Martes, 2 de abril
FRONTERAS
De vez en cuando me entran ganas de cambiar de vida. Dejar
de dar vueltas un día y otro por las mismas calles, de ver a la misma gente, de
hacer siempre las mismas cosas. Quizá, en el fondo, no soy más que un vagabundo
domesticado por la rutina. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, intento
rebelarme.
A las seis
de la mañana, mucho antes de que amanezca, subo al coche. Desayuno en Lezo, una
pequeña villa guipuzcoana al fondo de la ría de Pasajes. Calles estrechas,
casonas con escudos, una pequeña plaza con el ayuntamiento y la iglesia del
Santo Cristo y una frutería que se desparrama por las oscuras piedras. A esta
hora ocupan la plaza algunas furgonetas de carga y descarga, la cruzan algunas
mujeres que van a hacer la compra, todo respira provinciana calma. Algo
disuena, sin embargo, en este apacible lugar. Algo me dice que, sin salir de
España, estoy en otro país. Las banderolas, los carteles, las pintadas
unánimes: “Preso eta iheslariak. stera!”
No hace falta entender la lengua,
para entender el grito. Pero yo ahora soy un vagabundo. He venido solo para
mirar, ver y pasar, no para tomar partido.
Desayuno
con calma, cerca de un frontón donde juegan algunos niños y luego sigo hasta
Pasajes. El barrio de San Juan es solo una casa larga y angosta. De viaje por
los Pirineos, aquí pasó Víctor Hugo unos días que no olvidó nunca. El edificio
en que se alojó, ahora museo, se adentra en el agua y es quizá el más hermoso
del lugar. Yo entro en su dormitorio, me asomo a las ventanas a las que él se
asomó y recuerdo sus versos: “A bord des mers, quand on sommeille, / tout
caresse et berce l’oreille…”
Sí, cuando dormimos a la orilla
del mar, todo nos mece y acaricia el oído: el ruido del viento sobre las olas,
el ruido de las olas sobre las rocas… Y a través de los sueños nos llega el
canto lejano de los marineros.
Pero yo
salgo de la casa, sigo caminando por la orilla de la ría (al otro lado está el
barrio de San Pedro) y lo que me llega de pronto son los gritos y los disparos
de cierta noche aciaga. Una placa recuerda cuatro nombres y una fecha, 22 de
marzo de 1984, y abajo, en las rocas junto al agua, están dibujadas cuatro
fúnebres siluetas. No sé la historia que hay detrás, o no quiero recordarla, sé
que hubo una mujer torturada y obligada a hacer señales con una linterna y una
emboscada y unos hombres que llegan en una lancha y de pronto se ven rodeados y
acribillados a balazos.
Cuántos muertos, cuánta barbarie
en esta tierra. Y qué hermoso este paseo hasta llegar a uno de los dos faros
que señalan la estrecha embocadura que se abre a la mar.
No soy un
político, no tengo soluciones para las heridas de la historia. Yo soy un
vagabundo, yo sigo mi camino y sin salir del país entro en otro país. Me gusta
que ya no haya fronteras administrativas, me gustaría que no hubiera tampoco
tercas fronteras de rencor en los corazones.
Huyo de una
rutina pero para encontrarme gozosamente con otra. Bayona es una plaza y el
Café du Théâtre, frente al lugar en que se encuentran sus dos ríos; es cruzar
el largo puente del Santo Espíritu en busca de la sinagoga a la que se
acogieron los judíos expulsados de España; es acercarse a la catedral por la Rue du Port-Neuf, con su olor
a chocolate; es sentarse en el pequeño parque que hay frente a ella, junto a la
biblioteca pública, entre los rododendros y las rosas, bajo el gran magnolio;
es cruzar hasta la
Petit-Bayonne , tan euscalduna, y llegar hasta el
Château-Neuf, ahora sede de la universidad.
Bayona son las calles con
soportales y los bares con ikurriñas y carteles de toros y los días lluviosos y
llenos de las melancolías españolas de tantos exiliados.
Miércoles, 3 de abril
AGUAS TERMALES
Como quiero ser otro, como quiero tomarme vacaciones de mí
mismo, me he venido a Dax, la ciudad balneario a orillas del Adour, un río al
que encuentro fangoso y muy crecido con las lluvias de los últimos días.
Lo primero
que hago en Dax es buscar la Fontaine Chaude ,
el manantial de la Nèhe ,
con sus incesantes chorros de agua caliente. Bebo, en el cuenco de las manos, esta
agua que brota a más de sesenta grados para que me cure, si no de los males que
tengo, sí de los que creo tener.
