“Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los
mejores amigos”. Me gusta repetir esa frase que oí al comienzo de no recuerdo
qué serie televisiva.
Llevo más
de cuarenta años hablando de los libros de los demás, con mayor o menor
acierto, pero sin pelos en la lengua, y tengo el raro honor de que me deteste
incluso gente que nunca me ha leído.
No me
importa que no me quieran bien aquellos a los que aprecio poco literaria o
humanamente. Soporto con resignación que
me detesten escritores a los que aprecio.
Como todo
el mundo, yo también tengo mi lista de enemigos íntimos sin los cuales mi vida
habría sido, no sé si mejor, pero desde luego menos entretenida.
MIGUEL D’ORS Y LA MISERIA MORAL
Miguel d’Ors me escribió a finales de los setenta interesándose
por Jugar con fuego. Se presentaba
como “profesor por oposición de la Universidad de Granada”.
Yo había
leído sus poemas en Poesía española,
la revista que dirigía José García Nieto, e incluso recordaba de memoria
alguno: “A este soldado que pasa / tristezas en el cuartel / que no le llamen
miguel, / que miguel quedó en su casa / y yo me vine sin él”.
Aunque me dijo avergonzarse de esos
versos juveniles (los reproduciría más tarde en uno de sus libros), fue el
comienzo de una sintonía literaria que dio lugar a una nutrida correspondencia
en la que hablamos de todo lo humano (y de casi nada de lo divino: en ese
aspecto teníamos poco en común). Tuve la suerte de leer muchos de sus poemas según
los iba escribiendo y de darle mi opinión sobre ellos. También fui reseñando
sus libros.
Entre
escritores, la admiración es el mejor cimiento de una buena amistad. No
importaba que ideológicamente estuviéramos en las antípodas ni que algunas de
sus bestias negras fueran buenos amigos míos, como Luis Antonio de Villena
(luego dejaría de serlo) o Luis García Montero (que sigue siéndolo).
¿Cómo se
rompió aquella sintonía? Fue hace veinte años por culpa, como era de esperar,
de una indiscreción aparecida en alguno de mis diarios. Miguel d’Ors, homófobo
militante, enemigo de la promiscuidad, era el perfecto casado y en sus poemas,
de corte autobiográfico, hablaba a menudo de su mujer y de sus hijos. Un día en
que vino a Oviedo a participar en no sé qué acto literario, en un aparte, me
preguntó cómo me las arreglaba yo en cuestiones de intendencia doméstica porque
a partir de entonces él también iba a tener que vivir solo.
Mi
sorpresa, que fue grande, la hice pública en el diario. Y naturalmente se
molestó mucho y ahí acabó nuestra amistad. Yo seguí comentando sus libros de
poemas y él aludía a mí de vez en cuando, y no precisamente para elogiarme, en
sus Virutas de taller.
La verdad
es que había olvidado el motivo del enfado cuando, hace poco, le pedí disculpas.
Él no lo había olvidado y me respondió que me perdonaba porque era cristiano y
no tenía más remedio, pero que mi comportamiento le parecía “de una miseria
moral casi inimaginable”.
Tampoco me
parece que sea para tanto. Muchos de sus poemas –tan novedosamente
tradicionales, tan trabajadamente naturales– siguen estando entre los que me
acompañarán para siempre.
FERNANDO ORTIZ O DOS TONTOS
MUY TONTOS
Fue el primer poeta de mi generación al que conocí
personalmente. Junto a Abelardo Linares, estaba preparando un homenaje a Juan
Gil-Albert, primer número de la revista Calle
del Aire que pronto se convirtió en colección de poesía (aún sigue
publicándose).
Gil-Albert, que
conocía Jugar con fuego, les sugirió
mi nombre como posible colaborador. Nos escribimos y cuando poco después pasé
por Sevilla acudió a la estación a recibirme.
Ya había
publicado un libro, Primera despedida, muy
cercano a poetas –como Brines o Gil de Biedma– que yo admiraba. Fui leyendo
luego sus libros, a veces antes de publicarse, y en más de una ocasión tuvo en
cuenta alguna de mis observaciones. Aprendí mucho de su pericia métrica y de su
buen conocimiento de la tradición barroca andaluza.
