Viernes, 4 de noviembre
LLUVIA EN MI CORAZÓN
Llego a Sevilla para hablar del
libro póstumo de un poeta amigo, Rafael Suárez Plácido, y por teléfono me dan
la noticia de que ha muerto Esther Segovia, amiga de los primeros tiempos de la
tertulia Óliver. Una lluvia desapacible hace de esta ciudad, que recuerdo
siempre luminosa, el decorado más acorde para mi estado de ánimo.
No
había cumplido veinte años Esther cuando comenzó a ir por la tertulia. Ya
trabajaba en un periódico, ya estaba al tanto de todo, ya parecía dispuesta a
comerse el mundo. Más tarde, cuando ya había dejado la tertulia, de vez en
cuando me la encontraba en el aeropuerto o en la estación de autobuses y me
contaba sus éxitos en Madrid. También algunas peripecias de su vida
sentimental, siempre turbulenta.
Luego
volvió a Avilés y entró en un túnel oscuro y yo le perdí la pista. De sus
desventuras últimas supe por Marian Suárez, que siempre mantuvo el contacto.
“Llanto
en mi corazón / y lluvia en la ciudad”, como en los versos de Verlaine. Más que
llanto, algo de mala conciencia. A Esther Segovia no sé si la tratamos del todo
bien en aquellos viejos tiempos de la tertulia tan descaradamente machistas.
Nos molestaba un poco su impertinencia, su desparpajo, aquel alardear de sus
conquistas –casi siempre celebridades– que tendíamos a considerar imaginarias,
aunque quizá no siempre lo fueran, y de sus contactos con gente importante.
En
Sevilla me encuentro con José Luis Piquero, otro de los veteranos de Óliver,
pero cuando él llegó Esther ya andaba por Madrid, trabajando en una productora
de televisión. No creo que llegaran a encontrarse.
El
Primer cuaderno de Óliver, publicado
en 1982, incluía una colaboración Esther Segovia, “Retrato de poeta (fragmentos
de una novela inédita)”, que me caricaturizaba; yo me vengué haciéndola
aparecer en La trama de Árgel, una
olvidada novela juvenil que escribí por entonces.
Las
bromas para ella se tornaron pronto veras, desapareció en el lado oscuro
mientras yo seguía con mi rutina de siempre. Alguna vez me llamó y su voz
parecía venir ya de otro mundo.
Junto
al recuerdo de Esther me viene a la memoria el de otro infortunado amigo, Juan
Manuel Pendás Benito, filósofo peripatético, empedernido escritor de cartas a
los periódicos. Colaboró también en aquel cuaderno inicial de la tertulia y yo
recuerdo ahora, tantos años después, uno de sus aforismos: “Las sandalias y las
zapatillas viejas deberían utilizarse para enterrar a los ratones muertos”.
Para
enterrar a los recuerdos muertos, ¿qué debemos utilizar? Mañana me habré
olvidado de Esther y de Pendás, pero hoy en Sevilla, en una Sevilla con negros
crespones de lluvia, sus sombras se sientan frente a mí cuando hablo del libro
póstumo de Rafael Suárez Plácido.
Sentimientos
mezclados: la alegría de ser un superviviente, la mala conciencia por serlo.
Sábado, 5 de noviembre
PASEO CON AMIGOS
En contraste con el día de ayer,
hoy amanece soleado por dentro y por fuera. Ayer, este inmenso hotel me parecía
el más apropiado para que Cesare Pavese se suicidara; hoy, ya me encuentro como
en casa. Tras el café y la fruta del desayuno, me pongo a caminar, avenida de
la Palmeras adelante, hasta el centro de la ciudad. No tengo ninguna prisa, me
acompaña el sol, me entretengo contemplando los pabellones de la exposición del
29, que a veces, no sé bien por qué, me parecen inspirados en alguna viñeta de
las aventuras de Tintín.
A
las diez he quedado en el museo arqueológico con Juan Lamillar, que es poeta
minucioso y conoce como nadie todos los
secretos de Sevilla. Llego un poco antes y aprovecho para escuchar a Haendel en
el iPod.
Trajano,
Adriano, un busto de Alejandro Magno que recuerda a Antinoo… ¡Cuántos admirados
amigos tengo dentro de este museo! Pero mis favorita es Venus, la espléndida
Venus que surge de las aguas sin avergonzarse de su desnudez, y Hermes, el
mensajero de los dioses, cuyos alados pies quisiera que fueran los míos.
Juan
Lamillar me deja a la una y a esa hora me encuentro con José Luna Borge, amigo
desde mis tiempos de estudiante en la Facultad. Le entregué en mano el primer
número de la revista Jugar con fuego
y ahora, más de cuarenta años después, le traigo un ejemplar de la edición
facsímil. Vivir es ir cerrando círculos.
Juntos
visitamos la exposición dedicada a Borges y nos quedamos un largo rato oyéndole
hablar de la ceguera en una vieja grabación en blanco y negro. No ha perdido
nada de su encanto. “¡Cómo le gustaría a Botas estar aquí!”, dice de pronto
Luna Borge y en ese mismo momento estaba yo pensando en ese otro amigo con el
que tantas veces hablamos de Borges y que nunca ha dejado de acompañarnos.
