Viernes, 11 de noviembre
UNA CABAÑA EN SOMIEDO
A veces me da por pasar un fin de
semana solo, en una cabaña que tengo en el más remoto rincón de Somiedo. Por
allí cuidaba el ganado cuando era niño y muchas veces me juré a mí mismo no
volver a pisar aquel lugar en cuanto lograra escaparme de él. Y ahora vuelvo
con frecuencia, sin que nadie me obligue, no sé bien por qué razón.
Dejo
el coche en unos alojamientos rurales, que son de unos parientes míos, y subo a
pie. A buen paso, según mi costumbre, son cinco o seis horas. Suelo llevar un
libro en la mochila, solo uno, con frecuencia los fragmentos de los
presocráticos, que compré en una librería cerca de la Sorbona hace muchos años;
o una edición, también francesa del Libro
de los muertos tibetano; o cualquier obra de Nietzsche. Los abro al azar y
ya tengo materia para elucubrar durante horas y horas.
Pero
lo que más me gusta es abrir la ventana y quedarme mirando las estrellas.
Conozco a muchas y las voy buscando y saludando una a una. Me parece que me
hacen un guiño de reconocimiento cuando digo su nombre.
Lo
que voy a contar ocurrió una vez en que cayó una nevada tremenda. La cabaña
quedó sepultada y yo tuve que abrir un boquete en el techo para poder asomarme
fuera. Tenía comida y agua para tres días. No me quedaba otro remedio que
aguantar a la espera de que mejorara el tiempo.
Al
segundo día, cuando puse de nuevo la escalera de mano y me asomé al tejado, vi
a lo lejos, entre la nieve fina que seguía cayendo, una manchita oscura que me
pareció de una figura humana. Cuando la tuve más cerca, vi que era una mujer.
Una mujer joven, como de unos treinta años, el largo pelo rubio cayéndole sobre
los hombros, y vestida como quien va a una fiesta, no como quien anda perdido
por aquellas montañas.
Me
froté los ojos. Supuse que el mal comer y la larga abstinencia me jugaban una
mala pasada y que se trataba de una fantasía erótica. Una fantasía, sin duda,
porque cuando me quise dar cuenta la mujer estaba dentro de la cabaña, sentada
junto al fuego, en el que, agotada la leña, ya había empezado a quemar algunos
viejos muebles.
“¿Por
dónde ha entrado? –fue lo primero que se me ocurrió decir.– Mientras no baje la
nieve, solo se pueden entrar y salir por el tejado”.
Ella
me miró sonriente (y tenía los ojos verdes más hermosos que yo haya visto
nunca), cogió el libro que yo había dejado sobre la mesa y me leyó, en griego,
el más famoso fragmento de Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no
entramos, pues somos y no somos los mismos”.
Luego
se quitó la túnica y se quedó completamente desnuda. Tenía un cuerpo peludo,
que no era de mujer, pero tampoco de hombre, no parecía un ser humano. Se lanzó
sobre mí, pero yo, no sé cómo, di un salto hacia atrás y logre esquivar la
acometida.
Era
un lobo, un lobo famélico, lo que se me había colado en casa. Subí rápidamente
la escalera de mano que me llevaba al tejado y luego la retiré para que no
pudiera seguirme. Prefería morir de frío allá fuera cuando llegara la noche, a
ser devorado por aquel animal, que ya una vez, cuando era niño, había seguido
mi rebaño y había estado a punto de alcanzarme. Sus ojos, desde entonces,
brillan siempre en mis peores pesadillas, esas que le hacen a uno despertarse con
un sudor frío.
Yo
estaba sobre el tejado, pero la cabaña ya no estaba sepultada por la nieve, que
había comenzado a derretirse con una rapidez inusual. Bajé, miré por la
ventana. En la cabaña no había nadie. Ni mujer ni lobo, pero la túnica que
llevaba seguía en el suelo y el libro de los presocráticos que yo compré en
París abierto por la página con los fragmentos de Heráclito el oscuro. “Ni aún
recorriendo todos los caminos, llegarás a encontrar los limites del alma”, leí.
