Domingo,
12 octubre
UNA PIEDRA EN EL ZAPATO
Soy mejor enemigo que amigo, dicen los que me
conocen. A los amigos, si publican un libro, no tengo inconveniente en
reprocharles en público todos los descosidos. Con los enemigos muestro más
miramientos, busco sobre todo aquello que puedo elogiar, no vaya a ser que
alguien ponga en duda mi acreditada imparcialidad.
No me
extraña por eso que tantos antiguos amigos hayan dejado de serlo. Seguro que,
si son poetas y son vanidosos (valga la redundancia), suspirarían aliviados:
“Es como si me hubiera quitado una piedra del zapato”.
Para ser amigo mío, mejor tratarme poco, me temo. Y no dormirse en los laureles, por supuesto.
Lunes,
13 de octubre
MEJOR TE CALLAS
Cuando yo comenzaba a publicar, en los años setenta,
casi todas las revistas de poesía se sentían orgullosas de tener un inédito de
Jorge Guillén y lo publicaban, por lo general en el original manuscrito, en la
primera página. Eran poemas que a mí me daban de vergüenza ajena.
Ahora
apenas quedan ya revistas de poesía impresas, pero en la que me toca más de
cerca, Anáfora, casi siempre el inicio lo ocupan flojeras semejantes.
Entre los nombres ilustres, a los que el coordinador no se atreve a decir que
no, y que abusan un poco de su benevolencia, suele estar Jon Juaristi, que es
de mi edad, y al que no me atrevo a criticar porque se fue de nuestra tertulia
virtual con malos modos y puede parecer que quiero vengarme.
¿Estaré
yo también en esa edad en que es mejor permanecer calladito? Mientras espero a
una amiga para entregarle Anáfora, leo las colaboraciones iniciales
–ripiosas y blanditas-- y me entretengo en escribir unas coplillas que de
inmediato subo a Facebook (uno es así de contradictorio): “Estás en lo alto / de la montaña,
/ a partir de ahora / todo es bajada. / No te apresures, / admira y canta / (y
escucha el eco /en tu alabanza). / Respira hondo / y da las gracias. / No
tengas prisa, / al fin no hay nada / (y antes de eso / mejor te callas)”.
Martes,
14 de octubre
OTRO DEBATE
Me tocó moderar un coloquio-recital en el teatro
Campoamor y la verdad es que me costó bastante atenerme a mi papel de
moderador. ¡Una hora entera sobre el escenario, con un numeroso público atento,
y sin otro papel que el de ir diciendo los nombres de los poetas que debían
intervenir! Y lo peor es que los poemas que leían de Ángel González yo me los
sabía de memoria y las anécdotas que contaban ya las había oído más de una vez.
En estos casos, lo que hago es sacar mi cuaderno y ponerme a escribir haikus. Pero
allí en lo alto quedaría feo.
Menos
mal que soy un hombre de recursos. Mientras Álvaro Salvador, Ángeles Mora,
Fernando Beltrán, Aurora Luque y Benjamín Prado leían –y muy bien—los poemas de
Ángel González y los propios ante un público atento, yo me entretuve
escenificando en el teatrillo de mi cabeza un acto distinto.
---En
mayo de 1987, en este mismo escenario del teatro Campoamor, leyeron sus versos
los poetas José Agustín Goytisolo, Carlos Sahagún, Caballero Bonald, Ángel
González, Francisco Brines y Claudio Rodríguez. Hubo otros dos poetas invitados
a aquellos Encuentros con el 50, tan eficazmente organizados por Miguel
Munárriz, que por diversas razones declinaron su asistencia: Jaime Gil de
Biedma y José Ángel Valente. ¿Consideráis que esa era entonces la nómina
fundamental de la generación? ¡Consideráis que lo sigue siendo ahora?
¿Añadiríais algún nombre?
La
primera en responder es Aurora Luque: “Por supuesto. ¡No hay ninguna mujer!”
Estuvimos
de acuerdo en que los poetas del cincuenta han resistido bien el paso del
tiempo, aunque unos mejor que otros. Ángel González y Jaime Gil de Biedma son
quizá los que mejor lo resisten: aúnan el aprecio de los estudiosos con el
fervor popular.
La
verdad es que fue muy interesante ese otro debate que solo existió en mi
cabeza. Quizá debería ponerlo por escrito.
Miércoles,
15 de octubre
ESTORNINOS A MÍ
He recibido como veinte o treinta reenvíos de un
artículo de Álvaro Pombo en el que arremete contra García Montero. Por primera
vez salió en ABC y no creo que ese periódico haya publicado nunca nada
tan pésimamente redactado y tan flojamente pensado. Álvaro Pombo fue un
escritor notable, hace tiempo que solo es un abuelito simpático. No escribe,
pero dicta sus ocurrencias y, como es premio Cervantes y además de Santander, publica
semanalmente en un diario local. Muchos de esos artículos dan vergüenza ajena,
aunque pocos tanta como el dedicado a García Montero. Y sin embargo todos los
que le odian lo aplauden, lo difunden, alborotan: “¡Dale duro! ¡Dale duro!”.
