Sábado, 29 de diciembre
LA GLORIA DEL POETA
¿Es el dinero el mejor crítico literario? Se subasta en la
sala Durán el legado de Luis Cernuda, lo que queda de las pertenencias que dejó
en poder de su familia cuando salió de España, allá por 1938, para no volver
jamás.
El precio
de partida de la primera edición de Cántico
es de mil doscientos euros, mientras que Gerardo Diego se queda en la mitad. Pero
las Canciones de Lorca no se venden
por menos de cinco mil euros. Todos los ejemplares están dedicados.
Me imagino
la poca gracia que le haría a Cernuda la dedicatoria de Jorge Guillén. Le llama
“mi lector ideal”. Seguro que entendió que iba con segundas: era tan buen
lector que ya antes de que se publicara el libro, basándose solo en los poemas
aparecidos en revistas, lo había tomado como modelo para su Perfil del aire, según se ocuparon de
subrayar los reseñistas, azuzados por el propio Guillén y su amigo Salinas.
Sonrío al
leer las dedicatorias que Cernuda se ponía en sus libros: “A Luis, con mi
cariño y mi antipatía de siempre” (Perfil
del aire), “A Luis, ya que solo nuestro dolor sabe” (La invitación a la poesía), “A Luis, tan joven aún en su desengaño”
(Donde habite el olvido), “A Luis,
que ha escrito estos poemas por esperanza unos, otros por desesperación”.
Claro que
para dedicatorias ridículas ninguna tanto como la de Gil-Albert: “A / Luis
Cernuda / Ahora que el año / está tierno, / no posee sino / sienes como de
nenúfar / Ofrecimiento de amistad”.
Además de
los libros, se subastan varias pinturas de Gaya –una de ellos, el famoso
retrato al óleo de 1932–; una cómoda “de madera noble”, donde Cernuda guardaría
sus camisas, sus foulards y sus guantes amarillos; un gramófono muy años veinte
y un puñado de discos.
No asistió
mucho público a la subasta. Por allí andaban Abelardo Linares, que quiso quedarse
prácticamente con todo; Andrés Trapiello, que pujaba en su nombre y en el del
Museo Ramón Gaya, y un colaborador de la editorial Pre-Textos. También un
representante del Ministerio de Cultura, que ejerció reiteradamente su derecho
de tanteo, con lo que la mayor parte del legado acabará, afortunadamente, en la
Residencia de Estudiantes.
¿Con qué me
habría quedado yo, si hubiera tenido dinero y hubiera estado allí? Pues con
nada. Soy poco fetichista. Quizá con lo que se anuncia como un “álbum
veneciano”, pero que comienza con una hermosa vista del puerto de Mergellina,
con el Vesubio al fondo.
Esto es la
gloria póstuma, pienso (ahora ando obsesionado con eso), que medio siglo
después de la muerte tu legado se subaste en una casa elegante y no aparezca
disperso por el Rastro. Pero si alguien lo recoge con amorosa admiración,
tampoco me parece que haya mucha diferencia.
Domingo, 30 de diciembre
TANTOS AÑOS DESPUÉS
Pasa por el Fontán mi amigo Martín López-Vega, ahora en la
cumbre de toda su fortuna, que se muestra benévolo tras leer lo que digo hoy de
él en la entrega semanal de mi diario.
––Te
conozco demasiado bien como para molestarme. Hace años que te repites. Sigues
creyéndote el único crítico riguroso del mundo y más inteligente que nadie, aunque
listo demuestras no serlo mucho: siempre apuestas por el caballo perdedor. Me
molestan tan poco tus dudas sobre las razones de mis cambios de opinión acerca
de este o aquel poeta, que tú interpretas como interesadas, que hasta te regalo
un título para tu próximo libro: Senectud,
egolatría.
Silvia
Ugidos, recién llegada de su particular exilio en Medellín, se ríe con nuestras
trifulcas.
––Veo que
no habéis cambiado nada, seguís como el perro y el gato. Hay cosas que nunca
cambian, como vosotros y Puerto Urraco.
Puerto
Urraco es el nombre que cariñosamente le aplica a Oviedo. Nos acompaña también
Marcos Tramón, tan silencioso como de costumbre.
Ya hace más
de un cuarto de siglo que llegaron a la tertulia por primera vez y aquí estamos
los tres tomando café, tan amigos y tan discutidores como el primer día. Y yo
tan feliz con este regalo de fin de año.
Porque la
verdad es que –aunque me moriría antes de reconocerlo públicamente– la tertulia
es un poco como mi familia y las desventuras y los éxitos de Piqueros y
Olivanes, Almuzaras y Pelayos los vivo
como propios.
Pero me divierte
tratarles como Juan Ramón Jiménez trataba a los poetas del 27. Uno es así de
contradictorio. (También me fastidia un
poco, todo hay que decirlo, que ya no hagan ningún caso de mis consejos
literarios.)
