domingo, 6 de enero de 2019

Revelación de secretos: Elogio de la repetición



Sábado, 29 de diciembre
LA GLORIA DEL POETA

¿Es el dinero el mejor crítico literario? Se subasta en la sala Durán el legado de Luis Cernuda, lo que queda de las pertenencias que dejó en poder de su familia cuando salió de España, allá por 1938, para no volver jamás.
            El precio de partida de la primera edición de Cántico es de mil doscientos euros, mientras que Gerardo Diego se queda en la mitad. Pero las Canciones de Lorca no se venden por menos de cinco mil euros. Todos los ejemplares están dedicados.
            Me imagino la poca gracia que le haría a Cernuda la dedicatoria de Jorge Guillén. Le llama “mi lector ideal”. Seguro que entendió que iba con segundas: era tan buen lector que ya antes de que se publicara el libro, basándose solo en los poemas aparecidos en revistas, lo había tomado como modelo para su Perfil del aire, según se ocuparon de subrayar los reseñistas, azuzados por el propio Guillén y su amigo Salinas.
            Sonrío al leer las dedicatorias que Cernuda se ponía en sus libros: “A Luis, con mi cariño y mi antipatía de siempre” (Perfil del aire), “A Luis, ya que solo nuestro dolor sabe” (La invitación a la poesía), “A Luis, tan joven aún en su desengaño” (Donde habite el olvido), “A Luis, que ha escrito estos poemas por esperanza unos, otros por desesperación”.
            Claro que para dedicatorias ridículas ninguna tanto como la de Gil-Albert: “A / Luis Cernuda / Ahora que el año / está tierno, / no posee sino / sienes como de nenúfar / Ofrecimiento de amistad”.
            Además de los libros, se subastan varias pinturas de Gaya –una de ellos, el famoso retrato al óleo de 1932–; una cómoda “de madera noble”, donde Cernuda guardaría sus camisas, sus foulards y sus guantes amarillos; un gramófono muy años veinte y un puñado de discos.
            No asistió mucho público a la subasta. Por allí andaban Abelardo Linares, que quiso quedarse prácticamente con todo; Andrés Trapiello, que pujaba en su nombre y en el del Museo Ramón Gaya, y un colaborador de la editorial Pre-Textos. También un representante del Ministerio de Cultura, que ejerció reiteradamente su derecho de tanteo, con lo que la mayor parte del legado acabará, afortunadamente, en la Residencia de Estudiantes.
            ¿Con qué me habría quedado yo, si hubiera tenido dinero y hubiera estado allí? Pues con nada. Soy poco fetichista. Quizá con lo que se anuncia como un “álbum veneciano”, pero que comienza con una hermosa vista del puerto de Mergellina, con el Vesubio al fondo.
            Esto es la gloria póstuma, pienso (ahora ando obsesionado con eso), que medio siglo después de la muerte tu legado se subaste en una casa elegante y no aparezca disperso por el Rastro. Pero si alguien lo recoge con amorosa admiración, tampoco me parece que haya mucha diferencia.


Domingo, 30 de diciembre
TANTOS AÑOS DESPUÉS

Pasa por el Fontán mi amigo Martín López-Vega, ahora en la cumbre de toda su fortuna, que se muestra benévolo tras leer lo que digo hoy de él en la entrega semanal de mi diario.
            ––Te conozco demasiado bien como para molestarme. Hace años que te repites. Sigues creyéndote el único crítico riguroso del mundo y más inteligente que nadie, aunque listo demuestras no serlo mucho: siempre apuestas por el caballo perdedor. Me molestan tan poco tus dudas sobre las razones de mis cambios de opinión acerca de este o aquel poeta, que tú interpretas como interesadas, que hasta te regalo un título para tu próximo libro: Senectud, egolatría.
            Silvia Ugidos, recién llegada de su particular exilio en Medellín, se ríe con nuestras trifulcas.
            ––Veo que no habéis cambiado nada, seguís como el perro y el gato. Hay cosas que nunca cambian, como vosotros y Puerto Urraco.
            Puerto Urraco es el nombre que cariñosamente le aplica a Oviedo. Nos acompaña también Marcos Tramón, tan silencioso como de costumbre.
            Ya hace más de un cuarto de siglo que llegaron a la tertulia por primera vez y aquí estamos los tres tomando café, tan amigos y tan discutidores como el primer día. Y yo tan feliz con este regalo de fin de año.
            Porque la verdad es que –aunque me moriría antes de reconocerlo públicamente– la tertulia es un poco como mi familia y las desventuras y los éxitos de Piqueros y Olivanes, Almuzaras  y Pelayos los vivo como propios.
            Pero me divierte tratarles como Juan Ramón Jiménez trataba a los poetas del 27. Uno es así de contradictorio.  (También me fastidia un poco, todo hay que decirlo, que ya no hagan ningún caso de mis consejos literarios.)


