domingo, 11 de diciembre de 2016

Sin trampa ni cartón: Refugio y despedida


Viernes, 2 de diciembre
YO NO DIGO MI PESAR

“Yo no digo mi cantar, / sino a quien conmigo va”, decía el marinero de la mágica galera del romance. Yo no digo mi pesar ni a quien conmigo va: lo encierro tras un alto muro, dejo que se pudra dentro.
            Hay cosas de las que nunca hablo con nadie, incluso procuro evitar hacerlo conmigo mismo. No menciono en la tertulia el ha hachazo de esta mañana y por unas horas, mientras charlamos de esto y de aquello, mientras discuto con unos y con otros, mi deporte favorito, es como si no existiera.

Sábado, 3 de diciembre
CÁLLATE, CORAZÓN

A decir adiós nunca se aprende. Siempre es como la primera vez. Paseo solo, en la espléndida mañana de otoño, alrededor de Los Arenales. Aprovecho la soledad para dejar que las lágrimas broten libremente. Nunca me ha sido fácil mostrar mis sentimientos. Prefiero ocultarlos tras una máscara de indiferencia. Nunca he sido capaz de llorar sobre un hombro amigo, siempre lo he hecho a solas como una debilidad de la que debiera avergonzarme.
            Pero me cuesta no hacerlo cuando me encuentro con Javier y con Julio, el hijo y el marido de Oliva. Durante casi treinta años se ocupó de mí, como si yo fuera otro más de la familia.
            Decir adiós, qué difícil. Javier y Julio, que la vieron deteriorarse en los últimos meses, sufrir por dar tanto trabajo a otros, ella que siempre vivió para los demás, están más serenos que yo. Es la anestesia del impacto, del golpe siempre sin sentido. Sé de sobra lo que viene después. El dolor de ahora se acrecienta con el dolor de entonces.
            Regreso a pie hasta Oviedo, cumplido el rito social, que esta vez no es un rito. Pero poco a poco me voy tranquilizando. Recuerdo, como siempre en estos casos, el soneto de Unamuno: “Cállate, corazón, son tus pesares / de los que no deben decirse… De un dolor de ti solo no acibares / de dolor los humanos corazones”.



Domingo, 4 de diciembre
ANIMALES NOCTURNOS

Qué mal sabor de boca me deja Animales nocturnos, la película de Tom Ford, a pesar de su brillante envoltorio, o quizá por eso mismo.
            Podrán perdonarme el daño que hice: no podré perdonármelo.
            ¿Todo superviviente es un canalla? ¿No es posible ser feliz sin una inmensa capacidad de autoindulgencia y olvido?



Lunes, 5 de diciembre
JUAN MARCH SIGUE HACIENDO DE LAS SUYAS

Al principio me parecía una broma, pero ahora estoy empezando a tomármelo en serio. “Desengáñate, Martín, ese libro no va a aparecer nunca. El patriarca le tenía especial inquina y el odio se ha transmitido a sus herederos”.
            Ese libro es El último pirata del Mediterráneo, la biografía novelada, el contundente panfleto contra Juan March, que Manuel D. Benavides publicó en 1934. Abelardo Linares me encargó hace tiempo que preparara una reedición. Encontré una edición desconocida, de 1937, en la que se añadía texto y aparecían los nombres verdaderos de los personajes. Añadí unas desconocidas notas autobiográficas que Benavides escribió para la traducción rusa. Corregí pruebas y esperé que el libro apareciera, dado el interés y la impaciencia del editor.
            Y sigo esperando. Primero el pretexto fue que faltaba la cubierta, luego que las fechas no eran buenas, después… Ahora me dicen que quizá esté para febrero o marzo o quizá junio. Y lo curioso es que se trata de un editor que publica una docena, como poco, de nuevos títulos al mes.
            “Desengáñate, Martín, ese libro no va a aparecer nunca… En 1934, March compró y destruyó ediciones íntegras. Ten en cuenta que el libro ofrece  incluso pruebas de que participó en un asesinato”.
            Le cuento a Isabel, la encargada de la editorial Renacimiento, la teoría de mi amigo. Ella se ríe. “¡Ya podría ser cierta! Una buena oferta, medio millón de euros por ejemplo, y de verdad que no lo publicamos. Vamos a esperar un poco más a ver si se animan”.
            Bromea, pero yo no estoy tan seguro de que hable del todo en broma.

Martes, 6 de diciembre
LO QUE HAY QUE SABER

Subrayo, en el diario de los Goncourt, una frase a propósito de no sé qué personaje: “Tiene talento, pero no sabe hacérselo perdonar”.



