No nos matamos por amor, nos matamos porque todo
amor, cualquier amor, nos revela nuestra miseria, nuestra infelicidad, nuestra
nada.
Estas
palabras de Pavese tenía yo en la cabeza la primera vez que fui a Turín,
preocupado por las cartas que me escribía un amigo, cada vez más enloquecidas y
delirantes, a la manera del último
Nietzsche, el que en aquella ciudad se abrazó a un penco maltratado y perdió la
cordura para siempre.
Volví
a recordar aquella historia cuando llegó a mis manos La inmensa soledad, el libro de Frédéric
Pajak que recrea el desespero final de Nietzsche y de Pavese “bajo el cielo de
Turín”.
Antes
del desastre último, había sido para ambos un lugar propicio a la felicidad.
Para el adolescente Cesare Pavese, nacido en un pequeño pueblo, Santo Stefano
Belbo, el descubrimiento de Turín supuso pasar “del espacio arcaico del campo
al espacio urbano de la modernidad”, como escribió con pedantería uno de sus
biógrafos.
El
Turín que Pavese amaba era menos la capital barroca de los Saboya que la nueva
ciudad racionalista e industrial inaugurada con la instalación de la Fiat en
1912. Turín era el Liceo, la apertura al mundo de la camaradería viril y la
cultura; era un primer maestro, Augusto Monti, con el que seguiría ligado en
una perpetua discusión.
Según
el profesor Monti, la literatura nos prepara para la vida, nos hace mejores. Su
alumno creía que la literatura es una enfermedad que nos defiende de otra
enfermedad peor, la vida, que nos ayuda a escondernos de ella. Y de las
mujeres, a las que acabó considerando un pueblo enemigo, como los alemanes.
El
retraído Pavese, el lector impenitente, parecía destinado a ganarse la vida
enseñando. Pero un suceso imprevisto le hizo cambiar de rumbo. Un amigo, al que
admiraba y envidiaba porque participaba activamente de la oposición
antifascista y porque era novio de la mujer que él amaba en secreto, le pidió
que guardara unos papeles comprometedores. Fueron descubiertos por la policía y
Pavese desterrado a un remoto lugar de Calabria, de la otra Italia, de la que
nada tenía que ver con el civilizado norte.
Pavese
se ganó la vida como traductor y trabajando
en una editorial recién creada, Einaudi, pronto una de las más importantes
de Italia. A los cuarenta y dos años, cuando decidió matarse, era un escritor
de éxito. Apreciado desde el comienzo por los mejores, el Premio Strega,
concedido ese mismo año le había hecho popular.
Aparentemente
tenía todo lo que quería, pero seguía siendo el adolescente inseguro que no
había conseguido solucionar sus problemas con las mujeres. No tenía pareja, no
tenía casa propia. Tras la muerte de la madre, vivía en casa de su hermana
casada, como un perpetuo estudiante, casi como un realquilado. Apenas
participaba en la vida familiar, comía rápidamente, sin mirar lo que comía, sin
hablar con nadie, a menudo con un libro en una mano y la cuchara en la otra, y
luego se encerraba en su cuarto o se iba a la calle. De sus problemas
personales, su hermana no sabía nada.
Nada sabía tampoco de su último viaje. Le vio preparar la maleta,
despedirse con un indescifrable murmullo y bajar apresuradamente a la calle.
Era a mediados de agosto, hacía un calor sofocante. Pensó que se iría unos días
a la playa con alguno de sus amigos.
Cesare
Pavese, con paso apresurado, llegó hasta la plaza Carlo Felice, la plaza de la
estación, pero no se subió a ningún tren. Él iba más lejos y también mucho más
cerca. Alquiló una habitación, la 346, en el hotel Roma, el mismo en que se
alojó en un principio aquel amigo tras del cual yo fui por primera vez a Turín,
el mismo en el que me alojé yo.
Era
invierno, la ciudad estaba cubierta de una delgada capa de hielo y resultaban
particularmente acogedores sus anchos e interminables pórticos bajo los que uno
podía caminar y caminar sin miedo a los resbalones.
