domingo, 10 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Regalos y melancolías


Viernes, 1 de enero
LA VENGANZA DEL DESTINO

La mejor celebración para mí de la noche del fin de año es no hacer ninguna celebración. Cenar a la hora de costumbre, ver un poco distraídamente la televisión (por supuesto, ninguno de los programas propios de la fecha), continuar con el libro que tengo entre manos, escuchar algo de música mientras dejo la mente en blanco y me preparo para el sueño. Y luego dormir como un bendito, levantarme a la hora de costumbre (las ocho menos cinco, exactamente), escribir un rato como todos los días, ir a dar una vuelta hasta el Fontán, disfrutando al compararme con los zombis encorbatados que vuelven de su obligatoriamente interminable fiesta. Pero esta vez nada salió como yo esperaba: me pasé la noche tosiendo sin lograr pegar ojo y en la mañana del primer día del año nadie peor cara que yo, por mucho que hubiera disfrutado en la fiesta. Menos mal que, por lo menos, a las once de la mañana, como de costumbre, ya había acabado mi trabajo del día: los dos folios que tenía pensado escribir sobre el libro de un estudiante español en los últimos días del Berlín hitleriano. Eso atenúa los malos augurios de este comienzo de año.


Sábado, 2 de enero
NO ES UN CABALLERO

Entrevista con John Banville hoy en Babelia: “¿Puedo preguntarle algo personal? Si no quiere, no conteste. ¿Es cierto que tiene dos esposas?”
            Pero claro que contesta: "Sí, las tengo. Tengo una esposa y una compañera y quiero a las dos. Tengo dos hijos con mi esposa, que parecen mayores, más maduros que yo, ahora en sus cuarenta, y dos hijas con mi pareja de 26 y 19 años. Paso la mitad de la semana con mi esposa y la otra con mi pareja.”
            "¿Y ella está de acuerdo?" , le pregunta la periodista (debería decir "ellas", creo). "No", "O sea que el amor hiere", "Claro que hiere. Mucho. Pero yo no soy el protagonista de mi novela, no tengo su egoísmo".
            Resulta que toda esta confidencia --y luego hablan de que el pudor se perdió con las redes sociales-- forma parte de la estrategia promocional de una nueva novela. Qué cosas. Gane usted el premio Príncipe de Asturias para luego tener que recurrir a esos extremos.
            Un caballero puede tener una vida sentimental complicada, con dos o tres relaciones al mismo tiempo, pero si habla de ello en público seguro que no es un caballero.


Domingo, 3 de enero
SALIR DE CASA

"Los dos últimos días no he salido de casa, no me apetecía, me encontraba muy a gusto con mis libros, mi música, mis plantas y mi gato", me cuenta un amiga.
            "Pues yo nunca he estado un día entero sin salir de casa, quizá cuando estaba enfermo, aunque no recuerdo haber estado nunca tan enfermo", le respondo. Quedarme en casa es para mí el peor de los castigos. Me levanto, escribo un poco, y a las once tengo ya que estar fuera, tenga clase o no tenga clase, sea día laborable o festivo. Y por la tarde lo mismo. La puesta de sol nunca me coge en casa. No podría soportar la melancolía. Claro que habría que definir lo que uno entiende por casa. El piso en que los libros apenas si me dejan moverme es solo una parte de ella. La cafetería en que recibo a los amigos por la mañana y en la que escribo o leo por la tarde, sin importarme el barullo, también forman parte de ella".


Lunes, 4 de enero
NO DISCUTIR

Me basta oír afirmar con rotundidad una cosa para que empiece a dudar de ella, algo que me vuelve bastante insoportable para ciertas personas a las que no les gusta que se pongan en cuestión sus presuntas evidencias. Como también me basta estar seguro de algo para que empiece a dudar de ello, a partir de ahora creo que voy a limitarme a discutir conmigo mismo. A fin de cuentas, soy la única persona que he encontrado tan incansablemente terca como yo.


Martes, 5 de enero
UN HOTEL CON HISTORIA

En este hotel Wagner terminó Parsifal y el año1957 --según leo-- se reunieron los capos de la mafia norteamericana (Joe Bonanno, Lucky Luciano, John di Bella) con los mafiosos locales (Salvatores Greco, Gaetano Badalamenti, Tommaso Buscetta) para llegar a un acuerdo en el negocio de la droga y evitar una guerra entre las familias de uno y otro continente. Por otra parte, parece que en esta misma habitación que me ha tocado en suerte se alojó Sigmund Freud y en la de al lado, la 224, se suicidó Raymond Roussel. Si los fantasmas existen, seguro que esta noche de Reyes o de brujas (según la versión española o italiana) me encuentro con alguno. 