Con
Botas estaba yo aquel día de 1986 en que nos enteramos de la muerte del
escritor en Ginebra. Ahora contemplo aquí las primeras ediciones de sus libros,
los dibujos de su hermana, docenas de fotografías, pero lo que más me fascina
son las páginas de La Nación en que
se publicaron por primera vez sus poemas. Se leen de otra manera, vistos así en
su contexto, entre artículos de Eduardo Mallea o Julián Marías: “El hoy fugaz
es tenue y es eterno; / otro cielo no esperes, ni otro infierno”.
Acompaño
luego a Luna Borge hasta su apartamento en un renovado palacio de la calle
Pajaritos. Admiro el patio, con su fuente callada y sus arcos de mármol, subo
hasta la terraza y me sorprende, pavoneándose junto a la Giralda, una rara
torre, invisible desde la calle, con algo de faro: aquí podría vivir el capitán
Nemo o cualquier desengañado personaje de Julio Verne, aquí podría vivir yo.
José
Luna Borge, como tantos amigos de mi edad, vive solo y siente que sus méritos
literarios no son lo sufientemente reconocidos. Me identifico con él en ambas
cosas, pero yo –siempre tan egoísta y precavido– en la primera de ellas he
tenido la precaución de ahorrarme los enojosos trámites intermedios, y a la
segunda no le doy demasiada importancia: soy de los que piensan que las pompas, fúnebres; y los homenajes, póstumos.
Cuando
dejo a Luna Borge, me encuentro con Abelardo Linares. Me gusta esto de ir
pasando de un amigo a otro mientras paseo por la ciudad. Ya se sabe que yo no
me canso, pero canso. De esta forma soy más llevadero. Claro que Abelardo
Linares, en el deporte de debatir sobre cualquier tema (en realidad solo dos:
política o literatura) es casi tan incansable como yo. Últimamente parece estar
perdiendo facultades: le gano siempre. Claro que es difícil no ganarle si
discutimos sobre un libro, la antología de poesía española preparada por
Araceli Iravedra, del que él solo conoce la lista de los poetas incluidos y yo
me he leído de la primera a la última de sus mil páginas.
Abelardo
Linares paseó con Borges por Sevilla (también estuvo con él en Buenos Aires) y
mientras tomamos un café en el Starbucks de la calle Alemanes me cuenta algunas
de sus anécdotas. Un pésimo poeta local se empeñó en leerle, frente a la
Giralda, media docena de sonetos que le había dedicado. “Debe ser triste,
maestro, no poder contemplar esta maravilla”, le dijo. “Sí –respondió Borges–,
es triste para mí ser ciego y es una suerte para ella ser sorda”.
Domingo, 6 de noviembre
POR LA ORILLA DEL GUALDALQUIVIR
Soy un ateo fascinado por la
experiencia religiosa. Dios es un invento humano, pero un prodigioso invento
humano, como el Quijote o el milagro
de Internet.
Gonzalo
Gragera, otro amigo sevillano, me propone asistir a la procesión de Jesús del
Gran Poder, que se celebra excepcionalmente por ser el año de la Misericordia:
lo acepto como un regalo más.
Tras
darme una vuelta por el barrio de Santa Cruz (que mi amigo me dice que no es
más que un invento historicista del siglo XIX), a las once en punto estoy
frente a la catedral. Durante media hora desfilan lo cofrades en silencio;
luego aparece la figura del Cristo con la cruz a cuestas y el silencio se hace
más intenso.
No
es un espectáculo para turistas, ciertamente, no hay música ni palmas ni nada
que tenga que ver con el folklore. El paseo del Gran Poder desde la catedral
hasta su capilla de San Lorenzo durará más de seis horas. Cuando termina de
pasar ante nosotros, mucha gente sale corriendo para verle de nuevo en otro
lugar. Yo no he sentido más que curiosidad, al contrario que en Jerusalén cuando
asistí al comienzo del sabbat ante el
Muro de las Lamentaciones, la emoción de los demás no se me ha contagiado.
Lo
hace luego cuando visito el hospital de la Caridad, ese suntuoso monumento
barroco que la modestia del arrepentido Miguel de Mañara edificó para su mayor
gloria. Recorro la iglesia y el hospital, ahora asilo de ancianos, y me detengo
largo tiempo ante los dos cuadros de Valdés Leal: “In ictu oculi”, “Finis
gloria mundi”. En un abrir y cerrar de ojos la muerte nos arrebata toda la
gloria del mundo.
Pero
de momento, mientras paseo por la orilla del Gualdalquivir en este azul domingo
de noviembre, toda la gloria del mundo está conmigo. Y yo abro y cierro los
ojos sin acabar de creérmelo, seguro de no merecerla.
Lunes, 7 de noviembre
CONFIDENCIAS DE UN SEXAGENARIO
Ya sé que es algo que no debe
decirse y por eso yo nunca lo comento con nadie, pero los amores eternos que
prefiero siguen siendo aquellos que no duran más de un fin de semana.
