sábado, 4 de febrero de 2023

Nadie me quiere

 

 

Sábado, 28 de enero
TODO SE EXPLICA

Lo he contado muchas veces. La primera carta que recibí, tras la publicación de mi primer libro, fue de Vicente Aleixandre. Inmediatamente llegaron otras de algunos de los más destacados escritores de entonces, entre ellos José Camón Aznar y Dionisio Ridruejo. También fue pronto reseñado en La Estafeta Literaria, en La Vanguardia y en otros medios. ¿A qué se debía ese eco, que no ha vuelto a tener ninguno de mis libros? Siempre fue para mí un misterio: al autor no lo conocía nadie y no practicaba entonces ni practicó después la adulación o el “do ut des” en las relaciones literarias; los poemas no valían gran cosa (los excluí de las recopilaciones posteriores); el premio se convocaba por primera vez, y no sé si se volvería a convocar, y lo organizaba una minoritaria revista de Burgos, Artesa, que pronto se especializaría en poesía experimental. He tardado medio siglo en resolver el misterio. Resulta que el director de la revista, Antonio L. Bouza, era un militar, compañero y confidente del entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón. En 2007 publicó un libro, El rey y yo, que al parecer no sentó bien en La Zarzuela. En Los hombres de Felipe VI, que acabo de leer y reseñar, lo citan ampliamente. Antonio L. Bouza, en 1972, estaba cerca, muy cerca, del poder. O de quien pronto lo tendría. Quienes mimaron mis Marineros perdidos en los puertos no era a esos perdidos marineros a quien mimaban.

Domingo, 29 de enero
DESGARROS DEL CORAZÓN

Como soy tan impaciente, si no viera el cine en las salas de cine, no lo vería en ninguna parte. O la película me atrapa a los pocos minutos o me pongo a leer un libro. No habría pasado de las primeras secuencias de Tár, por ejemplo, que comienza con la interminable sucesión de los títulos de crédito en blanco y negro (creo que no falta ni el nombre de la ayudante de la peluquera de Cate Blanchett), esa tabarra que suele aparecer al final cuando el público va abandonando la sala. Luego hay una entrevista a la famosa directora de orquesta Lydia Tár que parece va a durar lo que dura cualquier entrevista. Pero me alegro de haberme quedado a pesar de la pretenciosidad de Todd Field. Nada tiene que ver conmigo esa exitosa directora que se aprovecha de su poder, o quizá sí: su pareja rompe con ella y se lleva a la hija, a la que quizá no vuelva a ver más; se enamora de una joven rusa que solo busca escalar. Incluso el guionista, como si me conociera, copia una escena que me ha pasado a mí. “¿Nos vemos luego para cenar?”, pregunta Lydia a la violinista al llegar al hotel. “Estoy cansada, voy a dormir toda la noche, debe ser el jet lag”, le responde. Pero poco después tiene que bajar un momento a recepción y la ve, al fondo del pasillo, en elegante traje de noche, esperando el ascensor.  Ese perder la cabeza, ese ser consciente de que vamos hacia el abismo y, como en una pesadilla, no poder volver atrás, qué bien lo conozco, lo mismo que otros más íntimos desgarros del corazón. Tár parece hablar de cosas muy distintas, muy a la moda, muy a lo Plácido Domingo o Harvey Weinstein, pero a mí es de eso de lo que me habla.

Lunes, 30 de enero
COMO POMPAS DE JABÓN

Una amiga me regala el libro Juegos de los niños, publicado en 1847 (se trata de una edición facsímil), que lleva el subtítulo de “traducidos de los mejores manuales acabados de publicar en París”. Lo abro al azar, como siempre hago, y con lo primero que me encuentro es con “las bolas o globos de jabón”, las irisadas pompas con las que tanto jugué de niño y con las que tanto he visto jugar a Martín. “Este juego infantil ha producido más reflexiones filosóficas que un voluminoso tratado de moral, porque el aspecto de esas bolas tan brillantes y tan frágiles nos recuerda lo ilusorias que suelen ser nuestras esperanzas”. ¿Cómo no recordar a Machado? “Nunca perseguí la gloria, / ni dejar en la memoria / de los hombres mi canción. / Yo amo los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles / como pompas de jabón…” 

Martes, 31 de enero
LAS COSAS CLARAS

—Te jactas de ser más listo que nadie y de decir sobre cualquier asunto de actualidad algo obvio y que nadie ha dicho. Pues a ver si nos dices algo nuevo, y que ponga las cosas en su sitio, sobre la tan traída y llevada ley del “solo sí es sí”.

