos
bloques construidos por los alemanes al final de la segunda guerra mundial) no
funcionaba el telefonillo. Y otra cosa más, ¿sabría llegar hasta allí desde la
parada del metro? ¿Y a quién preguntar si no conocía una palabra de búlgaro y,
aunque la conociera, ni siquiera sabía el nombre de la calle? Ya me veía
pasando la noche al raso.
Me bajé en
la estación de Konstantin Velichkov, crucé la avenida de ese nombre, y ya no
supe si debía ir hacia la izquierda o hacia la derecha.
Caminé un
poco al azar, di varias vueltas por lugares que recordaba vagamente (me daba la
impresión de que los árboles me hacían gestos amenazadores) y de pronto, para
acabar de arreglar el asunto, vi que se me acercaban varios perros.
Pero no
ladraban amenazadores, movían el rabo amigablemente y parecía que me invitaban a
seguirles. Los reconocí entonces: eran los tres perros que me dijo Rada que su
bloque de pisos había adoptado y a los que daba de comer. Una vez la había
acompañado en esa tarea. Los perros me habían reconocido. Los seguí hasta que,
al fondo de la calle, frente al portal, reconocí a Iván, el marido de Rada, que
me estaba esperando.
Sábado, 19 de mayo
CON EL LENGUAJE DE LA MELANCOLÍA
La presentación de la antología de Víctor Botas tiene lugar
en el Palacio Nacional de Cultura, un aparatoso mamotreto de los últimos
tiempos del régimen comunista (se terminó en 1981).
Está al
final de un hermoso paseo arbolado, lleno de susurrantes surtidores, y en su
interior laberíntico es fácil perderse. Claro que si yo alguna vez me pierdo en
Sofía es aquí donde deben venir a buscarme: en el club Peroto, que es café y
biblioteca y que abre las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Tuvieron que repetírmelo para que me diera cuenta de que había entendido
bien. Algo bueno ha dejado el comunismo. El mostrador se apoya sobre un montón
de libros, lo mismo que el tablero de la mesa que está en el centro del pequeño
escenario donde se presentan libros y se graban programas de radio o televisión
sobre libros.
Desde que
lo descubrí por primera vez, el club Peroto es una de mis sucursales favoritas
del paraíso. Hay libros reales y también trampantojos: en uno de ellos descubrí
los Trabajos filosóficos y discursos
políticos de Salmerón. Quién me lo iba a decir: uno de los presidentes de
la primera república española adornando las paredes de un club literario en
Sofía.
Allí se
proyectó el documental Con el lenguaje de
la melancolía, de José Havel, y resultaba extraño escuchar a los
contertulios de Óliver en aquel ambiente, todos mucho más jóvenes, y escuchar a
Botas contar su vida y ver a una jovencísima Paulina con algo de seductora
actriz italiana, y a los gemelos, Víctor y Diego, todavía unos niños, y a
Patricia… Estaban todos allí sentados a mi lado y también uno de sus nietos,
Víctor Delgado Botas, que él no conoció.
Traté de
mantenerme frío, de fijarme en los aspectos técnicos del documental, que ya
había visto muchas veces, de recordar las peripecias de la filmación, mis
discusiones con el director (yo era el productor, así que pretendía mandar
más), pero me fue ganando la emoción y al final no pude contener las lágrimas
mientras le escuchaba a Botas decir:
––La
muerte. No volver jamás, ¡jamás!, olvidarse de todo: olvidarme de mis hijos,
olvidarme de Roma, olvidarme de ese café que tomo cada mañana en un bar y que
tanto me gusta, del cigarrillo amable de las ocho, tras el desayuno, antes de
afeitarme, cuando aún es de noche… Lo cierto es que cantar eternamente con los
ángeles no es una expectativa que me consuele demasiado.
¿Le
consolaría ver a su mujer, a sus hijos, a su nieto, homenajeándole aquí en
Sofía? De los dos gemelos del famoso poema “Cástor y Pólux”, yo conocía más a
Víctor, que ahora colabora habitualmente en la revista Clarín con sus viñetas de humor literario; ayer, durante el viaje a
Plovdiv, dos horas en autobús, tuve la ocasión de charlar con Diego, con el que
había tratado menos: el viaje se me hizo corto debatiendo con él (mi deporte
favorito) de asuntos políticos. Me parecía que lo estaba haciendo con su padre.