Paseo luego
por el Balcón del Adour, entre el puente viejo y la nueva pasarela, con sus
inclinados postes de colores, y me imagino las largas tardes en este lugar, sin
nada que hacer más que charlar con algún otro convaleciente y dejarse acariciar
por el tibio sol de primavera. Por supuesto, me alojaría en el Hôtel Splendid,
verdaderamente espléndido, del más elegante art
déco, con sus ecos del tiempo de los grandes transatlánticos y de Nueva
York y de Miami y del Hotel Nacional de La Habana (por los dos anduvo Hemingway muy
borracho).
Y al lado
del Splendid, blanco y azul, resplandeciente, el nuevo hotel de las termas, de
Jean Nouvel, un limpio cubo de cristal y acero con transparentes voladizos.
Pero yo
prefiero el Splendid, ya lo dije, y para comer o tomar un café o ver algún
espectáculo me iría al Atrium, también art
decó y del mismo arquitecto que el hotel, André Granet. Por su color y la
sencilla geometría de sus trazos, me trae recuerdos de mi instituto del
bachillerato, el Carreño Miranda.
En Dax
nadie tiene prisa, en los pasillos del hotel uno se encuentra con gente en albornoz
camino de los baños, abundan las calles peatonales llenas de flores y con el incitante olor de las panaderías
desde primera mañana.
En Dax, tan francesa, se sueña
con España, a la que pronto la unirá un nuevo tren de alta velocidad, y se
siente, como en ninguna otra parte, la pasión por los toros. Este año cumple
precisamente cien años su gran plaza, que pronto tuvo que ser ampliada. Hay un
gallardo monumento al toro de lidia y en las tiendas de fotos se muestran
grandes ampliaciones de faenas de la fiesta.
Un buen
lugar para descansar, sin duda. Pero yo de descansar me canso pronto. No llevo
un día y ya he recorrido una y otra vez las mismas calles, paseado una y cien
veces por la orilla del río, cambiante de color según el sucederse de las horas.
No me extraña que Pierre Benoit, que vivió en este lugar, escribiera novelas de
aventuras que transcurren en el imposible desierto o en la remota Atlántida. Los
lugares apacibles son propicios al ensueño y a la tentación de la huida.
Jueves, 4 de abril
LES AFFAIRES D’ESPAGNE
En el mercadillo de Cambo-les-Bains entre postales, viejas
fotografías y cachivaches varios, encuentro un curioso libro: Mémoire pour G.-J. Ouvrard, par M. Mauguin,
avocat, sur les affaires d’Espagne, editado en París en 1826.
Gabriel-Julien
Ouvrard fue uno de los grandes financieros de la Revolución y del
Imperio; conoció el éxito y el fracaso, la cárcel y el destierro. Su primer
gran negocio lo hizo a los diecinueve años. Hijo de un fabricante de papel, sin
apenas estudios, se le ocurrió comprar por dos años toda la producción de papel
de la región de Nantes. Era el año 1789 y fue el primero en ver que las
revoluciones son grandes devoradoras de letra impresa.
Los asuntos
de España a los que se refiere el libro tienen que ver con la invasión de los
cien mil hijos de San Luis que devolvió a Fernando VII el poder absoluto. Ouvrard
se encargó del abastecimiento del ejército francés, como en otras ocasiones,
pero sus gastos no le fueron reembolsados.
De las
martingalas de los especuladores de hoy me distraigo con las noveleras
peripecias de los especuladores de ayer. Ouvrard fue amante de Teresa Cabarrús,
la mujer que provocó la caída de Robespierre.
Me gustan
los regalos del azar, ya lo he dicho, y el luminoso Cambo, donde Rostand
edificó su villa de versallescos jardines, me lleva a la España de 1823, en la que
las tropas francesas del duque de Angulema eran recibidas con vítores y flores
por los buenos españoles, ya que les devolvían las cadenas de las que les había
librado Riego.
Viernes, 5 de abril
CEMENTERIOS
A los
veinte años murió en un duelo Jean-Bautiste Darritchon. ¿Qué historia habría
detrás? Quizá fue afortunado. La mayor parte de sus compañeros morirían en los
años siguientes y no en el campo del honor sino entre la mugre y el sinsentido
de las trincheras.
Paseo entre
las tumbas, anoto algún epitafio, me emborracho de melancolía. Fuera, en lo que
parece un simple prado, hay una verja, una estrella de David y un cartel que
indica que allí están enterrados los judíos españoles que huyeron de la Inquisición y que en
este lugar se refugiaron bajo la protección del duque de Gramont. Eran pocos los
que llegaron hasta La Bastide ,
unas setenta u ochenta familias. A cambio de esa protección, durante los dos
siglos que aquí vivieron, proporcionaban a la villa un médico y un boticario.
