Jueves, 11 de junio
LA ESCAPADA
Cuando era niño, una vez me escapé de casa. Ya no recuerdo el motivo. Seguramente había hecho alguna travesura y quería evitar el castigo. Yo era un niño terco que siempre quería salirse con la suya.
Al salir de la escuela me alejé del pueblo, montaña arriba, lleno de felicidad. Mis conocimientos geográficos eran, como os podéis suponer, bastante escasos, y a las dos horas de andar ya me imaginaba que estaba, qué sé yo, en Francia o en Noruega o en el país de Maricastaña. El caso es que comenzaba a hacerse de noche, me encontraba cansado y comenzaba a tener hambre. Miedo no, entonces no tenía miedo de nada.
A un lado, algo apartado del camino, divisé un caserío con su buena pocilga, el foso del estercolero, pozo y emparrado, todo bien al abrigo del viento, gracias a un seto de cipreses. Me asomé al umbral y vi en la cocina, sentada a la mesa, a una vieja astrosa que se disponía a cenar. “Hola, abuela”, dije. Y ella: “¿De dónde sales, pequeño?”, “Me he escapado de casa y vengo a pediros hospitalidad”. “Pasa, pasa”, y me sonrió con su boca desdentada. Sobre la lumbre colgaba un gran caldero y yo entonces me acordé de las historias en que una bruja hacía caldo con los huesos de los niños y preferí seguir mi camino.
Detrás del caserío había un sendero que ascendía colina arriba. Lo seguí durante no sé cuánto tiempo. Ya era noche cerrada y estaba muerto de hambre. En medio de un viñedo descubrí una casucha abandonada. Habían arrancado puertas y ventanas. Estaba tan cansado que allí me metí, me acurruqué en un rincón y al instante me quedé dormido.
En mitad del sueño, creí oír voces. Entreabrí los ojos, tres hombres charlaban y reían alrededor de una hoguera. Pensé que estaba soñando y seguí durmiendo plácidamente. Pero el humo iba hacia mi rincón y soñé que me asfixiaba en un incendio y di un grito terrible. Tres rostros se volvieron hacia mí y salieron a relucir navajas. Cuando vieron que era un niño, se pusieron a reír. “Vaya susto que nos ha dado el mocoso”. Del fuego llegaba un grato olorcillo: estaban asando un cordero, como en los días de fiesta mayor. Los tres gitanos, porque eran tres gitanos que se dedicaban a robar ganado, se rieron mucho cuando les conté mi aventura. “Debes tener hambre”, me dijo uno y con la navaja cortó un gran trozo que me arrojó como se arroja la comida a una fiera. Comimos luego en abundancia, me dejaron probar su vino. Al final cuchichearon entre ellos y uno me dijo: “Mira, chaval, como eres un valiente no queremos hacerte daño. Pero para que no puedas ver por dónde nos marchamos, te meteremos dentro de ese tonel. Cuando se haga de día, podrás gritar y el primero que pase te sacará”.
En el fondo del tonel, me hice un ovillo y me puse a rezar y a esperar que amaneciera. Pero de pronto, en la oscuridad, oí algo que resoplaba y resoplaba alrededor. Contuve el aliento, como si estuviera muerto. Pero mi corazón palpitaba con tal fuerza que se le oía en medio de la noche. Cuando comenzó a clarear y aquellos pasos pavorosos se habían alejado un poco, me asomé por el agujero del tonel ¿y sabéis lo que vi? Pues un lobo, un lobo enorme con ojos que brillaban como las llamas de dos velas. Seguramente se había acercado atraído por el olor del cordero, pero como no encontró más que los huesos mondos y lirondos se conformaría con mi tierna carne.
Al percibir que algo se movía, el lobo volvió de un salto al tonel y se puso a dar vueltas golpeando las duelas con su larga cola. Entonces saqué mi mano por el agujero, agarré la cola y la metí dentro sosteniéndola tan fuertemente como pude con las dos manos. El lobo emprendió una carrera enloquecida, arrastrando el tonel a través de los viñedos y las brañas. “Jesús, María y José”, gemía yo. “Si el tonel se rompe, me comerá vivo”. Y el tonel se rompió de pronto, yo solté la cola y el lobo escapó corriendo cuesta arriba como si hubiera visto al lobo. Me encontraba en el Puente Nuevo, a un cuarto de hora del pueblo. El tonel se había deshecho al chocar contra el pretil del puente. Corriendo me dirigí a casa. Mi padre estaba deshaciendo los terrones de un bancal. Alzo un momento la cabeza y dijo: “Anda, anda en seguida con tu madre, que en toda la noche no ha podido dormir”. Mi madre me abrazó, me besó y yo le conté a trompicones toda mi aventura. “Esas son cosas que hace soñar el miedo”, me dijo.
Nadie me creyó entonces, nadie me cree ahora cuando cuento mi aventura infantil. Y la verdad es que ya no recuerdo si viví aquella historia de brujas, lobos y bandidos o se la oí contar a mi abuelo, una noche de invierno en que ardía un buen fuego en la cocina y fuera caía la nieve y parecía oírse el aullido de los lobos.
Viernes, 12 de junio
INVITACIÓN
“¿Así que la arquitectura de Calatrava es música petrificada? ¿Así que todo en él es inteligencia, sensibilidad, capacidad técnica? ¡Qué tonterías tiene que leer una!”
