Sábado, 21 de junio
POR FIN
Paso por Gijón con motivo de
la feria del libro y, mientras tomamos un café en la terraza del Dindurra, se
habla del libro sobre la primera mujer del profesor Alarcos que se acaba de
publicar. A Miguel Barrero le interesaría presentarlo en la Semana Negra.
“¿Querrías hacerlo tú?”, me pregunta.
---No
se atrevería --dice José Luis Argüelles--. Tendría que despedirse para siempre de
ser jurado en cierto premio.
---Una
razón más para aceptar. Cada año se me hacía más cuesta arriba ese sinsentido.
Y la cena final, con el ganador del año anterior abriendo los ojos atónitos
ante la cháchara insultante de Josefina, contra algún amigo (“Al Cabezón lo
meto en la cárcel cuando me dé la gana”) o contra mí había acabado
convirtiéndose en una inverosímil pesadilla. No sé por qué no me he escapado
antes. Supongo que, por un mal sentido del deber, creía que era capaz de poner
un poco de cordura en aquel disparate y que se lo debía al profesor Alarcos, un
sabio al que ahora veo los pies de barro. Si quieres que se presente Desde
un jardín de Lausana en la Semana Negra, cuenta conmigo. Ningún escenario
mejor para esa historia negrísima.
Lunes, 23 de junio
LA SOSPECHOSA
CONFIESA
Qué razón tenían los asesores
legales o amicales de la doctora Morató al aconsejarle silencio en la polémica
a propósito de su edición de las crónicas de Chaves Nogales.
Hoy
María José Solano le hace una amable y extensa entrevista en Zenda y, a
vuelta de mucho victimismo y “cientifismo” (¡ella hace ciencia, no como Trapiello
y otros simples opinadores!), afirma: “Cuando Abelardo Linares me pasa ese
volumen de artículos de Chaves que dice que ‘me encarga’, lo primero que le
pregunto es: ‘¿Este trabajo de transcripción quién lo ha hecho?’. Como filóloga
que ha dedicado mucho tiempo a la lingüística forense, enseguida divisé algunas
cosas que me hicieron sospechar de que ahí había varias manos. Su respuesta fue
‘lo hemos hecho nosotros; la editorial Renacimiento’. No pude obtener otra
respuesta más clara”.
Dejemos a un lado su dedicación a la lingüística forense,
lo que resulta demostrado por confesión propia es que Abelardo Linares le pasó
un “volumen de artículos” que luego ella se llevó a otra editorial.
Se burla a continuación del viaje a Cuba de Abelardo
Linares para conseguir la colaboración de Chaves Nogales en el Diario de la
Marina: “Todo aquel que investigue sobre el periodista sabe que ese viaje a
Cuba era del todo innecesario, al menos en lo que concierne a Chaves Nogales,
pues sabemos que esos artículos están en la Hemeroteca Nacional y se pueden
consultar, leer y estudiar: la mayoría de los números de esos diarios se
encuentran digitalizados”.
El
que la mayoría de los números estén digitalizados implica que no todos están
digitalizados y que, por lo tanto, si se publica una edición completa de los
artículos de Chaves Nogales sobre la Segunda Guerra Mundial (como afirma la
doctora Morató que es la suya), alguien ha de ir hasta Cuba para consultar los
números no digitalizados del Diario de la Marina. Es lo que hizo
Abelardo Linares para luego pasarle esos artículos a quien entonces estaba
preparando su edición para Renacimiento.
Queda así claro, y por confesión propia y enteramente
voluntaria, sin coacción alguna, que se apropió del trabajo ajeno, del de
Abelardo Linares y del de los empleados de su editorial.
Para
aliviar la conciencia por ese hecho tan poco presentable recurre a minusvalorar
el monto económico de lo apropiado: “En cuanto al dinero invertido en las
transcripciones que reclama Linares es de chiste, como si no hubiera ya modo de
convertir una imagen en texto editable en un segundo con un dispositivo móvil”.
¡Cuántos
empleados de la industria editorial irían a la calle si fuera verdad! Según
ella, escaneamos las colaboraciones de un autor en un periódico y en tres o
cuatro segundos, con el dispositivo móvil adecuado, ya los tenemos listas para
la imprenta.
Por si faltara alguna prueba adicional de su poco
ejemplar proceder, añade que en la tercera edición (parece que la polémica que
inicia Juan Bonilla tras la respuesta de Abelardo Linares al reportaje
promocional de Babelia le ha resultado provechosa) agradece “al escritor
peruano Javier Ponce Gambirazio las imágenes de El Sol que me
proporcionó, porque era necesario contrastar todas las fuentes”.
