Viernes 3 de mayo
ENCUENTRO CASA
Llegué
por primera vez a Florencia hace ya más de cuarenta años, cuando estudiaba en
la Università per Stranieri de Perugia. Aquellos meses de verano pasaba un fin
de semana en Roma y otro en Florencia, una al sur y otra al norte de Perugia,
las dos a la misma distancia. Y mi primer café florentino fue Le Giobbe Rose,
en la plaza de la República. No conocía entonces su historia, la conocería algo
después: media literatura italiana pasó por allí y también Jorge Guillén y el
raro Rafael Lasso de la Vega, enamorado de Florencia y de una bella florentina,
Anna Bonetti: “Viajero por la vida / antes de conocerte / me sentía extranjero.
/ Hoy tengo ya una patria / sé que soy de tu reino”.
Siempre
que vuelvo a Florencia vuelvo a ese café, pero esta vez me lo encuentro cerrado
por reforma. Quedo por un momento sin saber qué hacer, aunque no falten los
cafés en la plaza. Entro en uno de nombre impronunciable, el Paszkowski, y nada
más sentarme me doy cuenta de que ya tengo nueva casa en Florencia. La carta cuenta
la historia del local: en 1903 un empresario polaco dedicado al negocio de la
cerveza compró el Café Centrale, el más antiguo de la plaza, lo reformó, le dio
su nombre y tuvo éxito con su fórmula de café concierto que animaba las noches
florentinas.
Fue
también un café literario y por aquí pasaron D’Annunzio y Papini, Saba y
Pratolini y tantos otros. A partir de ahora, también pasaré yo. Es amplio,
confortable, con casi todos los clientes fuera, en la terraza acristalada.
Resistió el intento mussoliniano de italianizar los nombres como símbolo de
resistencia al fascismo. Escribo un apócrifo machadiano (“En las batallas de
amor / una derrota a tiempo / es la victoria mejor”), miro dar vueltas al
colorista tiovivo de la plaza, me dejo acompañar por fantasmas de otro tiempo.
Siento que la ciudad me ha hecho suyo.
Sábado, 4 de mayo
UNA HISTORIA DE
AMOR
Colecciono
historias de amor y hoy añado una a mi colección. Cenamos con José María Micó y
Marta, su mujer. A Micó le admiro desde hace muchos años, como poeta de sabia
artesanía, como traductor prodigioso, como estudioso de Góngora, y me
sorprendió, como a tantos, que de pronto pareciera dejarlo todo para con el dúo
Marta y Micó irse de gira por el mundo. Mientras esperamos a que nos den mesa
en Giovanni, un local tradicional de la Via del Moro, en el Oltrarno, hacemos
tiempo Marta y yo dando un pequeño paseo: “A José María siempre le ha gustado
la música, desde niño tocaba la guitarra, pero yo nunca había pensado en cantar.
Todo ocurrió por casualidad. Como profesora --he sido profesora de instituto,
ya me jubilé--, tenía problemas con la voz. Me dio clases una antigua cantante,
me enseñó a utilizarla y descubrió que tenía buena voz. José María hacía su
vida por un lado, asistiendo a congresos y dando conferencias; yo tenía las
reuniones con los compañeros del instituto. La música nos dio una maravillosa
manera de hacer cosas juntos. Yo pongo voz a sus versos y él compone la música
y toca la guitarra. Las parejas, por muy unidas que estén, suelen irse
separando después de criar a los hijos. Nosotros hemos vuelto a encontrarnos
gracias a la música”.
Pero las giras por bares y
festivales de este mundo y del otro, no impide otras labores. José María Micó, tras
hacer Ariosto y Dante, anda ahora entretenido con los veinte mil versos de la Jerusalén
libertada. Solo él será capaz de hacer legible en español el poema de
Torcuato Tasso, tan admirado hace siglos, tan polvoriento hoy.
Marta y Micó tienen casa en
Florencia, en la via Faenza, muy cerca del Mercato Centrale. En esa calle está
el taller de máscaras de Agostino Dessì, una luminosa cueva abarrotada de
maravillas.
De Micó admiro su ciclópea capacidad
de trabajo y su gusto por los pequeños placeres. No solo de literatura vive el
hombre. Conoce bien la gastronomía florentina y los vinos de la Toscana y de
cualquier otro lugar. A mí para comer, como a los filósofos de la antigüedad,
me bastaría un poco de pan, un poco de queso y unas aceitunas, y para beber el
agua fresca de cualquier fuente.