            —Muy fácil me lo pones. El que se rebaje la pena a algunos condenados por delitos sexuales —que siguen siendo personas: odia el delito y compadece al delincuente, pedía Concepción Arenal— solo quiere decir que ese mismo delito, cometido hoy, tendría una pena menor que la que se le impuso en su momento. Y si es así y no se debe a triquiñuelas de los jueces para arrimar el ascua a su conservadora sardina, hay que aplaudir, no denostar. Sacan a la calle a quien no debería estar en la cárcel porque ya ha cumplido con la pena que corresponde a su delito.

Miércoles, 1 de febrero
CÓMO RECONOCER A UN MAL POETA

—Martín, te pasas. ¿Así que te crees capaz de reconocer un mal poeta sin siquiera haberlo leído?

            —Por supuesto. Me basta con preguntarle por sus lecturas, por los poetas que admira.

            —Pues menos mal que no te basta con ver cómo se peina.

            —Y si quieres un recurso infalible --lo acabo de comprobar hace un rato en la tertulia---, pídele que seleccione tres poemas que le parezcan excelentes de poetas actuales. Si te trae tres naderías o tres bodrios más o menos pretenciosos, no hay nada más que añadir. Lo primero para ser buen poeta es ser buen lector, distinguir la buena poesía del mero desahogo o la mediocridad pintada de purpurina.

Jueves, 2 de febrero
MIS PROBLEMAS

Sonriendo, rebuscó en su bolso, y me alargó una piedrecilla de las que uno suele recoger en la playa. “Es un talismán, tiene poderes mágicos. Ya sé que tú no crees en esas cosas, pero lo puedes comprobar cuando quieras”. Se parecía a la ancianita de los cuentos, con su pelo blanco, su cara arrugada y su voz dulce, una voz que a uno le gustaría poder escuchar en las noches de insomnio cantándole una nana. No debía tener muchos más años que yo, diez a lo sumo, pero era mucho mayor, no sabría explicarlo.

—Gracias, Inés. Buena falta me hace a mí un talismán.

—¿Problemas de dinero?

—De momento, no. Con lo que tengo me apaño.

—¿Problemas de salud?

—De momento, no. Cruzo los dedos.

—¿Problemas de pareja?

—De momento, no. El domingo fui, como de costumbre, a ver una película a Los Prados y aprendí una palabra nueva. “Tú no eres misógino —le dice la protagonista a uno de los personajes—. Tú eres misógamo”. Eso es lo que yo soy, misógamo, contrario al matrimonio, o sea a cualquier relación de pareja que dure, si no más de una noche, tampoco hay que exagerar, más de un fin de semana.

—Pues ya me dirás, hijo mío, cuáles son tus problemas. Vas a tener que devolverme el talismán. No te hace ninguna falta.

—Mis problemas son los de la gente que quiero, Inés. Déjeme, déjame el talismán, que yo sé bien a quien regalárselo.

Viernes, 3 de febrero
APRENDIZ DE DICTADOR

Me gusta la política, como me gusta la teología, pero no debería hablar de esas cuestiones con quien tiene firmes creencias contrarias. Me llama Abelardo Linares para comentarme el feo que le ha hecho el rey de Marruecos a Pedro Sánchez, ese dictador en ciernes que acepta los votos de quienes tienen las manos manchadas de sangre. “Hombre, Abelardo, esas cosas coméntalas con Trapiello o con Azúa, no conmigo, que soy puro sentido común. Pedro Sánchez no es jefe de Estado, no tenía que recibirle el rey, aunque hubiera estado bien. Marruecos nos tiene cogidos por los… Lugones, quiero decir, Ceuta y Melilla. O le hacemos caso o deja pasar a los inmigrantes y allí tenemos o una invasión diaria o una carnicería”. “¿ Y por qué vamos a devolverles Ceuta y Melilla si nunca fueron marroquíes?”, se exalta. “Que no se trata de eso, sino del problema que suponen”. Inútil razonar. Trato en vano de cambiar de conversación. Acaba enfadado y acusándome de ser un dogmático que siempre quiere tener razón. Pero yo sospecho que si le caigo mal a tanta gente no es por querer tener siempre razón, sino por tenerla demasiado a menudo.