Nietzsche
se alojó, durante los últimos días felices de su vida, no muy lejos de allí, en
la via Cesase Battisti. Sus ventanas daban a una plaza enmarcada por el Palazzo
Carignano, donde ahora está el museo del Risorgimento y otro que alberga a la
Biblioteca Nacional, donde no se si se perdería, como yo, algunas tardes.
Nietzsche
fue feliz en Turín como nunca lo había sido antes; la vida quiso hacerle ese
último regalo, uno de los pocos. Todo le gustaba de la ciudad: el clima, la
comida, el chocolate caliente que tomaba en los cafés, la música nada
wagneriana que escuchaba en los teatros, los hermosos alrededores por los que
paseaba cada atardecer. Su rincón favorito estaba en la Galleria Subalpina, muy
cerca de su casa, con salida a laos soportales de la plaza del Castello. Se
sentía satisfecho. Había coronado su obra con Ecce Homo, donde explicaba cómo había llegado a ser lo
que era.
A
mí me fascinaba el Palazzo Madama, me parecía un símbolo de la ciudad. La
aparatosa fachada barroca, de Filippo Juvarra, no era más que un telón; la
monumental escalera, un trampantojo que no llevaba ninguna parte. Detrás estaba
la rudeza del castillo medieval con sus mazmorras y sus húmedos y supurantes secretos.
¿Qué
secretos escondía Pavese, qué carcoma roía las vigas que sostenían la lucidez
de Nietzsche? Mi antiguo amigo del Instituto, al que yo seguía admirando con
ese fervor del que solo se es capaz en la adolescencia, con una devoción que
uno no pondrá nunca en sus enamoramientos posteriores, se fue a Turín, no tras
las huellas de Nietzsche o de Pavese, como yo luego en más de una ocasión, sino
atraído por su no sé hasta qué punto exacta leyenda satánica. En una de sus
últimos cartas, me hablaba de la iglesia Gran Madre de Dio, en la que se
desarrollaban desaforados rituales y sobre la que se aparecería el dragón del
Apocalipsis el día del juicio final.
De
que mi amigo había perdido el juicio, como Nietzsche, yo no tenía ninguna duda.
Enseñé sus últimas cartas a sus padres, que no recibían ninguna, y estos me
rogaron que fuera en su busca y me dieron dinero para el viaje.
Era
invierno, ya dije, y de inmediato, nada más poner el pie en ella, me sentí
abrazado, protegido por la ciudad: había grandes cafés, como de otro tiempo,
inmensas librerías, hermosas plazas, un interminable paseo arbolado junto al
río.
Dicen
que Pavese llamó a varias mujeres a las que conocía para invitarles a la que
había decidido que fuera su última cena. Ninguna aceptó. Quiso despedirse del
mundo con un plagio y un homenaje. Sobre un ejemplar de los Dialogos con Leucó, su libro sobre
mitología, escribió: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No cotilleéis
demasiado”, las mismas palabras de Maiakovski antes de pegarse un tiro en el
corazón.
A
Nietzsche, tras el derrumbe, vino a buscarle un amigo para llevárselo a
Alemania. Pasó sus últimos años encerrado en un manicomio mientras su fama
crecía y crecía y su hermana manipulaba su obra para convertirle en un precursor
del nazismo. Elisabeth Förster-Nietzsche vivió lo suficiente para caer rendida
a los pies de Hitler, en quien reconoció al Mesías salvador del mundo.
A
Pavese no le salvó Turín de sí mismo. A mi amigo, a quien encontré convertido
en otra persona, tampoco. Le hablé de sus padres: “Este es mi padre y mi
madre”, me dijo señalándome la foto de un siniestro farsante, Aleister Crowley,
del que yo tenía noticias por su relación con Fernando Pessoa.
Una
ciudad, cualquier ciudad, hermosa o anodina, no es más que un mudo escenario,
un lugar de paso, hasta que en ella hemos sido felices o inmensamente desdichados.
Nietzsche y Pavese fueron ambas cosas en este Turín de la Sábana Santa y de
todos los diablos, uno de los cuales se llevó para siempre a mi amigo y con él
lo mejor de mi adolescencia.
A Turin la definiría como un lugar especialmente depresivo que en cierto modo me recuerda a esas ciudades alemanas donde por encima de todo se percibe desolación.