Y de pronto se me ocurrió pensar que Víctor Botas, cuando yo le conocí, tenía
exactamente la misma edad que tiene su hijo ahora: treinta y cuatro años. Me sentí aturdido por el vértigo del tiempo. Qué
misteriosa la vida, el sucederse de las generaciones. Me sentí como un
superviviente.
Domingo, 20 de mayo
UN PASEO
Bajo del metro en Serdika, en el corazón de la ciudad, donde
se entremezclan la grisura monumental de la época comunista con los restos
romanos y los templos medievales.
Como buen
ateo, comienzo la mañana con una triple oración: primero en la iglesia bizantina
de Sveta Nedelya, donde enciendo una vela al dios desconocido de mi infancia;
luego en la gran sinagoga, la mayor sinagoga sefardita de Europa y quizá del
mundo, con su hermosa cúpula que rivaliza con la del templo cristiano y la de
la cercana mezquita de Banya Bashi, herencia turca que a los más radicales no
les hace ninguna gracia. A mi me llena de tranquilidad estar a solas conmigo
mismo durante un rato en su interior.
Me siento
frente al colorista edificio de los baños, en un parquecillo en el que solo se
escucha el rumor del agua, y dejo pasar el tiempo sin tiempo de esta mañana
apacible, sin nada que hacer, tan lejos de casa pero con la sensación de estar
en casa.
Sigo mi
paseo. A la plaza situada entre el edificio que fue sede del partido comunista,
el del consejo de ministro y el de la presidencia de la república, le han
surgido unas extrañas burbujas futuristas. Me asomo a ellas: nuevas ruinas,
innumerables ruinas, aquí, precisamente aquí, estaba el centro de la antigua
Serdika, olvidada durante siglos, pero siempre presente y sosteniendo toda la historia futura.
La avenida luego
del Zar Osvorboditel, del Zar Liberador, con el que fue palacio real, con la
iglesia rusa, con el edificio rosa de la embajada de Austria, el dorado suelo
que brilla al sol como si estuviera adoquinado con lingotes de oro.
Frente a la
catedral de Alexander Nevsky hay una multitud dominical que curiosea la
exposición de coches de los años cincuenta y sesenta. La banda sonora es de
canciones italianas: “Che sarà, che sarà, che sarà. / Che sarà della mia vita?
Chi lo sa”.
¿Qué será
de mi vida? ¡Quién lo sabe! De momento, me siento bien aquí, entre tantos
desconocidos, en el calmo fin de semana.
El azar me
lleva poco después hasta el jardín botánico de la Universidad. Había pasado
varias veces delante de él, nunca había entrado. Lo hago ahora y lo tengo todo
para mí, como un prodigioso jardín privado.
Deambulo
por los estrechos senderos, aprendo el nombre de las plantas desconocidas, me
dejo seducir por los mil y un aroma. Y a la memoria caprichosa me vienen unos
versos de Francisco Brines: “He mirado las luces de los cielos / con pecho
consolado / porque nunca se acaba el olor de las rosas”.
Salgo y me
doy de bruces con un triste recuerdo: el monolito que señala el lugar en que
fue ahorcado Vassil Levski, el monje que dejó el monasterio para pasar a la
clandestinidad e iniciar la lucha armada contra el gobierno. Hoy es el gran
héroe nacional, en su tiempo no era más que un bandido y un terrorista.
A un lado
de la plaza, un gran solar vacío: ahí estaba el hotel Serdika, el primero en
que yo me alojé en Sofía. Creo recordar que la plaza se llamaba Vassil Levski,
como el gran bulevar que la atraviesa, pero ahora ha cambiado de nombre, lleva
el de su madre, Gina Kuntcheva, y quiere ser un homenaje al sufrimiento de las
mujeres búlgaras. Sus tres hijos –Vassil, Hristo y Petar– murieron luchando por
la independencia del país.
Mientras
paseo, trato de pensar solo en la complicada historia de este país, que apenas
conozco, y de no pensar en la de mi país, que conozco demasiado bien.
¿Qué es un
héroe o un mártir? Alguien que mata y muere por la causa justa (la nuestra).
¿Qué es un terrorista? Alguien que mata y muere por la causa equivocada (no es
la nuestra).
