domingo, 13 de enero de 2019

Revelación de secretos: Renace el universo



Jueves, 3 de enero
PERDIDO Y ENCONTRADO

No soy  un aventurero. Camino con dificultad fuera del terreno conocido. Meto cautelosamente un pie en el agua para comprobar la temperatura y casi siempre acabo volviendo a la tumbona de la costumbre por encontrarla demasiado fría.
            Cuando pasé por Estambul, hace unos meses, cenaba en el café Loti, con su gran terraza a Divan Yolu, la animada avenida del tranvía, frente a un cementerio (tardé en darme cuenta de que lo era).  Vuelvo ahora y me alojo allí mismo, en el hotel que lleva el nombre del escritor viajero. Desde la ventana, contemplo los elegantes mármoles y el arbolado donde reposan ilustres prohombres del tiempo del Imperio.  Muy cerca, a un lado tengo un McDonald’s, al otro un Burger King y enfrente un Starbucks. No es que piense visitarlos, pero me tranquiliza que estén ahí.
            A quien dedico mi primer saludo es al Hipódromo, a dos pasos del hotel. Quedan pocos restos de su pasada grandeza: el obelisco de Teodosio, la descabezada columna serpentina, el obelisco amurallado. Queda el espacio y, si cierro los ojos, el rugido de la multitud, cuando en el último minuto un caballo adelanta a otro. Pero quizá lo que me viene a la memoria tenga menos que ver con la realidad que con alguna película como Ben-Hur.
            Santa Sofía (una santa que quizá es solo un error de traducción) y la Mezquita Azul, que no es azul, sino gris, llevan siglos rivalizando. Yo tengo pocas dudas de que el triunfo es para la más vieja. La Mezquita Azul sigue siendo mezquita y para entrar en ella hay de descalzarse. El frío de las alfombras acentúa lo desangelado del interior, en obras. No parece un lugar para el recogimiento, por mucha fe que se tenga.
            Santa Sofía es ahora un museo, pero algo queda allí del aliento de los emperadores bizantinos, del fervor destructor de los iconoclastas, de la barbarie de los cruzados, del rumor policromado de la historia. En cada rincón, hay una maravilla. Y tras cada ventana, por las que nadie se asoma, una estampa antigua que parece coloreada a mano.
            Santa Sofía abraza, perderse en ella es encontrarse. La Mezquita Azul acoge con frialdad de hospital; entré y salí rápidamente de ella.
            Como buen ateo, soy muy sensible a los espacios sagrados. Solo los creyentes odian o desprecian a las religiones, a todas, salvo a la suya. Muy religiosos eran los santos varones de la segunda Cruzada que entraron a saco en Constantinopla y destrozaron las imágenes heréticas de Santa Sofía. Yo en ninguna parte me he encontrado más cerca de la paz y del enigma, del Dios que no existe y del centro de mí mismo, que en una mezquita, la de Plovdiv, a la que vuelvo siempre que puedo, a no ser en aquel comienzo del sabbat junto al Muro de las Lamentaciones, o en alguna iglesuca aldeana donde un puñado de viejas medievales, como en una página de Valle-Inclán, bisbiseaba el rosario.
            Los lugares, como las personas, nos provocan amor o rechazo a primera vista. Yo detesto el palacio Topkapi, que no es un palacio sino un conjunto de dispersos pabellones, y compadezco a los sultanes que tuvieron que vivir allí. Quizá por eso, porque sabe de mi antipatía, me recibe esta vez con ráfagas furiosas de viento y lluvia. Ni siquiera me deja admirar las vistas del Bósforo, lo mejor del lugar.
            Me refugio en el museo arqueológico, un recinto decimonónico que siempre me ha fascinado y no por au colección de arte islámico (me aburren pronto azulejos, alfombras y porcelanas), sino por la prodigiosa sala de los sarcófagos. Parte está en obras y no puedo ver el atribuido (erróneamente) a Alejandro Magno, pero hay otros bastante más sugerentes. Algunos tan monumentales como un retablo catedralicio.
            Me aventuro muy temerosamente fuera de mi zona de control. Tardo mucho en sentirme seguro fuera de casa. Pero en Estambul ya tengo un barrio donde estoy en casa, ya he reconstruido mi pequeño Oviedo. Para dormir, el hotel Pierre Loti; para viajar en el tiempo, Santa Sofía; para comer, el Sultanahmet Köftecisi, con fotos de clientes ilustres en las paredes y algo de dinner neoyorkino; para leer con un café y alguna delicia turca, el Hafiz Mustafá 1864 (y lo bueno es que hay uno cerca del hotel y sucursales, igualmente confortables, en todas partes).
            Llego de noche a una ciudad y en el primer amanecer (me gusta madrugar) me encuentro perdido, aterrado, Pero a la mañana siguiente ya he tomado posesión de mi territorio, ya me siento como en casa.
            Es lo que me ocurre con este rincón de Estambul, en el que una piedra miliar señala el punto de partida de todas las carreteras del Imperio. Aquí estuvo, hace tiempo, el centro del mundo. Sonrío al pasar fatigado junto a ella, de regreso al hotel. “Y lo sigue estando”, pienso.