Cuando la pasión política entra por un lado, la racionalidad sale por el otro.
Tengo
muchos defectos, más incluso de los que piensan mis enemigos, pero hay uno que
me falta: soy incapaz de sumarme a un linchamiento. Antes de tomar partido en
una disputa, analizaré las razones de ambos contendientes. Por eso miro un poco
por encima del hombro, a esa banda de estorninos que aplauden las inepcias de
Pombo frente a la postura, discutible pero razonable, de García Montero.
Antes
le odiaba solo un sector del mundo literario, los poetas que se creían
marginados porque no repartía con ellos premios y prebendas como supuestamente hacía
con los afines. Ahora el odio se ha extendido: la derecha peor, la que está
dispuesta a combatir al gobierno con todos los medios (incluidos los legales),
le ve como el principal sostén intelectual de Pedro Sánchez. Y a Pedro Sánchez
como la viga maestra que impide que se derrumbe sobre nuestras cabezas, sobre
la pobre España, el nuevo orden mundial.
---Martín,
Martín –me dice Rodríguez Rodero, el más sabio y el más facha de los
contertulios--, ¿no crees que estás incurriendo en lo mismo que denuestas? Para
ti, Montero y Sánchez, son un par de santos y los que les ponen algún reparo,
unos demonios.
---No
caricaturices. Igual de deleznable me parecería el articulillo o la bobadita de
Pombo, aunque el destinatario fuera Gamoneda o fuera Trapiello.
Jueves,
16 de octubre
EXTREMOS A QUE HA LLEGADO EL PERIODISMO
En la sección de cultura de un periódico de
referencia, de los que todo el día están alentándonos de los riesgos a los que
nos expone el mal periodismo que circula por la red, leo el siguiente titular:
“Pérez Reverte tilda a García Montero de mediocre y paniaguado”.
La
información la envía el enviado especial a Arequipa, donde se celebra el
Congreso Internacional de la Lengua Española, pero esos insultos no se han
producido allí, en presencia del rey y de los más o menos ilustres invitados,
sino en la cuenta de X del conocido novelista, que es el lugar donde los
insultos son todo menos noticia: cualquiera puede verter su bilis en ese
escupidero personal y solo salpica a los que quieren ser salpicados.
Pero el
aguerrido corresponsal, Manuel Morales es su nombre, no se limita a salpicarnos
a los lectores en papel del diario en que escribe, sino que además nos
alecciona: “paniaguado se refiere a alguien protegido o enchufado por otro”. Y
ese otro, aclara, “es el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares,
de cuyo departamento depende el Cervantes”.
A este
eximio periodista le habría bastado consultar la más elemental de las fuentes,
ese Google al alcance de todas las fortunas intelectuales, para averiguar que
Albares es ministro desde 2021 y García Montero director del Cervantes desde
2018.
El
tabernario desahogo del muy vendido Reverte solo merece la rechifla: a su corto
(que no Maltese) entender, Albares querría meter mano en la Academia a través
de Montero. Pues lo tiene crudo, le aclaro. A los académicos los eligen los
académicos (como a los socios de los casinos en los casinos de antes) y al
director los académicos. Y García Montero no está en la Academia ni se le
espera.
En
fin, que de los periódicos de referencia (mejor no hablar de cómo informan de
Rusia o de Venezuela), líbreme Dios que de los demás ya me libraré yo.
Viernes,
17 de octubre
QUÉ COSA MÁS RARA
Mientras Francisco Díaz de Castro y Álvaro Salvador
presentaban ayer sus últimos libros, yo me leí entero Luna baja (ya se
sabe que no puedo hacer tres cosas al mismo tiempo, pero sí dos).
A Díaz de
Castro le tengo un especial aprecio desde que le conocí personalmente, allá por
los noventa, y apareció por la cafetería en que habíamos quedado con el último
número de Reloj de Arena y un montón de libros nuevos de poetas jóvenes
y no tan jóvenes. Los acababa de comprar en Ojanguren, la misma librería en que
ahora presenta su libro. “¡Un catedrático de literatura al que le interesa la
literatura!¡Qué cosa más rara!”, pensé.
Leo Luna baja de principio a fin y se
me ocurre otro oxímoron: una gran persona, amigo y querido de todos, que además
es un poeta de verdad y lo sigue siendo a una edad en la que otros ya solo
escriben blandenguerías y guillenerías (en el mal sentido de la palabra). A la
memoria me vienen unos versos de Machado: “Amigo que declaras arrugas en la
frente, / tu musa es la más joven, se llama todavía”.
Algunos
de los poemas de Luna baja podría haberlos escrito yo si tuviera el
talento de Díaz de Castro.
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