sábado, 2 de agosto de 2025

Café con libros: El mejor homenaje

---Estoy hojeando estas Anotaciones a lápiz, de Emilio Gavilanes, y me parece un libro muy en tu estilo, Martín --dijo Xuan Bello (era la última vez que le veíamos, pero entonces no podíamos saberlo).

            ---Demasiado. Ya sabes que solo nos damos cuentas de nuestros defectos al verlos en los demás.

            ---Sí, aquello de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

            ---Yo me atrevo a llevarle la contraria al experto en cualquier materia (mi especialidad son los que defienden que, si el jefe del Estado español nos sale Montoro o Epstein, la justicia debe mirar para otro lado), pero Gavilanes me gana. “¿Cómo puede ser que la matemática –un producto del hombre, independiente de la naturaleza— se adecúe tan admirablemente a los objetos de la realidad?”, se preguntaba Einstein. Gavilanes opina de otra manera: “Las matemáticas son producto de la naturaleza. Las formas geométricas se encuentran en la naturaleza y que uno más uno son dos no es una obviedad o un invento de la mente, sino una experiencia de la vida diaria. Imaginemos que vivimos en un mundo en el que cada vez que dos objetos se acercan surgiese un tercero, como por fricción o cercanía. La experiencia diría que uno más uno son tres. Y sobre esa regla habría que montar una matemática acorde con ese otro mundo”.

Qué atrevida es la ignorancia, y no lo digo solo por Gavilanes –que discrepa de Einstein sin más conocimientos matemáticos que los que se aprenden en primaria, o ni eso--, sino sobre todo por mí, muy dado a aplicar el sentido común en materias de las que ignoro casi todo. Qué sorpresa se va a llevar Gavilanes cuando descubra que además de los números naturales (que por algo se llaman naturales) existen los números enteros, los racionales, los irracionales, los complejos y los imaginarios. Ya me dirá él a qué se corresponde en la naturaleza la raíz cuadrada de menos uno. No existe, es un número imaginario, pero luego resulta que ayuda a resolver ecuaciones. Hace falta saber algo más que sumar, restar, multiplicar y dividir si se quiere contradecir a Einstein.

            ---Pues yo ya me estoy olvidando hasta de eso --dice Bueres--, que para algo sirve la calculadora del móvil. Veo que has traído un cómic sobre las mujeres emprendedoras. Yo creo que se están pasando un poco con eso del feminismo. No hay más que leer Babelia. Casi no hablan más que de libros escritos por mujeres. Ignacio Echevarría ya nos advirtió que en Estados Unidos el escritor blanco heterosexual comienza a ser una especie en vías de extinción.

            ---Sí, sobre todo en Estados Unidos, con Trump, tan feminista, haciendo de las suyas. Eso es una tontería, Bueres. Y este libro, Cruzando la raya estrecha de la aguja y la almohadilla (título poco afortunado) no es un cómic, ni facilona divulgación, sino un compendio de las recientes investigaciones sobre las mujeres españolas (y también europeas) que en los siglos XVI y XVII se dedicaron al mundo de los negocios, fundamentalmente en el ámbito del teatro, pero no solo. Hubo también mujeres impresoras y libreras. Carmen Sanz Ayán nos aclara cómo fue eso posible y como las leyes que limitaban su labor también podían utilizarse favor suyo. Pero sigamos un poco con Gavilanes. Para él, el infinito no existe. Y la prueba la encuentra en la famosa paradoja de Zenón: “No hay cosa a la que podamos dar el nombre de infinito. El espacio no se puede dividir indefinidamente. A partir de cierto momento, en el medio de la última subdivisión solo caben palabras. No realidad. Por eso Aquiles adelanta a la tortuga en dos zancadas, por mucha ventaja que le dé. Infinito no es más que una palabra”. ¿Existen o no existen los números naturales?, le replicaría yo.Ya en la escuela aprendemos que son infinitos: no hay número tan grande que no pueda añadírsele una unidad. Y no solo los números naturales son infinitos, sino que además cualquier número irracional tiene infinitos decimales. Otra cosa es que esa famosa parábola de Zenón sea un sofisma. La línea, que solo tiene una dimensión y que puede dividirse en infinitos puntos, es un concepto geométrico, una abstracción. Meter ahí a un héroe y una tortuga a competir es imposible. Y luego están las geometrías no euclidianas, que nos hablan de mundos de ciencia ficción que tienen más de tres dimensiones. Para no entrar en la física cuántica, donde al parecer una partícula puede estar en dos sitios al mismo tiempo.