(Una
vez tuve uno que duró un mes y no que quedaron ganas de repetir la
experiencia.)
Jueves, 10 de noviembre
AMOR Y DESAMOR
Durante
la presentación de Nuestro desamor a
España, de Juan Pedro Aparicio, leo Escribir
y borrar, la antología que acaba de publicar Ada Salas. No por eso dejo de
escuchar a Xuan Bello, que se mete en un jardín de buenas intenciones, ni a
Pedro de Silva, que resume muy didácticamente la tesis del libro.
“No estoy de acuerdo con el título”,
comento yo a la salida.
“Pues yo creo que el título es un
acierto. Los españoles no amamos a España. Yo, por ejemplo, no amo a España. Me
gusta, pero no la amo”.
“¿Ha comenzado para ti una época de amargura o una época de furia? Asumes consecuencias de viejos desenmascaramientos; cosas que tenías claras desde muy atrás acerca de determinadas personas, de pronto cobran una extraordinaria virulencia. Te entregas a la ira. Ésta te vivifica. ¿Es permisible vivificarse a costa de otros? Aun cuando tuviéramos razón, lo cual no es el caso, ¿no nos estaremos permitiendo algo que enfila hacia la sobrevivencia, hacia el más reprochable de todos los rumbos?” (ELÍAS CANETTI).
ResponderEliminarCómo nos parecemos vivos todos. Casi tanto como muertos luego.
Para enterrar, no sé; para desenterrar, palabras.
ResponderEliminar"Los españoles no amamos España". Eso mismo le suelo escuchar muy sorprendido a un amigo francés. Y así nos luce: asco a la bandera, rechazo al himno (incluso sin letra), alergia a sentirse integrados en el mismo estado. Fenómeno curioso este nuestro que siempre atribuí a un mal disimulado complejo de inferioridad, aunque realmente lo descubrí leyendo a Ortega, ese fascista asesino que para sí quisieran gabachos y brexistas.
ResponderEliminarEn cuanto al artículo, me anticipo a calificarlo con nota alta. Estos renglones, y menos charloteo politiquero, son muy de agradecer y ayudan a admirar "sanamente" a nuestros conciudadanos. ¿Seré estúpido por incurrir en este reconocimiento martinista? Pues sí, tal vez por esta y por la mayoría de mis habituales opiniones, habiendo como hay en este foro tanto discordante con casi todo y amante de si mismo que espera al final de la pista el saque del otro, cualquiera que sea.
Pues después de 66 años viviendo en España y muy atento a lo que pasa a mi alrededor, creo que los españoles amamos tanto a España como los franceses a su país o los italianos al suyo, aunque haya muchas cosas en él que nos irriten.
EliminarDos precisiones: el amor a un país se expresa de muchas maneras y el amor de los españoles al suyo nunca se ha manifestado colocando un gran mástil con la bandera en el jardín o utilizándola como cinturón (eso es muy poco característicamente español). España, se entienda como se entienda, existió mucho antes que la bandera rojigualda (a mí me emociona solo cuando estoy lejos de mi país).
Segunda precisión: dentro del Estado español, dentro de lo que hoy llamamos España, hay ciudadanos que no se consideran españoles. Yo no sé si tienen o no razón, pero el que ellos no amen a España (y sí a Cataluña o al País Vasco) no puede servir como prueba de que los españoles no amemos a España.
JLGM
Hay muchos más rebotados que vascos y catalanes. Los gallegos lo hacen por simpatía, y de muchos otros territorios son innumerables los que confunden la reivindicación de la idiosincrasia con la alergia paleta al vecino.
EliminarEn Francia no ocurre que un lyonés muestre aversión hacia un marsellés ni en Alemania un hanseático hacia un bávaro. Aquí es que somos muy especiales y la ignorancia remata la faena al asociar religión, bandera e himno a Franco. No hay más que escuchar con que frivolidad se califica a alguien de fascista, por supuesto siempre un canalla de derechas. La guerra de Irak incorporó célebremente el epíteto de asesino, distinguiendo, como hacía el agudo doctor LLamazares, guerras ilegales e injustas de otras "más o menos disculpables". Cuánta pirueta rubeniana, cuánto resabio florido, cuántas virutas de humo.
Blas Paredes vuelve a la carga. Salvo en Cataluña y en el País Vasco son abrumadora mayoría los ciudadanos del Estado español que se sienten españoles y aman su país. (En esas dos comunidades habría que preguntar claramente para saber el porcentaje de quienes consideran que su patria es otra). Y sobre Francia y Alemania no sé bien, pero en Italia... En todas partes cuecen habas. Y no es ni malo ni bueno que alguien no se sienta francés o español... La patria es cosa del corazón (al contrario que el Estado que es cosa de la cabeza) y en el corazón no se manda.
EliminarJLGM
Blas Paredes ya no volverá a la carga. Primero porque ha abierto un canal que no puede ser cerrado ni en quince réplicas y contrarréplicas, y segundo porque en la entrada descubro literatura y su comentario merece mucho más la pena que enzarzarse en un debate tangente.