Lunes, 31 de diciembre
EXPONER LA INTIMIDAD
¿Me repetiré tanto como dice López-Vega? ¿Estaré insistiendo
una y otra vez en las mismas cosas, como un viejo dómine cascarrabias? Pero si
nadie me hace caso, ¿cómo no insistir en que la inviolabilidad del rey que
garantiza la Constitución es solo para su actividad como jefe del Estado, no
para su vida privada; que los problemas políticos se resuelven debatiendo y
votando, no encarcelando y apaleando; que las noticias falsas que intoxican a
los ciudadanos no son privativas de las redes sociales, que aparecen en las
portadas de los periódicos y pululan por el congreso como Pedro (o Pablo) por
su casa?
Leo hoy –¡y
en un editorial de El País!—la
siguiente majadería: “La UE toma medidas para que Facebook no empañe las
campañas”. ¿Sabrá ese “experto” editorialista como funciona Facebook? Tiene dos
mil millones de personas registradas, pero lo que uno sube a su muro de
Facebook no lo leen precisamente dos mil millones, sino con frecuencia solo
media docena. Cada uno sigue a quien quiere seguir. ¿Me va a intoxicar alguien
a mí porque cante las virtudes viriles de la caza y los toros? Le bloqueo, y ya
está. Nadie cambia de voto por lo que lea, si algo lee, en Facebook, solo se
reafirma en el suyo.
A la hora
de intoxicar políticamente, son más peligrosos El País, El Mundo, El Abc. Pero esto ya lo he dicho docenas de veces.
¡Qué razón tiene López-Vega al afirmar que me repito!
¿Pero cómo
no repetirse ante la reiterada tontería en los medios presuntamente serios? En el editorial de marras, se advierte: “los
usuarios han de ser conscientes de que los datos que suministran a Facebook, a
veces con un simple ‘me gusta’, pueden ser utilizados de manera irregular”. Soy
consciente, benemérito editorialista: si pongo “me gusta” en la foto de un
gatito me arriesgo a que me llegue publicidad de comida para gatos. ¡Terrible
riesgo!
Sigo citando
(las bobadas crean adicción): “La mejor forma de proteger la privacidad es no
exponerla al gran escaparate que representa Facebook”. Y la mejor forma de
proteger tu mercancía es no exponerla en el escaparate, amigo comerciante. ¿No
se habrá dado cuenta el editorialista de que los usuarios de Facebook suben a
su muro solo aquella parte de su privacidad que les interesa exponer? Su
gracioso gatito, el gran viaje que han hecho, el éxito de la presentación de su
libro, lo indignados que están por este o aquel atentado? ¿No se habrá enterado
de que para exponer la privacidad que no queremos exponer ya tenemos el
teléfono móvil, donde algunos no tienen inconveniente en hablar de lo más
íntimo en plena calle o en el vagón del tren?
Martes, 1 de enero
METAFÍSICAS
Comienzo el año con Un
libro sobre Platón, de Antonio Tovar. Me divierte oírle decir lo que yo
muchas veces he pensado: “Los comienzos de la metafísica se mezclan con juegos
de palabras. Hay en las obras de Platón descubrimientos tan elementales que, si
no fuera porque están en griego (lo cual los ha hecho parecer más sublimes) y
porque hoy, cuando no respetamos tanto el griego por el hecho de serlo, los
leemos con sentido histórico, habríamos de imprimir muchas páginas en letra
pequeña, como portadoras de engañifas para niño”.
Que los
filósofos acostumbran a dar gato por liebre, como ciertos artistas
contemporáneos, yo siempre lo he pensado. A menudo la abstrusa terminología no
encubre más que una obviedad, un sofisma o, simplemente, una tontería.
Y no
digamos nada de los teóricos de la literatura, siempre a vueltas con su Derrida
y su Bajtín y su muerte del autor o de la literatura y otras cosas igualmente estupendas.
Miércoles, 2 de enero
EN EL SAVANNA
No hace falta haber estudiado astrofísica para saber que la
realidad está llena de agujeros. Yo he caído más de una vez en ellos, pero
hasta el momento siempre he podido agarrarme al borde y salir con bien. Y no me
refiero a esos momentos en que parece desaparecer el suelo bajo nuestros pies,
como cuando mi primera mujer me dijo que no le gustaba la vida que llevaba, que
había pedido el traslado y que preferiría que, al menos durante un tiempo, yo
no la acompañara. Tan ciego estaba yo que ni se me había ocurrido pensar en la
posibilidad de una cosa así. La segunda vez, con mi segunda mujer, ya no me
cogió tan desprevenido.