Miércoles, 7 de diciembre
UN REFUGIO EN ISCHIA

Soy buen corredor de fondo, día tras día hago mi trabajo --tampoco es que resulte excesivo-- sin aparente fatiga y dejando siempre algún rato para no hacer nada después de haberlo hecho todo (todo lo que me había propuesto y dependía solo de mí).
            Para escapar de la angustia, del sinsentido de vivir, pedaleo más deprisa, más deprisa, y aunque no puedo decir que nunca haya tropezado y rodado por tierra, siempre ha sido sin consecuencias: no tardo en ponerme en pie, sacudirme el polvo, volver a subir a la bicicleta y seguir mi carrera hacia ninguna parte.
            Sé que no siempre será así, pero de momento tengo fuerzas para apartar de un manotazo los nubarrones negros y refugiarme en alguna isla feliz de la memoria.          
Aquellos días de Ischia, por ejemplo. Un amigo al que no conocía personalmente, un amigo de Facebook, se enteró de que iba a pasar unos días en Nápoles y me ofreció su casa en una de las islas cercanas. "¿Conoces Ischia? No es Capri, pero no le tiene nada que envidiar". Claro que conocía Ischia, había quedado seducido por los jardines secretos del Castello Aragonese, y no fui capaz de resistir la tentación. A saber con quién iba a encontrarme, aunque por su perfil parecía una persona muy sensata y yo había leído algunos eruditos trabajos suyos sobre poesía barroca y especialmente sobre las relaciones entre Góngora y Marini.
            Ya en el aeropuerto, poco antes de desconectar el móvil, recibí un correo d emi amigo. Le había surgido un viaje imprevisto y no estaría para recibirme. Pero no importaba. Dejaba las llaves en casa de un vecino y volvería antes de mi regreso.
            Vi algo raro en aquella ausencia y decidí cambiar de planes y alojarme en mi hotel habitual de Nápoles, frente al Castell del'Ovo. Aunque no hubiera hecho la reserva, no creía que hubiera problema, dado que no era temporada alta.
            Pero en el último momento, al subir al taxi, le di la dirección del puerto en lugar de la del hotel. Me encogí de hombros. Si la cosa no salía bien, también había hoteles en Ischia, y seguro que más baratos.
            Aunque mi amigo me había dado instrucciones muy precisas, di varias vueltas antes de encontrar su casa. Me perdí varias veces por sendas y callejuelas tras el puerto entre huertas y muros de secretos jardines. Me ladró más de un perro y algún vecino me miró con extrañeza, aquel parecía un lugar, al contrario que otras partes de la isla, no frecuentado por nadie que no fuera del lugar.
            Por fin di con la casa y con el vecino que guardaba las llaves. Tenía más de ochenta años, estaba algo sordo y no parecía entender mi no muy fluido italiano. Cuando ya iba a desistir, exasperado, refunfuñó algo, desapareció en el interior dejándome ante la puerta y volvió bastante rato después con las llaves. Me las entregó sin decir nada y cerró de golpe.
            La casa de mi amigo parecía abandonada. Dos plantas y buhardilla, rodeada de un descuidado jardín o más bien huerto. Tenía algo de irreal, y más en la oscuridad de aquel nublado atardecer, era como la ilustración de un relato de misterio.
            Continuaron los problemas, la cerradura se resistía, a punto estuve de desistir. Pero abrí finalmente, encontré de inmediato el interruptor de la luz y dentro todo estaba limpio y orden, como a mi espera. En el piso superior, bajo el techo abuhardillado, una gran  biblioteca, con muchos libros en español, incluso alguna primera edición de poetas del siglo de oro. Tuve en mis manos, con asombro, el volumen de 1631 en que Quevedo editó los poemas de Fray Luis de León.
            Desde las ventanas, sobre los tejados y las copas de los árboles, asomaba la nariz el mar, ya muy oscuro a aquella hora. La nevera estaba llena, como a mi espera. Dejé la maleta, comí algo y salí a dar una vuelta, sin acabar de creerme tanta fortuna.
            A la mañana siguiente, cuando estaba en la ducha, llamaron a la puerta. Como volvieron a llamar, cerré el grifo, me envolví precariamente en una toalla y bajé a ver quién era. En ese momento, se abrió la puerta y apareció una mujer muy joven y sonriente: “Disculpe que le moleste, vengo a limpiar”.
            Apareció todos los días que estuve allí a la misma hora. Quien no apareció fue mi amigo, que ni siquiera volvió a contestar a los correos que yo le enviaba. No me había dado su teléfono, aunque él sí tenía el mío.
            Su siguiente correo me llegó cuando yo ya estaba en España: “Espero que lo hayas pasado bien”. Al principio me costaba dormir en aquella casa sola, a cada momento creía oír ruidos raros, alguien abría sigilosamente la puerta, a pesar de que yo dejaba la llave en la cerradura para que nadie pudiera entrar mientras dormía.
            Pero pronto me dejé seducir por la calma de la isla y aquellos transparentes días de otoño que parecían de otro mundo. Y dejaron de preocuparme las nocturnas visitas.
            No lo pasé bien los primeros temerosos días, pero sí después (y ahora) aquel escenario que parecía dispuesto para toda clase de aventuras. Me quedé con la llave para poder volver en los momentos de desánimo.