Lunes, 21 de mayo
SIN POR QUÉ
“¿Y por qué te gusta tanto Plovdiv?”, me pregunta mi amiga
Liliana Tavakova. La verdad es que no tengo ni idea. El amor es sin por qué,
como la rosa de Ángelus Silesius.
Me gustan
mucho las calles en cuesta de la vieja ciudad, con el teatro romano y las mansiones
de los mercaderes de la época turca, pero mi lugar favorito es la calle Rayko
Daskalov, peatonal, prodigiosamente arbolada, que lleva desde la plaza del
estadio romano hasta el puente sobre el río Maritsa. Me recuerda al Paseo del
Prado, en La Habana, y a la carretera que cruzaba frente a la casa de mi
infancia, en Aldeanueva del Camino. Huele a tiempo perdido y encontrado, huele a
felicidad.
Miércoles, 23 de mayo
SOY UN HIPÓCRITA
Vuelvo a Oviedo cuando se inicia el congreso sobre Ángel
González, al que no estoy invitado, como enseguida me recuerdan varios
conocidos. Un buen pretexto para no aburrirme escuchando a mis laboriosos colegas
repetir tópicos que me sé de memoria. Pero finjo sentirme muy ofendido, claro
está. ¡Es tan fácil contentar a la buena gente que no me quiere bien!
"abre las veinticuatro horas del día los veinticuatro días de año". Parece haber error por 365, además de la errata ("de" por "del").
ResponderEliminarPuede ser que quiera decir "las 24 horas del día 24 días al año". Ya sé que no pero ese veinticuatro que se repite tiene algo así como un aroma a fantasma, algo inquietante. (Volví a leer, creo que ya no está.)
ResponderEliminarSeñor Castellano, yo lo conozco... He tenido el gusto de hablar con usted en un desaparecido asilo de artistas de nombre LuZernario. Creo que el tema de la conversación que mantuvimos era el tratamiento pictórico de los cereales entre los prerrafaelitas.
ResponderEliminarBlas, me acuerdo de Luzernario, de una exposición de calabazas, de un debate que se publicó en Lunula, de algunos de los artistas que había en torno a ese sitio y poco más. De cereales prerrafaelistas no recuerdo nada. Lo siento.
EliminarAhora que lo pienso mejor, no era con usted con quien yo debatía sobre la curiosa manera de representar las gramíneas los pintores prerrafaelitas... Pudiera haber sido el caso que mi interlocutor fuese otro (Alba, Mieres...). Pero sí que recuerdo una discusión reñida con usted en la que llegué a acalorarme porque sostenía servidor que la segunda cocción de la papa arrugá no precisaba de una dosis adicional de sal gorda, cosa que usted ponía en cuestión por irrelevante en el resultado final. Y ante mi insistencia llegó usted a hacer el gesto del índice sobre una sien, como quien aprieta un tornillo que se mueve holgado dentro de su rosca. No hubo un incidente serio porque medió el (barbudo) anfitrión. Cuando la cosa se calmó, retomamos el asunto y me pasmé cuando le escuché decir que le daba una rara importancia a que el proceso de elaboración de las papas se diera durante los apogeos de la luna: o sea, cuando las lunas se ven más pequeñitas.
EliminarY sí..., lo de las calabazas fue fastuoso.
Si usted lo dice. Se ve que yo era un entendido en papas arrugadas (no arrugá, por favor), pero desconozco eso de la segunda cocción y demás. Menos mal que el barbudo anfitrión evitó una pelea seria, menos mal por mí. Hubiera ganado usted, no me cabe duda. Pero vamos a ver si fue un doble mío y... Un saludo.
Eliminar¿"Arrugadas"? Se ve que usted fue a un colegio de élite, porque el pueblo llano canario dice "arrugás". No me extraña que hayamos estado al borde un serio incidente.
EliminarPS.- El Ateneo Obrero de esta metrópoli va a disponer en breve de un magnífico espacio: el que el municipio brinda a las asociaciones sin tierra o en precario.
Saludos, Jesús.
Usted está equivocado. En cuanto a mis estudios y a lo de arrugadas. Se lo aseguro. Me alegro por la suerte del Ateneo Obrero. Cuando vaya yo a Gijón o usted viaje a Tenerife, si lo desea hablamos de lengua, literatura, historia, y lo que sea menester. Aunque no lo conozco, y no sé si es usted mujer o no, gracias por su interés.