15 comentarios:

  1. Creo haber entendido que con la con nueva normativa no es que un mismo delito se vaya a paga hoy con menor pena que con la ley antigua en vigor; se trataría de que se ha ampliado la horquilla de lo que se considera "agresión sexual", incluyendo ahora en ella lo que antes se tipificaba como simple "abuso". De manera que al tener que fijar una pena mínima para dicha "horquilla común", se entendería que lo razonable sería establecer un mínimo rebajado.
    Leo a juristas (y políticos) que NO es obligado que el juez aplique automáticamente la rebaja a las penas dictadas en el pasado, pues es potestativo de aquel considerar o no agravantes que antes no existían y ahora sí.
    La discrecionalidad en la interpretación parece ser un hecho. Y ya sabemos cómo la ejercen ciertos magistrados.

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  2. Te llamé para comentar cosas de literatura. Es cierto que se me ocurrió (a mí, que soy pecador) hacer un breve comentario humorístico sobre el exitoso viaje a Marruecos de buena parte de nuestro gobierno, con Pedro Sánchez a la cabeza. A partir de ahí, no solo no me dejaste hablar sino que me dijiste "que no había nada de lo hablar". Tras eso, lo único que hice es darte la razón y dejar por completo de hablar, vamos, colgarte el teléfono.
    No solo eres el más listo y el que en cualquier conversación monopolizas la verdad, la razón y la palabra: Vas siempre por delante de todo, incluso de la realidad. Pero quien va por delante de la realidad, va realmente en dirección contraria a la realidad.

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  3. La realidad es muy educada y tiene la buena costumbre (a nuestro entender, claro) de confirmar siempre nuestros prejuicios.

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  4. Una confesión muy bonita y muy acertada. Está bien que entodo momento puedas hablar de ti.

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  5. Leo estos días el libro de Will Storr "La ciencia de contar historias", subtitulado "Por qué las historias nos hacen humanos y cómo contarlas mejor". El tratamiento del tema es más sicologista y científico (con citas abundantes de libros y artículos) que puramente literario. Copio algunas frases del libro, que tienen no poco que ver con lo que aquí se comenta:
    "Una vez superado el proceso de construir la narrativa adolescente, el cerebro resuelve básicamente quiénes somos, lo que tiene importancia...". "Pasamos de ser constructores de modelos a defensores...". "Lejos de aceptar las perspectivas de los demás y cambiar los modelos propios. nuestros cerebros se esforzarán por negarles toda razón". "El neurobiólogo Bruce Wexler lo describe de la siguiente manera: 'Una vez que se establecen las esrtructuras internas [del cerebro], se invierte la relación entre el interior y el exterior. Las estructuras internas dejan de estar configuradas por el entorno, y el individuo pasa a defender las estructuras ya establecidas frente a los cambios medioambientales; los cambios estructurales le resultan difíciles y dolorosos'. Reaccionamos a este tipo de desafíos con un pensamiento y unos argumentos distorsionados y con agresividad. Como dice Wexler, 'ignoramos, olvidamos o intentamos desacreditar activamente la información que nos resulta incongruente con estas estructuras' ".
    "Nuestros sistemas neuronales de recompensa no solo se disparan de forma placentera cada vez que nos engañamos a nosotros mismos de esta manera, sino que además nos engañamos a nosotros mismos pensando que esta búsqueda unilateral de información destinada a confirmar nuestras impresiones ha sido noble y rigurosa". "La inteligencia no basta para desmontar estos espejismos cognitivos de lo que es correcto. Es más, las personas inteligentes tienden a ser muy buenas 'demostrando' que están en lo cierto, pero no se les da tan bien detectar cuándo están equivocadas". "Así que nos defendemos. Una opción puede ser intentar convencer a nuestro oponente de que está equivocado y de que nosotros estamos en lo cierto. Cuando esta estrategia fracasa, como suele ser el caso... nuestra mente... amplía la lista de agravios y las razones por las que los demás son idiotas, deshonestos o moralmente corruptos. Ciertamente, el lenguaje nos dota de un abanico de palabras desagradables para describir a quienes tienen modelos mentales opuestos a los nuestros: "idiota..., imbécil..., estúpido", etcétera.
    "Tendemos a juzgar de inmediato cualquier hecho u opinión que se nos presente y, si son coherentes con nuestro modelo de realidad, nuestro cerebro nos provoca una sensación inconsciente afirmativa. En el caso contrario, nos provocará una sensación negativa".
    Descalificar de inmediato a quienes piensan de otra manera, sosteniendo que son, no personas que piensan distinto, sino tontos o cosa peor; no esperar siquiera a que el otro termine de exponer sus argumentos, sino rebatirlos antes incluso de que los haya explicado, porque uno "ya sabe" lo que van a decirnos.
    ¿Soy yo el único en pensar que JLGM tiene algo que ver con lo que aquí se dice, y que sus reacciones y argumentos (y descalificaciones) son síntomas típicos de esa reacción, no de inteligencia (como él cree a menudo), sino de defensa combativa de sus modelos mentales?
    El modo de exponer todo esto por parte de Storr puede ser (a mí me lo parece) algo simplista; pero valdría la pena, creo, meditar sobre el fondo de lo que aquí se dice, y la manera en que a menudo nos engañamos a nosotros mismos creyendo sostener la razón objetiva, cuando en realidad defendemos, incluso de un modo verbalmente agresivo, nuestros modelos mentales; vale decir, nuestros prejuicios.