Miércoles, 6 de enero
SALVO CASTAGNA

No hubo fantasmas, pero tampoco regalos en la noche de Reyes. O eso creía yo. No los había en la habitación, pero me bastó salir de ella para ir encontrándolos. El primero, al ir en busca del lugar del desayuno: un bar tapizado de rojo que me resulta familiar (luego me entero de que aparece en la película El Gatopardo). Resultaría tedioso ir enumerando los demás regalos: la estación de tren, a tamaño natural, para compensarme del tren eléctrico que no recibí en la infancia; un jardín botánico que data de 1789, el mismo año de la revolución francesa, con todas sus innumerables maravillas enteramente para mí solo; en el jardín de al lado, Villa Giulia, un círculo incluido en un cuadrado y en el centro un reloj de sol con doce caras, un perfecto dodecaedro. No sigo, pero también podría incluir al monte Pellegrino, con santa Rosalía en lo alto tratando de proteger a la ciudad de sus protectores y, junto a Porta Felice, una placa que indica el lugar donde se alojó Goethe y muy cerca, en el número 20 de Via Butera, un caserón dieciochesco en cuyo portero automático se lee el nombre, entre los de otros inquilinos, de Gioachino Lanza Tomasi, el hijo adoptivo del autor de El Gatopardo (en ese primer piso se escribió la novela).
            Cuando ya era hora de volver al hotel, se levantó el viento y amenazaba lluvia, me encontré con un último regalo, el más divertido de todo: un programa radiofónico de música en directo en la plaza Politeama. El cantante tenía un nombre que parece inventado: Salvo Castagna. Pero acabo de comprobar que tiene varios vídeos en youtube y que se hizo famoso cuando, en un partido de fútbol entre Italia y la República Checa uno de los jugadores, Fiorello, lanzó en Twitter, su tema "Due bandiere al vento".  El viento no faltaba en esta ocasión, incluso hubo un momento en que se llevó las partituras. Pero el público conocía las canciones, las coreaba y a veces se ponía a bailar. Y yo también, como la vez anterior que estuve en Palermo. Hay cosas que es mejor hacer lejos de la mirada impiadosa de los amigos; en mi caso, además de bailar y ligar, hablar idiomas extranjeros (solo los hablo, cuando no tengo más remedio, y no hay ningún español delante),


Jueves, 7 de enero
ME MUERO POR QUE ME QUIERAN

¿Qué hace una persona tan rutinaria como yo cuando se encuentra fuera de sus costumbres habituales? Pues inventarse otras, lo más rápidamente posible. Sin mis rutinas soy como el molusco fuera de su concha, incapaz de sobrevivir.
            Llegué hace dos días y ya tengo un lugar dónde comer y siempre me siento en el mismo sitio; también dónde tomar el café por la tarde, tras patear la ciudad e ir levantando un plano de palacios, iglesias y coloristas mercados callejeros: la librería Feltrinelli de Via Cavour, muy cerca de la plaza del teatro Massimo y de las calles más concurridas. Echo de menos a los contertulios que aleatoriamente aparecen por el Vetusta, pero compañía no me falta: antes de sentarme con un libro doy un paseo por aquel luminoso laberinto. Cuántas tentaciones. Hoy me entretuve con I luoghi del Gattopardo, un libro ilustrado con muchas de las imágenes que vi en Madrid en la exposición del Matadero.
            Pero de pronto, al volver al hotel, me sentí empapado por un chaparrón de melancolía. Estaba solo en una ciudad ajena, nadie me iba a parar para charlar conmigo un momento, no tenía con quien compartir la noche, no tenía con quien compartir la vida. Me di cuenta entonces de lo mucho que necesita a los demás quien, como yo, parece no necesitar a nadie.
            "¿A quién llamas cuando estás triste?", me preguntaron una vez. "¿Tienes un hombro sobre el que llorar?"
            No, no lo tengo, no llamo a nadie. Pongo el piloto automático, me refugio en mis rutinas y dejo que el temporal pase.
            Pasará. Estoy acostumbrado. Esta noche que no tengo con quien compartir la voy a compartir con todos mis fantasmas. Recuerdo unos versos que cito a menudo: "Me muero por que me quieran, / pero nunca lo diré". En realidad, no hago otra cosa que repetirlo de todas las maneras posibles, aunque no acabo de estar seguro de que sea cierto.




            

9 comentarios:

  1. Que días más bonitos, a tu manera; que se parece un poco a la mía. Gracias, porque me sentía raro.

    ResponderEliminar
  2. "Un caballero puede tener una vida sentimental complicada, con dos o tres relaciones al mismo tiempo, pero si habla de ello en público seguro que no es un caballero."

    Reflexión digna de un anciano con bastón y sombrero.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí para ser un anciano con bastón y sombrero solo me faltan el bastón y el sombrero.

      JLGM

      Eliminar
    2. Ah, entiendo entonces el patetismo impúdico de esta otra confesión: "Hay cosas que es mejor hacer lejos de la mirada impiadosa de los amigos; en mi caso, además de bailar y ligar, hablar idiomas extranjeros (solo los hablo, cuando no tengo más remedio, y no hay ningún español delante)."

      Eliminar
  3. Querido amigo: yo también sufro la noche oscura, pero hoy, en mi desvelo, he aprendido que mi vida se fundamenta en cuatro pilares esenciales, a saber: la práctica religiosa, mi pequeña familia, mi trabajo y la literatura. Si alguna de estas patas cojea, me caigo irremediablemente. Gracias a este descubrimiento, ahora voy a poder trabajar en paz sin sentir que traiciono a la literatura y a permitirme rezar mis oraciones diarias sin temor a que eso me aleje del mundo o de las personas que me importan. Ojalá que estas reflexiones mías puedan servir de algún modo para reconfortarte en esos momentos tormentosos. Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  4. ¿Me muero porque me quieran o por que me quieran? Quien tanto corrige y afea no debería incurrir en tamaño error, máxime tratándose de un título con mayúsculas. La muerte tenía un precio, y la soberbia también. Y no nos enfademos ni escupamos ni ironicemos con tal de no reconocer que lapsus los cometemos todos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues claro que todos comentemos lapsus. De eso viven los correctores. Y no todos tienen la misma importancia. El que me afean no tiene ninguna: se escriba junto a separado se pronuncia de la misma manera (y se entiende perfectamente). Pero ciertamente debe escribirse separado. Gracias por la corrección.

      JJLGM

      Eliminar