EliminarJejeje...Sí que hablamos, hace entre veinte y veintiún sños. Todo es cierto, menos lo de las jodidas papas arrugás.
EliminarSalud, Jesús.
Veinte años no son nada, amiga mía. Yo ya te dejaba por arrugá y me fui para abajo a ver qué decían, y nada, hablaban de política. Seguro que están viendo el debate.
EliminarEsta semana no quería intervenir demasiado, pero no me puedo reprimir. Esta entrega me hizo recordar el día, más bien la noche, que Víctor Botas presentó en Gijón "Segunda mano". Este libro lo tenía como un tesoro hasta que me lo hurtaron. Recuerdo su versión de un poema de Li Po, que concluía: "hace bien al invitado / saber la hora de marcharse", y algunos más.
ResponderEliminarY la historia de los dos perros me hizo recordar una vez que dos perros de presa, nada amigos, en un descampado corrían hacia mí, a atacarme. Los paré en seco. Los dejé bobos. Me puse a bailar. Se hicieron amigos.
En la guerra no vale todo (salvo para los peores) aunque al final sí ocurra todo (lo peor).
ResponderEliminarEl matiz es el honor, no el extremo en que uno esté.
Mártir puede serlo un miserable, y héroe puede serlo quien pasaba por ahí (y viceversa)
El terrorista es como un violador de callejón, que trata de forzar con violencia sobre una víctima aleatoria lo que su paupérrima capacidad de seducción (política) no alcanza. Ese es el matiz.
Ingenuidad se llama esa figura, Bonifacio. Lo importante es quien manda, como dicen en "Alicia en el país de las maravillas", ese es el que pone el nombre de héroes a unos y de terroristas a otros. Yo soy de los que creen que ser una cosa u otra depende de las acciones, no de que beneficien o no a nuestra causa.
ResponderEliminarMartín, tu entrada dice entre líneas (o si no, corrígeme): “El terrorista es siempre el otro. No existe tal cosa en realidad, salvo como etiqueta subjetiva contra el oponente en un momento histórico concreto”
EliminarSi piensas que sí puede existir per se, perdona, pero deberías haberlo aclarado en el texto.
En todo caso, la dicotomía héroe/terrorista es un error en sí, que idealiza en exceso al primero y justifica sutilmente al segundo, al confrontarlos en resbaladiza hipótesis.
La propaganda de un sátrapa puede llamar “terrorista” a un héroe opositor, cierto (otra cosa es que le crean). Pero un terrorista (y más en democracia) solo puede ser considerado “héroe” por el hijo de puta que justifica su vileza (más que su violencia instrumental, común en gente armada).
No es que un terrorista no sea un héroe como tal. Es que ni siquiera podría serlo nunca, ese es el punto.
Ojalá yo fuese lo bastante “ingenuo” para esperar que captases el matiz…
Sostiene Bonifacio con acierto que se asemeja al violador infame (acechante en siniestros callejones) el terrorista que por fuerza toma lo que por seducción no consiguió.
ResponderEliminarMás tenga usted cuidado, Bonifacio: si aplica su visión a rajatabla, resultará con muy escasas dudas que, en torno suyo y sin andar más lejos, hay bastantes Estados terroristas.
El terrorismo de Estado (que también existe como un hecho, igual que el otro), no convierte por sí mismo en terrorista a un Estado democrático sólido. Por ejemplo al de Israel, al que etiquetan así muchos (cosa errónea pero comprensible, dados sus públicos desmanes).
EliminarMatar un solo perro, no te convierte en mataperros. Matar cien perros, tampoco. Salvo que seas un matarife oficial de la perrera, y entonces sí que basta uno.
Aunque esos tienen nombre propio y no estatal (o más que nombre, tienen “alias”) y están en las cloacas.
Curiosa y descarada manifestación de la ley del embudo. El Estado que mata cien perros no es "mataperros". Pero matar un solo perro te convierte en "mataperros" si eres matarife oficial. ¿Y quién es matarife oficial? Creo que está bastante claro: el designado como tal por el Estado-Mata-Cien-Perros. Y no entro en siglas. Esta es una lógica política (si es aceptable el oximoron) muy frecuente en España. Por eso España está, en el escenario político mundial, justo donde está. Si aún no se entiende bien, por favor vayan al juego malabar de la tercera línea, sobre el Estado de Israel.
EliminarLo entendió al revés.