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  6. Hombre, Jose, a mí una persona que no argumenta bien o que no está bien informado solo me parece que no argumenta bien (en ese razonamiento concreto) o que no está bien informado (en ese punto concreto), no que sea idiota, imbécil, estúpida o corrupta. Quien piense otra cosa de mí me parece que o no argumenta bien o no está bien informado.

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  7. Si por cada vez que en estas discusiones JLGM me ha dicho a mí, o ha dicho a otros, que "no razonan" o "no saben razonar", así en general, tuviera que pagar 10 euros, o por cada vez que nos ha llamado tontos no más que por no coincidir con él, me temo que no le bastaría con dedicar a ello todos sus ingresos. Y Abelardo Linares o José Luis Piquero, por citar los dos primeros nombres que se me ocurren, pueden certificarlo igual que yo. Pero en fin, Will Storr habla también en su libro de las habilidades de la memoria para conservar sólo lo que favorezca nuestros prejuicios, y su tendencia a eliminar el resto.

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  8. Afirmar que una tontería que alguien dice es una tontería no es llamarle tonto. Hasta yo mismo he dicho alguna vez una tontería (no se crea Jose que él solo tiene ese derecho) y no por eso me considero tonto.

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  9. ¿Cuántas veces, salvo en algún caso para responder a uno de esos comentarios personalmente descalificadores suyos, he dicho yo, o alguno de los que aquí citaba, eso mismo, esto es, que lo que afirmaba JLGM era una tontería, o que no razona o no sabe hacerlo? Si hacer eso fuese tan "normal" y "justificable" como a él le parece, y puesto que él mismo reconoce que también él se equivoca "alguna vez", debería ocurrir asimismo con "alguna" frecuencia, ¿no cree?
    El gran problema en esto, y más de una vez lo he dicho antes, es la falta de flexibilidad (la intolerancia) a que JLGM es un poco demasiado proclive. Yo procuro contar siempre con el hecho de que en los temas opinables, que son la gran mayoría (dos que han sido aquí especialmente recurrentes: la situación de Cataluña y lo ocurrido con la pandemia, la "tontemia", como él prefiere llamarle), que alguien no piense como yo NO significa necesariamente que esté equivocado; y muchísimo menos, desde luego, que no piense o no sepa pensar. ¿Puede JLGM, con toda honestidad, decir eso de sí mismo? Tampoco está entre mis hábitos no dejar hablar al interlocutor o interrumpirle apenas empieza a hacerlo, con el pretexto que que "ya sé" lo que va a decirme. ¿Tampoco JLGM lo hace? Y si no es así, y sí lo hace, ¿no cree que los mecanismos mentales ahí descritos por Storr, que nos inclinan demasiado fácilmente al pre-juicio, y hasta a la descalificación personal, tienen algo, y aun bastante, que ver en todo ello?

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  10. Cuando se defiende con denuedo un argumento no se está necesariamente preso de la imagen distorsionada que nos procura un espejismo cognitivo; el choque que se produce entre alguien razonable y un interlocutor que exprese opiniones manifiestamente erróneas o aberrantes (y conviene no enfrascarse ahora en disquisiciones sobre el concepto de lo que es erróneo o aberrante, a riesgo de colapsar esta opinión) debe entenderse como algo perfectamente normal. Porque si -por poner un ejemplo- a este demócrata que es uno le enfrentara (verbalmente) un fascista que lo descalificase y hasta lo escarneciera, téngase por seguro que la respuesta iba a ser contundente y poco apaciguadora.
    Lo anterior no obsta para que reconozcamos cuánto hay de acertado en lo que nos recorta José del libro de Will Storr, en particular la mención que hace de la teoría de Bruce Wexler referida al mecanismo de respuesta “defensivo” de aquello que se sostiene sin pizca de ánimo de enmienda.
    Convence porque conecta con nuestra propia experiencia, empíricamente, sin tener que recurrir a manuales para expertos en psicología. No obstante, Sigmund Freud, en su teoría psicoanalítica, que da cuenta de la importancia crucial del subconsciente en el origen de la neurosis, ya ponía de manifiesto estos principios. Describía cómo en el análisis, a medida que el terapéuta se acercaba al foco de conflicto, la “resistencia” del paciente era más expresa...
    En el caso de García Martín se dan las dos circunstancias: cierta exasperación (aquí y ahora muy explicable) ante comentarios reaccionarios, que “adorna” con improperios y desdenes de mayor o menor tono; o de otros perfectamente razonables ( a veces más que los defendidos por él mismo) que tienen la desgracia de diferir de los suyos. Se diría que en este último caso las agresiones verbales (lo son, señor García Martín) llegan a ser superiores en intensidad a las que endosa a los de la primera clase. El caso es que, diga lo que diga el titular de este blog, este descalifica por tontos, poco inteligentes, insensatos o movidos por torpes intenciones a los que se le atraviesan por los pasillos de este foro; solo hay que retroceder en la lectura de sus posts para hallar un surtido variado de lo que se comenta. Y eso dice poco de aquello que, precisamente, tanto se afana en proclamar. Y hay que volver a las lúcidas teorías de la Psicología para no tener que empecinarse en torneos de listeza ni de racionalidad.
    Por cierto: José es otro obstinado impenitente que, pese a brindarnos esa información debiera tomar nota de aquello que pudiera mejorarlo; aunque he de reconocer que es más moderado que García Martín cuando discrepa y que nunca insulta..., al menos expresamente.

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  11. Pues lo mismo digo: quien tenga paciencia, que lea los comentarios del propio JLGM. Quien no la tenga o tenga poca, como es su caso (lo muestra, por ejemplo, su costumbre, a la que ya he aludido, de interrumpir a su interlocutor, o directamente no dejarle hablar, cosa que no puede hacer con los comentarios por escrito, con los que sólo le cabe publicarlos o censurarlos), porque "ya sabe" lo que van a decir. Sospecho, sin embargo, que el grado de previsibilidad no es menor en su propio caso; y yo aun diría que todo lo contrario.

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  12. No entiendo nada. Don Jose, tan sensible a la descalificación personal, descalifica al autor de este blog porque --según él-- deja comentar a cualquiera, pero no deja hablar a nadie. Me imagino que tendrá un dron espiándole día y noche para poder afirmar tal cosa. O que será adivino.

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  13. Lo de que JLGM gusta demasiado de interrumpir, o directamente no dejar que hable, a cualquiera que le contradiga, es algo que había dicho ya, en mis comentarios a esta entrada, desde el principio (como cualquiera puede ver), aunque al parecer sólo ahora le haya llamado la atención. Respecto a cómo lo sé, él mismo, y algunos otros, saben bien la respuesta, que obviamente tiene que ver con el trato personal; no hay, ni hacen ninguna falta, ni drones ni vaticinios en el asunto.

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  14. Je, je. Habla por ti, te dirán la mayoría de mis interlocutores, que saben de sobra que nada me gusta más que dejarles que hablen para poder contradecirles (siempre, o casi siempre, con buenas razones). Otra cosa es que haya gente que se enrolla y quiere seguir dándole vueltas --aburriendo a las piedras-- a lo que ha quedado perfectamente claro --su opinión-- en los primeros cinco minutos. O en el primer comentario. Y no señalo a nadie para que no me acusen de descalificación personal.

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  15. Dejémoslo. Will Strorr, a quien he citado ya, se refiere en su libro a quienes, si se les reprocha algo o se les contradice, no se paran a ver si puede haber alguna razón en lo que se les dice; lo toman como un ataque personal, y se defienden. Digamos, prudentemente, que conozco algún caso así.

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