lunes, 17 de febrero de 2014

A buen entendedor: Pequeños placeres sin importancia


Sábado, 8 de febrero
SER COMO TODO EL MUNDO

En uno de los intermedios de Rusalka, la ópera de Dvorák que retransmiten esta tarde desde Nueva York, le cuento a mi amiga Catarina que estoy un poco preocupado por algo que me ha ocurrido al cruzar el parque mientras me dirigía al centro comercial. Pone cara de susto y me pide que se lo cuente. Al principio no entiende nada y luego, cuando se lo repito, comienza a reírse a carcajadas.
            “Vamos a ver, Martín, resulta que tú venías distraído caminando hacia el cine y de pronto una pelota llega rodando hasta tus pies. Los niños que jugaban con ella te piden que se la devuelvas y es lo que haces de una patada. ¿He entendido bien? Y ellos siguen jugando y tú sigues camino de la ópera. No entiendo qué problema ves en eso”.
            Naturalmente no lo entiende, y ya me arrepiento de habérselo contado. ¿Cómo va entender que yo jamás he jugado al fútbol? Menos por desinterés que por cabezonería y por ganas de llevar la contraria. Y que cuando otros jugaban y por azar llegaba la pelota a mis pies me hacía el distraído, miraba para otro lado y seguía mi camino sin atender a las voces de los que me pedían que se la devolviera.
            Cambio de conversación y hablamos de la ópera de Dvorák, un maravilloso cuento de hadas. No conocía la historia y lo que más me sorprendió es que, a poco de comenzar, el personaje principal, que interpreta Renée Fleming, se queda mudo. ¡Una protagonista muda! ¿A qué libretista se le puede haber ocurrido una cosa así? Afortunadamente, recupera la voz.
            Pienso que no debí contar nada. Una trivialidad, sí, darle una patada a un balón. ¿Habrá algo más frecuente? Pero no lo es tanto hacerlo por primera vez pasados los sesenta. El hecho me deja preocupado. ¿Me estaré convirtiendo en una persona normal?
            “Martín, Martín, a veces tengo la impresión de que eres un marciano de incógnito”. “Eso también pensaba yo”, le respondo, “pero me temo que estaba equivocado. Comienzo a sospechar que soy tan vulgar, anodino e insignificante como cualquiera”.
            Y lo que más me sorprende es que no es tan terrible. También tiene su gracia ser como todo el mundo.


Domingo, 9 de febrero
DISCREPAR

De pocos temas se dicen tantas tonterías como de Internet y las redes sociales. A mí me gusta irlas coleccionando y repasarlas cuando me entran dudas sobre mi capacidad intelectual (cosa que no ocurre a menudo, para qué nos vamos a engañar).
            Hoy leo la entrevista que, en El Cultural, le hace Daniel Arjona a Frank Schirrmacher, un ensayista alemán doctor en filosofía y literatura, autor de libros de éxito. El último se titula Ego, las trampas del juego capitalista y es, al parecer, un demoledor análisis de la sociedad contemporánea. Cuenta y no acaba las maldades de Google y Facebook y, para terminar de meternos miedo, añade lo siguiente:  “Cuando Amazon desarrolla un programa que hace paquetes y les pone la etiqueta de su domicilio antes de que usted mismo sepa siquiera que va a comprar el libro, puede que le parezca inofensivo e incluso fascinante. Pero ¿qué ocurre si su jefe de personal ya calcula su finiquito para el año 2020?”.
            Pues no, señor Schirrmacher, doctor en filosofía y en literatura, a mí no me parece ni inofensivo ni fascinante; a mí me parece simplemente estúpido que un doctor en esto y en aquello pueda pensar que existe un programa (o incluso que pueda llegar a existir) que antes de que yo sepa siquiera que voy a comprar un libro retire ese libro de las estanterías de Amazon, lo empaquete y le ponga mi dirección. ¿Cómo me va asustar a mí Internet si ni siquiera me asusta que una presunto experto que vende muchos libros pueda afirmar en serio tal cosa, como otros afirman no menos seriamente que las pirámides las levantaron los extraterrestres?
            No, no me asusta, todo lo contrario, me hace sentirme más inteligente que tantos sabios pontificadores sobre esto y aquello. También a mí me gusta pontificar sobre lo que ignoro, como a todo el mundo, pero no creo que nunca pueda hacer afirmaciones semejantes. Soy alérgico al pensamiento mágico, mi maestro es Sherlock Holmes.