EliminarInteligente respuesta. Gracias
EliminarJLGM
¿Amar España (ni siquiera a España)? Qué cosa tan tonta, como si se pudiese amar la catedral de Burgos, Albarracín, el cadalso de un ahorcado en la plaza mayor de Valladolid, la Escuadra Invencible, el Alberche, Gracián, el Generalife... La patria es algo abstracto, una entelequia, y como tal no puede ser objeto de amor humano: ¿qué dejan ustedes, si no, para la amante, los hijos, el mastín, el líder del partido?
ResponderEliminarManejen ustedes otra categoría: a España (y a Bielorrusia) el amor le queda ancho.
Tonterías, Amate. Las palabras tienen más de un significado. Y el verbo amar admite a Dios, a la catedral de Burgos y hasta al Real Madrid.
EliminarJLGM
Pues si perece España no pienso ir al funeral: al de mi suegra sí. No amo a ninguna de las dos, pero la segunda es persona.
EliminarNo te preocupes que España no va a perecer.
EliminarJLGM
Ni Borrell se va a arruinar, pese a los 150.000 euros que le han timado. Tan listo y se limitó a aceptar el planteamiento del bróker desde el principio, sin consultar lo más mínimo con algún compañero del partido. Bueno, no serán los únicos 150.000 que tenía, pa eso es sociata del sector sanchopanzista.
EliminarO, mejor dicho, la Duma que depositó era lo suficientemente importante como para verse inteligentemente abocado a ocultarla. Pobrecillo, en el pecado llevó la penitencia, pese a que Dios no existe para los listos
Eliminar¿Cómo amar a esa España horrenda que mete a hombres debajo de unas andas -borrachos algunos, otros que se mean y se cagan- para cargar a hombros, como bestias, con unas pesadas andas en las que pasear la imagen de un ídolo de madera, por las calles que antaño transitaban los herejes camino de la pira funeraria? ¿Cómo voy a identificarme con esa barbarie? Esas cosas quedan para la Susana y el Cornejo, o para Antonio Banderas: para menda, nones, que en eso piensa como Blanco White.
EliminarCómo se nota el sectarismo. Si la víctima de una estafa hubiera sido uno de los suyos, cualesquiera que éstos sean, ¿diría usted lo mismo? Pero contra el adversario todo vale, diga usted que sí, que todo eso de los principios y la ética es un rollo mu pesao. Si yo lo entiendo.
EliminarAmadís, cuántas tonterías. Está bien que a uno no le gusten las procesiones, o el fútbol, o qué se yo, cualquier otra cosa, pero respetar las aficiones o devociones de los demás me parece un deber elemental. E insultar al que lleva en procesión una imagen me parece que descalifica al que lo hace.
EliminarJLGM
No reniegues entonces de Susana, que os priva a ambos la España cañí: del amor por una patria que nos trata con sadismo a idolatrar una imagen de madera, que manejan unos titiriteros que nos querrían esclavos, va un pequeño trecho.
EliminarReservo el respeto para causas mejores, que mi libertad (¿hasta cuándo, cofrade?) me autoriza a encontrar ridículas y deleznables esas prácticas; mi respeto a los derechos de quienes así se divierten permanece incólume, exquisito: no pido cárcel para ellos, ni los insulto por ser como son (ser cronista de lo demostrable no es insulto) ni les trato de impedir que sigan con lo suyo (a ver si va a hacer falta explicar aquí cuáles son los derechos humanos, los de cada quisque). Y más se descalifica como lúcido quien, contra toda evidencia, comulga con ruedas de molino y luego se las da de omnisciente.
No es una diversión, sino una devoción. Y su origen está en el fervor popular, no en las instancias eclesiásticas -siempre más partidarias del recato-, aunque para su celebración sea necesario su beneplácito.
EliminarA la sombra homónima que me ha contestado: "Cómo se nota el sectarismo. Si la víctima de una estafa hubiera sido uno de los suyos, cualesquiera que éstos sean, ¿diría usted lo mismo? Pero contra el adversario todo vale, diga usted que sí, que todo eso de los principios y la ética es un rollo mu pesao. Si yo lo entiendo", le respondo:
EliminarPero hombre de Dios, si aquí la única víctima y los únicos estafados son los pobres accionistas de Abengoa, a quienes su consejo de administración (Borrel&secuaces) esquilmó obrando con escandalosa negligencia y firmando indemnizaciones multimillonarias mientras la empresa se derrumbaba. De ahí que la justicia los haya imputado a todos, como a los repulsivos chorizos Rato, Blesa, etc.
Amigo mío, aquí el único que ve adversarios es usted, protestando de que a los suyos se les saquen los colores. En mi caso, no hay colores, sino repugnancia total hacia el arco iris entero. Le advierto que siendo ecuánime se lleva uno muy pocos berrinches. Por ejemplo, yo no tengo nada contra Ramón Espinar: obró como cualquier pecador. ¿O es que solo la derechona tiene derecho a pecar?
Me vuelvo a la sombra, en este espacio hay demasiado iluminado y me van a deslumbrar.
De todas formas, reconózcame usted noblemente, que de ser Borrell del PP en la Sexta no se hablaría de otra cosa que de su hipocresía y su turbiedad, para eso cobran.