Mi amiga Ana, que trabaja en la Consejería de Cultura y que por ello ha de encaramarse cada mañana en uno de los brazos del bodrio ovetense de Calatrava, hojea indignada el último número de “El Cultural”. “Hay que ver qué tonterías liricoides escribe tu amigo Anson. ¿Así que los edificios de Calatrava aportan un alma a las ciudades, tienen una dimensión poética? Mira, dile a tu amigo, cuando le veas en el jurado de los premios Príncipe, que yo le invito a tomar café en el Calatrava, a hacer cola ante los ascensores, a divisar el hermoso panorama de los bloques de viviendas de al lado, a comprobar lo bien que se trabaja en un edifico diseñado con los pies y que no respeta las más elementales normas de funcionalidad ni de seguridad y que, además, si alguna belleza exterior tenía, la pierde al estar colocado con calzador en un espacio insuficiente”.
Sábado, 13 de junio
DECIR Y NO DECIR
Me gusta que todo el mundo sepa lo que pienso, pero que nadie adivine lo que siento.
Necesito poner un poco de ironía en lo que digo; sin la ironía estoy desnudo.
Digas lo que digas, al final es como si no dijeras nada.
En silencio sé mentir.
Cuando estoy absolutamente convencido de lo que digo, casi siempre me equivoco.
Nunca me creo del todo lo que creo.
Me gusta jugar al gato y al ratón conmigo mismo.
Cuando no digo nada es cuando más cosas digo.
Domingo, 14 de junio
RITOS
Al volver de mi habitual paseo por el Fontán, en la calle de Cimadevilla me encuentro con la procesión del Corpus. La miro pasar con indulgente ironía. Siempre me han fascinado los ritos. Creo que las religiones son todas falsas, pero los ritos son siempre verdaderos. Y luego, en la plaza de la catedral, saltarina música de gaitas, la banda sonora del domingo.
Aunque parezca lo contrario, detesto la rutina, que enseguida se llena de polvo y telarañas. Lo que a mí me gusta son los ritos. Solemnizar cada momento, hacerlo igual y distinto, teatro y fiesta.
“Pero si todo es teatro, nada es teatro; si siempre estás de fiesta, nunca estás de fiesta”, me replica el contradictor que llevo dentro.
Y como también a veces me canso de discutir conmigo mismo, no replico nada. Y vuelvo despaciosamente a casa saboreando la manzana del domingo, siempre igual y distinta.
Lunes, 15 de junio
RECUENTO
Soy como esos avaros de cuento que pasan la noche sin dormir, encerrados en el sótano, contando y recontando las monedas de oro que guardan en un cofre.
A mí también me gusta contar mis riquezas. Lo hago, sobre todo, en esas noches en que el sueño no llega y uno tiene conciencia de todos sus fracasos.
Comienzo con las historias que me contaba mi abuelo, que había sido pastor, y más de una vez había alejado a pedradas al lobo que estaba devorando una oveja.
Sigo con los romances que cantaba mi abuela y que hablaban de un infante que caminaba por la orilla del mar y de un rey que perdió su reino y de una fuente fría donde los enamorados iban a buscar consolación.
Viene luego la colección de casas en las que he vivido, con las que he soñado. Aquel caserón de Aldeanueva del Camino; un apartamento en un palacio ruinoso y ruidoso, con majestuosa escalera, en el centro de Nápoles; la cabaña donde pasé un invierno rodeado de nieve jugando a ser ermitaño; aquel diminuto ático, rodeado de blanco y azul, en Alfama…
Y mi biblioteca, esparcida por el mundo en edificios suntuosos o en puestos callejeros. Ningún rey ha disfrutado de una biblioteca semejante. Vaya donde vaya, está a mi disposición, inagotable, ofrecida y tentadora. Esta semana, como regalo de cumpleaños, inaugura una sucursal más, “a new landmark for the Upper East Side”, el nuevo Barnes & Noble entre la calle 86 y Lexington, con “more books than you can imagine”.
Martes, 16 de junio
CONTRA LA OBVIEDAD
La gente que tiene ideas prontas y claras sobre todas las cosas no me inspira ninguna confianza. Las únicas ideas que valen la pena son las que se resisten en salir a la luz, en las que se siente el trabajo y el esfuerzo.
Miércoles, 17 de junio
AÚN NO
Uno deja de ser niño cuando se da cuenta de que no es el centro del universo. Yo cumplo hoy cincuenta y nueve y sigo creyéndome el centro del mundo, pero procuro disimularlo y además comprendo perfectamente que los demás no estén de acuerdo conmigo.
Pues vaya también electrónicamente (pero para entregar en mano) mi felicitación, con retraso, pero muy sincera y afectuosa. Y aprovecho para prevenirte del síndrome del "aún no" y del "todavía aprendo". Cumplir treinta años no me impresionó nada porque me llevé desde los 27 pensando en la dichosa cuenta atrás, y la crisis de los cuarenta fue peor: la pasé con los 38. Los hipocondríacos tenemos la tendencia a adelantar los acontecimientos, que, cuando llegan, tampoco eran para tanto ni mucho menos. A disfrutar.
ResponderEliminarPues te felicitaré con retraso porque acabo de encontrarte y me deleita lo que he leído.
ResponderEliminarRespecto a Calatrava, genial lo que dices. Todos sus edificios son iguales y muchos de ellos casi copias de otros arquitectos.
Un abrazo
Pues te felicitaré con retraso porque acabo de encontrarte y me deleita lo que he leído.
ResponderEliminarRespecto a Calatrava, genial lo que dices.
¡Tremenda fama para un tío que repite los esquemas, unas veces de sí mismo, otras los de otros!
Un abrazo