domingo, 28 de julio de 2019

Colección particular: Centros comerciales


  
PIER 17

Hay muchos lugares de Nueva York donde me siento como en casa, pero en ninguno como en el Pier 17, mi centro comercial favorito de la ciudad, con permiso del más reciente y lustroso Time Warner en su esquina del Central Park, frente al Columbus Circle.
            Leía hace poco el libro Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus, de Fernando Villamil, y por él me entero de que en la inauguración el año 1894 de la estatua a Colón que preside Columbus Circle estuvo presente el marino asturiano, a punto por entonces de terminar la vuelta al mundo a bordo del primer buque escuela de la Armada Española. Las aventuras del Nautilus por los siete mares no desmerecen de las de su antecedente de ficción, la nave del capitán Nemo. No se imaginaba entonces Villamil que no muchos años después, en 1911, tendría también en su natal Castropol un enfático monumento que no desmerecería junto al neoyorquino.
            Pero no es el momento de hablar de Villamil ni del Time Warner, sino del Pier 17, al sur de la isla, frente a Brooklyn. Allí se conserva un trozo del Nueva York del siglo XIX, del puerto en que se anclaban los viejos veleros, del viejo barrio marino.
            Al acercarme por Fulton Street, siempre me acuerdo de Walt Whitman, que tantas veces habría recorrido esa calle, tras atravesar el East River en el ferry, para recorrer en tranvía las calles de Manhattan junto a su amigo Peter Doyle.
            Hay allí un minucioso museo, que no debe perderse nadie que ame la navegación, un faro que homenajea a las víctimas del Titanic, y un centro comercial con escalonadas terrazas sobre el río y vistas al puente de Brooklyn, al de Manhattan y, más al fondo, al de Williamsburg.
            Cuántos buenos ratos he pasado en aquel lugar, solo o en compañía de Martín López-Vega, Xuan Bello, Javier Almuzara, Silvia Ugidos, Marcos Tramón, de tantos contertulios.
            Lo descubrí caminando al azar, y se lo descubrí al poeta y profesor Hilario Barrero, que llevaba más de treinta años viviendo en la ciudad. Es un sitio más bien popular y para provincianos. Los neoyorquinos un tanto sofisticados lo miran un poco por encima del hombro, pero yo obligaba siempre a mis amigos a visitarlo y, a ser posible, a comer allí.
            Cada uno escogía su menú de comida rápida (seis o siete dólares) y luego nos sentábamos al aire libre, a ver pasar los barcos por el río, a un lado la estatua de la Libertad, al otro el puente de Brooklyn, enfrente la Promenade, uno de mis paseos favoritos, y alzándose sobre el caserío de Brooklyn el dedo art deco del Williamsburg Savings Bank.
            La verdad es que yo disfrutaba allí más que en el mejor restaurante, siempre he sido de gustos gastronómicos muy poco refinados: lo que más me agrada de cualquier comida es el encanto del lugar y, sobre todo, la compañía.
            Antes de llegar al Pier 17, solía pasar por la sucursal de Strand que había en Fulton Street. No era infinita como la librería principal, al lado de Union Square, pero nunca dejaba de encontrar alguna rareza o alguna curiosidad. Las hojeaba luego en el equivalente neoyorquino de Las Salesas (yo siempre viajo llevando mis rutinas conmigo).
            Pero cerraron la librería y también estaba cerrado mi centro comercial favorito las últimas veces que lo visité. Al parecer, sufrió graves desperfectos con el huracán Sandy y aprovecharon para reformarlo por completo.
            Me dicen que ha vuelto a abrir hace pocos meses. Ahora tengo que inventarme algún pretexto vagamente cultureta para volver a Nueva York. No puedo confesar que el verdadero motivo es ver cómo han dejado el Pier 17 (y conocer, de paso, Hudson Yards). Uno tiene que cuidar su reputación intelectual.


FORUM AVEIRO

Aveiro, con su aire holandés y veneciano, está a medio camino entre Oporto y Coimbra. Cuando lo visito desde el norte, prefiero dejar de lado la autovía y acercarme por la carretera que discurre desde el azulajeado Ovar bordeando el mar y la ría y las dunas de San Jacinto.
            Si hay un poco de niebla desdibujándolo todo, la ría de Aveiro, con sus barcos fantasmas y sus islas misteriosas, parece formar parte de uno de esos países que solo existen en las leyendas antiguas.
            Cruzo en el ferry y luego, tras atravesar una especie de laberinto portuario de redes y almacenes, mi primera parada es siempre en el Forum Aveiro, un centro comercial al lado del canal grande, todo él abierto al aire libre.
            En el resto de la ciudad, con sus canales y sus casas coloridas, con su maravillosa iglesia de la Misericordia, con las salinas que resplandecen al sol, me encuentro siempre de paso, soy un turista más. En el Forum Aveiro, estoy en casa.
            A veces, mientras tomo un café, hojeo el periódico o el libro que acabo de comprar en la Bertrand, pero más a menudo no hago nada, me dejo acariciar por luz salada y descanso del callejeo por las viejas calles empedradas.
            Con los lugares, pasa como con las personas. La simpatía es sin por qué. Hay espacios que no nos miran bien y otros que nos abrazan nada más acercarnos a ellos.
            A mí Aveiro, entre Oporto y Coimbra, me ha puesto casa junto al canal y me quiere bien y no deja de hacérmelo notar cada vez que paso por allí, mucho menos de lo que me gustaría.