EliminarPues nada, retiro completamente lo dicho. Yo había entendido, ceporro de mí, que hablaba usted de una estafa ("timado", son sus palabras) de que había sido víctima Borrell. Pero puesto que no era así, según aclara ("aquí la única víctima y los únicos estafados son los pobres accionistas de Abengoa"), ya digo: dé usted por no dicho cuanto en mi mensaje anterior decía. Dónde tendrá uno la cabeza.
EliminarPor cierto, que en la Sexta se dijera eso no sería muy de extrañar, en el caso que propone. Más miga tendría saber qué dirían al respecto si Borrell hubiera sido de Podemos. Eso es menos fácilmente previsible, O quizá no.
EliminarRecuerdo a Pendás. Incluso fue compañero de clase en la facultad... más o menos. Llegaba tarde, se sentaba haciendo ruido y a los 5 minutos se levantaba haciendo ruido y se iba. Y así cada día.
ResponderEliminar"Amo a Inglaterra" y otras semejantes declaraciones de amor a Estados o naciones pueden ser gramaticalmente intachables, pero tengo mis dudas de que signifiquen algo, pues una nación es un continente que abarca demasiasos contenidos. Amo al Museo Británico, pero no la rapiña que lo hizo posible. Amo a Charles Dickens, pero no al príncipe Charles ni a Camilla. Amo a Newton y a Faraday, pero no el comercio de esclavos sobre el que se edificó el poderío inglés. Amo la campiña de los Cotswolds, pero no los suburbios industriales de Liverpool. Amo la máquina de vapor, pero no las degradadas callejuelas de Londres en tiempos de la revolución industrial.
ResponderEliminarAsí, "amo a Inglaterra" puede ser un mero flatus vocis (los hay a cientos en todos los idiomas) o una generalización abusiva de los meros afectos reales experimentados hacia los lugares y las personas cercanos y queridos. En todo caso, se trata de la nación o de partes de la nación. Nunca del Estado. Amar al abstracto ordenamiento socio-jurídico que constituye un Estado revelaria ya un extravío emocional bastante serio.
Pues muchas personas aman a su patria y eso no necesita demostración. Yo soy una de esas personas y puedo asegurar que mi amor no es ningún "flatus vocis". Se puede amar a España y detestar las corridas de toros y la Inquisición. Uno no ama a su país porque sea perfecto, ni porque sea el mejor, le ama porque forma parte de uno mismo como uno forma parte de él. Y ese amor no le enfrente a los que tienen otra patria, todo lo contrario. Amar a un país no implica odiar a otro, como amar a una persona no supone detestar a otra.
EliminarJLGM
Ya sé, Martín, que muchas personas dicen amar a su patria, o declaran amar a un país, y sé que hablan de buena fe y que sus afirmaciones no infringen la gramática. Lo que cuestiono es el significado y la semántica de las mismas. Si dices "abro el libro" o "quiero a mi madre", está relativamente claro lo que está presente en tu pensamiento. Pero si afirmas "amo a mi patria", tratándose de un objeto tan complejo, no está claro qué se presenta en tu mente. La efusión cálida, amorosa, quizás, pero... ¿hacia qué? No será hacia la Inquisición o la fiesta taurina, puesto que, como dices, las detestas, y entrarías en la contradicción de amar lo detestado. Luego ¿hacia qué? O sea que, quizás sí, quizás el presunto amor a la patria necesita demostración. El "formar parte de uno" no justifica el amor. De uno puede formar parte una enfermedad crónica o un carácter hosco y displicente, que seguramente no serán amados por el hecho de "ser parte". "Amo a mi patria" es carne de Wittgenstein tanto como "cualquier tiempo pasado fue mejor", o bien "la tragedia es consustancial a la vida", o bien "el dolor eleva la sensibilidad". Se trata de vaguedades, de nebulosidades basadas en la imprecisión o en una definición insuficiente de los términos. Sin embargo, es cierto que resultan sugerentes y pueden ser de gran efecto en un uso poético, por ejemplo.
EliminarNo es más impreciso "quiero a mi madre" o "quiero a mi pareja" que quiero a mi patria. Para complejidad, la de cualquier persona. ¡Pues anda que no hay cosas que detestamos en la persona que amamos! (Especialmente si estamos casados con ella). Y no digamos nada de las peleas entre padres e hijos, a pesar de lo que dicen quererse.
EliminarEn fin, que lo complejo es la realidad y que "I love (píntese aquí el corazoncito) New York", sin que eso signifique que esté de acuerdo con la explotación laboral que en muchos de sus locales se lleva a cabo.
JLGM
Tras leer que cierto mandatario ya ha visitado cierta torre, reconozco que me equivoqué en mi análisis (véase la entrada de la semana pasada). Parece que es lo que parece. Tras una breve incursión en la lectura del papel de lija diarista, me retiro al amor de otros diarios más hospitalarios.
ResponderEliminarMe alegra haber encontrado esta bitácora, la enlacé en la (recién nacida) mía.
ResponderEliminarSaludos presentes a su autor, desde el pasado. Y un abrazo.
