Viernes, 8 de enero
DE MONTEVIDEO A PALERMO
En una librería de la calle Vittorio Emanuele –su
lema: “milioni di parole usate e nuove”–, encuentro un libro que parecía que me
estaba esperando: las obras completas de José Enrique Rodó. Recordaba que en El camino de Paros hablaba de un viaje a
Italia y me apetecía releerlo. Lo que no sabía es que precisamente en esta
ciudad había escrito sus últimas páginas. Ni conocía los detalles de su muerte.
Viajar
a Europa fue desde siempre uno de sus sueños. En 1916, la revista argentina Caras y Caretas le ofrece una
corresponsalía europea lujosamente pagada. La despedida resulta apoteósica: manifestaciones,
discursos, banquetes. Incluso después de haber levado anclas el buque inglés
que le llevaría hasta Lisboa, un grupo de amigos decidió subir a un pequeño
barco y acompañar al trasatlántico hasta que saliera a mar abierto. Durante
hora y media navegaron a su lado mientras Rodó les saludaba desde la borda.
A
la triunfante despedida le siguió el final más triste del mundo. A Palermo
llegó enfermo el 3 de abril de 1917. Se alojó en este mismo Hotel des Palmes y
aquí pasó un mes sin hablar con nadie, sin que nadie supiese quién era.
“Salía
del hotel todos los días envuelto en un chaqué raído que había perdido su color
primitivo y que mostraba un forro descosido en los faldones, casi siempre con
un paraguas bajo el brazo y con un evidente aspecto de completo abandono en su
persona; la barba crecida, lleno de manchas, cubierto de polvo, que jamás
sacudía, y metido en unos botines que jamás hizo limpiar”, cuenta una crónica
de Julián Nogueira. Descuidaba su higiene: “No ordenó un solo baño” escribe el
cronista. Más de una vez pensaron pedirle que se fuera. Tenía cuarenta y cinco
años, pero aparentaba setenta. “En el hotel le tenían por un misántropo, por
hombre raro y pudiente, quizá por un avaro que por equivocación hubiera caído
en el primer hotel de Palermo”.
El
día 29 llamó a la camarera, dijo que estaba mal y pidió un médico. “Se retorcía en la cama
presa de grandes dolores y quejándose a gritos”. Murió en el hospital, poco
después, sin que nadie supiera quién era y dejando preocupados a los dueños del
hotel por quién iba a pagar la factura. .
Cuando
la noticia llegó a Montevideo, de inmediato la ciudad se paralizó en señal de
duelo. ¿Qué pasó por la cabeza de José Enrique Rodó aquel último mes en
Palermo? ¿En qué momento tomó la decisión de dejarse morir?
Leo
el prólogo de Emir Rodríguez Monegal a sus obras completas, del que tomo estas
noticias, en el amplio hall
modernista del Grand Hotel et Des Palmes, junto a la fuente y el busto de Wagner,
en el mismo lugar en que Rodó pasaba largas horas ensimismado ante un vaso de
agua.
No
hay señales de deterioro mental en el último artículo que escribió, dedicado a
Palermo, y que no tuvo tiempo de enviar al periódico: “El centro de la
animación urbana y mercantil es la ochavaba Plaza Vigliena, o de los Cuatro
Canti, que se forma en el cruce de la Via Víctor Manuel con la de Maqueda.
Cuatro palacios de mármol, recuerdos aún intactos de la dominación española,
delinean el contorno de la plaza”. Habla luego de un Palermo que ya no existe
con sus carros historiados y sus tipos pintorescos como el acquainolo, el frutero de Monreale o el gatturu, “cuyo oficio consiste en adquirir, de puerta en puerta,
los gatos que estorban en las casas para revenderlos, ya vivos, ya trocados en
piel”.
El
inverosímil azar ha hecho que mi habitación esté entre la 224, en la que se
suicidó el escritor francés Raymond Roussell, y la 215 en la que se dejó morir
José Enrique Rodó. Me aterra de pronto pensar que tengo, como él, un artículo
sin terminar que he de enviar hoy mismo al periódico. Cuando intento hacerlo,
no funciona Internet. Por un momento, temo que a mí también me alcance alguna
vieja maldición. Y recuerdo que Pascal dijo que todas nuestras desgracias
proceden de no saber quedarnos en casa.