MARCHÉ DES GRANDS-HOMMES

Cuando lo vi por primera vez, me pareció que tenía algo de nave extraterrestre posada en medio del dorado caserío dieciochesco. Me fascinó el nombre y más cuando me enteré de quiénes eran esos grandes hombres a los que se refería: Montaigne, Montesquieu, Rousseau, Voltaire…
            Ellos dan nombre a las calles que lleva a la plaza circular, de finales del siglo XVIII, ocupada por el mercado.
            Burdeos siempre me pareció un París de bolsillo, un lugar donde refugiarse, como Goya y Moratín, de los desastres de la patria y donde pasear por la orilla del Garona soñando con embarcarse hacia lejanas tierras.
            En Burdeos, me encuentro como en casa en muchos lugares (en la plaza de Saint-Michel, por ejemplo, comprando libros y visitando anticuarios cualquier mañana de domingo), pero sobre todo en dos: en la librería Mollat y en la burbuja de cristal y acero del Marché des Grands-Hommes.
            Recuerdo una tarde de lluvia en que leía al irritante y fascinante Paul Léautaud: “No me gusta la gran literatura, solo me gusta la conversación escrita”, “La juventud más bella es la juventud de la mente cuando uno ha dejado de ser joven”.
            Golpeaba la lluvia cada vez más furiosamente contra el techo; de vez en cuando, a un súbito resplandor le seguía el estrépito sordo del trueno. Pero a mí no me importaba, me sentía a gusto allí –tan a gusto y tan feliz como los animales a salvo del diluvio universal en el arca de Noé–, la conversación escrita de Léautaud por toda compañía:
            “¿El mejor momento de mi vida? Por la noche, solo, ya en la cama, antes de dormirme, entretenido con las mil y una ocurrencias que ocupan mi mente”.


SÓCRATES EN LAS SALESAS

La acción comienza en mi rincón favorito del centro comercial Las Salesas, sentado en la gran mesa redonda junto a los ventanales con geranios. Delante de mí tengo un café, un vaso de agua y unos cuantos libros que acabo de recoger en la redacción de Clarín o de comprar en Cervantes. Se acerca un amigo a saludarme.
            ––Veo que no cambias de costumbres ni en verano.
            ––Puedo permitirme el lujo de no tener vacaciones.
            ––¿Pero no estarías más tranquilo en tu casa o en el despacho del Milán?
            ––Me concentro mejor aquí. Y no solo aquí, también en el McDonald’s de Los Prados, bastante más ruidoso, sobre todo si se celebra algún cumpleaños. Soy un solitario al que le gusta la gente. En el paisaje más hermoso del mundo, no tardaría en aburrirme. Haría unas cuantas fotos y en seguida estaría deseando marcharme a la ciudad más próxima. La naturaleza que prefiero es la naturaleza humana.
            ––Pues das la impresión de ser un misántropo al que solo le interesan los libros.
            ––Lo que más me interesa de los libros es que me permiten ver el mundo con otros ojos y conversar con mucha gente.
            ––Yo creo que tu afición a los centros comerciales, esas catedrales del consumo, es solo por llevar la contraria, tu deporte favorito.
            ––A Sócrates también le habrían encantado. No me lo imagino encerrado en una biblioteca, sino entre la gente, charlando con  todo aquel que quiera debatir con él. Los centros comerciales son la versión contemporánea del foro romano o del ágora griega. Sócrates hoy no dejaría de apuntarse a algún gimnasio, no para hacer ejercicio (ya hace bastante callejeando todo el día), sino para hacer amigos a los que machacar dialécticamente.




7 comentarios:

  1. Si tendrá mundo Martín, que se encuentra en New York " como en casa"... Me avergüenza lo paleto que soy.

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    1. Y en Aldeanueva del Camino como lejos de casa.

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    2. Prueba con Valliniello: no irás a discutir también con Rainer Maria sobre dónde tenemos la Casa fetén, ¿eh?
      Demasiado talludo para que te sientas como en casa en NY. Si acaso el Arcipreste, aunque tenga un look que lo desmienta (pobre...). Y total por haber ido dos o tres veces...

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  2. Espero que no tarde mucho en escribir, en Crisis de papel, algo sobre la muerte inasumible e imposible de Carmen Jodra.

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  3. "A Sócrates también le habrían encantado. No me lo imagino encerrado en una biblioteca, sino entre la gente, charlando con todo aquel que quiera debatir con él. Los centros comerciales son la versión contemporánea del foro romano o del ágora griega. "

    ¿Adonde vamos a llegar, en el delirio?
    No, mire, los centros comerciales no son ni por el forro la versión contemporánea del ágora. En los centros comerciales no se debaten cuestiones morales, políticas, intelectuales. En los centros comerciales las muchedumbres alienadas y manipuladas compran compulsivamente artículos que no necesitan en absoluto, aunque les han hecho creer que sí a través de la publicidad más sibilina. Por lo tanto los centros comerciales son la expresión masiva y multitudinaria de la renuncia al sentido crítico y a la inteligencia. Sócrates en ellos se desesperaría, si es que no sufría un ataque de vómitos.
    No digamos ya en los comercios de los aeropuertos, expresión supina del aborregamiento, en donde las masas viajeras son sumisamente conducidas a su puerta de embarque haciendo eses entre mostradores de perfumes y bebidas alcohólicas no precisamente baratas. No hay demostración más contundente del triunfo del comercio y del consumo sobre las actividades más dignas del ser humano. No creo que haya presenciado usted muchos debates socráticos en esos recorridos impuestos, abusivos, fraudulentos.
    Si no ve claro ni en un asunto como este, ¿cómo podría esperarse que viese claro en la polémica Sánchez-Iglesias? (Por poner un ejemplo).

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    1. A SW le contestará F, como contesta el eco a la voz, por chillona y desafinada que suene.

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  4. Respondo tardíamente al anónimo Willims ese: Cada uno habla de la feria según le va en ella. Yo hablo de mis centros comerciales favoritos, donde leo y escribo, no teorizo sobre las maldades del consumismo y la globalización.

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