Lunes, 10 de febrero
SER UN POCO SECTARIO

En estos casos, siempre recuerdo una viñeta de Mingote publicada hace años en el ABC. “¿Qué le parece la nueva fuente que ha colocado el alcalde?”, le pregunta un personaje del pueblo a otro de fuera. Y la respuesta: “Espere usted a que me entere de a qué partido político pertenece el alcalde”.
            Por razones burocráticas, he de visitar la consejería de cultura del Principado. Se encuentra encaramada a la altura de un decimoquinto piso, pero sin ningún piso debajo y sin ninguna razón, salvo el capricho del arquitecto. Quizá lo hiciera para tener buenas vistas, pero desde el despacho del alto cargo al que visito solo veo feas fachadas y a la señora del piso de enfrente tendiendo la colada en la terraza.
            En alguna parte tiene que haber escaleras, pero yo no las veo. La secretaria del alto cargo, a la que le pregunto (me asusta que se declare un incendio y no se pueda utilizar el ascensor), no sabe dónde están.
            “Sé que las hay, pero yo no las he visto nunca”.
            “¿No han realizado nunca ningún simulacro de emergencia?”
            “Yo no he participado en ninguno”.
            Me empiezan a entrar deseos de escapar pronto de aquella previsible ratonera. “Si yo fuera inspector de trabajo, cerraba de inmediato estas oficinas”, le digo al alto cargo en cuanto le veo, con mi falta de diplomacia habitual. Él si sabe donde están las escaleras, a ambos lados, en el interior de las diagonales que sostienen en alto el bloque de oficinas. “Si tienes vértigo, mejor que no las veas”. Pero a mí me gustaría observarlas algún día y seguir vivo para contarlo.
            El edificio, por supuesto, lo ideó Calatrava, ¿A quién si no se le podía ocurrir semejante disparate? Pero lo que a mí me fascina es que hubiera responsables políticos que lo dieran de paso. Galdós, en los tiempos de la primera restauración borbónica, habló de la “locura crematística”. En la segunda restauración, parece que hubo algo más que locura crematística, un despilfarrador entontecimiento colectivo.
            Salgo a la calle con una sensación de alivio. Pienso en los pobres funcionarios que tienen que pasar horas y horas encaramados allá arriba. Y pienso también en la viñeta de Mingote. Porque este costoso y peligroso disparate lo promovieron los de un partido (todavía recuerdo al alcalde de entonces, un alcalde-Calatrava, alardeando el día de la inauguración), pero lo apuntalaron los de otro, el que yo voto. Criticar sería como tirar piedras contra mi propio tejado. Por eso callo. De vez en cuando tampoco está mal ser un poco sectario.


Martes, 11 de febrero
CAFÉ CON VERSOS

Ninguno de los libros que han llegado hoy a la redacción de Clarín me resulta particularmente atractivo, así que, mientras tomo un café en los Porches, me entretengo recreando, o inventando, epigramas.
            Epitafio de un perro: “Delaté a los ladrones, pero no al amante. / Complací así a mi amo, tan avaro, / y a mi dueña de dulce corazón. / Con igual amor los dos ahora me lloran. / Aprende, caminante, que el silencio / tan útil es como callar a tiempo”.
            Eruditos a la violeta: “Doctos tan solo en el lugar común, / ¿a qué perder el tiempo con vosotros? / Jamás dijisteis cosa alguna / que no dijeran antes otros, y mejor”.
            Fugaz eternidad: “Cuando tu boca está bajo mi boca / y mis ojos están sobre de los tuyos / con envidia me miran desde el cielo / Dios y su corte de bienaventurados, / aunque su dicha dure una eternidad / y la mía tan solo unos pocos instantes”.