¿Cómo se
rompió aquella relación? Pues la verdad es que, aunque no recuerdo qué, algo hice
que no le gustó (o quizá simplemente notó que su poesía iba dejando de
interesarme). El caso es que, cuando se enfadó con Andrés Trapiello porque en
uno de los tomos de su diario contó algo que no le gustó, el artículo en que
arremetió contra él se titulaba “Dos tontos a la moda” y el otro tonto, también
autor de un diario indiscreto, era yo.
En lugar de
sentirme halagado (que es mi reacción habitual cuando se meten públicamente
conmigo por motivos literarios), contesté con otro artículo que hoy prefiero
olvidar.
Muchos años
después me lo volví a encontrar en un homenaje a Luis Cernuda. Algún conocido común
hizo de intermediario y nos dimos la mano. Por allí andaba Abelardo Linares, el
gran amigo de los comienzos, con el que también se había distanciado, mucho
antes que conmigo. Nos hicimos una foto los tres juntos.
Fernando
Ortiz, que tuvo una vida complicada y andaba desde hacía tiempo con graves
problemas de salud, no tardaría en morir. Sus palabras sobre Cernuda en el
palacio de Pinero, sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, fueron
su última intervención pública. Yo me alegré de haber llegado a tiempo para la
reconciliación.
Pero mi
alegría duró poco. Alguien me habló de una de las últimas entradas de Fernando
Ortiz en su blog. Era un romancillo, escrito a raíz del encuentro cernudiano,
en el que arremetía contra Abelardo y contra mí, o sea que siguió detestándome
hasta el final. Yo sigo volviendo a sus versos, tan personalmente insertos en
la mejor tradición de la poesía española, tan primorosamente artesanales, tan
llenos de desolación y magia.
“Invité también a Luis Antonio de Villena –me dijo Fernando
Sánchez Dragó a propósito de una mesa redonda sobre ‘Literatura y periodismo’
que había organizado en Bruselas–, pero me respondió que, si ibas tú, que no
contara con él y como ya había hablado contigo… ¿Qué le has hecho a Luis
Antonio?”
“Un tal
Luis Antonio de Villena (no le conozco) nos ha devuelto un número de Clarín que le enviamos por cortesía del
Ayuntamiento –me dijo Camilo López, anterior director de la editorial Nobel–,
acompañado de una carta en la que afirma que no quiere saber nada con una
revista que tenga que ver con José Luis García Martín. ¿Qué le has hecho?”
La verdad
es que comenzamos siendo los mejores amigos. Descubrí su talento, a principios
de los setenta, con un ensayo sobre el haiku publicado en la revista Prohemio y con un conjunto de poemas,
“Cuerpos, teorías y deseos” que aparecieron en Papeles de Son Armadans.
Reseñé
luego todos sus libros, con admiración creciente, aunque no sin ponerle algunos
reparos (mi admiración nunca es ciega). En los poemas que escribí por entonces,
sobre todo en el libro Tinta y papel (un
libro que detesto, por cierto) se nota muy claramente su influencia. En 1978
presentó Jugar con fuego en Madrid;
poco después pasó varios días en Asturias en los que le acompañamos casi a
todas horas Víctor Botas y yo.
¿Qué pasó
para que aquella buena sintonía se rompiera? Ocurrió lo peor que puede ocurrir
cuando uno tiene un amigo escritor. Que mi admiración por sus libros comenzó a
decrecer hasta desaparecer casi por completo. Y luego aquel tiempo en que los
dos parecíamos competir por ser los antólogos de referencia de la joven poesía
española…
Eso es
todo. Un delito imperdonable, el peor de todos: dejar de admirar. Y lo más
grave es que al parecer no fui el único al que le ocurrió algo semejante. En
los años primeros ochenta, de los dos poetas amigos, Luis Antonio de Villena y
Luis Alberto de Cuenca, que se habían dado a conocer en la antología Espejo del amor y de la muerte, la
estrella era sin duda el primero; el segundo, parecía que iba a quedar reducido
a investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con
aficiones poéticas.
Poco a poco
cambiaron las tornas y hoy Luis Alberto de Cuenca es un poeta a la vez popular y
muy estudiado por la crítica académica mientras que Luis Antonio de Villena,
aunque sigue publicando con profusión, parece quedar cada vez más reducido a
una militancia gay un tanto trasnochada.
Y a mí me
pone triste, como si yo tuviera alguna culpa en ello, que el escritor que un
tiempo me pareció el paradigma del éxito, y al que quizá quise parecerme, ahora
ande lamentándose en público de sus problemas económicos y trate de vender sus
manuscritos en Internet.