Lunes, 31 de diciembre
EXPONER LA INTIMIDAD

¿Me repetiré tanto como dice López-Vega? ¿Estaré insistiendo una y otra vez en las mismas cosas, como un viejo dómine cascarrabias? Pero si nadie me hace caso, ¿cómo no insistir en que la inviolabilidad del rey que garantiza la Constitución es solo para su actividad como jefe del Estado, no para su vida privada; que los problemas políticos se resuelven debatiendo y votando, no encarcelando y apaleando; que las noticias falsas que intoxican a los ciudadanos no son privativas de las redes sociales, que aparecen en las portadas de los periódicos y pululan por el congreso como Pedro (o Pablo) por su casa?
            Leo hoy –¡y en un editorial de El País!—la siguiente majadería: “La UE toma medidas para que Facebook no empañe las campañas”. ¿Sabrá ese “experto” editorialista como funciona Facebook? Tiene dos mil millones de personas registradas, pero lo que uno sube a su muro de Facebook no lo leen precisamente dos mil millones, sino con frecuencia solo media docena. Cada uno sigue a quien quiere seguir. ¿Me va a intoxicar alguien a mí porque cante las virtudes viriles de la caza y los toros? Le bloqueo, y ya está. Nadie cambia de voto por lo que lea, si algo lee, en Facebook, solo se reafirma en el suyo.
            A la hora de intoxicar políticamente, son más peligrosos El País, El Mundo, El Abc. Pero esto ya lo he dicho docenas de veces. ¡Qué razón tiene López-Vega al afirmar que me repito!
            ¿Pero cómo no repetirse ante la reiterada tontería en los medios presuntamente serios?  En el editorial de marras, se advierte: “los usuarios han de ser conscientes de que los datos que suministran a Facebook, a veces con un simple ‘me gusta’, pueden ser utilizados de manera irregular”. Soy consciente, benemérito editorialista: si pongo “me gusta” en la foto de un gatito me arriesgo a que me llegue publicidad de comida para gatos. ¡Terrible riesgo!
            Sigo citando (las bobadas crean adicción): “La mejor forma de proteger la privacidad es no exponerla al gran escaparate que representa Facebook”. Y la mejor forma de proteger tu mercancía es no exponerla en el escaparate, amigo comerciante. ¿No se habrá dado cuenta el editorialista de que los usuarios de Facebook suben a su muro solo aquella parte de su privacidad que les interesa exponer? Su gracioso gatito, el gran viaje que han hecho, el éxito de la presentación de su libro, lo indignados que están por este o aquel atentado? ¿No se habrá enterado de que para exponer la privacidad que no queremos exponer ya tenemos el teléfono móvil, donde algunos no tienen inconveniente en hablar de lo más íntimo en plena calle o en el vagón del tren?


Martes, 1 de enero
METAFÍSICAS

Comienzo el año con Un libro sobre Platón, de Antonio Tovar. Me divierte oírle decir lo que yo muchas veces he pensado: “Los comienzos de la metafísica se mezclan con juegos de palabras. Hay en las obras de Platón descubrimientos tan elementales que, si no fuera porque están en griego (lo cual los ha hecho parecer más sublimes) y porque hoy, cuando no respetamos tanto el griego por el hecho de serlo, los leemos con sentido histórico, habríamos de imprimir muchas páginas en letra pequeña, como portadoras de engañifas para niño”.
            Que los filósofos acostumbran a dar gato por liebre, como ciertos artistas contemporáneos, yo siempre lo he pensado. A menudo la abstrusa terminología no encubre más que una obviedad, un sofisma o, simplemente, una tontería.
            Y no digamos nada de los teóricos de la literatura, siempre a vueltas con su Derrida y su Bajtín y su muerte del autor o de la literatura y otras cosas igualmente estupendas.
           