Miércoles, 12 de febrero
HACER LA COMPRA

Después de leer, tomar un café y charlar un rato, si se presenta algún amigo, todas las tardes entro en algún supermercado. Es parte de mi rutina. Me relaja. Los encuentro al paso, al regresar a mi casa desde el centro. Una tarde toca Mercadona, otra Alimerka, otra El Árbol, otra Masymas, otra el Día. Los sábados son para Carrefour, en Los Prados. Aunque siempre con libros y aparentemente en las nubes, he acabado convirtiéndome en un experto en ese cotidiano prosaísmo. Sé dónde tienen la mejor fruta y qué productos están a mejor precio en cada uno de ellos. También sé dónde todavía te regalan la bolsa y dónde las cajeras (o los cajeros) son más amables. En unos sitios te entregan la bolsa ya abierta, en otros te colocan en ella los productos y hay uno en que te la arrojan de cualquier manera y te miran displicentes mientras tú te esfuerzas en abrir el prensado plástico.
            Por supuesto, solo y parco como un eremita, no necesitaría comprar todos los días, así que procuro comprar poco de cada vez, para tener motivo para el juego diario. Compro siempre lo mismo y de la misma marca, salvo un producto que ha de ser distinto cada vez (conviene poner un poco de aventura en el día a día).


Viernes, 14 de febrero
FINGIR, FINGIR

El poeta es un fingidor, ya se sabe, y a mí lo que más me gusta fingir es que estoy enamorado: “Amor me vuelve un nuevo Prometeo / al que el buitre devora sin descanso, / un insecto que muere fascinado / por la luz que le llama y que le abrasa. / Soy el más desdichado de los hombres, / y el más feliz solo con que me mires”.


Sábado, 15 de febrero
NO ESTAR ENAMORADO

A las personas que viven solas les suele deprimir un día como el de ayer en el que todo nos recuerda lo bonito que es estar enamorado. Pero a otro perro con ese hueso. Si he de hablar por mi propia experiencia, los únicos amores que no acaban mal son los que no empiezan. El amor es un préstamo con intereses usurarios. Pronto hay que devolverlo, si no con sangre, sudor y lágrimas (que a veces también), sí con prolongadas sesiones de tortura en las que no se utilizan más que las palabras o, lo que es peor, los silencios. Yo, a fuerza de tropezones, creo que he aprendido a no caer en esa trampa. Pero no por eso dejo de estar alerta. Los que se han librado de una adicción saben que la recaída siempre es posible, que no hay que darle ni un sorbo a la copa –a la boca– que la vida nos brinda sonriente.
            Paso el día feliz pero luego, por la noche, me cuesta dormirme. ¿Realmente he estado enamorado tantas veces como he creído estar enamorado?
            “Tú no trabajas, juegas a que trabajas” me dijo una vez un amigo. Quizá también solo he jugado a estar enamorado para tener algo sobre lo que escribir.
            A veces pienso que la única persona de la que de verdad he estado enamorado ha sido de mí mismo. Lo demás fue solo un juego, un deporte de riesgo, la ruleta rusa.
            La última bala me pasó muy cerca. No quisiera volver a repetir.


16 comentarios:

  1. Respecto a lo de ser o no una persona normal, creo que Erik Satie fue definitivo: "Me llamo Erik Satie, como todo el mundo". Sustitúyase, si se desea, pot José Luis García Martín, o por uno mismo.

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  2. Asturiano en el exilio.
    Martín, gracias por tomarte la molestia y el tiempo de escribir estas líneas todas las semanas para que tus lectores (fieles, infieles o ateos) podamos solazarnos con ellas. El hecho de que estemos callados no significa que estemos ausentes. Gracias.

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  3. "El amor es un préstamo con intereses usurarios."

    "El amor es una sed que nada sacia", escribió el gran H.D.Thoreau.