ANDRÉS TRAPIELLO O EL PROFESIONAL
De todos los amigos que he ido dejando por el camino, el que
más echo de menos es Andrés Trapiello. Todavía, cuando leo alguno de esos
artículos suyos que le salen redondos, me dan ganas de mandarle un mensaje
felicitándole y tengo que contenerme porque sé lo que pensaría al recibirlo:
“Pero este tío ¿de qué va?”
Con Andrés
Trapiello, antes de la última ruptura (que tuvo su escenificación en la
librería Alberti, con una ilustre concurrencia como testigos y entre ella el
entonces presidente del Tribunal Constitucional), hubo otras y siempre acabamos
reconciliándonos. Era mi mejor esparring. Con nadie me gustaba más practicar el
vapuleo dialéctico que con él. Siempre sin hacer sangre, claro.
Hay muchas
cosas que admiraré siempre en Andrés Trapiello: sus poemas, por ejemplo, que
como en el caso de Miguel d’Ors se van haciendo más precisos y emocionados con
los años, esa prosa suya que pone una gota de gracia incluso en los asuntos más
nimios, la pluralidad inagotable de sus intereses, la pasión que muestra al
rescatar viejos autores, su devoción por Gaya o por Azorín o por Juan Ramón
Jiménez.
Pero la
nuestra era una amistad imposible, como quedó claro en aquella explosión de
viejos rencores que tuvo lugar en la librería Alberti.
Y la razón
no es su deriva política. El tema de Cataluña, por ejemplo, nos ha llevado a
los extremos más distantes. Pero uno está acostumbrado a convivir (en la
familia y fuera de ella) con personas que piensan de distinta manera: con no
tocar el tema, asunto arreglado.
Andrés
Trapiello y yo no podemos ser amigos por razones que tienen que ver con la
economía. Él es un trabajador autónomo, un profesional de la literatura; yo
sigo siendo un aficionado.
Andrés
Trapiello publica un nuevo libro como una empresa lanza un nuevo producto, con
la promoción adecuada. Las reseñas forman parte de esa campaña y se las trabaja
minuciosamente. Pero las reseñas que espera son del estilo Mainer y otras estrellas
de Babelia, un poco como el “científicamente demostrado” de los sabios que
aparecen con bata blanca en los anuncios de detergentes en televisión.
Y yo sigo
haciendo reseñas a la vieja escuela de mi maestro Clarín: elogio lo que hay que
elogiar y discrepo de lo que hay que discrepar (e incluso me río de alguna
sonora metedura de pata). Y eso un empresario no lo perdona, aunque sepa de
sobra que mi opinión –a la hora de vender o dejar de vender libros– importa
bien poco.
Pues, vaya, José Luis, qué disgusto:. Y yo que cría que después de todos los correos que nos mandamos habíamos vuelto a tratarnos. En fin, qué se le va a hacer, tampoco quiero quitarte la ilusión. Pero como tú sabes bien que lo que se dice en privado no tiene por qué ser lo mismo que se dice en público, llama cuando vengas a Madrid, y lo mismo yo si voy por Oviedo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Andrés. Pero esa invitación tuya la pongo en cuarentena hasta cerciorarme de que has leído mi última reseña a un libro tuyo, que no es la del volumen sobre el Rastro, sino la del impromptu barojiano. Ya me conoces, no tengo enmienda, volveré a despertar tus iras jupiterianas. Yo soy incapaz de ver a las personas en blanco (si son amigos) y en negro (si son enemigos); yo veo a los escritores en blanco y negro, con toda la gama de grises, y sin son amigos me fijo más en lo negativo. No lo puedo evitar.
ResponderEliminarPero no sabes cómo agradezco tu buena disposición.
Está muy bien pensado eso de declararse enemigo de escritores que son mejores que usted para darse pisto. Mi aplauso.
ResponderEliminarEl famoso pensamiento de los "Anónimo" que se estudiará en las escuelas de psicología: ¿Para "darse pisto" lo que suele hacerse no es fingirse amigo de los famosos?
EliminarDepende. También puede darse uno pisto diciendo "Estos escritores son buenos, pero no lo suficiente para ser amigos míos porque tengo que señalarles los defectos y ellos solo quieren elogios porque son unos vanidosos y así pasan a ser ex amigos míos, por culpa de ellos, no por culpa mía"
EliminarQué bobada, dicho sea con el respeto (no excesivo) que me merecen lo Anónimos. Qué gusto de hablar por hablar. En abstracto, cualquier puede "darse pisto" con cualquier cosa.