ResponderEliminarEl texto de Martin merece todo mi elogio. Curiosamente, dicho sea de paso, parece que los blogs adquieren categoría cuando la discrepancia y el debate los incendian, como si el reconocimiento y la aceptación fueran muestras de fragilidad intelectual. La terapia debe buscarse en otros divanes y montar un ring, con el calor que hace, resulta absurdo.
Extraordinario artículo. Mi felicitación sincera, maestro.
ResponderEliminarAunque no tiene que ver con el tema de la entrada, quiero expresar mi más profundo pesar por lo ocurrido en Niza. Todo mi apoyo al pueblo francés en estos momentos duros en que con tanta saña se ven atacados por quienes odian los fundamentos de ese gran país: ¡igualdad, libertad, fraternidad! Vive la France!
ResponderEliminarExcelente escrito que desborda los límites de una "entrada de blog" para convertirse en una pieza virtuosa de narrativa. Dos vidas convergentes en un escenario evocador, convertido en protagonista, Turín. El texto informa, evoca, induce reflexiones y despierta sentimientos sutiles y sin embargo hondos.
ResponderEliminarGracias por este regalo, señor García Martín.
Cierto, hoy existe consenso: es quizás el escrito más enjundioso y bien tramado que recuerdo del buen vate aldeanovense.
ResponderEliminarPor cierto: es 18 de julio.
He releído con la calma de la satisfacción el artículo y la única objeción que le pondría, por supuesto anecdótica, sería la grima que me produce ver al insigne arquitecto apellidado por Martin como Juvarra, en lugar de Juvara. Dejemos la durísima rr para los matones de las pobres prostitutas.
ResponderEliminarEnhorabuena, otra vez, Jose Luis, estos regalos no se encuentran todos los días.
Juvara, Juvarra o Juavara de las tres maneras encontramos escritos el nombre del arquitecto que en español es conocido como Felipe Juvara.
EliminarSi me permites una impertinencia, estimado J:K., este tipo de "grimas" son las que a mi parecer distinguen a una persona semiculta de una persona culta. Las erratas, que son inevitables, se señalan cuando se encuentran y el autor del texto agradece la indicación y las corrige. Nunca son un delito, ni un pecado, ni un motivo de escándalo (aunque incurran en eso que se llama "faltas de ortografía"). Las personas cultas sabe que es una convención que ha cambiado con el tiempo y están acostumbradas a leer textos con la ortografía de la época (muy caótica en los siglos de esplendor de la literatura española).
Disculpa el desahogo.
JLGM
Qué barbaridad, Martín. Elogio varias veces tu espléndido artículo y estallas ante la objeción que calificó de anecdótica. La soberbia te perjudica tanto que ya no volveré a aparecer por aquí para no soportarla. Soy arquitecto desde hace cuarenta años y en Español a mi colega se le llama Filipo Juvara. Si me vas a responder que en italiano es Juvarra deberás decir London y nunca Londres
EliminarYa JLGM ha dicho cuanto era necesario o conveniente decir. Yo sólo añado que en la entrada de la wikipedia (en castellano) dedicada al personaje (aquí: https://es.wikipedia.org/wiki/Filippo_Juvara) puede usted ver, si lo desea, que las primeras palabras del texto son "Filippo Juvara o Juvarra", y que en la columna de la izquierda se lee: "Nombre de nacimiento Filippo Juvarra". Cúidese esa grima, hombre, que es mala cosa.
EliminarTontería, J. K., y vehemencia. Eso es todo. Cultureta (en esta cuestión, no en arquitectura) es discutir por motivos ortográficos. Hay nombres propios que se escriben de distintas maneras, todas correctas, aunque uno siempre le suene mejor la que emplea habitualmente. Eso es todo.
ResponderEliminarJLGM
El ejemplo que pone J. K., por lo demás, no es muy indicado. Una cosa son los nombres geográficos, que efectivamente (al menos en los casos más conocidos) suelen tener traducción, como en el ejemplo que él pone, y otra los personales, que salvo casos raros (por ejemplo, "Julio" Verne) no suelen traducirse, aunque en otros tiempos se hacía. Nadie hablaría ahora de "Guillermo" Shakespeare, o de "Gualterio" Whitman (aunque Unamuno en su día le llamara así). O del "señor de Montaña", a la manera de Quevedo.