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  4. Más de uno o una habrá buscado la llave, que tras un arrepentimiento brutal, habrá deseado quitar el candado que un día creyó eterno.
    Esos candados así me ponen muy nerviosa ¡Qué derroche!.

    * * *

    Por cierto, muy curiosa la anécdota de la pelota José Luis. Pero podías haberla cogido con la mano y haber pasado del apuro.

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  5. Muy seguro está "El lejano", que por lo que dice supongo vive en París, de que todos los usuarios del famoso candadito son extranjeros, peste de turismo. Muy lepeniana la idea. Claro que si Francia en general, y París en particular, no recibieran a partir de ahora un solo turista (o, en sus propios y agradables términos, se librasen de la peste), podría ocurrir que hubiera gente ahí mismo que los echase de menos, ¿no le parece? Pero en fin, la peste, uf, uf, cuanto más lejos mejor, diga usted que sí.

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  6. No me importaría nada, monsieur Lejano, haber puesto uno, o docenas de ellos, en el Pont de les Arts o donde fuera; como ya dijo Pessoa mejor que uno sabría decirlo, "al final, sólo los que nunca escribieron [ridículas] cartas de amor [o hicieron, añado yo, cualquier otra ridiculez por ese motivo] son los que son ridículos". Pero no he puesto candado alguno en mi vida, ay de mí; y, respecto a las "gafas de extrema derecha", tendría que colocármelas sobre las propias (uno es seriamente miope), y de verdad, pruebe usted si no me cree, que ello resultaría pero que muy incómodo.

    Le repito que no tiene usted ni la más mínima razón, excepto sus prejuicios, para creer que los tales candaditos sean cosa más de los foráneos que de los naturales. Y si donde se critica al turismo no lee usted una crítica de los de fuera, ya me dirá qué lee. Dice la Academia que turismo es "Actividad o hecho de viajar por placer"; y por viajar entiende "Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante". Yo le aseguro que, no habiendo puesto en mi vida candadito alguno (mi idea de la relación amorosa es tan alérgica al exhibicionismo como a los candados, o cualquier otro símbolo de sujeción: amor que no es libre no es amor, a mi modesto parecer), comprendo y disculpo perfectamente a quienes lo hacen, y no me creo en ningún sentido superior a ellos por no hacerlo.

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  7. Sin duda debe ser así. Yo no veo lo evidente, como es que enjamás de los jamases un nativo francés ha podido poner de ninguna manera un candado (todos llevan nombre y dirección, quizá no visibles para ojos como los míos, tan perjudicados, pero evidentísimos para ojos Lejanos), y que todo candado en el Pont de les Arts (o supongo que en cualquier otro lugar del planeta) tiene detrás no sólo un turista, sino un borrego miembro de una horda. Y no hay otra, oiga, que el Lejano lo sabe de la mejor fuente y tiene ojos a prueba de cualquier candado.

    Constatado todo lo cual, no me queda sino rendirme a la Lejana evidencia, aceptar mi inferioridad constituyente y mi condición nativa de miembro de una horda borreguil (y de los más torpes, que ni siquiera han alcanzado a que se les ocurra poner un candado, como debería), pedir todos los perdones posibles, hacer acto de contrición y jurar no volver a incurrir en semejantes borreguismos, y mucho menos a poner en duda las Sagradas Escrituras Lejánicas. Y, con eso, acaso pueda tener (aunque es dudoso, que lo mío es de naturaleza) algún remedio. Pues eso, oiga.

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  8. @ El pesao otra vez

    "y jurar no volver a incurrir en semejantes borreguismos".

    No, jurar no volver a atacar imprudentemente a desconocidos diciendo que tienen "ideas lepenistas"...

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  9. Lejano, que lo veo yo por Sevilla en los balcones, cargaditos de macetas con flores preciosas. Pero las rejas se pudren y el peso de los hierros para sostenerlas pasa como con los candados y no queremos que nada de lo que dices, ocurra.
    ¡Cadenas?, si es que a veces no falla el instinto.