Viernes, 4 de enero
DE NUEVO EN CASA

Por un momento, mientras asciendo en el funicular Tünel desde el puente de Gálata hasta la parte alta del antiguo barrio de Pera, tengo la impresión de que voy a aparecer en una de las colinas de Lisboa, en la de Lavra quizá, con su estatua al milagrero doctor Sousa Martins y sus exvotos. Pero no salgo a Lisboa, sino a una calle ancha y peatonal, recorrida por un nostálgico tranvía, que nada tiene que ver con el Estambul que conozco.
            ¿París, Viena, Budapest? Cualquier ciudad de la vieja Europa, con su arquitectura historicista, sus doradas verjas palaciegas y sus cafés con vidrieras modernistas. Hay pasajes cubiertos, centros comerciales, cines, librerías…
            Y de pronto, para acabar de convencerme de que es el lugar en que me gustaría vivir, me encuentro con una triple arcada que me lleva a un rincón de Venecia, a una plazuela que corona la fachada gótica de Madonna del Orto.        
            “¿Qué hace aquí Juan Pablo II, ese Juan Carlos I del papado?”, me pregunto con gesto de desagrado, como quien encuentra una mosca en la sopa, al ver una ensotanada estatua. Pero no, no es el político polaco de la Banca Ambrosiana y los Marcial Maciel, sino Juan XXIII, que cuando fue nombrado papa era patriarca de Venecia y que pasó aquí diez años, del 34 al 44. La iglesia está dedicada a San Antonio de Padua, que no es otro que Santo António de Lisboa.
            No necesito más para sentirme como en casa mientras paseo por Istiklal Caddesi, que antes fue la Grande Rue de Pera. Aquí me quedaría a vivir, ya digo.
            Me quedaría a vivir tres días, pienso cuando lo pienso mejor. ¿Dónde encontraría los libros que necesito cotidianamente, como el pan? El turco no lo leo y el inglés malamente y yo necesito hojear al menos media docena de novedades cada día para quedarme con una o dos.
            Afortunadamente, existen los i-book, existe Internet. Entraría todos los días en Iberlibro y en otras librerías digitales y me iría pidiendo los títulos que me interesaran. No daría la dirección de mi casa (casi nunca estoy en casa), sino la de mi cafetería habitual (ya le he echado el ojo a una) y al llegar cada mañana el camarero me traería, sin necesidad de preguntar, mi café y mi vaso de agua, y además el paquete o los paquetes de libros que acaban de llegar.
            Problema solucionado. Ya tengo un lugar tranquilo (o bullicioso: yo me concentro muy bien en medio del barullo: ventajas de haber sido un niño pobre y de familia numerosa que no tuvo un cuarto propio hasta que no pudo pagárselo), café y libros, ¿pero qué pasa con los contrincantes dialécticos? Quiero decir, con los amigos. Porque para mí un amigo no es alguien con quien irse de juerga ni un hombro en el que apoyarse en los malos momentos ni alguien con quien compartir prejuicios. Para mí un amigo es para debatir, combatir dialécticamente, ejercitar los músculos de la mente. Y amigos así cuesta mucho encontrarlos: nada disgusta más a la mayoría que el que le lleven la contraria. A mí no, yo lo veo como un reto. “¿Que estoy equivocado? ¿Que no tengo razón? Pues vamos a ver las razones que me das para ello, me encanta rectificar”.
            Todo el mundo piensa que hablo irónicamente cuando digo que me gusta rectificar. “¡Tú no rectificas nunca!”, me responden. Pero hablo con total sinceridad. Estar equivocado es para mí algo humillante, rectificar no. Y siempre doy las gracias a quien me demuestra que estoy equivocado. Lo cual es fácil en cuestiones puntuales (me fío demasiado de mi memoria y me juega malas pasadas), pero un poco más difícil cuando tiene que ver con el pensamiento lógico. Razonar creo que razono bastante bien, tratando de esquivar los sofismas habituales. Pero puedo estar equivocado y reto a cualquiera a que me lo demuestre.