Sábado, 9 de enero
JOE PETROSINO Y DON VITO
Mientras busco el palazzo Mirto, en piazza Marina,
me detengo un momento junto a las verjas de los giardini Garibaldi. Otro hombre
se detuvo por última vez en este mismo lugar. En una placa conmemorativa, leo:
“In questo luogo el 12 marzo1909 alle ore 20.45, per proditoria mano mafiosa,
tacque la vita di Joe Petrosino, lieutenant della polizia di New YorK”.
No
hay rincón de esta ciudad que no cuente una historia, que no sea punto de
partida para una película de la serie negra. Joe Petrosino nació cerca de aquí,
emigró de niño a Nueva York, donde fue limpiabotas y barrendero antes de
conseguir ingresar en la policía. Pronto destacó en ella. Eran los tiempos de
“la mano negra”, en realidad la mafia italiana que comenzaba exitosamente a
hacer las Américas. Joe Petrosino pronto se convirtió en uno de los primeros
policías que se encargaron de luchar contra el crimen organizado. Tuvo muchos
éxitos, sabía a quiénes se enfrentaba. Le gustaba disfrazarse, infiltrarse,
tenía una abundante red de delatores. Le gustaba también la publicidad y esa
fue su perdición. Sus éxitos eran abundantemente jaleados por los periódicos.
Pero resultaba difícil probar los crímenes de los mafiosos que él detenía –los
testigos cambiaban de opinión o desaparecían– y pronto quedaban en libertad. Se
le ocurrió una brillante estratagema para limpiar las calles. Muchos de
aquellos delincuentes tenían antecedentes en su país y eso permitía expulsarle
por haberlo ocultado al entrar en Estados Unidos. Joe Petrosino, con una larga
lista de sospechosos, se ofreció para venir a Sicilia y descubrir si habían
sido o no condenados aquí. Fue muy feliz durante el viaje. Había salido como un
paria de su tierra y volvía como un héroe. No pudo evitar la tentación de
permitir que filtraran la noticia al New
York Herald. Nada más llegar al hotel, un confidente le dio cita para
aquella misma noche, a las nueve menos cuarto, en piazza Marina. Impaciente,
llegó un cuarto de hora antes. Cerca había una parada del tranvía. Varios
viajeros le vieron paseando a grandes zancadas por aquel lugar. A las nueve
menos veinte, un hombre que cenaba con otros ilustres sicilianos pidió
disculpas para levantarse un momento de la mesa. Salió a la calle y en la
carroza del anfitrión, una de las autoridades de la isla, se acercó hasta
piazza Marina, detuvo un momento el carruaje, bajó, le disparó dos tiros a
Petrosino, volvió a la cena y siguió tranquilamente la conversación mientras
llegaban los postres. Ese hombre era don Vito, Vito Cascio Ferro, que había
jugado de niño con Joe Petrosino, había emigrado a Estados Unidos y había
vuelto a la isla para convertirse en el dueño de vidas y haciendas. Nada se
movía sin su consentimiento. Más de sesenta veces estuvo procesado y de todas
salió absuelto. Lograron condenarle, durante el fascismo, en un juicio amañado.
Su larga historia está en todas las historias de la mafia. Era un sabio. En su
celda quiso que figurara un proverbio antiguo: “Prisión, enfermedad, necesidad,
/ revelan el verdadero corazón del hombre”.
Domingo, 10 de enero
OTRA CITA
Rodó y Petrosino
tenían cita, sin ellos saberlo, con una desconocida en Palermo. Yo también tuve
una cita a ciegas en el Orto Botánico. Al contrario que ellos, viví para
contarlo. Pero hay cosas que no cuenta un caballero.
Martes, 12 de enero
NO HABLO DEL TEMA
“¿Cómo llevas el asuntillo ese de la infanta tú que
eres tan monárquico?”, me pregunta un amigo antes siquiera de saludarme.
“No
me apetece hablar del tema. Es como si juzgaran a varios miembros de la banda
de Al Capone, o de una de sus bandas, y a él le dejaran fuera, a pesar de que
Diego Torres enseña las pruebas incluso por televisión. Estoy abochornado como
español, pero no me atrevo a decir nada públicamente. Temo que todo el tinglado
se nos venta abajo si alguien se decide, por fin, a hacer justicia”.