Tomo luego
un café en la apacible plaza. El pueblo tiene algo de hermoso decorado, de
lugar fantasma. Entra uno en la iglesia, una de esas iglesias vascas que
semejan un viejo teatro con su triple galería de madera, y se encienden las
luces y un coro de angelicales monjas comienza a cantar. Parece que de un
momento a otro las altas galerías van a llenarse de fieles o de los integrantes
de los Estados Generales de Navarra, que aquí se reunían, o que quizá va a
entrar por la puerta, hermosamente demacrado, el joven que a los veinte años
murió del tiro de un rival por defender el honor de una mujer que no tardó en
olvidarlo.
Abandono La Bastide Clairence
un instante antes de convertirme yo también en un fantasma. O quizá un instante
después.
Sábado, 6 de abril
VOLVER
Subí hasta lo alto del Larrún, la primera cima de los
Pirineos, pero no a pie, como habría hecho mi admirado Miguel d’Ors, sino en un
viejo tren de cremallera que parece de juguete. En la cumbre de este monte
celebraban sus aquelarres las brujas que luego chamuscaría la Inquisición. Es
emocionante ver toda la costa, desde Biarritz hasta San Sebastián, por un lado,
y el abrupto norte de Navarra por el otro. Luce el sol y apenas si molesta la
brusca caricia del viento. Un lugar fuera del mundo y en el centro del mundo.
Pero de pronto suena ligeramente
el teléfono. Acabo de recibir un mensaje. No debería mirarlo. Pero lo hago. Y
contesto. Y de pronto me siento impaciente por regresar, por volver a mis
libros y a mi rutina.
De vez en
cuando me entran ganas de cambiar de vida, pero se me pasan pronto.
Si no hay un juego de palabras que se me escapa, la "revelión" del primer párrafo parece empezar por la ortografía. Quizá no es el mejor sitio. Por lo demás, excelente entrada (como de costumbre).
ResponderEliminarYa lo he cambiado. Gracias. Mejor no entrar en juegos de palabras, porque yo me "reBelo" poco, pero me temo que me "revelo" más de la cuenta.
ResponderEliminarJLGM
Interesante diario enciclopédico la de esta semana, uno aprende mucho. Ya te contrataré algún día como guía.
ResponderEliminarPues es el trabajo que más me gusta.
ResponderEliminarY cobro poco.
JLGM
A veces uno quiere muTarse, pero lo más que consigue es muDarse.
ResponderEliminar(No contestó a mi consulta sobre la traducción al español de la poesía de Zweig, que le hice en crisisdepapel. Le rogaría que me diera alguna pista, si la tiene. Gracias.)
Solo he visto traducido algún poema suelto suyo. No me parecen muy significativos. Se puede indagar en Internet.
ResponderEliminarJLGM
El gusto por hacer turismo es una afición bastante común.
ResponderEliminarComo el otro blog es para la gente fisna (hay que registrarse en secretaría y evitar las bolas negras), te lo escribo aquí, Kurtz.
ResponderEliminarYo también sé lo que es amar a Avilés, pese a haber sufrido en el Carreño Miranda los rigores del Purgatorio. Por circunstancias un tanto chocarreras, allí hube de hacer la reválida del bachiller. Y, claro, los malos estudiantes sufrían en aquellos maratones espulgatorios lo que no está escrito. Cosa bien distinta es el regocijante confort que sentían ante los doctos tribunales los aplicados estudiantes como tú, Martín, que ya ibas para vate y pedagogo. Sin embargo yo... Menos mal que...
Por entonces -ahora lo ignoro- había en la villa un núcleo de hombre cultos, amigos de tertulias y coleccionistas destacados. Estoy pensando en un galeno que poseía una fabulosa coleccíon numismática. Y también pienso en otro galeno -este por partida doble, pues era Galé de segundo apellido- que, en el caserón en que pasaba consulta, atesoraba una notable colección de pintura de autores asturianos. Y aínda mais. Me la mostró una tarde con los ojos brillantes de orgullo. Un hombre cordial que no he olvidado.
Bastantes años después, me emplee a fondo en una serie de dibujos y pinturas que tenían como motivo el patrimonio artístico-arquitectónico de Avilés. Hubo secuela, que no cuento.
Tuve noticia por primera vez de que existía un músico llamado Listz por los medallones pintados en el cascarón del quiosco de la música del Parque del Muelle. Allí estarán, supongo.
Tambien recuerdo los taburetes giratorios del Colón. Y el chiste del droguero de la Cámara:
-¿Sabes, mocín, dónde toma café Dios cuando baja a la Tierra?
-.....
-En el Colón, lo toma en el Colón.
-??????
-Pues, sí, calamidad: ¿no sabías que Cristo va al Colón?
Cosas tan pequeñas como esta te quedan troqueladas en la mente para siempre.
Y yo -que soy un ingenuo- te las cuento a ti, buen vate y rapsoda fricativo y sibilante.
Salud. Y si por pedir fuera, República.
Gracias por esos sugerentes recuerdos avilesinos.
ResponderEliminarJLGM