Sábado, 5 de enero
VIEJOS VERSOS

No es el mejor día para un crucero turístico. El viento y la lluvia impiden salir a cubierta. Desde las ventanas empañadas, contemplo Asia a un lado y al otro Europa, como en el poema de Espronceda. En cuanto aparece una negra y almenada silueta, la del castillo Rumeli construido por el sultán Mehmed II en 1452 para atacar Constantinopla (según explica el guía), a la memoria me vienen unos versos: “Vivir en un castillo junto al Bósforo, / viendo pasar los barcos y la historia, / prisionero entre el ruido de las olas”.
            Sonrío al recordar que los escribí yo, hace casi medio siglo, y que están publicados en un libro ,Marineros perdidos en los puertos, del que renegué de inmediato.
            Junto al Bósforo, en lujosas mansiones, viven los privilegiados de Turquía. En este día gris, no parece un lugar apetecible, al menos no para mí.
            Lo cierto es que, hace siglos, yo soñaba con este lugar. Lo recorro ahora con parsimoniosa melancolía. Nunca es tarde para hacer realidad los sueños de la adolescencia. Pero para vivir, vivir, ni un castillo ni un palacio junto al Bósforo; mejor mi piso de Murillo, 5.


Domingo, 6 de enero
REGALO DE REYES

Todavía medio dormido, se me ocurre pensar que es la mañana de Reyes y que hace años que los Reyes no se acuerdan de mí.
            ¿No se acuerdan? Descorro las cortinas y veo encenderse sobre la calzada las luces que avisan del paso del tranvía y escucho el trino de los pájaros madrugadores y contemplo las cúpulas, los tejados y los monolitos de mármol que se alzan sobre el olor a madreselva, tras los muros del cementerio. Estar aquí ya es un regalo, pienso. Cuando era niño, siempre pedía libros. Ahora pido ciudades. Una ciudad es un libro que uno nunca se cansa de leer.
            Y el niño que yo fui me trae a la memoria otro niño que ahora disfruta la magia de sus primeros Reyes. Le han dejado un regalo en mi casa, que le entregaré cuando vuelva.
            A la cabeza me viene de improviso otro regalo. No le hará ilusión, son solo cuatro versos. Quizá sí cuando pasen los años.
            Me levanto, busco un folio (no hay ninguno con el nombre del hotel, lástima) y escribo en letras mayúsculas: “A Martín, en la mañana de Reyes”. Me esfuerzo para que mi letra resulte inteligible:
            “Fuente de luz, arroyo de alegría, / talismán que protege de lo adverso, / en ti vuelvo a vivir la niñez mía / y en tus ojos renace el universo”.



14 comentarios:

  1. "Para mí un amigo no es alguien con quien irse de juerga ni un hombro en el que apoyarse en los malos momentos ni alguien con quien compartir prejuicios. Para mí un amigo es para debatir, combatir dialécticamente, ejercitar los músculos de la mente".
    Para mí, en cambio, un amigo es una persona a la que quiero. Y, como persona que es, puede ser todo eso, y más, y nada de ello, y todo lo contrario. Lo otro me parece bastante pobre, si he de decir la verdad. Me parece bien, pero está muy lejos de bastarme. Diría, incluso, que lo encuentro una visión de la amistad no sólo seca y estrecha, sino bastante egocéntrica. Desde luego, no es la mía. Y dudo que sea realmente la de JLGM.

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    1. Hombre, don Jose, yo no hablo de la amistad en general ni de la mejor manera de entender la amistad. Solo de como yo la entiendo, una manera muy poco general y me temo que también muy poco ejemplar.