ResponderEliminarEl acólito martiniano seguro que desconoce que un hidalgo de estos precipicios, bastante tronado y tan enlibrecido como el de La Mancha, se refería en sus ocasionales charlas de casino sobre literatura inglesa, a un tal Guillermo Desesperares. Consta en las actas del Casino de A.
ResponderEliminarFélix Martorell, boticario de Colombres hacia la segunda década del XIX, arpista aficionado y coleccionador de partituras del Barroco, escribía sus croniquillas de conciertos de rebotica en el Adelantado de Ribadedeva. En un ejemplar que posee el que era barbero de Fresnedosa y que he tenido en mis manos, el señor Martorell hace una alusión a "la portentosa Oda para el cumpleaños de la reina Mary, del insigne Enric Porcell" (he llegado a pensar que el apellido catalán de don Félix lo explicaría todo).
Casi por las mismas fechas, nuestro polígrafo don Gaspar Melchor de Jovellanos, en una nota de un manuscrito hallado en la casa de sus ancestros en Peón (Villaviciosa), se refiere encomiásticamente a la ópera Dido y Eneas, "del insigne músico inglés Enrique Porceyo (!)".
Otra vez ha de echar uno mano de suposiciones que estima coherentes. Jovellanos solía cabalgar por parajes pintorescos de las afueras de su ciudad natal. Una de las parroquias que cita con frecuencia en su diario es precisamente la de Porceyo, que elogia por lo ameno del paisaje y la frescura de una fuente que allí brota de unas peñas. Aquí estaría el origen de aquel lapsus.
Por no recordar aquel Sir Patrick, que se convirtió en Periquín por causa de un escribano de la Armada.
Ya explicaba en mi nota que "los nombres personales... no suelen traducirse, AUNQUE EN OTROS TIEMPOS SE HACÍA" (subrayado mío). Se agradecen sus ejemplos, que así lo confirman. (Porque supongo que sea yo el acólito, "persona o cosa que depende de otra". Si él lo ve así, ¿quién es esta persona o cosa para contradecirle?)
ResponderEliminarLo dicho, Martín. Me despido agradeciendote una vez mas los buenos ratos literarios que me has hecho pasar. Y suerte...con toda sinceridad.
ResponderEliminarReconocimiento que hago extensivo a tus seguidores.
ResponderEliminarCuando te ofreces humilde eres encantador, Cer.
ResponderEliminarY Cancio, colega, no hagas mudanza, aunque te atribule la indignación. Pero eres libre e igual... te vas con el que sintió en las espaldas el frío de la muralla cacereña: delante, nadie. Estarás mejor en la Casa de Martín. Mejor tropa y menos adulona.
Releo estos días el Persiles. Aparece en él un personaje, Clodio, "satírico y maldiciente", que, desterrado por su mala lengua en condiciones para él particularmente duras, acabará confesando que el impulso para la maledicencia es en él tan fuerte que, le cueste lo que le cueste, sencillamente no puede dejarlo. Me ha hecho acordarme de ti.
Eliminar¿Ese tú soy yo, Anónimo? Si es así, gracias por el recuerdo.
EliminarJLGM
No, hombre; me refiero a B.B-A, como firma en su última nota. Creo que tiene esa tendencia un tanto "clodiesca".
EliminarNo, buen vate, la flechita de "responder" apunta (por el mango) al mal don Braulio. Acólito no se iba a permitir esos desplantes con don Párroco Martín.
EliminarUna segunda naturaleza, ya digo. Es más fuerte que él.
Eliminar¿De dónde ha salido el tal J.K? ¡Vaya sensibilidad se gasta el baranda! Júdeeeer...
ResponderEliminarHola a todos!
ResponderEliminarDecía Nietzsche que solo se reconoció a sí mismo en Torino (lo ven se puede decir Torino, y no pasa nada). Decía Pavese (y esto sí que son, ya, palabras mayores) que solo se sintió joven por los pueblos, y los caminos, de las montañas que circundaban la ciudad. Turín, o Torino, es triste, muy triste, pero es que a veces, sobre todo según se van cumpliendo años, la tristeza es una especie de cordial, algo astutamente embriagador. ¡Un abrazo, maestro!