    Gracias

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  10. Las respuestas aquí del buen F., como las de El Lejano en la entrada siguiente, me llaman la atención por lo pétreo de sus certezas. Uno no tiene dudas de que el amor a la patria es cosa de menores de edad mental y/o espiritual; que lo expresara gente como Pessoa, Kavafis, Leopardi o Rupert Brooke le da exactamente igual. Tampoco de que ser español debe ser o indiferente o motivo de vergüenza; que ninguno de los dos sea el caso de tantos españoles que están entre lo mejor que ha dado esta denostada tierra, idem. El otro no tiene duda de que los candados de que habla, y que no tienen nombre o marca que permita identificar a quien allí los pone, han de ser por definición cosa de extranjeros-turistas-rebañegos, o sea, de todo lo que él no es, y si uno objeta algo sólo puede ser porque... ha añadido algún candadito a la colección, y es tan inapelablemente rebañil como el que más lo sea. Tal para cual; por eso pongo esta entrada en los dos sitios. Deberían conocerse: se entenderían muy bien, creo. Aristóteles dejó dicho que 'la duda es el principio de la sabiduría'. Me temo que, si eso es cierto, uno y otro, tan seguros de cosas tan improbables, no están ni al principio. Pero tranquilos: sin duda el meteco Aristóteles era un lamentable patriota, y su limitadísima inteligencia no le daba para más que ser una de las más torpes ovejas del rebaño, de modo que ni caso. Yo, desde mi merecida oscuridad, pienso que quien está seguro de saber tanto, ¿cómo y por qué habría de esforzarse en aprender lo que ya sabe?

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  11. F., inocente de imputaciones paranoides.19 de febrero de 2014, 11:00

    Amigo "Anónimo" (porfa, hazme caso, ponte un mote), lo tuyo conmigo va para paranoia: ¿cómo que "la respuesta del buen F." si no había escrito nada en este post? Cierto que en alguna ocasión he jugado al disimulo (la verdad es que dejaba suelto aposta algún fleco que me delatara; de eso sabe bien el buen Martín, que se el tragó el anzuelo más de una vez), pero en esta ocasión puedes estar seguro que no he intervenido. Además, mi verborrea es selectiva y sólo se dispara si encuentro tema: lo de los candados (por cierto que el Ponte Vecchio de Florencia estaba infestado de estos chismes cuando estuve allí hace poco) me da por saco.
    Y para tu problemática perspicacia he de decir que los adictos al rifirrafe dialéctico solemos mantener posturas que no necesariamente asumimos como ciertas, sino que nos complacemos en el duelo nada más que por joder y por demostrar (nos) que valemos para ese rollo. Do you understand?
    Alguien así es el buen Martín que -aunque lo llegara a negar- me consta que se vanagloria de semejante capacidad..., pero lo cierto es que servidor -el buen F.-hace que se le remueva aquella convicción cuando me "trata". El dirá que no pero sí.
    Y para que veas que ocupo mi cacumen en algo más que desbarrar y hacer frente a la melonada hispana, y ya que citas a Kavafis, mira lo que escribía yo en 2011, al hilo de su poema "El muro":

    "Este Kavafis era uno de aquellos inocentes que cantaba lo de "Cierra la muralla" en los saraos sociatas. Y no reparaba en el muro que estaban levantando en torno suyo, sillar a sillar, aparejado con el mortero filesérico, o con el que en generosas partidas venía de Washington, vía Bad Godesberg; o con aquel otro que las altruistas corporaciones donaban para que el zigurato de la libertad creciera y creciera...
    Pero el buen Kavafis tenía la mente puesta en otro muro que urgía demoler (así se lo hicieron ver amigos clarividentes), y no reparaba en el que crecía en su vecindad.
    Y un buen día el muro germano del oprobio cayó por tierra, hecho un montón de escombros (uno de aquellos cascotes pasó a ocupar un espacio en un estante del cuarto de Kavafis, al lado de un retrato del Che Guevara).
    Y al gritar su entusiasmo, notó que el eco le devolvía su efusión. Y fue entonces cuando reparó por primera vez en aquel hosco muro que crecía al lado de su casa.
    No le dio mayor importancia.
    Hoy, el ingenuo Kavafis sufre la angustia de verse rodeado de una muralla ciclópea (piensa que más robusta que la de Micenas), que le escatima hasta los rayos del sol.
    En el pueblo de Kadafis empiezan a llamarlo el Muro de la Vergüenza.
    Decía un viejo huraño, vecino suyo, que al otro muro, al que demolieron hasta los cimientos en la belicosa Prusia, le cuadraría bien el nombre de Muro de las Lamentaciones.
    Abre la muralla, buen ilota."