Dos
días después regresé a la Pola, me reincorporé a mi despacho en el
Ayuntamiento, y nada le dije a nadie de lo que había pasado. Nunca se lo conté
a nadie, hasta ahora, en que ha pasado tanto tiempo que puede pasar por un
cuento.
(Por
un cuento lo tomamos todos en la tertulia, pero yo, que conozco al narrador
desde hace años, me inclino a pensar que él lo vivió como verdad, y que quizá
lo fuera.)
Sábado, 12 de noviembre
LA ACTUAL POESÍA ESPAÑOLA
Me piden un artículo sobre la
actual poesía española para una nueva revista digital y yo me quito el
compromiso de encima citando unas viejas palabras de Rubén Darío: “No hay una
poesía actual española, sino muchos poetas españoles. Pocos excelentes, algunos
buenos y los demás…”
Domingo, 13 de noviembre
VENTAJAS DE LA VANIDAD
La vieja imagen de Dios que lo ve
todo ha sido sustituida en mi por la del Ian Gibson del futuro, por la del
minucioso biógrafo que no va a dejar secreto de mi vida, por inconfesable que
sea, sin descubrir. Y yo me esfuerzo porque no haya nada de lo que yo, si
pudiera leer esa biografía de dentro de cien años, tuviera que avergonzarme.
Lunes, 14 de noviembre
SIN DESDEÑAR A NADIE
“Para qué tantos libros, tantos
papeles, tantas pamplinas” se pregunta en un poema Blas de Otero. Y continúa:
“Cuanto mejor callejear a la deriva, / esto sí que es un libro, / lo que se
dice un libro de tamaño natural, / lleno de gente, tiendas, puestos de
periódicos, casas en construcción y otros versos”.
Sin
desdeñar a nadie, y menos que nadie a Antonio Machado o a Miguel de Cervantes,
va siendo también cada día más el libro que yo prefiero.
Martes, 15 de noviembre
LA GRAN LUNA
Sí, yo también contemplé ayer,
como todo el mundo, la gran luna sobre la ciudad. Nunca ninguna estrella
despertó tanta expectación. En todas las esquinas, se arracimaba la gente para
saludarla y fotografiarla. Pensé que sería bueno que, en noches como esta, se
apagara el alumbrado callejero durante un tiempo para que pudiéramos
contemplarla en todo su esplendor. No sé cómo a ninguno de los nuevos
ayuntamientos, tan ecológicos ellos, se les ha ocurrido aún la idea.
Pero
la luna que yo vi ayer no tiene nada que ver con la que hoy aparece en la
primera página de todos los periódicos. La que yo vi era tan hermosa como de
costumbre, pero solo mínimamente mayor que la luna llena de todos los meses. La
de los periódicos parece sacada de una película de Georges Méliès: dorada,
inmensa, con la silueta de los que la observan recortada sobre ella, parece
casi a punto de entrar en contacto con la Tierra.
A
quien debo creer, ¿a mis ojos o a las cámaras fotográficas, a la realidad o a
los periódicos? Dicen que hay que esperar no sé cuántos años para volver a
verla con el mismo esplendor, que allá por el 6 de diciembre de 2052 (yo ya
habré cumplido los 102 años) estará más cerca de la Tierra que nunca, a solo
trecientos cincuenta y seis mil cuatrocientos veintinueve kilómetros, pero yo
me conformaría con que el próximo mes se apagaran durante un tiempo los focos que
iluminan la torre de la catedral y las dejaran a las dos dialogar a solas, como
en tiempos de Clarín.
Miércoles, 16 de noviembre
ESOS POETAS
Me fastidian esos poetas que se
dedican solo a promocionarse a sí mismos en lugar de a algo más importante, como
por ejemplo promocionarme a mí mismo.