EliminarSi el matarife es el propio Estado, basta un solo perro muerto para condenarle como tal (en contradicción con la conocida frase hecha), pues el abuso es más grave viniendo de quien sí tiene el poder, y eso es peor aún en una democracia. ¿Se entiende así?
Y sí, el terrorismo de Estado (venga de Israel, EEUU, Rusia, o los GAL en España) no convierte en terrorista a un Estado per se, aunque sí lo debilita y es un peligroso precedente.
Aunque esa etiqueta, que sí es una verdad aunque parcial, le viene muy bien (para debilitar a dicho Estado garantista, aunque imperfecto) a los enemigos que si fomentan (o solapan) sin pudor alguno el terrorismo convencional (sin etiquetas) que conviene a sus siglas o intereses revolucionarios contra el poder establecido.
Mientras se arman ellos (ideológicamente sobre todo, y físicamente como pueden) para arrebatar dicho poder, incluso saltándose las urnas (no ahondaré en ejemplos...)
La lógica frecuente en España es precisamente relativizar (y escuchar) según las siglas que el oponente ostenta o uno cree que ostenta. O peor aún: según las que uno decide atribuirle de manera arbitraria, simplificando la postura ajena para que encaje en sus prejuicios.
Sigo pensando en lo de la ingenuidad, Bonifacio. Matar de una bomba a veinte o treinta asistentes a una boda es un "daño colateral" si ocurre en Siria y la bomba tiene un origen democrático y un terrible acto de terrorismo si ocurre en Europa. Hay muertos de primera y segunda clase. Ser formalmente una democracia no justifica las torturas de la CIA ni ninguna barbaridad de ningún Estado.
ResponderEliminarSi fuesen justificables las barbaridades que dices, no habría terrorismo de Estado, y yo mismo afirmé que sí lo hay. La pregunta no es si una democracia puede actuar con terrorismo puntualmente, que sí puede. La pregunta es si el terrorismo organizado (o lo que por eso entendemos) es justificable dentro de esa misma democracia para lograr un fin político. Incluso hasta el extremo (en mi opinión, inadmisible) de decir o insinuar que ni siquiera existe tal cosa como “terrorismo” en ningún sitio ni época, dado que todas las víctimas son igual de víctimas. Cosa muy cierta esa última, pero es que también lo son en una guerra convencional, y aquí hablamos de otra cosa diferente (no distinguir eso sí es ingenuo... o malicioso, según).
EliminarNo son los muertos, su bando, su número o su época. Insisto (ingenuamente): es la bajeza.
¿La bajeza? Hay quien muere por defender a su gente y a su Dios y quien mata desde su despacho y luego se va a cenar tranquilamente con su familia. No entremos en este delicado debate. Dejémoslo en que que no todos los héroes de nuestro bando son tan héroes como nos cuentan ni todos los terroristas del bando contrario son tan terroristas como nos nos dicen.
EliminarCurioso que ejemplifiques al defensor de su gente como muerto caído por la causa, y como incólume asesino frío al otro, aunque no niegues que ambos pueden ser cualquiera de ambas cosas.
EliminarLos del despacho también tienen “su gente”. Y quienes les matan con una bomba lapa por ejemplo (y eso aboca a su burguesa familia a una nada cristiana “última cena”) también se pueden ir después como si nada, a jugar con sus propios hijos pequeños. E incluso pueden disfrazarse de clown para el cumpleaños de los críos, citando un caso real bastante “terrorífico” propio de Stephen King (con payaso y todo).
Aunque sí que es un delicado debate, no lo niego, y en el fondo estoy contigo.
Mi matiz es que no hay tal dicotomía héroe/terrorista, sino más bien violento/hijo de puta.
Porque efectivamente, los sin duda cínicos “daños colaterales” de un misil imperialista, se pueden evitar perfectamente con un certero disparo en la nuca. El daño colateral en ese caso es la propia democracia (y desde dentro, que es peor).
Tienes una cierta confusión mental, amigo Bonifacio. Que un país se califique de "democrático" (o le califiquen) no hace que los actos criminales que comete sean menos criminales y el que un país sea (o digan que es) una dictadura no hace menos criminales los actos que se cometen contra sus habitantes.