No me refiero
a eso, no. No me refiero a las grietas metafóricas que te rompen la vida. El
día de Navidad salí del hotel muy temprano y paseé por el parque todavía
cerrado al público. Me gusta, una vez al año, estar allí a solas, como si fuera
mi jardín privado. En el jardín japonés, al otro lado de donde se alza el
edificio de la biblioteca, me encontré un sendero entre los árboles alfombrado
de hojas amarillas. Invitaba a recorrerlo, y eso es lo que yo hice. No podía ir
muy lejos. Cerca, allí mismo, está la calle Rivero. No podía ir muy lejos, pero
lo hacía. Caminé y caminé y parecía no tener fin. De pronto, se abrió en un
pequeño claro alrededor de una fuente. Un cervatillo bebía en ella, como en un
tapiz medieval. No se asustó cuando aparecieron unas damas vestidas con trajes
de época. “Están ensayando alguna función de teatro al aire libre”, me dije. Y
de pronto aquellas tres damas me miraron. Eran tres arpías. Mi primera, mi segunda
y mi tercera mujer. Una alucinación, una de mis paranoias, pensé. Me medico
desde hace tiempo. Desde que me abandonó la primera. Y no debería tomar
alcohol, no mezcla bien con las pócimas que me receta el psiquiatra. Y nunca lo
tomo, pero a veces en fechas especialmente deprimentes hago una excepción. Salí
corriendo y al momento me encontré en terreno conocido, como no podía ser de
otra forma. El cervatillo salió conmigo y tardó en desaparecer. Hay
alucinaciones persistentes.
Estábamos
en el Savanna, solos nosotros dos, cuando se habían ido los últimos
trasnochadores y el camarero no disimulaba su impaciencia. Acabó pidiéndonos
que abandonáramos el local. ¿Pidiéndonos? Me di cuenta de pronto de que estaba
solo, de que sobre la barra solo había una copa que se había ido vaciando una y
otra vez, de que la realidad está lleva de agujeros, de grietas en las que uno
mete inadvertidamente el pie y se viene abajo. Pero, hasta la fecha, yo siempre
he conseguido levantarme.
Hombre, Martín, algo sí te repites. No hace falta que te lo digan otros, tú mismo lo dices. Gracias a esas repeticiones sabemos que eres inteligente, tienes vanidad y eres el último del escalafón. Pero no sé, si no te repitieras, no serías tú... No sé si será un juego de palabras lo que tanto se dice que dijo Heráclito: nunca se baña uno en la misma agua. Nunca es la misma la repetición, aunque lo parezca.
ResponderEliminarAcabo de desistir de la lectura de un extraño y algo horrible "ensayo novelado" de Benjamín Jarnés (escritor del exilio español, fallecido en 1949) y que constituye un fallido -y bastante malevolente- intento de glosar la figura y la obra del eximio Stefan Zweig. Publicada en México en 1942 -el año de la muerte por suicidio del escritor austríaco- es una desgraciada (pese a que él, Jarnés, tanto valor concedía a la "gracia" en los escritores) pantomima que trata de dejar en evidencia los "fallos" y contradicciones que cree descubrir en la obra de Zweig. Y todo en un estilo pendantuelo y postinero, con un uso de las comas tan profuso que colapsa la lectura. Grotesco de toda grotesquez.
ResponderEliminarPero lo extraño que le encuentro a esta edición (Quálea) es que el prologuista -Domingo Ródenas de Moya- le endilga al autor tal varapalo que resulta hasta cómico constatar de qué manera contraviene los usos habituales de montar el panegírico del prologado. Pa troncharse de risa.
"Stefan Zweig, cumbre apagada", es el título del libro.
ResponderEliminarPor una persuasión tan terca que se podría llamar coacción, leí hace años un par de cosas de Platón. Me hicieron leer a Platón. Me sorprendió que se pudiese escribir así cuatrocientos años antes de nuestra era, pero nunca dejé de tener la impresión de que el autor era un tramposo, un capcioso que acorrala con trucos al adversario y lo desarma con artimañas. Aquello, me pareció, era una variante de bullying intelectual.
ResponderEliminarSin repeticiones el mundo sería incomprensible. Las leyes físicas, naturales, son repeticiones y secuencias de ciertos fenómenos. La repetición de grupos de átomos determina el carácter químico de las substancias, alcalinas, ácidas, azúcares, proteínas. Y las repeticiones son capitales para crear identidad y carácter. En música la repetición temporal marca el compás, la melodía se repite da capo, reaparece algo cambiada en las variaciones y es, en general, imprescindible para reconocer una obra. Por no hablar del rol de las repeticiones en la personalidad y en el carácter. Desde el arrogante "Bond, James Bond" de 007, hasta el hastiado "cuántas tonterías", de Martín.
PSA en retroceso, se agranda la esperanza.
ResponderEliminarGaudeamus...
¿La esperanza o la Esperanza?
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