EliminarFácil resulta averiguar que esos escritores fueron buenos amigos de JLGM (véase las dedicatorias que aparecen en sus libros, las dedicatorias impresas) y que dejaron de serlo: léase lo que dice Miguel d'Ors en sus "Virutas de taller" o Fernando Ortiz en el artículo "Dos tontos muy tontos" o Andrés Trapiello en su último diario. Aquí se ofrecen unas razones, que investigue si hay otras este Anónimo.
Si no tiene gana de investigarlo, ¿por qué no se calla y deja de hacernos perder el tiempo? (Aunque yo tengo tiempo de sobra para perder, a la vista está).
Yo pienso que usted es su peor enemigo muchas veces
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, Carmen. En eso soy como todo el mundo.
EliminarBastante acertado y con mucha claridad. Si acaso añadir que no se debe confiar excesivamente en desconocidos.
ResponderEliminarNi tampoco en conocidos. Nada en exceso.
ResponderEliminarDe un desconocido, cualquier cosa.
EliminarLos mártires mueren amando a sus enemigos. Es raro que alguien tan declaradamente católico como d'Ors tenga tanto resentimiento. Un mal ejemplo para los jóvenes. De todas formas, el mejor cristianismo se aprende con los curas de barrio y las señoras de misa diaria.
ResponderEliminarLo suyo con Trapiello es, en palabras de Shakespeare, "Amor verdadero" porque: "No, no aparta a dos almas amadoras /adverso caso ni cruel porfía: / nunca mengua el amor ni se desvía, / y es uno y sin mudanza a todas horas".
ResponderEliminarVuestra común pasión por la literatura (más allá de la vida) os hace, si no almas gemelas, sí al menos hermanos de leche. Al margen de que cada uno de vosotros compartáis también el tener un poquito de "mala leche". Uno con lactosa (que la hace más indigesta para la comunidad de las letras), otro sin ella (más digerible).
"...léase lo que dice Miguel d'Ors en sus "Virutas de taller" o Fernando Ortiz en el artículo "Dos tontos muy tontos" o Andrés Trapiello en su último diario."
ResponderEliminar(JLGM)
Yo no sé lo que dicen Miguel d'Ors y Trapiello, pero lo que dice Fernández Ortiz no es muy grave:
ASALTO EN LA ACADEMIA
Ya dentro de la Academia
Sevillana de las Letras,
para hablar de Luis Cernuda
en erudita ponencia,
con sonrisa y entusiasmo
me agarró la mano diestra
don Abelardo Linares,
y dio un apretón en ella.
No bien habíala soltado
-qué grande era mi sorpresa-
cuando la agarró otro punto
que también es un buen prenda:
de García Martín hablo,
-que son los dos buenas perlas-.
Armados de i Phons e i Pads
sacaron fotos selectas
de este histórico apretón
de manos y Paz de Breda.
Años ha no hablo a estos mendas
por decisión meditada
-sea o no sea discreta-.
Llegué a casa. Y al momento
me llamaron con sorpresa
saludados, conocidos.
Para saber con certeza
de la tan fausta noticia.
Pues fotos hay de la escena.
Y viendo que fuerzan para
entrar dentro de mi puerta.
Y no tienen mi permiso
y menos benevolencia,
les ruego no me confundan
con la gran Belén Esteban.
Fernando Ortiz
http://fernandortizreflexiones.blogspot.com/2013/11/asalto-en-la-academia.html
PS.
En la foto de Miguel d'Ors joven, el barbudo con gafas de sol que parece un policía ¿es usted?
Trapiello y García: Ea, pasad página de viejos desencuentros, pelillos a la mar, y fundíos ambos dos en cibernético abrazo.
ResponderEliminarEse romancillo no parece muy amable, a la vez que resulta especialmente injusto con Abelardo Linares que ni hace fotos ni le gusta que le hagan fotos (hubo que rogarle para que posara con Fernando y conmigo), pero yo me refería al artículo "Dos tontos muy tontos".
ResponderEliminarEl poemilla de Fernando Ortiz, uno de los últimos si no el último que escribió, me dejó especialmente triste. No refleja la realidad: en el encuentro se mostró cordial y prestó su teléfono para que hicieran la foto de los tres juntos. Morir detestando a tus primeros amigos literarios es triste, se mire como se mire.