Jueves, 17 de noviembre
AUTOBIOGRAFÍA Y FICCIÓN
¿La vida es una ficción basada en hechos reales? Pienso en Los Golberg, esa serie autobiográfica en
la que Adam F. Golberg cuenta su infancia allá por los años ochenta. Se trata
de una algo tópica y divertidamente disparatada caricatura de una familia
judía, con la madre sobreprotectora y manipuladora y el padre bonachón y
calzonazos, pero de pronto nos incluye fragmentos de los vídeos que el niño
Adam grababa entonces sobre su familia y esas imágenes borrosas dotan a la
ficción de una sensación de verdad superior a la que ellas solas tienen.
Lo
mismo pasa con el final de Sully, la
película de Clint Eastwood que cuenta el amerizaje de un avión sobre el Hudson en
enero de 2009. Tras los títulos de crédito, cuando ya los más impacientes han
salido del cine, las fotos del suceso y el piloto –Chesley Sullenberger, no Tom Hanks– hablando a los verdaderos pasajeros añaden verdad a lo que hemos visto,
no se la quitan.
La
vida tiene muchas cosas que contar, pero no sabe hacerlo. Para eso está la
ficción. Y la vida contada, la vida imaginativamente recreada, acaba siendo la
verdadera vida, no la que se difumina en la memoria.
Viernes, 18 de noviembre
ACERCA DE LA POSTERIDAD
¡Uf! Qué pesadilla. Soñé que, como
en el cuento de Max Beerbohm que reproduce Borges en su Antología de la literatura fantástica, se me aparecía el diablo y
me ofrecía trasladarme en el tiempo para que pudiera echar una ojeada a las
historias de la literatura de dentro de cien años, esas que, según mi secreta
esperanza, me van a colocar definitivamente en mi lugar.
Busqué,
en la más voluminosa, el capítulo titulado “La poesía entre dos siglos: finales
del siglo XX y principios del siglo XXI”. Se mencionaban nombres y más nombres,
casi todos leídos y reseñados por mí, pero el mío no aparecía por ninguna
parte.
¡No
puede ser!, grité. Y el mismo grito me hizo despertar. Faltaba mi nombre, pero
no –lo recuerdo bien– ni el de Karmelo C. Iribarren ni el de Vicente Luis Mora
(este último, aparte de poeta, era el crítico más citado).
¿"Hojeada"?
ResponderEliminar"Echar una hojeada" es expresión extraña; lo habitual es "echar una ojeada", sin hache. Por otra parte, Karmelo C. Iribarren escribe su nombre así, con K. Y por otra aún, en esa misma frase final, lo usual no es escribir "pero no...ni el de... ni el de...", sino "pero no... el de... ni el de", sin el primer "ni". Minucias. La entrada está muy bien (por no perder la costumbre). Gracias.
ResponderEliminarDon Martín: Soy bibliotecaria de un instituto de secundaria en el Bierzo. Por el invierno de hace tres años pasé unos días en Pola de Somiedo, en casa de la familia de mi exmarido. Como me gusta pasear por el monte, así lo hice una tarde de aquellas que aparentaba bonanza y termino en nevada y... Pero quiero antes de nada ponerle en antecedentes de algo que importa -y mucho- en esta historia desgraciada. Soy bastante mona (eso lo sabe una desde que dejó los calcetines blancos) pero me afecta una rara peculiaridad: padezco de hirsutismo. Así que buena parte de mis emolumentos de funcionaria los gasto en costosas sesiones de depilación. Y no es que pretenda deshacerme de la manta pilosa que cubre mi cuerpo -cosa harto imposible: si usted me viera...- sino disimularla al menos en la parte que queda a la vista de la gente. Fíjese que mi vello púbico se extiende hacia arriba, penetra en el mismísimo canal intermamario, y luego se expande en una frondosa pelambrera que llega a justo debajo la nuez (cartílago tiroides). Así que me limito a que las pilosidades no rebasen el límite de los recatados escotes y de los puños de las blusas. Uso siempre pantalón.