            ---No puedes olvidar que has sido maestro, Martín. Eso marca. Mejor hablar de otra cosa. Veo que has traído Beatriz Miami, la novela de Masoliver Ródenas en la que, según nos dijiste el viernes pasado, se te menciona.

            ---Eso creía yo, pero no he sido capaz de encontrar el pasaje en el que el protagonista le reprocha a su novia que quiera ir al recital de un poeta “al que no conoce ni García Martín”. El libro, que me interesó poco en su momento, ahora me ha parecido bastante desagradable. Es una especie de diario o de memorias. El autor no nos perdona ninguno de sus fetichismos más o menos escatológicos. Se burla cruelmente de ciertos escritores, cambiándoles el nombre, pero de forma que sean fácilmente reconocibles. De Feliciano Glande nos dice que su cabellera es de “un blanco espiritual”, por si teníamos alguna duda de quién se trata.  Entró de botones en una revista oficial y luego fue ascendiendo hasta secretario en la época de “Perales”. Lo que más nos ofende hoy es el clasismo. Se insiste  en que fue pastor y se señala que “una prima suya era la encargada de limpiar los retretes”. También se burla de Paco Pobre o sea Francisco Rico, que nunca fue santo de mi devoción, pero es difícil no sentir simpatía por él ante las patochadas de Masoliver Ródenas. Mejor que mi memoria se equivocara y que no sea él quien me cite.

            ---Hoy un libro así no se podría publicar.

            ---Se podría, Bueres. No empieces con lo políticamente correcto y otros tópicos. Pero es muy años ochenta, en el peor sentido de la palabra. Ofensivo para cualquier sensibilidad mínimamente contemporánea. Mejor hablemos de otra cosa. Como me fascina lo que tenga que ver con los tres días más prodigiosos de la historia de España, el 12, 13 y 14 de abril de 1931, creía haber leído todo lo que habían escrito sus protagonistas, de un lado y del otro, pero sorprendentemente me faltaba un libro fundamental, De la dictadura a la república, de Dámaso Berenguer. ¿Por qué lo dejé de lado? Fui influido sin duda por el descrédito del personaje. “El error Berenguer” titula Ortega el artículo que termina con “Delenda est Monarchía”. Y el conde de Romanones arremete contra él en su breve y contundente Y sucedió así. A Dámaso Berenguer le encargaron desmontar el andamiaje de la dictadura y no pudo hacer su trabajo por la oposición de los partidos monárquicos. Los primeros capítulos y los últimos son apasionantes. No se trata, a estas alturas, de tomar partido por uno o por otro. Berenguer culpa a Romanones del súbito y vergonzante desplome del régimen y Romanones a Berenguer por un telegrama en que daba por perdidas las elecciones antes de tiempo (no era así). Pero la razón la tiene Berenguer y el culpable no es Romanones, o no es culpable más que como mamporrero, sino el rey. En los últimos momentos, por salvar el pellejo, cometió un delito de alta traición. Pactó con el enemigo al margen de su gobierno. Romanones es muy claro al respecto: “El rey no comunicó a nadie el encargo que me confiaba”. Ese encargo –el encuentro en casa de Marañón con Alcalá Zamora-- solo podía hacerlo el presidente del gobierno, almirante Aznar, tras un acuerdo del consejo de ministros. Estaría ya perdida la monarquía, con la gente en la calle, como dice Romanones, pero el cambio de Régimen podía haberse realizado con cierta dignidad, no con el sálvese quien pueda que encabezó el rey, dejando su familia confiada a la buena voluntad de quienes le habían obligado a huir sin tiempo a preparar siquiera el equipaje.

            ---Martín, Martín –dice Xuan--, eres de lo que no hay. Críticas a Gavilanes porque se mete a hablar de matemáticas sin saber mucho del tema y ahora tú quieres reescribir la historia de España porque acabas de leer un libro que muchos han leído antes que tú. Pero te queremos tal cómo eres, qué le vamos a hacer. Una de estas Anotaciones a lápiz habla de los epitafios favoritos del autor. El que yo prefiero es el de Christina Rossetti que he leído en alguno de tus diarios. Dice así: “Más quiero que me olvides y sonrías / que no que me recuerdes y estés triste”. Que sonrían cuando nos recuerden, como sonreímos nosotros cuando recordamos las ocurrencias de Víctor Botas, es el mejor homenaje.