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  2. Estaba pensando en qué llevarte la contraria. Si para ser buen amigo hay que llevarte la contraria, habrá qué pensar cómo. En el relato de Estambul, quizás. Le falta el olor del opio. ¿ O no? Al final te hice (disculpa) una loa.

    Como buen ateo
    fuiste monaguillo
    cuando eras chiquillo
    en tu viejo pueblo
    viajero del cielo
    hoy en Estambul
    el nombre azul
    es gris real
    no importa tal
    si lo escribes tú.

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  3. Miguel el Entrerriano15 de enero de 2019, 0:28

    Lindo regalo de Reyes para un niño, esa lograda rima de "adverso" con "universo". El niño podrá disfrutarla dentro de un tiempo, y durante mucho tiempo, cuando los alfareros soñados por Omar Keyyam se entretengan haciendo cántaros con el polvo que perduró de lo que fuimos.
    El "amigo" como sparring dialéctico es una de las invenciones más originales y consuntivas de Martín. Pero se puede dignificar, ya lo creo, y lo hace él: no adversario, sino filósofo cercano que nos lleva a la verdad por la vía de desvelar sagazmente nuestros errores, criticarlos y corregirlos. Y que a su vez se presta a ser conducido a la verdad en virtud de nuestra propia crítica sagaz.
    Pero se quedó solo. Nadie lo entiende así, salvo como mera faceta, no principal.

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  4. "Solo los creyentes odian o desprecian a las religiones, a todas, salvo a la suya."

    La generalización es muy grosera, don José Luis. Indigna de alguien tan sutil como usted.

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    1. Baltasar, estoy muy de acuerdo con usted, la dimpligicacion de Martín resulta inadmisible.

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  5. Como todas las generalizaciones, exagera un poco, pero tiene mucho de verdad. Ahí está la historia para confirmarlo. Los creyentes de la religión verdadera (que siempre es la propia) han tenido muy poca piedad con los creyentes de otra religión. ¿Cómo han tratado durante siglos los cristianos a los judíos? ¿Cómo han tratado los católicos a los protestantes, y viceversa? Para no hablar de las religiones africanas o prehispánicas. En fin... Ahora se respetan un poco más. Pero no sé yo si mucha gente en España muestra, como yo, el mismo respeto por una mezquita que por una iglesia cristiana.

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    1. Debería usted haber escrito: "Solo los fanáticos religiosos odian o desprecian a las religiones, a todas, salvo a la suya."

      Pensar que todos los creyentes somos fanáticos religiosos es indigno de usted, don José Luis.

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    2. Es muy difícil sentir respeto por quienes nos consideran acérrimos enemigos y tienen por objetivo exterminarnos. Que yo sepa, occidente, o sea la civilización cristiana, no demuestra desde hace muchos siglos ese grado de hostilidad enloquecida.

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    3. Baltasar G. M., tienes razón. Debería haber escrito eso. Solo una precisión: los fanáticos suelen ser siempre los otros (vea la respuesta de Anónimo, la mejor corroboración de lo que yo quiero decir. El fanatismo de los nuestros suele ser invisible.)

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    4. Solo le falta exculpar la locura islamista. Asombroso.

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    5. Yo lo que odio es la expresión "Indigno de usted". Eso es querer reducir al otro a nuestro molde. Por lo demás, de acuerdo con Baltasar. Y además el asunto me recuerda una religión que hay en Vietnam que es un cúmulo de todas las demás, y uno de los santos principales es Víctor Hugo.
      De todos modos, odios aparte, no me creo que José Luis García Martín sea ateo.

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    6. Anónimo, el gran "invento" del cristianismo es que hay que amar a los enemigos (cosa inconcebible para un griego o un romano). Le recuerdo las palabras de Jesucristo : "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?" (Mateo 5:44-46)

      JLGM, definitivamente "creyente" y "fanático" no son sinónimos. Entre otras cosas porque hay también mucho fanático ateo.

      El fanatismo es una tara mental del ser humano, que se manifiesta en muchas de sus actividades. Releamos "Genealogía del fanatismo" de Cioran:

      http://literaturafrancesatraducciones.blogspot.com/2017/02/emil-cioran-genealogia-del-fanatismo.html

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