ResponderEliminarTermino: lo que yo quiero subrayar es que hay que andarse con cuidado a la hora de utilizar ciertos adjetivos. Ya se sabe que terrorismo es utilizar la violencia para conseguir objetivos que no compartimos; si los compartimos (llevar la democracia a Siria, por ejemplo), entonces siempre encontramos otra palabra para calificar esos actos criminales (en mi opinión, lo son siempre).
Me aclaras mi “confusión mental” puntualizando algo que yo no solo no había negado, sino que lo subrayé incluso, es curioso. Y hasta fui más lejos, afirmando que los crímenes que practica una democracia son peores, de hecho. Quizá eres tú el que no me leyó bien, pero no importa.
EliminarYo creo que lo que no hay que hacer con ciertas palabras graves (violación, terrorismo) es relativizarlas. Porque se acaban por rebajar interesadamente a simple “abuso”, como lo de la manada, y la que siempre paga el pato es la víctima, al final.
Terrorismo es forzar los mejores objetivos con los peores medios. Y efectivamente, la democracia no puede forzarse. Ni en Siria ni en ninguna parte. Y menos desde dentro, sin que sufran gravemente el sistema político (democrático o no) y las víctimas (colaterales o directas).
En todo caso, no me quita el sueño no tener las ideas claras del todo, Martín. Me preocupan los que sí las tienen demasiado claras, esos sí dan miedo. Menos mal que (tras haberse reciclado) ya no son tan peligrosos en España. Ahora hacen teatro.
Vale, Bonifacio, dejémoslo aquí.
EliminarAbrió su corazón don Bonifacio, expuso sus políticos conceptos, desplegó toda su filosofía y alivió sus íntimas zozobras. Y vive Dios que me dejó perplejo y que tanto mejor hubiera sido mantener un silencio mesurado.
ResponderEliminarPorque en razones turbias y confusas, en cháchara enredada y nebulosa, dejó entrever que justifica el uso de la violencia desde las cloacas de los llamados abusivamente democracias y Estados de Derecho. La gran aportación de Bonifacio, la dádiva de su simpar ingenio, radica en el concepto de "hijoputa", de cuya sutileza caben dudas, por no hablar de su fuerza explicativa.
Y pensar que lo tomé por ilustrado! Usted disculpe error tan desmedido, émulo de Stuart Mill, don Bonifacio.
¡Vivan los endecasílabos!
EliminarPara Andrea.
ResponderEliminarSi de veras abriese aquí mi oscuro y turbio corazón (humano, al fin) sería como volcar un gran tintero, pero en vano. La ilustración está menospreciada. Y sobrevalorada, al mismo tiempo. Lo mismo que la sensibilidad, también.
Para deshacer la paradoja, se debería primar la comprensión lectora.
Por última vez.
El terrorismo de Estado es incluso peor que el otro, no solo no lo justifico sino que me repugna doblemente.
¿Ya? ¿O necesita dibujitos?
Si sus ideas le hacen preferir a alguien callado, Andrea, quizá son sus ideas las que fallan, piense eso. Las mías (erróneas o no), ni las ha entendido.
Como ya dije (y confirma usted) los que lo tienen todo “claro” resultan inquietantes. Empiezo a comprender a los anónimos, dar la cara en una realidad polarizada se está volviendo inseguro. Pero ya no contestaré más a los ad hominem, porque eso sí es perder el tiempo.
P.D.
El “hijos de puta” es un conocido grito de impotencia y desgarro entre ruinas humeantes y cuerpos despiezados. Ojalá hubiese salido de mi mente, y no de la más triste hemeroteca. Qué pronto se olvida lo que no debería olvidarse, sea quien sea el verdugo.
Nemo enim patriam quia magna est amat, sed quia sua.
“Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya”. Y si no es tan grande (o está enferma) nadie la debería dejar de amar tampoco.
No, por favor, no trace dibujitos, don Bonifacio del Oscuro Verbo, se arriesga a que le salgan tan confusos como la propia prosa fracasada. Lo que se necesita es más sencillo: escribir lo que piensa, y no su opuesto. No poner Diego allá donde hubo un "digo". No arrepentirse cuando se relea. Y aceptar con humilde acatamiento que si no hay dios que entienda lo que escribe tal vez se deba a que no se explica.
ResponderEliminarY disculpe si soy algo pesado , pero aquello del término "hijoputa" desentona en cualquier filosofía. Háblelo por ahí con sus amigos.
Al camarada Rivera:¿empezará en España a amanecer?
