viernes, 4 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Qué difícil acertar

 

Sábado, 28 de septiembre
LEÑA AL FUEGO

Han estado estos días en Oviedo dos viejos amigos, Abelardo Linares y Manuel Neila. El motivo era la presentación de la biografía que Benito Fernández le ha dedicado a Juan Benet, un bien intencionado disparate de muchas páginas.

            Después del autor, creo que debí de ser el primero en leerla. Según contó en la presentación, se la habían rechazado varios editores cuando a Neila, tras hojearla, se le ocurrió proponérsela a Abelardo, quien recordando su juvenil admiración por Benet la aceptó de inmediato. Yo la habría rechazado.

            Ahora me alegra que esté publicada. No es un libro para leer de la primera a la última página (yo hice esa hazaña, no se la recomiendo a nadie), pero sí entretenido para picotear, ayudado por el índice onomástico, pescar chismes y entender mejor la historia (no solo literaria) de tiempos recientes.

            El protagonista no sale bien parado: era (entre otras muchas cosas) un señorito que maltrataba a los de abajo (los periodistas, por ejemplo) y adulaba a los poderosos (Felipe González sin ir más lejos). Como personaje público, otro Cela. Con el inconveniente, de además hacer pantanos.

            Algo bueno tiene no ser escritor de éxito ni personaje mediático. A nadie le dará por escribir mi biografía ni habría Abelardo que la publicara. Respiro con alivio. Y recuerdo una cita de Oscar Wilde que figura al frente de uno de esos libros en los que conté cosas que preferiría no haber contado (afortunadamente, pocos lo han leído): “A debida distancia, cualquier hombre no es más que un pobre hombre. Por ello, la primera obligación de un caballero es no dejar que los demás se acerquen a esa distancia y distraerles echando leña al fuego de su mala reputación”.

Martes, 1 de octubre
IMPUNIDAD

---¿Vienes de la presentación del libro de Xuan Cándano? ¿Qué tal estuvo? Siento no haber podido ir.

            ---No te preocupes. Hubo bastante gente. Pero no habría venido mal algún otro amigo mío. Me sentí como si jugara en campo contrario. En algún momento, temí que fueran a silbarme y a tirarme encendedores, como a Thibaut Courtois, el portero del Madrid. No me parece que sea vanidad mía, el pensar que allí el que más tenía que decir era yo. A fin de cuentas, había estado en Madrid el mismo día del atentado de la calle del Correo y acompañando a una de las principales sospechosas. Había estado en la cárcel. Había leído y anotado los tres libros que se acaban de publicar sobre la masacre. También todo lo que se había publicado anteriormente. Y había llegado a una conclusión que una vez formulada parece obvia, pero que a nadie, al parecer, se le había ocurrido antes. A finales de 1974, la policía tenía todos los datos e identificados a los culpables directos y a sus cómplices. No había llegado a ello por medio de torturas, aunque las hubiera en más de un caso, sino por las declaraciones de la principal responsable, Eva Forest. Y a partir de esas declaraciones había encontrado las suficientes pruebas. Acabada la fase de instrucción, debía comenzar el juicio. Pero pasaron los años y ese juicio nunca se celebró. Eva Forest al principio estaba orgullosa de lo que había hecho (también Netanyahu está orgulloso de los miles y miles de víctimas inocentes que ha causado), según el testimonio de Lidia Falcón. Pero luego, cuando ETA no asumió el atentado (tenía mayores escrúpulos morales que ella), cambió su opinión, se declaró inocente, atribuyó el crimen a la extrema derecha o a provocadores del propio régimen, y la creímos. Hubo una ola de solidaridad internacional, encabezada por Jean Paul-Sartre. Todos la creímos porque los únicos que tenían las pruebas de que era una asesina callaron y callaron y callaron y en junio de 1977, antes de que hubiera ninguna amnistía, la pusieron en la calle, donde fue recibida como una heroína. ¿A qué se debió esa complicidad entre la justicia militar y los que pusieron una bomba en una cafetería para matar indiscriminadamente y cuantos más mejor? No lo sabemos. Pero ese hecho no lo puede negar nadie y algún historiador debería investigarlo. Pero no parece que Xuan Cándano esté por la labor. Ninguna curiosidad sintió por lo que yo decía ni por saber lo que había contado en un libro, Leña al fuego, que no había leído cuando escribió el suyo y que llevaba conmigo para prestárselo si me le interesaba. Ninguna curiosidad. Me pidió que le dejara hablar a él, “cinco minutos al menos”, y yo le dejé, claro, era el protagonista y el público venía por él, no por mí. Quedó claro en el coloquio final: nadie me preguntó nada. Solo Cruz, la mujer de Xuan, me reprochó que yo parecía minimizar las torturas. Haberlas las había, cierto, y algo podría contar yo de eso, pero ninguna policía de ningún país democrático habría sido, entonces o ahora, menos dura que lo fue la policía franquista. No se investigaba la difusión de propaganda ilegal ni la afiliación a un partido político clandestino, sino una matanza como la de Bataclan –otro viernes 13-- o los trenes de Atocha.