Para sensibilidad la mía, que veo hacer gracietas a este bluffón de la corte a costa del buen Kancio y se me abren las ternillas.
ResponderEliminarA ver si va a ser servidor quien imparta normas de cortesía en este café. Para empezar, me pareció impropia y descortés la manera con que el buen Martín despachó un comentario de J.K. No está sobrado el establecimiento de parroquianos de la calidad, humanidad y talento del mentado J.K. Aunque pertenece al gremio de la conserva hispana tiene clase y de esa lata me comería unos mejillones sin reparo.
Y un bufón que aterriza por la parte de la cocina osa entrar en el comedor y llama baranda al ilustrado... Menos mal que el otro notable vate sigue absorto en dibujarle la sombra con un estilete al mal B.B-A... (parece que faltara la V de Vizcaya).
A mí me sonrojaría que me llamara "maestro" alumno tan botarate: yo no enseño esas cosas.
No se preocupe usted, buen Clodio: se comprende, no es culpa suya, es un rasgo de carácter, como el escorpión del chiste.
EliminarTertulia bizarra y castellano campanudo,pero es de agradecer el dato de ser Turín-quede Torino para los cursis-ciudad triste y deprimente cuya visita,a no ser con ánimo sucida,resulta prescindible.
ResponderEliminarMe extraña,también,ver que el autor de tan interesante artículo baje a la arena de los comentarios con altivo revoloteo de pavo real.
Interesante,en cualquier caso,la confusión de Porceyo de Jovellanos aunque la misma nos llegue envuelta en tanta pompa de jabón.
En cualquier caso,aunque,como Julián Bluff,he hecho aparición por las caballerizas,espero no sea la última vegada y podamos seguir leyendo y departiendo al calor de las ciudades y escritores que nos propone don José Luis.
No es pompa de jabón, sino de azúcar caramelizado...; que lo sepa.
ResponderEliminarLo que demuestra este anodino anónimo es que, o tiene unas tragaderas como las de la ballena de Jonás o nunca tuvo noticia de eso tan caro a autores tales que J.L.Borges y tantos otros, que se inventaron el rollo de la carta hallada, el apunte manuscrito en el margen de la página de un libro, la bibliografía apócrifa..., y un sinfín de triquiñuelas literarias del estilo Cide Amete. Porque pensar que hombre tan esmerado en los detalles, tan pulcro en los decires y tan pagado de su imagen pública iba a confundir Purcell con Porceyo, ya es despiste ignorante, máxime si se refiere al pulcro ( le tenía que ver la media melena) polígrafo de la Villa que se precia de ser la de su nombre.
A mejorar.
Sea apócrifo o no,es anécdota interesante y más si puesta en boca del famoso ilustrado,en eso consiste la ficción y su paladeo,en tener tragaderas.O acaso no es un trágala pensar que el filósofo que excursionaba por la Alta Engandina cayó,exactamente,apopléjico y abrazado a un caballo maltratado? Pero ya mejoro,ya,que ya empeoro la lengua de mis comentarios con el propósito de algún día llegar a decir "caro"-y no como contrario de barato-que hoy por hoy no emplearía ni el mismo Gaspar Melchor de Jovellanos.
ResponderEliminarDesafío a este señor de arriba a que nos diga qué adjetivo cuadraría mejor que "caro", referido a lo que -también arriba- se cuenta. Lo que pasa es que uno lee a autores intemporales, des-olados (fuera de la ola de la moda), que hacen encaje de bolillos con una miriada de palabras (no con las doscientas de rigor de algunos gacetilleros de hoy con pretensiones) y, claro, tiene un léxico que no veas. A otros, como a mi incipiente acosador, se ve que les molestan las palabras “antiguas”, fuera de uso (?), rancias y que casi exigen glosas que las hagan comprensibles; de los que se aburren como ostras si leen el Quijote en la dorada lengua de Cervantes y terminan comprando el Quijote para vagos, que tan pingües (¿se puede decir?) dividendos procura a quien yo me sé. Entonces el blog de elección debiera ser el otro (frase enigmática de mi cosecha).
EliminarA mejorar, que no sobra.