En cuanto al amor, no es que se ame “pese a” los defectos (a la patria, o lo que sea).
Es que si amas a alguien de veras, amas sus defectos, sobre las demás cosas. Y aun siendo el amor algo irracional en buena parte, precisamente hacer eso no es loco ni “contradictorio” como ha dicho alguien aquí. Al contrario, es lo más lógico del mundo, y es justo lo que define (distingue) al amor bien.
Pues las virtudes las puede amar cualquiera. Y además, las virtudes son comunes. En ellas nos parecemos todos mucho, y no se ama de veras lo común. Todos somos bondadosos de forma parecida, aunque no lo seamos siempre: prestando ayuda necesaria, haciendo un sacrificio obvio…
Pero nuestra forma de ser imperfectos (o directamente hijos de puta) tiene mucho que ver con nuestra particular idiosincrasia, que es lo que los demás aman en nosotros (cuando nos aman). Con nuestras carencias, temores y complejos, al fin. Y eso vale también para una patria.
Es más: quien de veras nos aprecia, es quien sabe ver el lado bueno de lo malo, incluso. Pues hasta en el vicio ajeno podemos hallar cierta virtud, si nos sabemos acercar con prudencia a quien lo ostenta (el amor corre esos riesgos)
Parafraseando un aforismo mío, muchos son los temerarios que apedrean a un león, por decirlo así, pues basta con no pensárselo dos veces. Pero son pocos los valientes que le acarician, pues para eso primero hay que acercarse.
Y el verdadero amor (a la personas, a las patrias, al perro de uno) siempre da ese paso cuando debe. O sea: cuando ama. Aunque se lleve algún mordisco.
Además, lo mismo pasa en la ficción, siempre se ha dicho. Los buenos de la película caen bien. Pero nunca te "enamoras" de ellos. Porque hacen lo correcto (lo previsto) y salen siempre airosos. Así que sabes que, al final, no van a hacerte sufrir mucho.
Pero tampoco van a hacer nada bueno por ti, es decir: no te van a enseñar nada importante.
Saludos al "león" de nuevo. Seguiré este blog de cerca (sin coraza)
Muchas gracias por tu participación en esta tertulia virtual. A ver cuando nos volvemos a ver en la tertulia de siempre (que continúa, por supuesto).
EliminarJLGM
Gracias a ti por la invitación. A ver si un día te hago una visita cuando encuentre un hueco.
EliminarAhora mismo lo tengo muy difícil por circunstancias personales y de horarios, créeme. Pero te tomo la palabra. Sería bueno recordar jóvenes tiempos (yo lo digo así)
Entretanto, me seguiré asomando a esta (muy interesante) bitácora.
Puedes pasarte por la mía si quieres. Sólo para un vistazo y si es que tienes el tiempo y/o la curiosidad, porque está en ciernes todavía.
Un abrazo.
I heard of a man
ResponderEliminarwho says words so beautifully
that if he only speaks their name
women give themselves to him.
LEONARD COHEN
Este es un otoño de grandes pérdidas y de recuerdos de pérdidas. Leonard Cohen educó la sensibilidad (qué poeta no lo hace) de varias generaciones y contribuyó a formar las actitudes de muchos de nosotros hacia el amor, la religión, la infidelidad, el sexo... Cohen inducía lealtades largas y férreas.
Me gustaba Victor Botas, descubierto en alguna antología, tal vez Las Voces y los Ecos, de Martín. No resulta fácil encontrar hoy los libros de Botas, al menos en Madrid. Por cierto, tampoco los de Martín, y en ambos casos es una pena.
Pues yo más bien creo que hoy es fácil encontrar cualquier libro, más fácil que en cualquier otro tiempo. Los puedes pedir en una buena librería (en Madrid, La Central por ejemplo) o directamente por correo electrónico. A los pocos días los tienes en casa, los nuevos y los que ya están agotados (estos aparecen, por ejemplo, en Iberlibro).
EliminarY perdón por la información, que parece publicidad. Y gracias por la hermosa cita de Cohen.
JLGM
Cierto, Martín, y por esa vía he conseguido muchas de las obras de mi biblioteca. Es sólo que me incomoda su ausencia en los anaqueles de la librería, cuando otras quizás más insustanciales tienen allí su sitio. Me desagrada que la presencia del libro esté regida por "el mercado", y no por otros criterios más intrínsecos a la obra. Gracias, en todo caso.
ResponderEliminarYa que estamos con publicidad, de los dos autores citados (y casi de cualquiera), hay muchos ejemplares en la web todocolección.net, no sé si la conocen. La mayoría en venta directa, sin subasta.
ResponderEliminarSon de segunda mano muchos de ellos, pero los hay en excelente estado. Tienen cosas fáciles y difíciles de encontrar. Recientes y también antiguas, como ejemplares del "jugar con fuego" del señor Martín.
Y alguna que otra ganga.
Una vez se me escapó por segundos una primera edición española de Peter Pan, que estaba totalmente impecable (hasta la sobrecubierta, como nuevo) y que el vendedor puso a un precio de 10 euros sin tener ni idea de lo que vendía.