ResponderEliminarQue aquella tarde borrascosa y vista yo en la necesidad perentoria de hallar refugio en lo primero que encontrara -pues la tormenta de nieve se abatió sobre mí de improviso- y que por ello no me demorara en miramientos a la hora de colarme por un agujero del techo de paja de una cabaña que creía abandonada, y con todo lo que aconteció acto seguido, no autoriza a ningún pusilánime a que venga a contarle a usted infundios y menos que les dé publicidad en su blog.
Porque lo único que hizo servidora -ya en el interior de la choza- fue desprenderse de la ropa mojada y ponerla a secar al amor de la lumbre (una es desinhibida y hasta promiscua, llegado el caso). Una vez acomodada la vista a la penumbra y a los vaivenes de la luz oscilante de la fogata , reparé en lo que el hombrecillo aquel llevaba entre las manos: nada menos que un precioso ejemplar de “A los presocráticos (seguido de Migajas del pan nuestro)”, de Gil-Albert. Soy bibliófila compulsiva, lo que hizo que me acercara a él con cierta vehemencia por ver de cerca el libro admirable. Pero, incomprensiblemente, aquel sujeto dio un respingo y, con una agilidad felina que me dejó pasmada (tenía barriguita y cortas las piernas), trepó por los palos y se esfumó a través del agujero del techo.
Me volví a vestir la ropa que había puesto a la lumbre y salí por la destartalada puerta de la cabaña, no sin esfuerzo, a causa de la nieve acumulada. Volví a casa aterida pero un poco antes de que oscureciera.
Y ahora leo en su blog (al que sigo con interés silente desde hace años) y constato lo que la fantasía de un atolondrado es capaz de fabular.
Disculpas, don Martín, si le distraigo con mis desahogos personales.
Fantasía borgiana, cabaña, techo. Mi acelerada imaginación mezcló las tres percepciones y me dirigió a la librería en busca de "El violinista verde", ese óleo de Chagall que desde que lo descubrí en la juventud se me apareció no pocas veces en sueños. Puede que la culpa sea también de mi adicción indiscriminada a la música.
ResponderEliminar“¿La vida es una ficción basada en hechos reales?”
ResponderEliminarProbablemente sea justo así, lo difícil es distinguir el hecho real de base. O sea, que la información no lo deforme, como los periódicos hicieron con esa hermosa (y coqueta) luna de Méliès.
Siempre digo que en cada cucharada de realidad hay algo de ficción, y viceversa. Lo interesante es saber de qué materia está hecha la cuchara.
A don Blas, gracias por recordarme ese cuadro de Chagall, a mí también me resulta sugerente. Lo apunto en la lista para una futura reseña.
En cuanto a la pesadilla, no hay que olvidar que el ofrecimiento lo hace el diablo… yo no me fiaría mucho.
En todo caso, y técnicamente hablando, en un volumen de historia de la literatura (como en las enciclopedias) hay más nombres apiñados que en un listín telefónico, como sardinas enlatadas. Y esas, mejor con pan y aceite.
La posteridad (suponiendo que sea algo deseable) más bien consiste en que sigan reeditando tus libros, pienso yo. Eso que se llama “long seller”, ventas prolongadas en el tiempo. Los “Best” (los “mejores”) del momento, acaban en el rastro. En el de la la historia también, la mayoría.
P.D: aunque en este caso era “peluda” –cosa que puede estar incluso bien, para algunos- no entiendo por qué en todas las historias delirantes de ese tipo, las mujeres siempre se despelotan sin más ante quien las sorprende, como si fuera un casting porno.
Saludos.
Los libros que se siguen reeditando, amigo Bonifacio, son de autores que están en la historia de la literatura.
EliminarJLGM
Cierto, pero por eso sería mejor buscar en una futura librería (o biblioteca) y no en un "índice voluminoso", pienso yo. O sea: ir a la obra concreta, y no al nombre de su autor en un índice.
EliminarLo digo porque, si el índice es muy "voluminoso" (como dices) puede mezclar churras con merinas de relleno, como en algunas enciclopedias (y antologías).