Tan temporal era Cervantes como Virgilio como anacrónicos los que utilizan sus remiendos,y el pretendido teatro de don Miguel nació ya tan obsoleto e intemporal como sus comentarios,sin que le resultara caro mas que a él.Pero termine aquí el comentario y cese la disputa,queden las espadas en alto...hasta ser la del alba,como poco.
ResponderEliminarReconozco que comprendo mal ciertas cosas. ¿De veras "el pretendido teatro de don Miguel nació ya tan obsoleto"? ¿Ha leído usted sus entremeses? ¿O "La Numancia", y, por ejemplo, aquel monólogo de España que tan justamente destacara Cernuda? En fin, cuánto cráneo privilegiado hay suelto; no sé de qué nos quejamos.
EliminarMe fijo que en este lumbreras de "Anónimo" piensa que "obsoleto" e "intemporal" son cosa parecida ("...don Miguel nació ya tan obsoleto e intemporal..."). Si estaba pasado de moda no sería intemporal, digo yo. Los hay listos de coj.
ResponderEliminarPues sí,señores inquisidores,el TEATRO-with capital letters-de Cervantes se quedó en el intento,lo más que quiso Cervantes es Lope y no lo consiguió pues sus obras,aquejadas de esa hidropesía que padecen las cosas obsoletas o anacrónicas desde su nacimiento-desempolve quien desee El Cerco-eran irrealizables.Lope,al contrario,bien sabía,como denó dicho en su Arte de Hacer Coemdias,satisfacer la impaciencia del "español sentado" por espacio,o tiempo,de dos o tres horas.Los entremeses,caballeros,sí que son eternos,los entremeses,señores,claro que son una obra maestra,pero los entremeses,auditores,son un divertimento que,además,quedaron,hasta mucho después,flotando,sin representarse,en el tiempo-intemporales?-.Salvo así el escollo colocado 'grueso modo' por mis censores y confirmo ser el TEATRO cervantino obsoloto y su teatro,intemporal.Mi punto,evidentemente,era argüir que toda obra del hombre es producto del tiempo y que cuanto más temporal sea más-oh paradoja,ah lógica imposibilidad-eterna! De suerte que Cervantes no pudo escribir "En busca del tiempo perdido" como Proust no pudo ser el autor de El Quijote,Ni James Joyce escirbir Le Rouge et le Noir como Stendhal jamás haber comenzado un capítulo con "Ineluctable modalidad de lo visible".Y ahora,caballeros,vuelvan a sus grogueras,retomen sus caperuzas,llévense solemnemente la mano al pecho o a los coj...o mejor rebuznen,rebuznen...que Cervantes lo agradecerá como homenaje riendo por un instante,tal vez,eterno.
ResponderEliminarSus burradas, mi buen señor, sólo le califican a usted mismo, aunque sea tristemente incapaz de enterarse. Vivimos en un país, o en un tiempo, no sé bien, en que la humildad y el deseo de aprender ni asoman ante la nece(si)dad infantil de exhibir enmarcado lo poco que se sabe (que es una manera infalible de dejar patente lo mucho que se ignora).
EliminarSea humilde y no eche la culpa ni al país ni al tiempo,que bastante tienen con lo suyo.Al comentar exhibo,qué remedio,y en cuanto a lo poco que uno sabe,ay,nada más cierto,qué somos acaso,plumas al viento,un punto en el universo...? Pero respóndanos usted,nada infantil caballero.
