sábado, 6 de julio de 2024

Los papeles perdidos: El misterio de la Quinta

 

 

1
MARTINHO DA ARCADA

En una esquina se encuentra sentado Fernando Pessoa. Su postura es muy semejante a la del famoso cuadro de Almada Negreiros. Una taza de café sobre la mesa, un cigarrillo en una mano, una estilográfica en la otra, una hoja de papel en la que traza unas líneas apresuradas para quedarse después absorto contemplando el humo del cigarrillo. Se acerca un camarero seguido de una dama elegante, el rostro cubierto con un velo.

--Señor Pessoa, perdone que le interrumpa. Me llamo Sandra Santos. Vivo en Sintra. Estoy desesperada. Mi marido es médico y lleva una semana desaparecido.

--Disculpe, señora, pero yo no me dedico a buscar maridos desaparecidos.

--Ya sé, ya sé… Es usted poeta, uno de los grandes. No crea que no le conozco. Soy amiga de una amiga suya. Es ella quien me ha recomendado venir. Es una gran admiradora de usted. “Solo el doctor Quaresma puede resolver tu problema”, me ha dicho. “Es nuestro Sherlock Holmes”.

            --Sherlock Holmes no existe. Es un personaje de ficción, como bien sabrá usted.

            --¿Y el doctor Quaresma? ¿Existe o no? ¿Y el ingeniero Álvaro de Campos? ¿Y su maestro, Alberto Caeiro? Unos dicen que existen y otros que son un invento suyo. Pero mi amiga conoció a Álvaro de Campos. Un mal tipo, me dijo, que se entrometió en la gran amistad que ella tenía con usted.

            --Preferiría que no aludiera a esa historia.

--Disculpe. No sé si existe el doctor Quaresma. Mi marido era muy aficionado a sus aventuras y me hizo aficionarme a mí. No nos perdíamos una. El prefería El caso Vargas, yo La carta mágica.

            --El doctor Abilio Quaresma ya murió.

            --Sí, en 1930, como cuenta usted en el prefacio a la última de las historias publicadas, titulada precisamente La desaparición del doctor Gomes. Parece una premonición. Usted conocía al doctor Quaresma mejor que nadie, como Conan Doyle  a Sherlock y por eso aplicó sus métodos a la vida real. Encuentre a mi marido, señor Pessoa y le estaré eternamente agradecida. Se lo contaré todo mañana en mi casa en Sintra. Ahora no puedo quedarme más tiempo. ¿Se ha dado cuenta de cómo nos miran? Venga en el tren de las once cuarenta. Le estarán esperando en la estación.

--Pero señora…

--Mi marido, y ya sé que esto no debería mencionarlo, era miembro de una orden secreta. Sé que estas cosas a usted le interesan. He leído su artículo contra el decreto de Salazar para prohibirlas. Muy valiente.

--Hice lo debido.

--Mi marido salió de casa a una de sus tenidas, creo que las llaman así, en la Quinta da Regaleira y nunca más volvió. Allí dicen que bajó o subió, no sé bien, a la Torre de la Iniciación y desapareció en una de las galerías subterráneas.  La policía afirma que hay constancia de que pasó la frontera por Vilar Formoso y ahora está en España, pero yo no me lo creo. Solo usted, señor Pessoa, cronista del doctor Quaresma, puede resolver este enigma. Hágalo, si no por mí, por esa amiga que tanto le quiere.

            --Ofelia, Ofeliña… ¿Es feliz?

            --Tanto como puede serlo una mujer enamorada y desdeñada.

2
SINTRA
 

Fernando Pessoa  sube al tren en la estación del Rossio. Durante el breve viaje, mira abstraído por la ventanilla y garabatea unos versos en un sobre usado que saca del bolsillo de la gabardina: “Una mujer me amó o dijo que me amaba, / yo solo amé palabras sin ventura”.

En Sintra, no le espera nadie. Tras un momento de desconcierto, echa a andar hacia la Quinta da Regaleira, Nunca había estado en ella, aunque conocía a su dueño, Carvallo Monteiro, a quien en vano habían pedido ayuda durante el naufragio de Orpheu.

El gran portón estaba abierto. Antes de entrar en el palacio, quiso dar una vuelta por los inmensos jardines. Durante unos instantes, se creyó perdido en el escenario de alguno de sus sueños. Llegó hasta el Pozo de la Iniciación, con su columnata y sus escaleras en espiral, como una torre invertida que asciende hasta el centro de la tierra.

Conocía bien todo el simbolismo de aquel lugar. El arquitecto, Luigi Manini, parecía haberse inspirado en los versos esotéricos que él escribía. Comenzó a descender la escalinata que llevaba al fondo del pozo, o a lo alto de la torre. Se asomó a la balaustrada y vio, sobre la cruz templaria que dibujaban los mármoles del suelo, un hombre dormido o muerto y sobre su pecho una rosa. Creyó reconocerlo: era Christian Rosenkreuz, el fundador de la orden Rosacruz, a la que él mismo pertenecía.