ResponderEliminarAl camarada de los Mil Nombres: dado que "el camarada Rivera" y su partido no han apoyado el cambio de presidente, supongo que la respuesta es que, para ellos al menos, ningún "amanecer" traerá la novedad. ¿No le parece?
EliminarNo creo, nos espera una larga temporada de tinieblas perpetuas y arenas movedizas. De Guatemala a Guatepeor como regeneración ética y profundización de la democracia. Pero el guerracivilismo está impreso en la conciencia de los españole
EliminarEn la conciencia de algunos españoles, me temo, lo que parece estar impreso es la negativa a ver la realidad, si ella tiene el increíble atrevimiento de no ajustarse a sus prejuicios.
EliminarUn ejemplo: la falta de independencia de la Justicia española (baste recordar el "oxímoron" que no hace mucho proponía aquí mismo JLGM).
Una decisión judicial acaba de ser la clave para la caída del gobierno del que supuestamente depende esa oximorónica Justicia, y una severa condena del partido que la "manipulaba a su antojo". Pero nada, oiga, de independencia de la Justicia nada, eso sólo son apariencias que nada más pueden engañar a los ingenuos como yo.
Que lo que acaba de pasar es sólo un hecho, y los hechos, ya se sabe, ninguna importancia tienen frente a lo que "todos sabemos". Y los que no lo "sabemos", tontos perdidos, diga usted que sí.
Si la realidad es sencillísima: basta adoptar nuestros prejuicios para que todo esté (pase lo que pase) meridianamente claro. Tan claro, que de hecho lo tendremos así de claro ya antes de que ocurra cualquier hecho, que sólo podrá o confirmar lo que ya sabíamos, o tener una apariencia de desmentirlos que a nosotros, fortalecidos con ese conocimiento anterior a toda prueba, no nos engañará un solo instante.
Qué envidia les tengo, qué invulnerablemente fáciles se les presentan las cosas. Qué lujo.
Vaya manera de razonar, Jose. Que el gobierno del PP intentara manipular todo lo que pudo la justicia española no quiere decir que todos los jueces se dejaran manipular. ¡Pobres de nosotros entonces! Esa sentencia que costó Dios y ayuda que se produjera (recuerda que un juez fue inhabilitado, que el PP tuvo que ser expulsado como parte del proceso, recuerda las artimañas de Trillo) es la excepción, no la regla.
EliminarLo que dices de los demás, en este punto concreto, te viene como anillo al dedo, estimado amigo.
Pues yo creo que Jose lo ha dicho muy bien. Tú mismo Martín dijiste (con respecto a Cataluña) que las “grandes cosas “ (echar a un gobierno atrincherado, en este caso) no son fáciles y llevan tiempo. Si la justicia es clave en el derribo de un gobierno en grave entredicho (que obviamente, usará todo su poder para defenderse panza arriba), entonces la justicia andará coja (más que ciega) y requerirá grandes mejoras. Pero sí funciona y “existe” a la hora de la verdad (o sea, no es un “oxímoron” del todo).
EliminarCon un juez justo (que en realidad son más) es suficiente. Como bien dijo Einstein cuando se sumaron cien firmas de colegas en su contra, “para que la razón se imponga basta uno”.
Claro que es mejor con más. Pero la utopía no es obligatoria (ni es posible). Simplemente, hay que trabajarla, como todo.
La derecha es rancia y se atrinchera, cierto. Pero la izquierda es puritana (por el camino inverso, como un culto laico) y tiende a quererlo todo fácil, rápido y perfecto. Y la paciencia es esencial para el poder (por eso Pedro Sánchez lo hizo bien: el fénix paciente acabó venciendo al Tancredo resultadista).
Bueno, ya veo que JLGM es capaz de sacar agua de la piedra más pétrea del desierto más seco.
EliminarDecía él hace poco tiempo, si no recuerdo mal, que la expresión "Justicia española" era un oxímoron; vale decir, o es justicia o es española, pero ambas cosas juntas no: algo así como un círculo cuadrado. Él me explica, le cito, "recuerda que un juez fue inhabilitado, que el PP tuvo que ser expulsado como parte del proceso, recuerda las artimañas de Trillo", lo que en su opinión demuestra que la Justicia española sigue siendo un círculo cuadradísimo, aunque por alguna esquina pueda presentar alguna redondez (?).