            ---Lo que te molestó es que no fueras el protagonista, que nadie te hiciera caso.

            ---Puede ser. Pero callé y no caí en la tentación de contar anécdotas carcelarias, que entonces sería el cuento de nunca acabar. Nada más que salí al patio, después de los quince días preceptivos de aislamiento (cuatro en una celda minúscula, con un lavabo y la taza del váter bien a la vista, los otros tres delincuentes comunes), se me acercó un recluso y me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina a mi lado que los de ETA quieren conocerte”. En el piso bajo de la galería, en celdas individuales, estaban los presos vascos que se habían declarado en huelga de hambre. Todos se asomaron a las ventanas para verme. Luego me tocó ir con el carro de comida. Nos acompañaba un médico. Se negaron a comer. Estaban tumbados, pero cuando me reconocían se levantaban de la cama para estrecharme la mano. Pero te dejo, que soy un pesado, que empiezo y no acabo con mis batallitas, que no interesan a nadie, y menos que a nadie a los historiadores como el bueno de Gaizca Fernández Soldevilla, que no me menciona en su libro reivindicativo de las víctimas porque (según se justificó) salí pronto de la cárcel –solo me maltrataron durante cien días—y además era inocente. Qué cosas.

Miércoles, 2 de octubre
NO APRENDO

Comentamos en la tertulia un poema de Lola Tórtola, “Prosopol”. No hay por dónde cogerlo. La idea es equivocada y no habría aprobado un examen de redacción. La primera parte dice así: “Yo temía al olvido. / Componer historias, montar álbumes, / llenar escritorios de archivos, construir / palacios para la memoria, / hacer atlas, / increíbles atlas del cuerpo, intentar / retener el tiempo”.

El aplicado profesor de secundaria (o primaria) tacharía lo infinitivos y los sustituiría por pretéritos imperfectos: componía, montaba, llenaba… Y qué torpeza en la expresión de las actividades para no olvidar: “llenar escritorios de archivos”.

            La segunda y última parte dice así: “Descuida, / no temas si te notas por dentro arder las venas, / el olvido es un pulso lento y leve”. Pasa a hablar ahora de la anestesia (de ahí el título) y parece que lo que quiere decir es que no hay que temer al olvido porque, como la anestesia, no nos hace “por dentro arder las venas”, sino que es “un pulso lento y leve”.

¿Qué tendrá que ver el temor, por ejemplo, al progresivo avance del Alzhéimer con el temor a no despertar de la anestesia?

            ¿Y por qué perdemos el tiempo comentando este borroso ejercicio en la tertulia? Pues porque forma parte del libro Los dioses destruidos con el que su autora acaba de obtener el Premio Nacional de Poesía Joven, dotado con treinta mil euros y otorgado al mejor libro de un poeta menor de 35 años publicado el año anterior. Si este fuera el mejor libro, mal futuro tiene la poesía española.

            Digo cosas obvias y todos están de acuerdo, salvo José Luis Piquero que arremete contra mí. Y yo le respondo con la vehemencia acostumbrada (dialécticamente soy un poco bruto, lo reconozco). Tardo en caer en la cuenta de que él era miembro de ese jurado –que tiene la costumbre de no acertar: los poetas jóvenes que premian suelen acabar en adultos, no en poetas--  y que, para más inri, el libro de Tórtola fue seleccionado por él entre los cuatro mejores del año. No defiende al poema: ataca porque se siente personalmente atacado. Y yo –que debería tener experiencia en estas cuestiones-- entro al trapo. No aprendo.

Viernes, 4 de octubre
QUÉ DIFÍCIL

Qué difícil acertar. Cuántas veces hacemos el mal queriendo hacer el bien. Pero en otras, por miedo a equivocarnos, para evitar complicaciones, vemos cómo va creciendo y no hacemos nada para evitarlo.

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