“No
te preocupes que no se hará justicia, que para eso están la Fiscalía y la
Abogacía del Estado. Tú, como buen monárquico, tampoco quieres que se haga”.
“¡Yo
no soy monárquico! Nada me gustaría más, lo he dicho muchas veces, que el que
Felipe del Borbón fuera presidente de la República. Nos evitaríamos ahora
muchos problemas. El más grave que acabe creándose una causa general, al menos
en la opinión pública, como la de la familia Pujol”.
“O
sea que tú estás indignado contra Al Capone, pero apoyas a su hijo. Y lo que te
preocupa no es que se haga o no justicia sino que las consecuencias de hacerlo
puedan afectar al actual jefe del Estado”.
“Los
hijos no escogen a sus padres ni son responsables de sus acciones”.
Miércoles, 13 de enero
EMPIEZA EL ESPECTÁCULO
El primer acto de la nueva legislatura ha resultado
el más entretenido de todos. Ahora a esperar que no nos defraude el resto de la
función. A mí me ha gustado sobre todo el simbolismo, entre bíblico y
virgiliano, de la madre amamantando a su hijo.
Jueves, 14 de enero
AQUELLA ESPAÑA
Después
de haber tenido la clase política y el jefe del Estado que hemos tenido, ser
español a veces parece más un baldón que un orgullo. Menos mal que en esos años
negros yo no era de los que decían que la Constitución dejaba al rey al margen
del código penal, no solo en sus actividades públicas (que debían ser
refrendadas por el gobierno), sino también en sus múltiples negocios privados.
“Nápoles, la española” titula Rodó
uno de los capítulos de El camino de
Paros. A mí me gusta, deambulando por Palermo, encontrar continuas huellas
de la presencia española. Y me emociona leer el epitafio a un soldado español:
“Guarda este mármol las famosas cenizas / de aquel héroe invencible / Dionisio
de Guzmán / caballero del hábito de Santiago / Falleció el 24 de junio de 1654
/ militó 44 años continuos en guerra viva / en las provincias de Italia,
estados de Flandes / reinos de España y
armadas marítimas. / Comenzó de soldado y subió a fuerza de sus méritos / todos
los grados de la milicia / Ganó a su rey 31 fortalezas / socorrió 18 plazas,
peleó y venció 62 veces / Fue terror de los adversarios / ejemplo de los amigos
/ asombro de los ejércitos / envidia de las naciones / Constante en los
trabajos / intrépido en los peligros / templado en las costumbres / modesto en
las felicidades / la antigua Castilla le dio noble oriente/ la sociedad
cristiana dichosa vida / su proceder heroicas obras / Nació para honra de su
patria / vivió para servir a su rey / y habiendo muerto para sí / quedará
inmortal / en la memoria de los siglos futuros”..
Hay una escena en "El Gran Gatsby" que parece inspirada en la muerte de Petrosino, si bien en este caso es un comensal el que sale a la calle a encontrarse con cuatro tiros tras decir a sus compañeros: "Guardadme el postre".
ResponderEliminarTenemos casi gobierno de izquierdas con posibles y aquí ni una voz que clame en el oasis. Ni los acendrados poetas de la izquierda, ni los zoilos contumaces, ni los mortíferos caínes de la diestra, ni los tenderos ni los calafates.
ResponderEliminarDios mío, Dio mío, que solos se quedan los muertos.
Y después del epitafio, ahíto el cuerpo de absenta y calimocho..., imploro por plumas de oca de altos vuelos que canten la proeza de los siglos: la izquierda otrora diluida en taifas y estafetas, se dio -por fin- el paulino costalazo. Y aunque genere el consabido rechazo de quienes nos quisieran viviendo tal que gochos, de esta o de ninguna: ya estamos prevenidos.
¿Usted cree que Dios existe y, en caso de que así fuera, que es justo? ¿Cómo se le ocurre demostrar la existencia de Dios?
ResponderEliminarNi se me ha pasado por la cabeza tal demostración. Qué mal me explico, según parece.
ResponderEliminarJLGM
Sólo existe un libro suyo que me apetece leer. No demuestra la existencia de Dios, pero indica donde esconde sus demonios. Dulces sueños.
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