Se asustó y volvió sobre sus pasos. Se perdió en el bosque, escuchó un cuerno de caza y vio, o creyó ver, una cierva blanca a la que disparaban arqueros montados en caballos blancos. Apareció luego una mujer de espaldas, vestida de rojo, que le hizo un gesto sin volverse. La siguió hasta el palacio. Antes de entrar en él, al cruzar un arco, desapareció.

Volvió presuroso hasta la estación donde un tren estaba a punto de salir para Lisboa  Nada más sentarse en el vagón, garabateó unos versos y luego se quedó dormido: “Soñé que estaba despierto / y que alguien me miraba / escondido entre las sombras / de la frondosa enramada. / --¿Eres Dios o el diablo eres? / ¿Por qué no me dices nada? / Pasos se oyeron muy cerca, / alguien de mí se alejaba. / En el silencio del bosque, / resonó una carcajada. / --Soy la mujer que te quiso, / soy la mujer que tú amabas / y la muralla que alzaste / para que no te alcanzara, / dulce sombra que camina / por una senda muy larga / que a ninguna parte lleva / y retrocede si avanza”.

El revisor tuvo que despertarle cuando llegaron a Lisboa. Pensó que estaba borracho al verlo salir tambaleante.  

3
ANTÓNIO FERRO
 

Sabía donde encontrarle, mi querido maestro, aquí en el rincón de siempre del Martinho. ¡Si viera cómo echo de menos aquellos tiempos de Orpheu! Es nuestro puente hacia la inmortalidad, le oí decir. Y que razón tenía. Yo entonces era muy joven y me limitaba a escuchar. Usted profetizó otro Camoens, un supracamoens que cantaría el resurgir actual de nuestra raza. ¡Es la hora!, querido Pessoa, como usted dijo en un poema. Ha vuelto el rey don Sebastián, ha comenzado el Quinto Imperio.

El doctor Oliveira Salazar ha leído su “Mar portugués” y está entusiasmando. ¡Esos versos son los que el país necesita para recuperar su orgullo y ocupar un lugar principal entre las naciones del mundo! Por eso, asesorado por mí, ha decidido crear un gran premio y otorgárselo a usted y luego publicar su epopeya en miles y miles de ejemplares y regalarla a los niños en las escuelas y traducirla a todas las lenguas del mundo.

Yo le dije, que usted era pobre, como Camoens, que malvivía traduciendo cartas comerciales, que vivía en cuartos de alquiler, que a veces tenía deudas en la librería Bertrand, donde se surtía de lo mejor de la literatura inglesa, y no le revelo ningún secreto de Estado si le digo que al doctor Salazar, que tiene fama de ser tan impasible, se le caían las lágrimas de los ojos. Vengo a verle en su nombre y en el mío.

 Ahora, ya sabe, ocupo un alto cargo, dirijo el Secretariado de Propaganda Nacional, pero no puedo olvidar los tiempos en que me sentaba en un rincón de la tertulia y escuchaba deslumbrado sus paradojas. El doctor Salazar sabe que a los pueblos los mueven los poetas y ha descubierto en usted al gran poeta que asombrará al mundo. ¡La gloria de Pessoa, como la de Portugal, se extenderá por el universo!

Hablando de otra cosa, me han contado que vino a verle la esposa del desdichado doctor Pinheiro y que usted fue a Sintra para investigar su desaparición. Conozco bien su capacidad de raciocinio, querido maestro. Sé que lo que el doctor Quaresma ha averiguado se acerca bastante a la verdad. Es cierto que la desaparición de Monteiro se debió a que fue detenido por la policía. En combinación con los republicanos españoles, planeaba un complot para echar abajo nuestro flamante Estado Novo y sumir a Portugal en un caos como el del país vecino. No es cierto que fuera arrojado desde lo alto del Pozo Iniciático para fingir un suicidio. El suicidio fue real. La policía lo llevo allí para que descubriera los alijos de armas que se guardaban en aquellas galerías. No es cierto que le torturaran. En las prisiones del doctor Salazar se defiende el orden y la familia y no se maltrata a nadie. Fueron los remordimientos los que impulsaron  al doctor Pinheiro a lanzarse al vacío. Ya ve que no le oculto nada, querido Pessoa, usted es uno de los nuestros. Lo que cuenta el doctor Quaresma en esa nueva aventura que piensa enviar a una revista inglesa puede hacernos mucho daño. Yo le ruego que me la entregue. Recuerde su lema, el mismo que el de Salazar: “Todo para la nación, nada contra la humanidad”. ¿No querrá usted dar argumentos a los enemigos de Portugal? Seguro que no. ¡Ha vuelto don Sebastián, maestro, qué gran futuro nos espera!



3 comentarios:

  1. ¿Durante el verano no vas a escribir (y polemizar) sobre asuntos políticos de actualidad (o del siglo XX)? ¿Nos vamos a perder las disputas con A.L.?

    ResponderEliminar
  2. ¡Vaya lectores que tiene uno!

    ResponderEliminar
  3. Pues a mi me interesa más que tus vicisitudes por las cafeterías de Oviedo.
    No debo ser buen lector porque la última polémica con A.L. me la he saltado. Creo que iba de la influencia de J. Guillen en Cernuda. Mucho café

    ResponderEliminar