Domingo, 5 de mayo
HABLA EL ESPÍRITU
SANTO
Qué
sorpresa entrar en Santa Maria Novella, mi vecina en esta estancia florentina,
y encontrarse con que los grandes cuadros barrocos se han apartado mágicamente
y dejan ver los frescos medievales que encubrían. En el siglo XVII parecían
demasiado pobres; hoy nos resultan de una ingenuidad encantadora. Me seduce
sobre todo un santo Tomás de Aquino impartiendo la lección desde su majestuosa
cátedra a los alumnos sentados en el suelo. Este desvelamiento ocurre solo el
primer domingo de cada mes, así que lo considero como un regalo del azar. Otro
es que, aunque la estén restaurando, me permitan subir a los andamios y ver de
cerca la Trinità de Masaccio. ¿Trinidad? Ahí está el Padre sosteniendo al Hijo,
pero ¿dónde el Espíritu Santo? Cuando lo descubro, sonrío y me imagino sus
protestas.
---Te ha costado dar conmigo,
¿verdad? A todos les pasa lo mismo, algunos creen que soy una bufanda del Padre.
¿En qué estaría pensando el pintor? Yo soy tan Dios como los demás. Cierto que
no tengo cuerpo, pero el Padre tampoco y el Hijo solo unos años, una mínima
gota de agua en el océano de la eternidad. A mí suelen pintarme como paloma o
palomo, no sé por que, pero este Masaccio se ha pasado un poco. Qué falta de
respeto. Podía pintarme en lo alto entre rayos esplendorosos. Ha hundido mi
autoestima, voy a tener que ir al psiquiatra. ¿Me recomiendas alguno?
Sonrío y sigo escuchando quejarse a la acomplejada paloma mientras recorro el Claustro de los Muertos, el Claustro Verde y la Capilla de los Españoles. Como ahora está de moda rescatar pintoras, me detengo ante “La ultima cena” de Plautilla que fue priora del convento de Santa Caterina y de la que dijo Vasari que, partiendo de la imitación de maestros excelentes, “ha hecho maravillas de artificio”. Pero la última cena que yo prefiero es la que se encuentra en la farmacia o perfumería del convento, sin duda la más antigua del mundo, porque ha estado abierta ininterrumpidamente desde el siglo XIII (la entrada se encuentra en el número 16 de la Via de la Scala, en la que hace años hubo un famoso crimen). Jesús y los apóstoles se sientan a una mesa redonda como los caballeros del rey Arturo.
Lunes, 6 de mayo
MILAGRO EN SIENA
Paso el
día en Siena y no puedo dejar de inventar historias sobre los personajes, vivos
o pintados, que me voy encontrando. Qué novela escribiría yo, si no me
aburrieran las novelas, sobre el grupo de Adoratrices Perpetuas del Santísimo
Sacramento que pasean haciéndose selfies y llamando la atención con sus
hermosos hábitos blancos y rojos por la Piazza del Campo. Vienen de México y
todo lo miran con el asombro ingenuo de campesinas que por primera vez viajan
lejos.
En la iglesia del convento de San
Francisco, hoy sede universitaria (por el claustro pasean los estudiantes y un
aula ocupa la cripta), hay una capilla que conmemora “el milagro eucarístico de
Siena”: unos centenares de hostias consagradas fueros robadas y luego
devueltas, aunque un poco sucias, por lo que los monjes decidieron no comulgar
con ellas. Las guardaron y ahí siguen tan frescas como el primer día, casi tres
siglos después. En 1914, según se nos informa en un panel, el papa Pío X, tras
ordenar un análisis científico, proclamó urbi et orbi que su longevidad
era milagrosa porque cualquier hostia no podía permanecer intacta más de cuatro
o cinco años.
Se
me ocurre una historia de amable irreverencia a lo Eça de Queirós en La
reliquia. Pero estas hostias –se nos advierte-- no son reliquias, sino el
cuerpo mismo de Dios, solo que un poco manoseado por los antiguos ladrones y
por eso nadie se atreve a comulgar con ellas.
Tras el arco de San Francisco,
encuentro una fuente escondida en la que un caballero alza la espada sobre los
peces de colores que nadan a su alrededor. Me parece una ilustración de Orlando
furioso. Pronto me entero de que se trata de la Fontanina della Contrada del
Bruco y que el que parece un personaje de Ariosto es Barbicone, un tejedor que
protagonizó una revuelta allá por el siglo XIV. Siena está llena de rincones
así, oscurecidos por el brillo de la catedral y el Palacio Público. Con su aire
gótico, su enmarañada topografía y sus estrechas callejuelas en cuesta me trae
el recuerdo de Perugia, donde tan feliz y tan infeliz fui en un tiempo que ya parece
de otra vida.
Martes, 7 de mayo
VIEJAS GUÍAS
Como en
los documentales de Michael Portillo, me gusta viajar con viejas guías. En un
Baedeker de 1932, cuando la actual estación de Santa Maria Novella, tan
elegantemente funcional, estaba en construcción, encuentro que el primer hotel
que recomiendan es el Baglioni, donde yo me alojo, y el primer café el Paszkowski,
donde yo paro todas las tardes. Soy un conservador, pero solo de las cosas que
vale la pena conservar.
Emocionante relato y no menos nostálgico recuerdo de Perugia.
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