sábado, 28 de junio de 2025

Al servicio de quien me quiera: Crímenes sin castigo

  

Sábado, 21 de junio
POR FIN

Paso por Gijón con motivo de la feria del libro y, mientras tomamos un café en la terraza del Dindurra, se habla del libro sobre la primera mujer del profesor Alarcos que se acaba de publicar. A Miguel Barrero le interesaría presentarlo en la Semana Negra. “¿Querrías hacerlo tú?”, me pregunta.

---No se atrevería --dice José Luis Argüelles--. Tendría que despedirse para siempre de ser jurado en cierto premio.

---Una razón más para aceptar. Cada año se me hacía más cuesta arriba ese sinsentido. Y la cena final, con el ganador del año anterior abriendo los ojos atónitos ante la cháchara insultante de Josefina, contra algún amigo (“Al Cabezón lo meto en la cárcel cuando me dé la gana”) o contra mí había acabado convirtiéndose en una inverosímil pesadilla. No sé por qué no me he escapado antes. Supongo que, por un mal sentido del deber, creía que era capaz de poner un poco de cordura en aquel disparate y que se lo debía al profesor Alarcos, un sabio al que ahora veo los pies de barro. Si quieres que se presente Desde un jardín de Lausana en la Semana Negra, cuenta conmigo. Ningún escenario mejor para esa historia negrísima.

Lunes, 23 de junio
LA SOSPECHOSA CONFIESA

Qué razón tenían los asesores legales o amicales de la doctora Morató al aconsejarle silencio en la polémica a propósito de su edición de las crónicas de Chaves Nogales.

Hoy María José Solano le hace una amable y extensa entrevista en Zenda y, a vuelta de mucho victimismo y “cientifismo” (¡ella hace ciencia, no como Trapiello y otros simples opinadores!), afirma: “Cuando Abelardo Linares me pasa ese volumen de artículos de Chaves que dice que ‘me encarga’, lo primero que le pregunto es: ‘¿Este trabajo de transcripción quién lo ha hecho?’. Como filóloga que ha dedicado mucho tiempo a la lingüística forense, enseguida divisé algunas cosas que me hicieron sospechar de que ahí había varias manos. Su respuesta fue ‘lo hemos hecho nosotros; la editorial Renacimiento’. No pude obtener otra respuesta más clara”.

            Dejemos a un lado su dedicación a la lingüística forense, lo que resulta demostrado por confesión propia es que Abelardo Linares le pasó un “volumen de artículos” que luego ella se llevó a otra editorial.

            Se burla a continuación del viaje a Cuba de Abelardo Linares para conseguir la colaboración de Chaves Nogales en el Diario de la Marina: “Todo aquel que investigue sobre el periodista sabe que ese viaje a Cuba era del todo innecesario, al menos en lo que concierne a Chaves Nogales, pues sabemos que esos artículos están en la Hemeroteca Nacional y se pueden consultar, leer y estudiar: la mayoría de los números de esos diarios se encuentran digitalizados”.

El que la mayoría de los números estén digitalizados implica que no todos están digitalizados y que, por lo tanto, si se publica una edición completa de los artículos de Chaves Nogales sobre la Segunda Guerra Mundial (como afirma la doctora Morató que es la suya), alguien ha de ir hasta Cuba para consultar los números no digitalizados del Diario de la Marina. Es lo que hizo Abelardo Linares para luego pasarle esos artículos a quien entonces estaba preparando su edición para Renacimiento.

            Queda así claro, y por confesión propia y enteramente voluntaria, sin coacción alguna, que se apropió del trabajo ajeno, del de Abelardo Linares y del de los empleados de su editorial.

Para aliviar la conciencia por ese hecho tan poco presentable recurre a minusvalorar el monto económico de lo apropiado: “En cuanto al dinero invertido en las transcripciones que reclama Linares es de chiste, como si no hubiera ya modo de convertir una imagen en texto editable en un segundo con un dispositivo móvil”.

¡Cuántos empleados de la industria editorial irían a la calle si fuera verdad! Según ella, escaneamos las colaboraciones de un autor en un periódico y en tres o cuatro segundos, con el dispositivo móvil adecuado, ya los tenemos listas para la imprenta.

            Por si faltara alguna prueba adicional de su poco ejemplar proceder, añade que en la tercera edición (parece que la polémica que inicia Juan Bonilla tras la respuesta de Abelardo Linares al reportaje promocional de Babelia le ha resultado provechosa) agradece “al escritor peruano Javier Ponce Gambirazio las imágenes de El Sol que me proporcionó, porque era necesario contrastar todas las fuentes”.