¿Se
la proporcionó antes o después de la primera edición? Si fue antes, ¿por qué no
se las agradeció en ella? Parece que porque entonces de esos artículos –no uno
ni dos, sino más de cien-- solo había visto las transcripciones que le facilitó
Abelardo.
Explica eso que, cuando un artículo aparece en El Sol y en un diario brasileño, prefiera traducir el artículo portugués (incluso es posible que con ayuda de algún dispositivo) que publicar el texto español: los artículos en portugués están digitalizados y a su alcance. Trata de recurrir al material proporcionado por Abelardo Linares lo menos posible, solo cuando no tiene más remedio, como tratando de disimular o atenuar su falta.
Martes, 24 de junio
UN TRIUNFADOR
Me habla José Luis Piquero,
que estos días está por Oviedo con Bárbara, de un poeta al que los dos
admiramos un tiempo y al que ahora admiramos más bien poco, yo aún menos que
él. “Ha envejecido mal. Antes era muy divertido. Ahora se ha convertido en un
amargado. Afortunadamente tenemos poco trato. Antes podía llamarme al teléfono
a las cuatro de la tarde y estar hasta las nueve contándome sus enfermedades y
despotricando contra el gobierno. Tú has envejecido mejor”.
---Yo siempre he sido bastante insoportable. Lo que no
soy es un amargado, como tantos poetas de mi edad, por el poco caso que se me
hace. A mí siempre se me ha hecho poco caso, estoy acostumbrado. Incluso me
divierte estar vetado en tantos sitios.
---Ya –dice Bárbara--, en el mundillo poético tú eres
como un elefante en medio de la habitación al que todos se esfuerzan en no
mencionar, pero en el que no son capaces de dejar de pensar.
---No puedo estar amargado por la falta de éxito
literario porque tengo todo el que necesito, que es poco, la verdad. O mucho, según
se mire. A mí, para sentir maravillosamente realizados mis sueños de
adolescente enamorado de la literatura, me basta con escribir todos los días y
publicar todo lo que escribo.
---Pero si luego no le interesa a nadie, no sé de qué te
sirve. Pero tú eres de los que todavía confían en la posteridad, tú estás
seguro de que van a leer dentro de cien o doscientos años…
---Interesa, interesa lo que hago. Y seguirá interesando,
no te preocupes. Formo parte, aunque sea en letra pequeña y en una nota a pie
de página, de la literatura, pero no del mercado editorial. Mi obra es de
dominio público, por decisión propia, como la de Bécquer o Bartrina, y quienes
me publican no aspiran a ganar dinero, se conformarían con no perderlo.
---Villena, en cambio, ganó bastante, tuvo mucha atención
mediática. Incluso a ti, por la época de Las voces y los ecos, te
parecía un gran poeta. Luego pasó de moda, se repitió mucho, dejó de estar
invitado a todas partes y eso es lo que no ha llevado bien. Menos mal que ya ha
dejado de llamarme por teléfono.
---Tú disimulas, Martín –añade Bárbara--, pero seguro que
te gustaría entrar en la Academia y, cuando seas aún más viejecito, que te den
el Cervantes. O que cada vez que publicaras un libro fueras portada en todos
los suplementos culturales, como Cercas, Vila-Matas o Pérez Reverte.
---Eso último entusiasmaría a mis editores, sin duda. Y a
mí no me molestaría, para qué nos vamos a engañar. Pero tiene sus
inconvenientes. Tendría que publicar novelones, que no me interesan nada, o
disfrazar lo que hago de novela y dejar pasar el tiempo entre un libro y otro para
no saturar el mercado.
---Eres como la zorra de la fábula. Como no puedes
alcanzar las uvas que te tientan, te alejas desdeñoso alegando que están
verdes.
---Exacto. Esa es toda mi filosofía. Pero las uvas
académicas o las colas inmensas en las ferias del libro, te aseguro que me
tientan poco. Yo me aburro después de firmar cuatro ejemplares y empiezo a
poner garabatos ilegibles.
---¿Y a qué aspira uno después de cumplir setenta y cinco
años?, me pregunta Bárbara.
---Pues a seguir otros setenta y cinco llevando la vida
que llevo: levantarme pronto, escribir una hora más o menos, hojear media
docena de libros nuevos cada día, leer uno o dos, charlar con algunos amigos,
cuidar mis plantas, hacer fotos y subirlas a mi red social favorita, pasear por
sendas perdidas, escribir cartas, ejercer de abuelo. Cosas así.
---¡Eres un hombre feliz!
---La mitad de un hombre feliz. La otra mitad vive angustiada por la marcha del mundo. Estamos en manos de asesinos sin escrúpulos. ¿Sabes a quien me recuerda Trump? A la Tomasa de la presunta novela alarconiana con aranceles en las orejas y misiles en las garras.
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