Viernes, 25 de diciembre
MI REGALO DE NAVIDAD
Entre los pequeños placeres que acostumbro a coleccionar,
el madrugador paseo del día de Navidad es uno de mis preferidos. La cena
familiar de Nochebuena siempre acaba para mí con un postre de melancolía. Las
ausencias, que se borran en el día a día, se hacen allí muy presentes. Siempre
hay un momento para mirar atrás y también hacia el vértigo de un futuro –los
niños se hacen adultos, envejecen– ya sin nosotros.
En la
habitación del hotel, otra de mis rutinas, solo con mis fantasmas, tardo en
dormirme. Pero en cuanto amanece todos hacen la maleta y se van con su
insidiosa música a otra parte.
El
parque de Ferrera, a esta hora temprana, es para mí solo. Saludo a viejos
conocidos, mudas criaturas vegetales por las que también pasa el tiempo, que
las viste y las desviste, aunque no parecen pasar los años. Como a ellos, a mí
tampoco me importa el frío matinal. Pero hoy se ha trocado en tibieza veraniega.
Dejo el
parque por la puerta de Galiana. Camino bajo los arcos, bajo los mismo arcos en
que cada mañana de hace más de medio siglo iba hacia el Instituto. Avilés, sin
apenas gente, como un escenario antes de que empiece el espectáculo.
Este
tranquilo paseo es mi regalo preferido de Navidad. Un año más estoy vivo y a
gusto con la vida. Silban las balas a mi alrededor y hay al menos una para cada
uno. Pero. de momento, a mí no me ha rozado ninguna. Y en la mañana de Navidad,
o esa es la impresión que yo tengo, se declara una tregua. Y yo la aprovecho y
paseo solo, pero tan bien acompañado, por rincones familiares que siempre se
alegran de verme.
Sábado, 26 de diciembre
PARA UN AUTORRETRATO
Soy de los que siempre caen de pie. Hasta que llegue el
día en que finalmente caiga de bruces y no acierte a levantarme.
Me gusta el éxito, por supuesto, pero no tanto como para
tener que hacer algún esfuerzo para conseguirlo.
La felicidad de estar enamorado, la de no estarlo. No sé
bien cuál de las dos prefiero.
Los amigos que dejan de serlo, ¿lo fueron alguna vez?
La verdad suele ser una maleducada; en eso nos
parecemos..
Algunos confunden la maledicencia con la impertinencia;
no son lo mismo: la primera da la cara, la segunda gusta de esconderse en el
anonimato (por eso prolifera tanto en Internet)-
Para que quede más claro, casi siempre me
callo lo que de verdad quiero decir.
El futuro tiene los días contados, pero el pasado no se
acaba nunca..
Domingo, 27 de diciembre
THE WALK
La escena final de El
desafío. El equilibrista Philippe Petit, encaramado junto a la antorcha de
la estatua de la Libertad, desde donde cuenta su hazaña, nos muestra orgulloso
el pase que le han dado para subir cuantas veces quiera a la terraza de las Torres
Gemelas.
––Todos
los pases tienen una fecha de caducidad. En el mío esa fecha está tachada y en
su lugar han escrito “Para siempre".
Las Torres brillan con el sol del
crepúsculo sobre el perfil de Manhattan. Poco a poco, la pantalla se va
cerrando en negro y al final solo quedan ellas con un resplandor en el centro
que nos trae a la memoria otro infausto resplandor.
Subí por
primera vez a una de las Torres en 1990; las sobrevolé luego en helicóptero;
volví a subir cada visita anual, la última a finales de agosto de 2001. Después
de su destrucción, a todo el mundo le dio por arremeter contra ellas e incluso contra
todos los rascacielos, esas construcciones inhumanas.
A ratos
parecía que los terroristas, si hubieran avisado antes para que se desalojaran,
casi nos habrían hecho un favor. Y a nadie se le ocurrió luego reconstruirlas.
En el combate entre civilización y barbarie (no hablemos de las represalias
posteriores: muchos inocentes se añadieron a los miles de las Torres), triunfó
la barbarie, cambiando para siempre el perfil de la ciudad.
A mi me
gustaba esa pareja de gigantes iguales y el hijo que tenían en Madrid, la torre
Picasso. El cine me permite esta tarde viajar en el tiempo, entrar de nuevo en el
inmenso hall, contemplar Nueva York desde lo alto, la gran fuente en el centro
de la plaza, entre las Torres: Voy reconociendo los distintos rascacielos, el
puente de Brooklyn y el de Manhattan, el Promenade, donde tanta veces paseé con
mi amigo Hilario.
Espero
ver, al otro lado, el Hudson y el Jardín de Invierno. Pero nunca se asoman
hacia ese lado el equilibrista y sus amigos. Yo recuerdo de la última visita la
sombra de las Torres sobre los edificios del World Financial Center, como una
premonición del inminente desplome.
Cómo
envidio a Philippe por haber hecho ese paseo, que la pantalla y el arte
minuciosamente feliz de Robert Zemeckis nos permiten disfrutar casi en tiempo
real. En 1974 yo tenía la misma edad que el equilibrista y las Torres aún no
estaban terminadas. No vivieron más de un cuarto de siglo, "antes de
tiempo y casi en flor cortadas", para decirlo con el verso de Garcilaso..
¿Cómo
serían hoy tantas ciudades europeas si no hubieran sido reconstruidos sus
edificios después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial? Solo las Torres
se dejaron desaparecer para siempre. Aún no he subido al rascacielos que por
fin las sustituye, después de infinitas disputas. No será lo mismo. Pero las
Torres siguen existiendo en la memoria y ahora también en la magia prodigiosa
del cine.