Anéctodas aparte, vale la pena asomarse allí.
Saludos.
Felipe VI alababa ayer la “responsabilidad” y la “generosidad” del PSOE por haber permitido el gobierno del PP. Me parece recordar que Martín echaba pestes por lo mismo y abominada de la horda que dejó el caserón de Ferraz en puro solar (ético-ideológico).
ResponderEliminarSi Martín fue siempre un acendrado defensor de las cualidades del regio personaje,a quien tenía por un dechado de prudencia y de sabiduría......, ¿cómo calificará esta toma de partido tan descar(n)ada y tan ajena a la prudencia política y a la elemental equidistancia exigible en quien quisiera pasar por árbitro entre todos?
Si Felipe VI bendice lo logrado como un bien para España (esta debe de ser algo ajeno a los españoles, a lo que se ve) y Martín -y con él muchos millones de ciudadanos- no solo no lo bendicen sino que están indignados por lo que consideran que fue una traición del PSOE..., ¿seguirá administrando su admiración y respeto hacia las personas lo mismo que antes del evento?
Y que conste que me atrevo a traer el tema a colación pese a que está prohibido hablar de política, porque creo que la trasciende: mera higiene mental y filosofía de EGB.
Creo que los asesores del Jefe del Estado le han colado un gol. Ha perdido su neutralidad al bendecir el "amaño" que ha permitido formar gobierno. En Inglaterra, la reina lee el programa del gobierno de turno. Es España, no. El jefe del Estado se ha salido (en mi opinión) del papel constitucional que le correspondía. Ha hecho un poco lo que Alfonso XIII bendiciendo a Primo de Rivera. Y ya sabemos cómo acabó aquello... Y no digo más.
EliminarJLGM
Sé que me van a llover piedras, pero creo que la “prudencia política” citada, como la política en sí misma, consiste en tragar mierda sin poner caras.
ResponderEliminarNo creo que al rey le agrade este mierdero. Y en su discurso él mencionó la “preocupación de nuestros socios y aliados”, que creo que es por donde van los tiros.
Por lo demás, algo tenía que decir, y no podía ser “bueno, el caso era acabar con el atasco”. Sería como rubricar una chapuza (que lo es). Y la rúbrica la tenía que poner lo mismo en cualquier caso, por ley. Y la sonrisa dentífrica también, dorándoles la píldora a los traidores un poco, para que la cosa no termine en linchamiento (o lo empeore).
Supongo que para él (asesores aparte) la perspectiva es más amplia y difícil. Por un lado, tiene que contemplar el drama desde la (imparcial) distancia de su palco. Y por otro, tiene que asomarse a la cueva del proscenio un poco, para ser como Sigfrido y vigilar que el enano termine de reconstruir la espada familiar, que está hecha trozos (y no sólo en la ópera).
Y obviamente, en su caso, no la puede reconstruir él mismo. Sigfrido necesitaba el miedo para hacerlo. Él no tiene miedo (o no tanto, es militar) pero no le corresponde.
Palo si remas, palo si no remas. No debe ser fácil para un rey. Y ahora apenas puede participar en las regatas, por cierto. Entre tumbar elefantes y mojarse sólo los tobillos, tiene que haber término medio, digo yo…
Por mi parte desde luego no será usted lapidado. En este caso creo que el pragmatismo estaba justificado, por encima de orgullos heridos y dignidades atroficas. A los españoles nos cuesta un calvario aceptar tesis contrarias a nuestro deseo, calificando de clasificación a la concesión sensata.
ResponderEliminarClaudicación, no clasificación
Eliminar¿Y quién coño le obliga a que dé tiempo a que el enano termine de reconstruir la espada familiar? ¿De qué familia? ¿Prefiere el rey a unas familias sobre otras?
ResponderEliminarHoy es el aniversario de la muerte de Franco y, pese a los cuarenta y un años transcurridos y leyendo las opiniones de algunos contertulios, se da uno cuenta del déficit democrático que padecemos: que se sigan cuestionando cosas que están en la base del juego democrático da cuenta del tiempo que se ha perdido, aunque alguno lo llame pragmatismo, pasar por encima de orgullos heridos y de indeseables dignidades atrofiadas (los pobres así atróficos se ve que no van al gimnasio de la dignidad casi nunca), todas ellas lacras de inmaduros que no saben aceptar tesis contrarias. Curiosa interpretación de lo que corresponde a impunidades vergonzosas y a complicidades delincuentes: la democracia peculiar que disfrutamos, franquismo que nunca ha dejado de estar presente.
ResponderEliminarYo creo que la sombra verdaderamente alargada es la del ciprés de Gironella, árbol tan democrático que en España se planta en los camposantos
EliminarLo demás es paranoia agropecuaria.
Y asuma usted que el desastre socialista empezó el mismo día en que eligieron al maniquí para dirigir su timón. Si es capaz de repasar su brillante trayectoria aceptará que ha obrado como un dinamitero subvencionado por la derecha franquista para volar al adversario.
En cuanto al gimnasio, le advierto que practicando deporte es cuando más iguales nos vemos sus adeptos: la izquierda se confunde con la derecha y los profundos con los insensibles.