Jueves, 8 de diciembre
ME GUSTARÍA

––¿Cómo puedes vivir tan solo?  ¿No te sientes fracasado?
            ––La vida, que se pasa la vida haciendo putadas, a mí por ahora me trata bien.
            ––¿No echas en falta nada? ¿Una pareja estable? ¿Mayor éxito literario? ¿Algún premio de relumbrón?
            ––Echo en falta muchas cosas. Pero no esas. Amor tengo todo el que merezco y éxito todo el que necesito. Me gustaría que la vida fuera tan benévola con los que me rodean (y ya puestos, con el resto del universo) como lo es conmigo.





13 comentarios:

  1. Piénsalo mejor así: "Tiene talento, pero no quiere hacernos la pelota".

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  2. Muy bonita historia la del refugio. Eso es la paz: la llave de un lugar acogedor, aunque éste sea ajeno y las cerradura chirríe un poco. Y lo mismo vale para un cuerpo, aunque en ese caso es mejor que no chirríe (a eso lo llaman matrimonio).

    Bromas aparte, mis condolencias por lo otro.

    Lo canallesco no es sobrevivir a los demás. Más bien lo es no saber agradecerlo (en silencio también, como el dolor)

    Un abrazo.

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  3. En las grandes pérdidas mueren también fragmentos de uno mismo. Las palabras que hubo entre ambos, lo que el Desaparecido sabe de uno y que uno ignora, o ha olvidado ya. Las palabras que nunca debieron decirse, o las que uno dejó para otro momento, por desidia o apuro. Tantas referencias compartidas. Se lloran ambas muertes, la del Desaparecido y la propia.

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  4. Tan solo 4 comentarios parece obligar a pensar que la entrada de JLGM ha carecido de interés. Pero nada más lejos de la realidad, su calidad literaria es la acostumbrada. Lo que pasa es que los tertulianos parecen tener avidez exclusivamente de asuntos políticos y otras pequeñeces de peluquería. Lo pienso y lo repito completamente en serio. Si hablara de una amante lesbiana de Rajoy o de la tendencia ludópata de Sollalla o Errejón, las respuestas pasarían de cincuenta. Reflexión, señores, que el tiempo de adviento es muy propicio para ella.

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    1. Yo había entendido la escasez de comentarios en clave de silencio respetuoso ante un estado de tristeza e incluso consternación, pero vaya usted a saber. En todo caso, comparto la valoración estética de Anónimo: la historia de Ischia, por ejemplo, es cautivadora y redonda en su brevedad.

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  5. ¿El amigo Anónimus nos está llamando cotillas de peluquería?
    Le mando mis padrinos ipsoflauto. Diga...

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  6. Afortunadamente, mi tocayo no es de los que sienten "avidez exclusivamente de asuntos políticos y otras pequeñeces de peluquería", sino también de dar lecciones y colgarse medallas a costa de la (presunta) insuficiencia espiritual de los demás. No todo está perdido, pues. Enhorabuena.

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  7. Lo único que he pretendido comentar es que la escasez de comentarios no ha sido directamente proporcional al interés de la entrada, que, en cambio, suscitaría gran interés de haberse
    dedicado a confrontación política.
    Y tengo razón

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  8. Yo, en cambio, he pretendido comentar que los que usan la descalificación en grupo y sin matices de los demás como pedestal propio me parecen un tantico patéticos, los pobres. Y también tengo razón, qué le vamos a hacer.

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    1. Y sigue usted crispado como si le hubiera insultado. Qué cosas pasan en los blogs, parece que si no hay combate UFC la gente se aburre.

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    2. Quien lleva, un poner, gafas de color azul y no lo sabe, verá azuladas las cosas y creerá que es en ellas, no en su propia vista, donde está la causa. Lo digo por la "crispación", que no creo que nadie más que usted pueda ver en mis notas, porque no es en ellas, sino en sus ojos de usted, donde convendrá buscarla.

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  9. El mago de OZ repartía gafas esmeralda en la entrada del reino. Yo repartiría pseudónimos, para que los anónimos puedan distinguirse, por lo menos...

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