Y sí, el presunto policía de la foto soy yo (me afeité la barba en el 88, o sea que la foto es anterior).
Si eso es lo último que escribió, y perdóneseme el exabrupto, es una putada. No he leido nada de él y después de esto no creo que lo lea. Despedirse así...! Creo que es el peor romance que he leido en mi vida. Ni siquiera sabe escandir los versos. A veces, lo mejor es el silecio. O la página en blanco
EliminarReproducir ese texto sí que es "una putada". Mejor piadosamente olvidarlo, como tantos otros del último Fernando Ortiz, una poeta que, como tantos otros, siguió publicando poemas (versos, mejor) cuando dejó de serlo.
EliminarPoca miseria moral ha debido ver en este mundo Miguel D'Ors para juzgar "inimaginable" la supuesta miseria moral de hacer pública una anécdota nimia. Me gustó mucho D'Ors cuando empecé a leer su obra. Con el tiempo, ha venido a ser solo un guapo, católico y sentimental que cuenta sus nostalgias (tango Tomo y Obligo) como tantas otras personas sensibles, quizás con un poco más de habilidad, pero muy irrespetuoso con aquello que desborda su visión estrecha.
ResponderEliminarVillena, o la construcción desencaminada y estrafalaria de una autoimagen. Se puede ser gay, se puede ser poeta, se puede ser poeta gay, pero ¿hace falta disfrazarse de pitonisa?
Como especialista mundial de la maledicencia con sus "pasos perdidos", esos diarios-libelo agresivos pero pusilánimes (X, Y, Z, para no enfrentar querellas), Trapiello dedería estar obligado por ley, y también por decencia y sentido común, a encajar cualquier crítica que le venga encima. Pues no, manda huevos. El libelista con modales de malcriado no tolera otra
cosa que el elogio. Qué se podría esperar que opinara, previsiblemente, sobre Cataluña. Y es cierto, algunas columnas le salen redondas, pero ni son tantas ni tan redondas. Algún buen amigo, si le quedan, debería explicarle a este señor que hacer buena literatura no consiste en sacar la palabra "mechinal" cada 5 páginas.
Y "abrochar" (ansoniano verbo, ¡vive Dios!)cada dos. Aún así, y estando de acuerdo con ese comentario, yo no puedo prescindir de ninguno de esos "pasos perdidos"
EliminarYo de Trapiello sólo había leído artículos, algunos excelentes. Hace unas semanas compré por 3 euros en una librería de segunda mano "El tejado de vidrio" (vol. nº 3 de su Diario). El prólogo me abrió el apetito. Pero luego me sorprendió mucho la baja calidad del diario en sí, que he dejado de leer en la pág. 44. Esas primeras páginas están llenas de repeticiones (las navidades de 1937 de su padre en Teruel, el ferrocarril de vía estrecha que va a Bilbao, la historia de la muchacha y el viejo que venden pliegos de cordel). Y hay en ellas frases absurdas: [la escena]"la recuerdo con colores muy vivos todavía. Es decir, con colores muy apagados y sombríos." En la pág. 40 habla de una señora que regenta una pensión y que tiene dos perros "inválidos como su dueña". A pesar de lo cual unas líneas más abajo nos la pinta dándoles "patadas feroces" y "golpes bestiales".
EliminarY luego hay reflexiones que dejan estupefacto: "En general los novelistas del día consideran la poesía cosa de personas sin su sexualidad bien resuelta y los diarios cosas de poetas, de modo que no es difícil deducir lo que pensarán de los que escriben diarios" (p. 37). "El que está solo no sueña. Los sueños son la sociedad del débil" (p. 42).
En resumen, me ha sorprendido mucho la baja calidad de ese libro. Juzgándolo por sus artículos y entrevistas, yo pensaba que Trapiello era un autor mucho más sólido.
Mi desacuerdo más absoluto con lo que aquí se dice. Miguel d'Ors es, sencillamente, uno de nuestros mayores poetas vivos. Y Andrés Trapiello uno de nuestros mayores escritores; su prosa es excepcional, y su verso (véase sin ir más lejos su último libro, de título "Y") le anda muy cerca. Villena, que empezó interesándome de veras allá por los primeros ochenta (el primer libro suyo que leí, Huir del invierno, del 81, y premio de la Crítica de ese año, me sigue pareciendo el mejor de los suyos), me fue interesando luego cada vez menos. Pero me temo que aquí se confundan demasiado los desacuerdos personales con el juicio, o la falta de juicio, literarios.
