Domingo, 13 de octubre
PERO SIGUE SIENDO
EL REY
¿Todavía
el anterior jefe del Estado tiene quien le defienda? Parece que sí. Leo la
última columna de Manuel Vicent y siento vergüenza ajena. Un ciudadano
cualquiera puede ir a casa de su amante y “ponerse la gorra del revés para
hacer una paella seguida de una siesta del fauno”. Pero ese derecho elemental,
se le niega al rey: si le pillan, no tendrá el pueblo mejor espectáculo.
O no se ha enterado de nada el bueno
de Vicent o no quiere enterarse. No le conviene: fue uno de los que con más
ardor puso su galanura estilística al servicio de la peor causa, la de hacer
presentable al ciudadano español más impresentable (y en la cuenta entran desde
el olvidado Roldán hasta el reciente Ábalos).
En
Daguerrotipos, publicado hace ahora exactamente cuarenta años, retrata a
los artífices de la transición. La clave del arco la ocupa el héroe de aquella
gloriosa etapa de la historia de España, “Juan Carlos o el rey”.
Qué
mal han resistido el tiempo esos laudatorios preciosismos estilísticos. La
literatura puesta al servicio de las peores causas. Era la época del “yo no soy
monárquico, pero soy juancarlista”. El último párrafo resume la patraña mayor: “Juan
Carlos se proclamó a sí mismo rey de los españoles a la una de la madrugada del
24 de febrero de 1981. De entonces le viene la auténtica legitimidad. A partir
de ese momento fue coronado por intelectuales, artistas, políticos y el pueblo
llano, el de la bota de vino. Desde esta fecha, el mármol más sólido que lo
sostiene es también el descrédito de algunos antidemócratas”.
¿Leerá todavía Vicent los
periódicos, estará al tanto de los secretitos que ese hombre del mármol más
sólido, al que tanto admira, ha ido largando por ahí?
---Palabra de honor, cariño, que me
río del bueno de Alfonso Armada. Ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido
luego a su pazo de Galicia y no ha dicho ni mu. En cambio, ese otro anda por
ahí largando, largando…
Ese otro, Sabino Fernández Campos,
le contó a José Bono, que el rey, el 23-F, no esperaba tiros, porque Alfonso
Armada le había presentado un escrito de un famoso catedrático constitucional
que proponía que se presentara en el Congreso y, después de un discurso sobre la
mala situación de España, propusiera un gobierno presidido por un independiente
de prestigio: el propio Alfonso Armada.
Con
tiros y todo, se intentó que esa solución saliera adelante. Y allá fue Armada
con la lista del gobierno que había consensuado con los principales partidos.
Pero Tejero dijo que nones. Si alguien salvó entonces la democracia, fue
Tejero. El rey no tuvo más remedio que llamar a su fiel servidor, Milans del
Bosch, y pedirle que enfundara los tanques. ¡Cómo se nos engañó a partir de
entonces convirtiendo al alevoso en héroe! Pero hace tiempo que su papel en ese
tejemaneje está claro.
Como está claro el chantaje al que
sometió una de las amantes del rey, no al rey (que no pagaba ni los cafés que
tomaba con ella), sino al Estado español. Parece que le abonaron, en cómodos
plazos, unos cuatro millones de euros. Esos dineros salieron de los fondos
reservados del Ministerio de Defensa o del CNI. Alguien tuvo que autorizar esa
entrega, el ministro correspondiente (con el conocimiento del presidente del
gobierno de turno) y esa persona, no el rey, según la constitución, es el
responsable, como lo fueron Vera y Barrionuevo cuando el saqueo con el pretexto
de la guerra sucia.
El pago de ese chantaje es una
malversación de libro. No es necesario, como hacen ahora los jueces anti
independistas, retorcer el espíritu y la letra de la ley para considerarla como
tal. ¿A nadie se le ocurrió presentar una denuncia cuando se tuvieron las
primeras noticias del pago?
Hay quien dice, catedráticos de derecho constitucional incluidos (¡santa Lucía les conserve la cátedra!), que el jefe del Estado español, como un sátrapa oriental, puede en su vida privada robar, estafar, asesinar impunemente, porque la constitución le protege ante la justicia. Aunque aceptásemos esa barbaridad (que ya es aceptar), resulta que buena parte de sus presuntos delitos –como el pago del chantaje o los negocios de la mano de Corina en viajes oficiales-- se cometieron con la autorización, tácita o expresa, del gobierno correspondiente. Y los políticos que dieron el visto bueno, o miraron para otro lado, sí son responsables ante la ley sin excusa alguna.