Y los nombres, nombres son, al fin y al cabo. Y a veces son lo único que queda, como en las esquelas del periódico.
Saludos.
Pues si ni siquiera queda el nombre (como de tantos), pocas obras habrá en ninguna librería. De hace cien años, hay muchos autores que están en las historias de la literatura pero no en las librerías. Lo contrario, rara vez ocurre.
EliminarJLGM
“De hace cien años, hay muchos autores que están en las historias de la literatura pero no en las librerías. Lo contrario, rara vez ocurre”.
EliminarSí, tienes razón al final, ahí está el punto.
Sólo quise subrayar la importancia de la obra por encima del nombre del autor, que en mi opinión es lo de menos. Si no, que se lo pregunten ahora a Shakespeare...
Por cierto, eso sí es posteridad. Con ese nombre tan difícil de escribir y aún se sigue hablando de él (o ellos).
Pero es peor para Cervantes, pues lo que en este futuro nuestro buscan de él algunos (y dicen que han hallado) son sus huesos.
Saludos.
La clásica historia de aislamiento con lobo, siendo el lobo uno mismo. Vale, pero es un planteamiento muy superficial (típico tema de cine) y amenazador... Menos lobos.
ResponderEliminarEn realidad casi cualquier cuento que se nos ocurra ya fue contado por contadores anteriores. Y lobos, fíjese usted desde cuando los hay atentos a la yugular.
EliminarA mí me gustan más estos disfrutes literarios, pa eso don Martin es un escribidor.
Yo también disfruto Leña al fuego.
EliminarQuedo muy agradecido a Otilia Wolf por la luz que arroja sobre el misterioso ataque sufrido por Martín en su cabaña, y que él narra de manera tan POÉTICA (de "poesía" y de Allan "Poe"). El hirsutismo, que en el caso de Otilia se extiende hasta el nombre, tiene estos inconvenientes. No había, en realidad, tantos motivos para el asombro si recordamos que "el hombre es un lobo para el hombre", y que no lo es menos la mujer. Espero que Martín haya aprendido la lección y en ocasiones venideras no se precipite tanto en su huída; quizás habría sido preferible dejarse devorar. Gran ocasión para licántropos ha sido la reciente noche de luna llena y gorda, pero la TV no ha reportado ataques.
ResponderEliminarYo no veo motivos serios para que Martín tenga aprensión ante el posible juicio de un omnisciente Ian Gibson, o ante el rigor de Blas de Otero. Ha escrito muy buenas cosas y, salvo que a Trump le dé la zoncera de pulsar el botón nuclear, no veo probable que sufra el polvoriento destino apuntado por Karmelo Iribarren:
Vamos acumulando años
y ceniza,
la de los entusiasmos apagados.
Con ella,
con la ceniza, creamos
esa ilusión que llamamos experiencia,
y que solo nos sirve,
en ocasiones,
para disimular apenas
tanta nostalgia de la vida.
Y luego, un día
llega el viento y nos dispersa,
borrándonos.
Bueno, la historia de la cabaña y el lobo no me pasó a mí. La contó un amigo en la tertulia. A mí no se me ocurre pasar días en una cabaña apartada de la civilización. A mí todo lugar que no esté a dos pasos de una cafetería y de una librería me parece impropio para el desarrollo de la vida humana.
EliminarJLGM
Breve apunte: para poema sobre cenizas, "Serán ceniza", de José Ángel Valente.
EliminarPoema melancólico, pero no tan "ceniciento" (pesimista).
Y uno de los más hermosos, para mí.
Lo veo un consuelo.
Eliminar“Un bel morir tutta una vita onora.”
EliminarEso fue la "rubia de la curva". A tu amigo le dio canguelo subirla al coche cuando volvía de tomarse una cajas de sidra de Pola de Lena y ella lo siguió hasta Somiedo y se coló en la casa para birlarle las llaves del Mercedes. A la parienta le tuvo que contar lo del lobo. Y para darle al asunto mayor similitud también os lo contó a los amigotes, sabedor de que en Ovieu las informaciones iban a terminar confrontándose por narices. Misterio resuelto. ;-)
ResponderEliminarCaperucita va por el bosque. Se le aparece el lobo y le dice: "Te voy a dar un beso donde nunca te lo han dado". A lo que responde ella: "Pues como no sea en la cesta..."