Miércoles, 2 de enero
EN EL SAVANNA

No hace falta haber estudiado astrofísica para saber que la realidad está llena de agujeros. Yo he caído más de una vez en ellos, pero hasta el momento siempre he podido agarrarme al borde y salir con bien. Y no me refiero a esos momentos en que parece desaparecer el suelo bajo nuestros pies, como cuando mi primera mujer me dijo que no le gustaba la vida que llevaba, que había pedido el traslado y que preferiría que, al menos durante un tiempo, yo no la acompañara. Tan ciego estaba yo que ni se me había ocurrido pensar en la posibilidad de una cosa así. La segunda vez, con mi segunda mujer, ya no me cogió tan desprevenido.
            No me refiero a eso, no. No me refiero a las grietas metafóricas que te rompen la vida. El día de Navidad salí del hotel muy temprano y paseé por el parque todavía cerrado al público. Me gusta, una vez al año, estar allí a solas, como si fuera mi jardín privado. En el jardín japonés, al otro lado de donde se alza el edificio de la biblioteca, me encontré un sendero entre los árboles alfombrado de hojas amarillas. Invitaba a recorrerlo, y eso es lo que yo hice. No podía ir muy lejos. Cerca, allí mismo, está la calle Rivero. No podía ir muy lejos, pero lo hacía. Caminé y caminé y parecía no tener fin. De pronto, se abrió en un pequeño claro alrededor de una fuente. Un cervatillo bebía en ella, como en un tapiz medieval. No se asustó cuando aparecieron unas damas vestidas con trajes de época. “Están ensayando alguna función de teatro al aire libre”, me dije. Y de pronto aquellas tres damas me miraron. Eran tres arpías. Mi primera, mi segunda y mi tercera mujer. Una alucinación, una de mis paranoias, pensé. Me medico desde hace tiempo. Desde que me abandonó la primera. Y no debería tomar alcohol, no mezcla bien con las pócimas que me receta el psiquiatra. Y nunca lo tomo, pero a veces en fechas especialmente deprimentes hago una excepción. Salí corriendo y al momento me encontré en terreno conocido, como no podía ser de otra forma. El cervatillo salió conmigo y tardó en desaparecer. Hay alucinaciones persistentes.
            Estábamos en el Savanna, solos nosotros dos, cuando se habían ido los últimos trasnochadores y el camarero no disimulaba su impaciencia. Acabó pidiéndonos que abandonáramos el local. ¿Pidiéndonos? Me di cuenta de pronto de que estaba solo, de que sobre la barra solo había una copa que se había ido vaciando una y otra vez, de que la realidad está lleva de agujeros, de grietas en las que uno mete inadvertidamente el pie y se viene abajo. Pero, hasta la fecha, yo siempre he conseguido levantarme.







6 comentarios:

  1. Hombre, Martín, algo sí te repites. No hace falta que te lo digan otros, tú mismo lo dices. Gracias a esas repeticiones sabemos que eres inteligente, tienes vanidad y eres el último del escalafón. Pero no sé, si no te repitieras, no serías tú... No sé si será un juego de palabras lo que tanto se dice que dijo Heráclito: nunca se baña uno en la misma agua. Nunca es la misma la repetición, aunque lo parezca.

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  2. Acabo de desistir de la lectura de un extraño y algo horrible "ensayo novelado" de Benjamín Jarnés (escritor del exilio español, fallecido en 1949) y que constituye un fallido -y bastante malevolente- intento de glosar la figura y la obra del eximio Stefan Zweig. Publicada en México en 1942 -el año de la muerte por suicidio del escritor austríaco- es una desgraciada (pese a que él, Jarnés, tanto valor concedía a la "gracia" en los escritores) pantomima que trata de dejar en evidencia los "fallos" y contradicciones que cree descubrir en la obra de Zweig. Y todo en un estilo pendantuelo y postinero, con un uso de las comas tan profuso que colapsa la lectura. Grotesco de toda grotesquez.
    Pero lo extraño que le encuentro a esta edición (Quálea) es que el prologuista -Domingo Ródenas de Moya- le endilga al autor tal varapalo que resulta hasta cómico constatar de qué manera contraviene los usos habituales de montar el panegírico del prologado. Pa troncharse de risa.

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  3. "Stefan Zweig, cumbre apagada", es el título del libro.

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  4. Miguel en Entrerriano9 de enero de 2019, 12:25

    Por una persuasión tan terca que se podría llamar coacción, leí hace años un par de cosas de Platón. Me hicieron leer a Platón. Me sorprendió que se pudiese escribir así cuatrocientos años antes de nuestra era, pero nunca dejé de tener la impresión de que el autor era un tramposo, un capcioso que acorrala con trucos al adversario y lo desarma con artimañas. Aquello, me pareció, era una variante de bullying intelectual.

    Sin repeticiones el mundo sería incomprensible. Las leyes físicas, naturales, son repeticiones y secuencias de ciertos fenómenos. La repetición de grupos de átomos determina el carácter químico de las substancias, alcalinas, ácidas, azúcares, proteínas. Y las repeticiones son capitales para crear identidad y carácter. En música la repetición temporal marca el compás, la melodía se repite da capo, reaparece algo cambiada en las variaciones y es, en general, imprescindible para reconocer una obra. