Sábado, 8 de mayo
FUEGO AMIGO
El daño que pueden
hacernos los enemigos es insignificante comparado con el que puede hacernos la
gente que amamos. Yo no sé si tengo muchos o pocos enemigos, pero sí todos son
de la misma clase: poetillas de cuyos versos me he burlado o, peor aún, a los que
nunca he tenido en cuenta y colegas a los que he puesto algún reparo a esas
publicaciones propias de nuestra profesión que nadie, salvo quizá yo, tiene la
costumbre de leer. Su venganza no es precisamente terrible: que preparan unas
lecturas poéticas financiadas por esta o aquella institución oficial, pues
tienen la costumbre de no invitarte, cosa que por lo general agradezco; que
organizan un congreso sobre Ángel González, o algún otro tema de tu
conocimiento, pues no te invitan para que brilles por tu ausencia.
El daño, el daño de verdad, nos lo
hace siempre la gente que queremos. Yo siempre estoy en guardia contra las
debilidades del corazón, o eso creo. Pero soy un sentimental, de esos que
lloran en el cine, y enseguida me encariño con cosas y personas. Y luego pasa
lo que pasa.
El odio de los enemigos no deja cicatrices. El fuego amigo me ha hundido estos días en la miseria y cualquier día puede llevarme por delante.
Domingo, 9 de mayo
UN MAESTRO DESCONOCIDO
Leí emocionado, a
poco de su aparición, el homenaje que Héctor Abad Faciolince dedicó a su padre,
asesinado por sicarios en el Medellín de los años ochenta. Veo ahora con la
misma emoción El olvido que
seremos, la película de Fernando
Trueba que adapta ese libro. Me parece un acierto utilizar un blanco y negro
que le da un aire de documental para los años finales, los del crimen, y rodar
en un color algo irreal el tiempo de la infancia, cuando el padre aparece
mitificado ante los ojos del niño.
Termina la película con el soneto
que el doctor Héctor Abad Gómez llevaba en el bolsillo de su chaqueta en el
momento de su muerte. Son unos versos que se publicaron firmados por Jorge Luis
Borges, aunque no están incluidos en su poesía completa: “Ya somos el olvido
que seremos. / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán y que
es ahora / todos los hombres, y que no veremos. / Ya somos en la tumba las dos
fechas / del principio y el término. La caja, / la obscena corrupción y la
mortaja, / los ritos de la muerte, y las endechas. / No soy el insensato que se
aferra / al mágico sonido de su nombre. / Pienso con esperanza en aquel hombre
/ que no sabrá que fui sobre la tierra. / Bajo el indiferente azul del cielo /
esta meditación es un consuelo”.
Al llegar a casa, con el eco de ese
soneto en la memoria, leo “Un poema en el bolsillo”, la fascinante indagación
erudita de Héctor Abad Faciolince sobre los enigmas que ese soneto plantea. La
pista de esos versos misteriosos le lleva de Nueva York a París, de Buenos
Aires a la provinciana Mendoza, donde se publicaron por primera vez en un
folleto titulado 5 poemas que lleva prólogo de Jaime Correas. Esos
poemas, se lee en el prólogo, “aparecieron casi mágicamente” a principios de
1986. Después de su investigación minuciosa y novelera, Héctor Abad concluye
que son de Borges, quien se los habría entregado, en septiembre del 85, a un
escritor francés que fue a entrevistarle. ¿Pero cómo iba a Borges a entregar
unos poemas inéditos sin guardar copia? ¿Y quién hizo esas copias
mecanografiadas? Si no fue a María Kodama, ¿a quién dictó Borges esos poemas
inéditos que al parecer guardaba en un cajón de su dormitorio?
Ni “Ya somos el olvido que seremos”, el soneto que el doctor Abad leyó en una emisora de radio poco antes de ser asesinado, ni los otros espléndidos sonetos que se reprodujeron en varias revistas y suplementos literarios a lo largo de 1987 firmados por Borges, pueden considerarse obra póstuma del autor de Los conjurados. Pero alguien tuvo que escribirlos. La investigación, casi una novela corta de Henry James, que Héctor Abad Faciolince publicó en Traiciones de la memora debería haber continuado, sin cerrarse inverosímilmente en falso, hasta dar con el nombre de ese maestro desconocido.
Lunes, 10 de mayo
MEDALLA DE ORO
Cuando Ramón Gómez
de la Serna volvió a Madrid, en los años cuarenta, entre otros homenajes,
recibió la Medalla de Oro del Ayuntamiento. Ya de regreso a Buenos Aires, y
apurado de dinero, decidió llevarla a una joyería de su confianza para
venderla. Allí le dijeron que de oro aquella pesada medalla solo tenía un
ligero baño. Por los mentideros de la ciudad se contaba –lo cuenta José Manuel
Castañón en su libro Mi padre y
Ramon Gómez de la Serna-- que el
escritor había decidido colocar aquel galardón municipal en el lugar de honor
que se merecía: como empuñadura en la cadena de la cisterna del baño de su
casa.
Martes, 11 de mayo
UN DESEO
Que los días tengan velocidad de crucero, pero que los años avancen lentamente.
Miércoles, 12 de mayo
IMPIADOSA TRITURADORA
Leemos y comentamos
en la tertulia virtual de los miércoles algunos poemas de José Manuel Caballero
Bonald y la verdad es que no sale muy bien parado: retórica rimbombante que no
resiste el mínimo análisis crítico. “¿Y te parece bien –me pregunta Enrique
Bueres-- hacerle pasar por la Trituradora con el cadáver aún caliente?”
Pero en los últimos años publicó
poesía con más frecuencia que nunca y sus libros fueron recibidos y
promocionados como obras maestras por los suplementos literarios. Que alguien
diga la verdad, más o menos en privado, no creo que pueda hacerle daño. José
Manuel Benítez Ariza trata de disculparle: “Cierto que la media docena de
libros que publicó después de Diario
de Argónida, que es de 1997 --y
que yo reseñé, por cierto, en Clarín--, quizá no valgan mucho, pero no me
negarás que tenía derecho a escribirlos y a publicarlos. En 1997 tenía la edad
que tú tienes ahora, Martín, y vivió cerca de un cuarto de siglo más. ¿Te
parecería adecuado que se le prohibiera publicar con el pretexto de que ya
había dicho todo lo que tenía que decir y que solo le quedaba repetirse?
¿Tomarás tú la decisión de no publicar ya más para evitar ese riesgo?”
No tuve tiempo de contestar. Otro de los contertulios compartió en pantalla un hermoso y desolado poema de Caballero Bonald –“La botella vacía se parece a mi alma”-- que ha resistido la usura del tiempo, luego fueron apareciendo otros y se nos quitó el mal sabor de boca de tanta retórica vacua aplaudida por babelias y culturales, pero al cerrar el ordenador, al quedarme solo en casa, recordé la pregunta de Benítez Ariza y ya no fui capaz de quitármela de la cabeza.
Por supuesto que no tomaré esa decisión, no será necesaria. La “fermosa cobertura”, el estilo sonajero, nunca ha sido lo mío. Yo nunca he hecho virtuosismos de estilo, a lo Fray Gerundio de Campazas, ni rebusco palabras en el diccionario, ni tengo turiferarios que –sin necesidad de leerlo-- lancen las campanas al vuelo cada vez que publico algo. No soy, ni seré nunca, lectura obligatoria, momia ilustre, a los lectores tengo que seguir seduciéndolos para que sigan leyéndome.
Jueves, 13 de mayo
GIDE EN LA PICOTA
En el modélico prólogo
a la edición completa de los diarios de Gide, de la que han aparecido los dos
primeros tomos, afirma Ignacio Echevarría que han resistido mejor el paso del
tiempo que el resto de su obra literaria, ya algo apolillada y abandonada en
ese desván al que solo entran los eruditos. Suele ser frecuente. Las obras
mayores acostumbran a envejecer peor que las escritas sin grandes pretensiones.
Pero el diario de Gide, al que añaden interés documental pero no literario, las
incorporaciones póstumas, resulta a menudo tedioso y con frecuencia indignante.
El comportamiento sexual de Gide hoy habría tenido como consecuencia el repudio
público y, muy probablemente, largos años de cárcel. ¿Vivimos en un tiempo más
puritano que el suyo? En absoluto, solo con más sensibilidad moral para ciertos
abusos, que si fueran de carácter heterosexual ya habrían sido denunciados y el
ilustre prohombre de las letras puesto en la picota.
Viernes, 14 de mayo
PEZ GLOBO
¿Tiene que haber llevado una vida ejemplar el escritor que
admiramos para que sigamos admirándole? Que Borges era un racista queda claro
en diversas entrevistas y en el libro que le dedicó Bioy Casares. ¿Debemos
repudiarle por eso? Eduardo Zamacois nos cuenta que Rubén Darío, cuando llegaba
borracho a casa, más de una vez golpeó a Francisca Sánchez. ¿Debemos dejar de
admirar sus versos por eso? Muchos escritores, muchos seres humanos, se parecen
al pez globo, en parte delicia gastronómica y en parte mortal veneno. Borges
tuvo buen cuidado de no dejar que sus discutibles opiniones contaminaran su
obra literaria; Gide quiso dejar constancia de sus abusos en notas que poco a
poco se fueron incorporando a su diario como una confesión sin propósito de
enmienda. Una mala persona puede ser un gran artista, pero sus obras de arte no
justifican sus malas acciones. El tiempo es el gran censor: de los autores de
ayer solo debe rescatarse y homenajearse lo que no ofende a nuestra
sensibilidad de hoy, el resto debe quedar en los archivos como testimonio de
barbarie.
DOMINGO: "El soneto que el doctor Abad leyó en una emisora de radio después de se asesinado." Suena extraño que haya leído después de morir.
ResponderEliminarEn el úmtimo párrafo del viernes creo que hay una errata: "No soy, si seré nunca", parece el principio de un poema metafísico: "Sí seré nunca"
En lo de la maldad de los escritores, hombres y mujeres, pocos son santos. Y los lectores tampoco. Además esa maldad en el gran alimento de la literatura. Sin maldad no hay cuento.
Corregido el lapsus y la errata, Jesús. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por su blog
ResponderEliminarMayor Thompson
Lo del fuego amigo me trajo a mí también un mal recuerdo, bastante literal… pero mejor devolverlo al baúl del olvido, sí.
ResponderEliminarPara no ponernos fúnebres, lo de Gómez de la Serna y su dorada medalla me inspiró una (humilde) greguería:
“El horizonte es la rendija de una hucha gigante, en la que el tiempo guarda una moneda de oro cada día”.
Pues eso, seamos positivos (pese a todo).
Ante un guijarro de bellas formas, o una puesta de sol conmovedora, o el Monte Cervino, no se nos suele plantear ningún conflicto entre la obra bella y las cualidades morales del autor, sea porque no tienen autor, sea porque el autor es -para los creyentes- un evanescence Sumo Hacedor. Pero no he conocido a ningún creyente a quien estropee la visión del Cervino el conocimiento de que su autor (su Autor) es un ser arrogante, colérico e injusto, que permite la enfermedad y la muerte, así como los bombardeos a civiles.
ResponderEliminarIgualmente creo yo que, una vez producida o emitida, la obra de arte es un objeto externo, con autonomía propia e independiente del autor. Tendríamos que ser capaces de disfrutar de ella por miserable que sea su creador. Pero es verdad que el conocimiento, esa especie de larva cerebral, contamina inevitablemente lo que se contempla, lo que se lee, lo que se escucha. El Concierto de Aranjuez suena bien aunque Rodrigo fuese un franquista irredento, pero este conocimiento se cierne sobre la escucha y puede conferir a la obra un aire hipócrita o glorificador de infamias.
Puritanismo, no sé. Pero algo de gran entidad ha ocurrido estas últimas décadas respecto a los adolescentes, la edad del consentimiento y demás asuntos cercanos. Recuerden el revuelo respecto a Gil de Biedma, que según Trapiello (en entrevista) debería haber sido detenido y encarcelado por la Guardia Civil por sus contactos filipinos. Yo recuerdo que a mis quince años nada deseaba con tanta pasión como ser abusado, a ser posible con reiteración y frenesí, por ciertas matronas amigas de mi madre. No habría sido ningún trauma (salvo que ejercieran violencia, lo que estaba excluido). El trauma fue que no lo hicieran.