A Pigmalión: la espada rota (o más bien agrietada) es triple: la propia monarquía en entredicho, la integridad territorial en jaque con el independentismo (no entro a valorar eso), y uno de los dos principales partidos políticos (y por tanto pilares democráticos) del país, cuya cohesión y viabilidad está hecha unos zorros (con la inestabilidad global que eso supone). Aparte de la corrupción generalizada en todos los partidos y en la sociedad en general.
ResponderEliminarQuien arregle algo de todo eso, se lleva el perrito piloto. Y temo que no va a ser el rey (o no sólo él). Aunque sigue siendo necesaria su función, y yo no tiraría por la borda al nuevo capitán del barco al primer bandazo.
A Amate: ni me había fijado en el aniversario del señor ese bajito (pero megalómano), yo no le doy tanta importancia a día de hoy. Aunque algo de “señores bajitos” de esa jactanciosa índole, sí que llevamos en nuestros genes los españoles (pero ya desde épocas muy remotas, ojo), así que le concedo eso en parte.
De todos modos la talla media (y democrática) del país ha aumentado bastante, no sea pesimista. Sólo hay que ver al propio rey, tan espigado él. Aunque se tenga que agachar ahora para que no le golpee la botavara en la tormenta.
P.D: aparte de alto de estatura, espigado también significa “lo que se deja crecer el tiempo suficiente para que madure bien”. Creo que se entiende.
Estimado Blas Paredes, discúlpeme si le digo que en su alegato no percibo más que hojarasca, retórica vacía de dinamiteros y gimnasios, nada que avale su tiro oblicuo que trata de justificar la fechoría que se acaba de cometer. Ni un solo juicio de valor que establezca prioridades éticas (y de las otras), tan necesarias de ser tenidas en cuenta en tiempos borrascosos como estos.
ResponderEliminarY tenga en cuenta que el ciprés es un árbol idóneo para los cementerios, porque sus raíces crecen en vertical, hacia lo hondo, cosa del todo conveniente porque no dislocan y remueven las tumbas y los panteones. Cualidad esta que nuestra derecha eterna desearía injertar en las personas, para que no les tiente el deseo de remover, buscar,...desenterrar. Sugiero al diseñador de logos del PP que ponga un ciprés en el escudo del partido.
Se ve que usted no me ha querido entender, de igual forma que desconoce la paradoja de que el ciprés solo en el imaginario español es asociable al cementerio. En otros países mediterráneos se valen de su elegancia y suntuosidad para servir de soldados en lugares más oblicuos y no tan santos.
EliminarY un poco más y ya me aposenta usted en Génova, como corresponde al discrepante con la izquierda actual. En un foro como este digo yo que esas adscripciones automáticas deberían ser inexistentes, en vez de habituales y espasmódicas. Pero se ve que quienes critican al barbudo lector del As y el Marca son muy aficionados a convertir el debate político en un partido de fútbol donde el penalti es siempre injusto, el gol del contrario es fantasma y el árbitro se vende por tres denarios. Así dicen que se fabrican los 0-3.
Quien frecuenta la Toscana no ignora que los cipreses llegan a componer amenos sotillos que refrescan los jardines de casa por los ferragostos (también los he visto en casa de un consignatario de buques en Génova, la honrada), por lo mismo que quien también vivió en el Magreb sabe que el luto puede no ser negro.
EliminarEn lo mío anterior no había adscripciones políticas temerarias, sino un comentario sobre la poca prisa por salir del pozo que percibo en quienes viven dentro de él confortablemente y que, ellos sí, hacen atribuciones erradas a maniquíes y príncipes sagaces. De vez en cuando salen del hoyo y, desde la terraza del Ateneo, cantan con displicencia el incendio de la patria, mientras tañen la lira con el meñique.
No de desdiga, buen amigo. Ha utilizado el ciprés en el cementerio como réplica y ahora hace una finta, incorporando además ricos consignatarios y confortables (oxímoron tremendo) pozos.
EliminarNo me desdigo, buen Paredes, es que el ciprés lo mismo vale para un roto que para un descosido; fíjese que hasta tengo un violín de esa madera...
EliminarAmigo Bonifacio Álvarez, esos tres pedazos de escalibur borbónica me parece que se van a volver cincuenta al paso que vamos. Y no veo yo que sea este monarca el llamado a ejercer de herrero providencial, todo lo contrario: a la vista está el resbalón morrocotudo que acaba de darse.
ResponderEliminarNinguno de esos tres fragmentos de espada merecen ir a la fragua, sino al desguace. Lo que no es de recibo es que quienes solo miran por sus intereses particulares (y no me refiero solo a Felipe) quieran vendérnoslo como servicio a España.
Las cosas, Bonifacio, en vez de espigar se están pudriendo.
Lo de “intereses particulares” habría que definirlo bien. No todos en Roma son traidores, aunque estén todos bien pagados (y con dietas).
EliminarLo del “desguace” no sé cómo podría ser. Me suena a asamblea constituyente, y el botón de reseteo lo veo más roto (o podrido) que la espada.