EliminarAdemás de lo dicho,yo argumento y usted da coces.Hace lo que según usted no sabe hacer ni este país ni nuestro tiempo,al que usted representa a maravillas,es decir:rabiar.Como recordará,y para el caso de que no sea usted el arenosillo,por su afición a la descomposición de las palabras,le objeté al Bode o chivo su estilo desfasado,él me dijo que era intemporal,y que es allí,fuera del tiempo,donde se cita con los grandes, entre otros el bueno de Cervantes;al bajarlo de la hornacina en la que tan devoto fregués lo tenía encapsulado y con el solo objeto-por mi parte-de hacerlo humano y temporal se me queja diciendo que no sé lo que me digo,y también usted cogiéndole con jamaicana velocidad el relevo,que lo del teatro cervantino es por mi parte majadería y atrevimiento.Fíjese que estamos en una tertulia de café ( don Ramón perdió un brazo en otra) y no en ese lugar ideal en el que el matrimonio Curie pasa a limpio sus descubrimientos.Dicho esto nada dice en la tertulia sobre el teatro cervantino salvo soltar otra coz,dando así cumplido ejemplo al país y al tiempo que usted pretende reconducir de lo que ,con vuecencia, podría ser capaz.Pues bien,sigamos royendo el hueso del teatro y siga yo "disparatando"con mis razones y usted dando puntapiés en silencio.Es la de Cervantes vocación esencialmente poética y teatral que acaba desplegándose esencialmente en una novela,novela que tiene mucho de teatro,teatro que guarda no poco de novela,poeta que se desparrama por la prosa mientras en verso no levanta el esperado vuelo.Hay en Cervantes un embrión,un momento,un nucleo teatral que arranca de su devoción por Lope de Rueda,ese núcleo es algo más que los entremeses y dos preciosas piezas: la jácara de Pedro de Urdemalas y el Rufián Dichoso-extraordinario cuando rufián y ahogado en el moralista trecho-pero teatral es su visión también,sus personajes,el Retablo,Clavileño...pues bien el teatro del inmortal maestro-el de público y gallinero-con verso poco fluido,estructura rígida,la tendencia a la alegoría,su tono solemne y su propósito moral se lo llevó el ciclón-como dicen en Cuba- del Fénix de los Ingenios dejando sus solemnes mimbres maltrechos.
EliminarY ahora tome asiento,sírvase una tónica,enjúguese con el pañuelo y argumente o guarde silencio pero no dé coces,hombre,que no cuadra con su edad ni su humilde deseo de aprender.
No verá usted que yo, a su manera, sostenga que "rebuznan" quienes no estén de acuerdo conmigo. Y no, no es cierto que haya que exhibirse al contestar, no es cierto que haya que enaltecerse uno mismo a costa de quienes, pobrecitos, no cuentan con nuestro "cráneo previlegiado": eso es (gustosa, me temo) aportación suya. Olvídela, por su bien se lo digo.
EliminarLa singular y aislada admiración que Cervantes tenía por Lope de Rueda no bastó a explorar,por cierto,aquella vía muerta ,como hipotéticamente apuntan en su obra sobre la literatura universal José María Valverde y Martín de Riquer,del verso blanco o un nuevo Chespir en nuestro teatro.
ResponderEliminarLo que queda en evidencia es que este señor Anónimo (¿recién llegado?), que tanto nos quiere aleccionar sobre estilo y tal..., escribe pero que muy mal. ¿Cómo se atreverá?
ResponderEliminarMera audacia,don Braulio,no hay más;o como decía mi admirado Roger O.Thornhill : "Rapidez,osadía,tenacidad,ese es mi lema",y aun a riesgo de que los galeones,con la arboladura de sus frases,se me vayan al traste.
ResponderEliminarPues debiera esmerarse más, hombre... : da la nota.
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ResponderEliminarMi nombre es James Deo soy de Canadá, mi esposa y yo he estado teniendo problemas para conseguir el bebé durante los últimos 10 años ahora, hemos visitado tipos diffrent de hospital para revisión médica y el tratamiento, pero ninguna solución hasta que un día estaba escuchando radio cuando oí sobre Priest Onome de priestonomeherbaltemple@outlook.com que han estado ayudando a un montón de mujeres de quedar embarazada, cuando llegué a casa me dije a mi mujer que he oído acerca de un médico que han estado ayudando a mucha gente para obtener los bebés y su un poderoso médico tradicional, ambos decidimos en contacto con este gran médico en busca de ayuda, al principio y mi esposa tenía miedo porque cuando nos pide que pagar por el hechizo del embarazo que quería echar por nosotros para conseguir nuestro propio bebé, por lo que ambos tomar el riesgo y mandarle dinero que se necesita para obtener los elementos para el hechizo embarazo y después de 3 semanas que nos fuimos para la prueba de embarazo y mi esposa estaba embarazada ... hoy estamos contentos porque mi esposa entregar un bebé .. gracias a un gran Onome SACERDOTE de priestonomeherbaltemple@outlook.com ,, en contacto con él hoy para sus soluciones ....