Lunes, 28 de diciembre
UN SOMBRERO DE COPA
Probablemente lo que me ha ocurrido tiene una explicación
lógica, como todo en este mundo, pero yo no acabo de encontrársela. Volvía a
casa después de pasar una noche con los amigos. Habíamos ido de un bar a otro,
nos habíamos divertido bastante, pero yo no estaba en absoluto borracho. Apenas
si había bebido. Debían ser las cuatro o las cinco de la mañana. Todavía
faltaba bastante para que amaneciera. Una noche clara, sin una nube, con una
gran luna llena que parecía rodar sobre los tejados de Vetusta. Me quedé quieto
un momento, mirándola. A la memoria me vinieron versos de Borges y de Virgilio,
como siempre ocurre en estos casos, y cuando volví de mi ensimismamiento allí
estaba él, inmóvil, mirándome. Tendría menos de treinta años, pero vestía con
una elegancia de otro tiempo, como de mago o bailarín, un poco a lo Fred
Astaire. Incluso llevaba sombrero de copa. Se lo quitó y me saludó sonriente.
Entonces me pareció más joven, un estudiante en una función colegial.
––¿No me
reconoces? Somos viejos amigos...
Miré
alrededor, temí que formara parte de un grupo y me estuvieran gastando una
broma. Serio de pronto, me hizo un gesto para que le siguiera. Y yo le seguí
sin pensar, sin hacer más preguntas, como si estuviera hipnotizado. Ni siquiera
me di cuenta, hasta que estuvimos frente al portal, de que el camino que
seguíamos era el de mi casa. Abrió con su llave, entramos juntos en el
ascensor. Salí yo el primero. Sujetando la puerta, me volví para dejarle pasar.
Pero allí no había nadie. El ascensor estaba vacío. O casi. En el suelo relucía
el sombrero de copa. Me incliné, extrañado, para recogerlo. Al ponerme en pie,
le vi en la puerta abierta del piso, invitándome a pasar.
––¿Cómo
lo has hecho? ¿Cómo tienes la llave de mi casa?
Sonreía
sin decir nada y de pronto yo también sonreí. Me había reconocido.
Martes, 29 de diciembre
ELOGIO DE LA VANIDAD
“Investigación de mi adentramiento en la edad” titula Carlos Bousoño uno de sus poemas. A
esa investigación me dedico yo también con cierta frecuencia. Y últimamente he
descubierto que los años me van haciendo más vanidoso. Nunca lo he sido
demasiado, aunque siempre he tratado de parecerlo. Al vanidoso le importa la
opinión de los demás; a mí siempre me ha importado más mi propia opinión.
Me gusta
mucho una frase del Quijote: “Yo sé
quién soy”. Yo siempre he sabido quién era, cuáles eran mis limitaciones. Creo
que soy el único escritor, o casi, que no necesita del éxito para seguir
escribiendo. Lo poco o mucho que he hecho lo habría hecho lo mismo aunque
hubiera tenido menos eco del que ha tenido o aunque no hubiera tenido
resonancia ninguna. Como quien cumple una misión (una misión que no le ha
encargado nadie, por cierto).
Estas
cosas procuro no decirlas porque me hacen todavía más antipático de lo que ya
soy por naturaleza. Hasta ahora disimulaba mi orgullo con la falsa vanidad.
Pero los años, algo bueno tenían que tener, me están haciendo más humano. Ahora
me gustan los elogios como a todo el mundo, aunque se deban solo a la mera
cortesía. Antes solo valoraba los bien informados, inteligentes y merecidos,
cosa que rara vez ocurría, si es que ocurría alguna vez. Ya los agradezco
todos. Aún no he llegado al punto de mendigarlos, como tantos queridos colegas,
adulando a este o aquel crítico, o de elogiar yo a cualquier poetastro para que
me los devuelva redoblados, pero todo se andará.
Miércoles, 30 de diciembre
TIEMPO DE RECUENTOS
Todos los periódicos se dedican a hacer balances. Yo hago
el mío propio. Cosas de las que aún no me he cansado: de vivir solo, de
enamorarme, de ver el cine en el cine, de la poesía joven, de ir a pie a todas
partes, de no comulgar con ruedas de molino, de decir lo que pienso, de
escribir lo que sueño, de ser puntual, de ser más amigo de la verdad que de mis
amigos y más amigo de mis amigos que de la verdad, de la tertulia de los
viernes, de Nueva York, de mí mismo.
Jueves, 31 de diciembre
TELÓN
Érase una vez... Y los ojos del niño se abren expectantes,
seguros del prodigio que sigue a esas palabras. Yo las sigo escuchando cuando
se descorre el telón de cada nuevo año, de cada nuevo día, seguro de que nunca
la realidad dejará de asombrarme y fascinarme.
Tenemos que volver a pasear por el Promenade. Manhattan nos espera. ¿Recuerdas aquella foto, casi profética, que apareció en Reloj de arena, que hiciste desde las Torres en la que se veían sus sombras? Qué jóvenes estáis los tres; Tú, Almuzara y Marcos Tramón.
ResponderEliminarEstoy deseándolo. A ver si organizo pronto un viaje pare recuperar gratas rutinas y descubrir lugares nuevos.
EliminarJLGM
Feliz Vanidad (con algún retraso).
ResponderEliminarFelices, Cer. A laborar y a darnos cosas guapas.
ResponderEliminarVeo ahora este apunte, un tanto misterioso. Por si se refiere a mi humilde persona, mil gracias: se hará, como siempre, lo que se pueda.
EliminarTienes razón, José Luis. Y en mi opinión, no reconstruir las torres fue un gesto de humildad. ¡Que no nos venza el miedo!
ResponderEliminarMiranda Taibo