    Un saludo, amigo.

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  12. Gracias a F. por el saludo, y al Lejano por la miopía y el fárrago.

    Respecto a la gimnasia dialéctica, es cosa suya; me temo que podemos sintonizar en eso tan poco como los sofistas (especializados también en defender causas incluso contradictorias no por lo que les importara su contenido, sino por ejercitar y exhibir su habilidad de polemistas), y quienes creen que el pensamiento y la palabra importan para referirse a la realidad, no a las propias virtudes expresivas; quienes las creen, y las quieren, abiertas, no cerradas sobre el propio ombligo.

    Su Kavafis y el mío son igual de diferentes. El mío hace referencia, con mejor o peor tino (al contrario que F., yo me creo poco autorizado para juzgar de eso, del acierto o desacierto de mis tentativas) al real, al que vivió, la mayor parte de su tiempo en Alejandría, hasta 1933; el suyo es otra cosa. Y es difícil o imposible entenderse cuando se habla de cosas tan distintas.

    Él, Kavafis, era de los que dudaban; F. (basta leer su nuevo texto) prefiere moverse entre certezas. No es mi caso.

    Respecto a la anonimia, alguna vez he dicho aquí mismo que es del todo voluntaria; prefiero que mis opiniones, o mis desvaríos, sean juzgadas, o execrados, por ellos mismos, no por lo que de mí pueda pensarse fuera de ellos. Por lo demás, no veo diferencia importante entre firmarse F. o no firmarse de ninguna manera; si mi estilo es tan lamentablemente personal, sin duda no necesita otro modo de ser reconocible.

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  13. Bueno, A, (ya estás bautizado: exsultate, jubilate), no pierdas de vista que esto es un blog, el blog del buen Martín, nada más. Por tanto no merece la ocasión, ni el patrón, ni la concurrencia que nadie deje en él jirones de alma. ni de entretela, ni de honesto discurrir, como no sea entreverados con sorna, ironía, ingenio y pelín de mala leche. Para el ejercicio de las nobles cualidades, para solaz del intelecto, para acercarse noblemente a la verdad..., mal foro es este, en donde no se conoce a casi nadie y el anonimato de los más los impele a audacias (más o menos majaderas) y a desplantes que solo procuran -la mayor parte de las veces, creo yo- lucirse sin aceptar enmienda, siquiera sea en lo accesorio. Mírame a mí, si no.
    Y aquí retomo el leit motiv de esta tacada: mal país es España para discutir con mesura y raciocinio... Que somos unos impresentables, A.

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  14. Anacleto Serradilla19 de febrero de 2014, 21:55

    ¡El buen Martín vota al menos malo, al PSOE!
    Anda, cabezón (obstinado, nada más), anímate y empieza a enterarte de lo que se traen los de PODEMOS, que parecen gente interesante. Y sintoniza por la noche La Tuerca, en Publico.es, que después de los sociatas queda mundo.

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  15. Mil gracias; pero después de todo lo que ha dicho, supongo que sólo puede atribuirme mesura y raciocinio por ironía. Yo no soy distinto de lo que antes era. Digo lo que pienso lo menos mal que sé, y siempre con muchas dudas. Es que no da uno para más; y, a poco que se descuide, sin duda dará para bastante menos. Pero, repito: gracias. Y es de veras.