EliminarMenos mal que no es una fábula griega. Porque si en vez de una "loba" la que se despelota frente a él es Artemisa, le convierte en cornudo y se lo comen luego encima. Así que mejor lo del Mercedes.
El circo de Chagall se hunde en el lago Trasimeno. La reina del trapecio, Miss Obdulia Kensington, desciende hacia el fondo haciendo espirales, mientras un caballo enamorado en secreto sonríe el mal de todos. La luna acompaña y toca un scherzo, mientras la gallina clueca del hombre de las pesas interpreta un solo de bombo sobre un tobillo de la diva. Un lucio malhumorado tiene el detalle de regalar a Miss Obdulia un ramo de violetas. Por la parte de abajo ya se van ahogando las bailarinas.
ResponderEliminar(A la atención de don Blas Paredes).
Muchas gracias, don Braulio, me regala usted más motivos para tejer sueños surrealistas.
EliminarO es que no se trata de huir del fango?
Me apunto a lo del surrealismo, no para huir sino para caminar de manera distinta (aunque sin llegar a comer moscas, como presumía Dalí).
EliminarBuen texto el de Don Braulio, por cierto. Si lo adornásemos con música, le vendría perfecto el Sgt Pepper's de los Beatles.
Saludos a los dos.
Un rabino abre la rodilla de un viejo barbudo con un cuchillo kosher, sobre el tejado de una isba bielorrusa. El sufridor lleva entre los dientes una filacteria y por cabezal un rollo de la Torá. Acompaña la operación una cabra al violonchelo, que sirve a un tiempo a la boda de un jaredí de tirabuzones azules con una moza pelirroja. Todo a la luz de un cometa que pasa. El lucio ahora lee Pravda.
ResponderEliminar(A la atención de don Bonifacio Álvarez).
Gracias, Don Braulio. Eso de la ultraortodoxia (de la religión que sea) me asusta un poco, incluso sin cuchillo.
ResponderEliminarEncima, siendo una inspiración pictórica, me imaginé que la moza pelirroja era Van Gogh travestido (pero con la barba), y que el rabino le cortaba la otra oreja.
Disculpe, pero tengo que dejar de leerle esos delirios. No sea que la cosa del kosher (valga el parónimo) termine en el prepucio. O más allá...
La tertulia de las 3 bes... ja, ja, ja... eres genial ;-)
ResponderEliminarUn judío peletero, menudo de cuerpo y frente ecuménica, desliza la cuchilla sobre la piel curtida de becerro. Hace una pausa y mira por un ventano del tabuco: la sierra de Gata. Entrega la última pelliza y el jueves, aparejado el carretón, parte hacia Castelo Branco.
ResponderEliminarAy, ribazos del Ambroz, las nieves del Pinajarro, moza de Casas del Monte...
(A la atención de don Martín).
Un buqué de dalia nigra, iberis amara y adelfa, en un búcaro de cerámica dorada de Manises; un libro de poemas bereberes, un puñal en su tahalí, un vaso de agua, una monda de naranja, un pocillo de café de filete azul turquesa, la sombra proyectada de un velón..., todo sobre mantel de lino gris adamascado. Es el esquema de un cuadro para el comedor de mi dacha de verano.
ResponderEliminar(A la atención de doña Miranda y Dilecto).
Pues, se lo crea usted o no (la realidad, ya es sabido, no necesita ser verosímil), estamos adornando nuestra casa con reproducciones de bodegones y jarrones con flores. El que usted describe suena muy bien; verse, no sé cómo se vería.
ResponderEliminarHermosa idea si los bodegones son de calidad: flores, chacinas y cortes de salmón (Chardin in memoriam) abarrot(c)ando los muros de tu casa de la estepa.
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