Lunes, 14 de octubre
GOTAS DE SANGRE
Ayer en
el Fontán me encontré con dos gotas de la sangre de Larra. Cuando el encuentro
final con Dolores Armijo (“Adiós”, dijo secamente. “¿Adiós para siempre?”.
“Sí”, respondió ella sin volverse), Larra tiene sobre la mesa un ejemplar del
Macías, que estaba releyendo. Tras pegarse un tiro –todavía bajaban por la
escalera Dolores y su amiga, que oyeron el disparo--, se tambalea antes de caer
al suelo y dos gotas de sangre salpican el libro abierto. Alguien intentó
borrarlas, pero solo logró extenderlas.
En
la anteportada aparece manuscrito el siguiente texto: “Este ejemplar de Macías
se hallaba sobre la mesa del desgraciado Fígaro cuando se suicidó.
Suyas son las dos gotas de sangre que tiene en la página 28. El ejemplar se
hallaba en rama, cosa entonces más frecuente que hoy, y me fue regalado por
Luis Mariano de Larra con otros recuerdos de su padre en tiempos de mis amores
con su hermana Baldomera”.
No
lleva firma este texto, pero sí el que aparece debajo: “Letra de mi padre,
Vicente Barrantes, a quien he oído referir esto muchas veces. Madrid, 13 mayo
1904”. Firma y rúbrica: Barrantes. De este Barrantes hijo no sé nada, pero sí
del padre, un escritor y bibliófilo extremeño que nació en 1829 y murió en 1898
y que, al parecer, tuvo una ajetreada vida amorosa.
Ignoro cómo fue a parar este
ejemplar de las manos del hijo de Barrantes a las de Javier de Salas Bosch,
historiador del arte que dirigió el Museo del Prado entre 1970 y 1978. Tenía
poco más de veinte años cuando se lo pasó a Joaquín de Entrambasaguas, un joven
erudito que pronto sería catedrático y uno de los más destacados representes
del mundo académico durante el franquismo. Habla de él, y de otras sugerentes minucias de la época, en Reliquias románticas, una separata de la Revista
de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid publicada en
1932. La encontré este domingo en el mercadillo del Fontán, no el libro con la
sangre de Larra, que a saber dónde estará. Pero no es un ejemplar cualquiera,
ya que lleva la siguiente dedicatoria manuscrita. “Para Javier de Salas,
causante de esto, con el mayor afecto y la gratitud de Joaquín”. Incluye además
un recorte periodístico en el que se reseña. Y quien firma es Jenaro
Artiles, ilustre latinista y paleógrafo que entonces era archivero del
Ayuntamiento de Madrid y durante la guerra sería representante de la España
republicana en Berna.
La guerra civil separaría a estos
tres jóvenes eruditos. Fervoroso militante franquista, Joaquín de
Entrambasaguas fue quien ordenó la destrucción de los miles de ejemplares
impresos de El hombre acecha, el último libro de Miguel Hernández, aún
no distribuido. Raro trabajo de Torquemada para un estudioso de la literatura.
Nunca pudo librarse de ese lastre.
¿Por qué manos habrá pasado esta
separata hasta llegar a mí en el Fontán? ¿Dónde habrá ido a parar el ejemplar
del Macías con la sangre de Larra? La vida se entremezcla con la
literatura en un inacabable folletín.
Martes, 15 de octubre
OTRA VEZ, CON
SENTIMIENTO
Dos
titulares y un comentario: “El PP busca retrasar la ley que beneficia a presos etarras tras el rechazo del Senado”,
“Condenado un agente de la Stasi que mató en 1974 a un hombre que cruzaba el
Muro”.
¿Y cómo es que dos etarras que
mataron a una docena de personas e hirieron a más de ochenta siguen sin ser ni
siquiera molestados en los alrededores de Bayona con el pretexto de que eso
ocurrió hace mucho tiempo? Pues porque no hay, ni hubo nunca, interés en
resolver el asunto. En cuanto no se pudo sacar rédito político del atentado de
la calle Correo, la jefa a la calle a seguir con su papel de revolucionaria profesional
y los autores materiales a casita, a seguir con su vida. Y las víctimas,
calladitas, bien calladitas, no nos vayan a echar abajo los sacrosantos
consensos de la transición.
Viernes, 18 de octubre
TODAVÍA
Los
años dan y quitan. A mí, quitar, quitar, solo me ha quitado el pelo. A los 74
hago más o menos lo mismo que hacía a los 24.
---¡Es que tú a los 24 ya eras un
viejo!
---Puede ser. Me han quitado el pelo
y me han dado algo de sabiduría. Tampoco mucha, para qué nos vamos a engañar.
Todavía sigo metiendo la pata más de la cuenta y haciendo daño sin querer a la
gente que quiero.
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