Que todos sus ejemplos lo sean de intentos de manipulación por parte del gobierno acusado (y condenado ahora) no le sugiere ni por un momento que eso acusa al dicho gobierno, no a la justicia, que no por nada de eso deja de poder ser perfectamente tanto justicia como española.
Lo que él dice es exactamente que, puesto que los poderosos tienen poder (cosa algo pleonástica), y están dispuestos a ejercerlo para evitar que se descubran o castiguen sus abusos, eso descalifica no (o no sólo) a los poderosos abusones, sino a la Justicia misma que los persigue.
O, para decirlo con otro ejemplo, que si el juez Falcone (y otros como él) se enfrentó a la Mafia que ha corrompido en Italia a parte de la judicatura, la regla sigue siendo que en Italia no hay justicia, y que pretender otra cosa es dejarse arrastrar por los propios prejuicios.
Pues vaya.
Pues no sé si empezará a amanecer, Rojo Alegre, pero fue disertar el guaperas y se extendió una peste a naftalina por el hemiciclo que llegaba por los televisores hasta las viviendas más preparadas de ambientador. Todos los españoles tan amigos y de la mano, ricos y pobres, rentistas y currantes, hombres y mujeres, presos y carceleros, catalanes y madriles, policías y descalabrados...
ResponderEliminar¿Y por qué ese universal amor? Porque los une, por encima de todo ser ESPAÑOLES. Y por ende (esto no lo dijo) comparten un destino bajo las estrellas. Realmente parece primo del otro Rivera, el del 36.
En mi círculo de amigos es Alberto Nieto de Rivera
EliminarPara Andrea (y ya es la última).
ResponderEliminarNi me releí, ni me arrepentí (¿de qué?) ni cambié nada. Ni tengo que “acatar” (sic) lo que usted dice, ni humillarme ante usted como me pide con descaro. Su descarnada soberbia de perdonavidas es delirante.
Resulta muy irónico que me acuse usted de (supuestamente) haberle quitado yo dolosamente el hierro a algo (el terrorismo) que precisamente usted mismo (y no yo) opina que es resbaladizo condenar éticamente “a rajatabla” (sic).
Pues, como la naturaleza del terrorismo en sí es dual, piensa usted que eso relativiza su sustancialidad más grave, en el fondo (salvo para señalarme a mí, es curioso).
Vileza macroscópica tangible (la supuesta mía), con relación a una violencia relativa y subterránea inaprensible, según su extraña tesis. O según su inclinación política, más bien (no voy a ahondar).
Enhorabuena: ha inventado usted el terrorismo cuántico (y cínico).
Ya no diré más, ni tampoco voy a hacerle caso, no se esfuerce. Don't feed the troll, esa sí es una filosofía razonable.
P.D. Mi padre siempre me decía “Hijo, trabaja duro. No sea que tu prosa fracase y pases hambre”.
Ay, José... Amanecía hoy encapotado en este septentrión meridional, pero la de los rosados dedos filtró unos dardos -que quise sentir premonitorios- por entre los cárdenos nubarrones, y este rojo amaneció alegre como hacía tiempo no lo hacía. Aún en su pupila de arriscada ave de presa la espiga cereal de don Pedro impreveído, con esa media sonrisa de quien pide perdón por ser tan alto. En la otra página del díptico de la memoria, el sarmiento procaz -de torva mirada intermitente- del portavoz avieso de una bancada que aplaude al líder puesta en pie y mirando al susodicho con ese mirar servil de los que saben que comen de su mano. Y fue un esclarecerse el pensamiento, un disiparse la duda lacerante, un embridarse el albedrío antes disperso, un aceptar por claro el gris marengo.
ResponderEliminarViendo cómo se comportaba ayer la partida de quien, huyendo de la espiga cereal de Lavapiés, se sumergía en destilados de las maltas de la hirsuta Caledonia, uno no puedo por menos que haberse levantado hoy y exclamar: Amanece, que no es poco.
Pues me alegro sinceramente de sus alegrías, tanto más de celebrar cuanto que su opinión repetidamente manifestada aquí del nuevo presidente del gobierno como del partido al que pertenece no es precisamente muy favorable.
EliminarPersonalmente, y aunque la situación está (para mí) lejos de ser satisfactoria, creo que lo que ha pasado es lo mejor que en estas circunstancias podía pasar; y estoy de acuerdo en que no es poco.