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  16. Supongo que Eduardo Moga publicará en su blog el comentario que acabo de enviarle. Quiero, de todas formas, repetirlo aquí; me parece de justicia hacerlo, lo publique él o no. Dice esto:

    "He leído con detalle la entrada, de la cual me permito copiar aquí algunas perlas (hay otras que podría, igualmente, haber elegido):

    "en cuyo establecimiento, como escribió un excolaborador suyo, nunca nadie ha visto una sonrisa-, un poeta nauseabundo y una rana perezosa más, por utilizar la brillante metáfora de Cristóbal Serra, que croa en el estanque de la tradición".

    "este capítulo en el manual de crítica literaria que maneje, si es que maneja alguno".

    "el editor Linares sabe tanto de correcto castellano como un bantú sordomudo, y que su comprensión de la poesía es tan alta como la de ese mismo bantú".

    "voluntad, tan hispánica, de hacer daño, y de la que él ha dado sobradas muestras ya a casi todo el mundo que lo ha tratado".

    Yo mismo he estado en "su establecimiento"; una buena amiga mía ha trabajado con él. Puedo dar fe de que tanto ella como yo hemos visto en él no una, sino muchas sonrisas, y de que Abelardo Linares es persona realmente culta, simpática de veras y de trato personal irreprochable.

    Si su poesía le produce "náuseas", sólo puedo darle un consejo, que por obvio debería ser innecesario: no se torture leyéndola. Puedo dar fe de que a mí me ocurre todo lo contrario (esto es, que encuentro en ella tanto placer como enseñanza), y de que me consta que lo mismo le ocurre a muchas otras personas.

    En fin, podría seguir comentando en detalle las afirmaciones de EM, pero me parece innecesario. Bien puede ser que tenga razones, asunto en el que no entraré porque, entre otras cosas, no he leído el libro aquí comentado. Pero desde luego NO TIENE RAZÓN. Y la "voluntad (perfectamente inútil, por otra parte) de hacer daño", yo no soy capaz de verla más que en su airadísimo comentario.

    Una cosa se me aparece perfectamente clara en él: podría haberlo hecho sin servirse de todas esas acusaciones, tan airadas como enteramente gratuitas. Su disgusto por la poesía de Abelardo Linares, o sus opiniones acerca de la competencia literaria, o meramente ortográfica, que pueda poseer, NO SON el objeto de la discusión; lo es el grado de documentación y seriedad literaria que pueda poseer el trabajo suyo de que aquí se habla. Bastaba, pues, con que expusiera los argumentos que pueda aportar en defensa de dichas cualidades. Que necesite además añadir las barbaridades que añade sólo significa que le hieren personalmente las contradicciones (equivocadas o no, eso es otra cosa), que no las tolera, y que en consecuencia reacciona del modo violentamente intolerante que aquí se ve. Pero semejante colección de disparates no descalifica, como usted cree y pretende, a Abelardo Linares: le descalifica a usted, por no saber o no querer defender su trabajo sin servirse de ellos.

    Me llamo José Cereijo, y he publicado varios libros de poesía y uno de prosa; este último, de título "Apariencias", precisamente en la editorial del propio Abelardo Linares, donde también apareció una antología, preparada por mí, de la poesía de Leopoldo Panero, de título "Memoria del corazón".

    Doy todos estos datos por si desea añadirme a la lista de enemigos que tan cuidadosamente lleva. Yo no me considero enemigo suyo; me limito a señalar que, en este asunto, su reacción ha sido tal que sólo le descalifica a usted. Pero en fin, todos cometemos errores, y yo no me considero enemigo de nadie sólo porque los cometa, o no tendría más que enemigos, empezando por serlo de mí mismo, que desde luego cometo muchos. Este comentario, sin embargo, no lo es: no es más que un acto de justicia hacia una persona que desde luego no merece la deformación caricaturesca, y ciertamente (ésta sí) malevolente, que aquí se hace de ella".

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