¿Se la proporcionó antes o después de la primera edición? Si fue antes, ¿por qué no se las agradeció en ella? Parece que porque entonces de esos artículos –no uno ni dos, sino más de cien-- solo había visto las transcripciones que le facilitó Abelardo.

            Explica eso que, cuando un artículo aparece en El Sol y en un diario brasileño, prefiera traducir el artículo portugués (incluso es posible que con ayuda de algún dispositivo) que publicar el texto español: los artículos en portugués están digitalizados y a su alcance. Trata de recurrir al material proporcionado por Abelardo Linares lo menos posible, solo cuando no tiene más remedio, como tratando de disimular o atenuar su falta.

Martes, 24 de junio
UN TRIUNFADOR

Me habla José Luis Piquero, que estos días está por Oviedo con Bárbara, de un poeta al que los dos admiramos un tiempo y al que ahora admiramos más bien poco, yo aún menos que él. “Ha envejecido mal. Antes era muy divertido. Ahora se ha convertido en un amargado. Afortunadamente tenemos poco trato. Antes podía llamarme al teléfono a las cuatro de la tarde y estar hasta las nueve contándome sus enfermedades y despotricando contra el gobierno. Tú has envejecido mejor”.

            ---Yo siempre he sido bastante insoportable. Lo que no soy es un amargado, como tantos poetas de mi edad, por el poco caso que se me hace. A mí siempre se me ha hecho poco caso, estoy acostumbrado. Incluso me divierte estar vetado en tantos sitios.

            ---Ya –dice Bárbara--, en el mundillo poético tú eres como un elefante en medio de la habitación al que todos se esfuerzan en no mencionar, pero en el que no son capaces de dejar de pensar.

            ---No puedo estar amargado por la falta de éxito literario porque tengo todo el que necesito, que es poco, la verdad. O mucho, según se mire. A mí, para sentir maravillosamente realizados mis sueños de adolescente enamorado de la literatura, me basta con escribir todos los días y publicar todo lo que escribo.

            ---Pero si luego no le interesa a nadie, no sé de qué te sirve. Pero tú eres de los que todavía confían en la posteridad, tú estás seguro de que van a leer dentro de cien o doscientos años…

            ---Interesa, interesa lo que hago. Y seguirá interesando, no te preocupes. Formo parte, aunque sea en letra pequeña y en una nota a pie de página, de la literatura, pero no del mercado editorial. Mi obra es de dominio público, por decisión propia, como la de Bécquer o Bartrina, y quienes me publican no aspiran a ganar dinero, se conformarían con no perderlo.

            ---Villena, en cambio, ganó bastante, tuvo mucha atención mediática. Incluso a ti, por la época de Las voces y los ecos, te parecía un gran poeta. Luego pasó de moda, se repitió mucho, dejó de estar invitado a todas partes y eso es lo que no ha llevado bien. Menos mal que ya ha dejado de llamarme por teléfono.

            ---Tú disimulas, Martín –añade Bárbara--, pero seguro que te gustaría entrar en la Academia y, cuando seas aún más viejecito, que te den el Cervantes. O que cada vez que publicaras un libro fueras portada en todos los suplementos culturales, como Cercas, Vila-Matas o Pérez Reverte.

            ---Eso último entusiasmaría a mis editores, sin duda. Y a mí no me molestaría, para qué nos vamos a engañar. Pero tiene sus inconvenientes. Tendría que publicar novelones, que no me interesan nada, o disfrazar lo que hago de novela y dejar pasar el tiempo entre un libro y otro para no saturar el mercado.

            ---Eres como la zorra de la fábula. Como no puedes alcanzar las uvas que te tientan, te alejas desdeñoso alegando que están verdes.

            ---Exacto. Esa es toda mi filosofía. Pero las uvas académicas o las colas inmensas en las ferias del libro, te aseguro que me tientan poco. Yo me aburro después de firmar cuatro ejemplares y empiezo a poner garabatos ilegibles.

            ---¿Y a qué aspira uno después de cumplir setenta y cinco años?, me pregunta Bárbara.

            ---Pues a seguir otros setenta y cinco llevando la vida que llevo: levantarme pronto, escribir una hora más o menos, hojear media docena de libros nuevos cada día, leer uno o dos, charlar con algunos amigos, cuidar mis plantas, hacer fotos y subirlas a mi red social favorita, pasear por sendas perdidas, escribir cartas, ejercer de abuelo. Cosas así.

            ---¡Eres un hombre feliz!

            ---La mitad de un hombre feliz. La otra mitad vive angustiada por la marcha del mundo. Estamos en manos de asesinos sin escrúpulos. ¿Sabes a quien me recuerda Trump? A la Tomasa de la presunta novela alarconiana con aranceles en las orejas y misiles en las garras. 


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