EliminarLos acuerdos y desacuerdos son libres y voluntarios, pero es que Gonzalo A. se ha molestado en traer ejemplos y textos concretos, ante los cuales el forofo puede poner el grito en el cieli, pero ahí están. Se puede gritar "Cesar está vivo!", mientras Bruto muestra el cuchillo y las manos ensangrentadas. Entonces pensamos, sobre todo, en las facultades del gritador.
EliminarYo también tengo una novela de Trapiello, Los Confines, o así, que tuve que dejar en la página 20. Este autor, que según parece puede escribir bien, también puede escribir muy mal y ser una plasta. O sea que para este Jose, algo farol de objetividad, quizás pesan demasiado las simpatías y afinidades personales.
Pregunta a José, que parece conocer bien la obra de Trapiello: en sus Diarios ¿hay una progresión de la calidad? ¿Los últimos son mejores que los primeros? Porque en ese volúmen nº 3 yo he percibido una especie de inexperiencia en ese género de literatura, una falta de naturalidad. Parece un falso diario, un texto compuesto, muy poco espontáneo, una especie de mezcla de pequeños relatos y de aforismos.
EliminarDos respuestas. A "Siurana Castell" le diría que seguramente mo exista libro en el mundo del que una, o más de una, cita fuera de contexto mo pueda dar una impresión equivocada. Si uno se empeñase, por esa vía, en demostrar que Cervantes, simplemente, no sabía escribir, no lo tendría nada difícil. Pero eso lo dejó ya zanjado, en mi opinión, Borges, cuando, después de muchas ironías sobre Cervantes a lo largo de su vida, dijo ya en sus últimos años que él había creído siempre que había unos cuantos escritores contemporáneos de Cervantes que hubieran podido corregir cualquier página del Quijote. Y que lo seguía pensando; pero había comprendido con el tiempo que lo que no hubieran podido hacer es escribirla. Mi consejo a usted o a cualquiera a quien un determinado libro, o autor, no les diga nada o les diga poco, es el mismo que el propio Borges daba a sus alumnos: si cualquier escritor, incluídos los más grandes, no les gusta, no les interesa, déjenlo, piensen simplemente que no escribió para ustedes. Quizá lo haga en el futuro.
EliminarA Gonzalo A.: desde mi punto de vista, no hay una grandísima diferencia entre los primeros y los últimos tomos del diario; algo más de experiencia y de sabiduría, tanto literaria como vital, pero no una diferencia esencial. Pruebe con uno de los últimos tomos, a su elección, y si su impresión sigue siendo la misma, déjelo; como decía antes, no pasa nada por eso.
Completamente de acuerdo. Yo no lo habría dicho mejor.
EliminarGracias. Un saludo.
EliminarJose, si no hay apenas diferencias entre los primeros tomos de su diario y los últimos, no creo que vuelva a esa obra de Trapiello.
EliminarDespués de dejar "El tejado de vidrio" me he puesto a leer "Hécate et ses chiens" de Paul Morand, un libro que me regaló un amigo francés hace años y que nunca había abierto. La diferencia es brutal. Leyendo a Trapiello uno se dice que cualquier aficionado a la literatura que se dedicara a ella todo el día puede llegar a escribir como él. Leyendo a Morand nos decimos lo contrario: que hay que tener un talento literario excepcional para escribir así. Y sólo hablo de estilo, de manera de narrar, de dominio de una lengua. A Trapiello se le nota mucho la lucha por expresarse bien, el trabajo que hay detrás de su forma de escribir (aunque para mí necesitaría bastante mñas trabajo aún). A Morand no se le nota en absoluto, su texto parece escrito a vuelapluma, a pesar de ser extraordinario, de estar lleno de aciertos expresivos. Trapiello parece esclavo de la lengua, Morand un dominador absoluto de ella.
Lee a Morand, Gonzalo, lee a Morand y deja tranquilo a Trapiello. Morand, un gran escritor que no está de moda, necesita que se le relea y se le elogie, aunque los elogios sean tan pintorescos como que sus libros "parecen escritos a vuelapluma".
EliminarNo, el elogio es: a pesar de estar lleno de aciertos expresivos, su texto parece escrito a vuelapluma.
EliminarPor cierto, a propósito de elogios y críticas, el otro día, buscando cosas sobre Michel Houellebecq, me encontré esto de un tal Eduardo Moga:
"De muchos poemas solo puede decirse que son malos. El número II de “Reparto-consumación”, en el que el protagonista visita un hipermercado, es un buen ejemplo de estos artefactos fallidos, tan llenos de pretensión como de humo, sin vigor rítmico ni entidad lingüística, cuyo espíritu presuntamente burlesco, también fracasado, arrastra al conjunto al fango de lo idiota: “En mi agenda para mañana / Había apuntado: ‘Líquido lavavajillas’; / No obstante, soy un ser humano: / ¡Están de oferta las bolsas de basura! // En todo instante mi vida bascula / En el hipermercado Continente / Me abalanzo y luego retrocedo, / Seducido por los condicionamientos. // El carnicero tenía unos bigotes / Y una sonrisa de carnicero, / Su rostro se cubría de salpicaduras... / ¡Me tiré a sus pies!” Parece un poema de José Luis García Martín." (www.letraslibres.com/revista/libros/la-falta-de-rima).
Tengo un nombre tan vulgar que hasta es posible que exista un "José Luis García Martín" que escriba poemas así. Habría que pedir información al autor de esa reseña, que parece haberle leído con atención.
EliminarPoco que añadir a lo que ya dice JLGM. Sólo, para que nadie se equivoque, que lo que ahí se cita se parece tanto a un poema suyo como un perro a un transatlántico, por citar dos cosas que nadie en su sano juicio confundiría. Y que, por tanto, la comparación de Moga no dice nada en realidad (aunque pretenda otra cosa) de la poesía de JLGM; si acaso algo, y no precisamente muy benévolo, acerca del propio Moga.
EliminarSu gran paradoja sería que JLGM pasara a la posteridad por "poemas" que él no escribiría ni loco.
EliminarHago el comentario sin haber leído la entrada. Una provocación la entrada. Y mi comentario, espero. A don José Luis, pese a que todavía estemos en agosto, a finales, le ha apetecido hacer caldeirada.
ResponderEliminar¡Un abrazo para todos! ;-)
Cuando la lea, haré otro. ¡Un abrazo para todos!
¡Hola! Sólo se me ocurre decir que no estaría de sobra la publicación en papel de las respuestas que Jose L.G. Martín nos atiza a la banda. La cuadratura del círculo: Papel/Ciberespacio/Ciberespacio/Papel.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de enfadarse sólo cabe cabalmente respecto de las cosas transcendentales: comer, cenar y "que no te den el coñazo". ¡Hasta en el amor una ligera apatía supone un triunfo!
Abrazos para todos. ;-)
Me deja preocupado de veras el modo como solventa don José Luis los roces debidos a discrepancia política. "Con no tocar el tema, asunto arreglado". ¿Ah, sí? Como si por abstenerse de tocar el tema no supiese usted la clase de elemento que tiene delante. Y su ética, y su equidad, y su justicia y su templanza. "No tocar el tema" es la solución del avestruz.
ResponderEliminarLo preocupante sería sacar el tema en cada sobremesa y arruinar las reuniones de familia.
ResponderEliminarOtras cosas son los debates públicos, que se dan dónde y cuándo tienen que darse.
Es que Houellebecq es simplemente horrendo. En la única "cosa" que he leído de él, recuerdo un fragmento formado, ni más ni menos, por las instrucciones de una cámara de vídeo o de fotos, con todo detalle, que si el modo automático, que si el manual, dónde seleccionar los diafragmas, etc, etc. Más que rechazo, me causó bastante indignación. ¿A qué grado de estupidez se ha llegado? Seguro que ciertos sesudos críticos ya habrán creado para encasillarlo una nueva corriente del "humanismo consumista", del "homo faber technicus" o alguna otra chorrez sonrojante. ¿Que lo aparque? Por descontado, ya que la proporcional hoguera me está vedada.
ResponderEliminarHouellebecq es a la literatura lo que ciertos "performantes" e "instaladores" (la infame turba duchampiana) al arte.
ResponderEliminarHouellebecq es un gran escritor. De los vivos está entre los mejores. K. Ishiguro, J. Barnes, V. Seth, P. Theroux, E. White, R. Russo, A. Hollinghurst y... Houellebecq. Esos son mis favoritos.
EliminarSi Barnes no gana el Nobel, será un nuevo error de la Academia.
Amelie Nothomb y F. Beigbeder también me gustan mucho.
¡Un abrazo para todos! ;-)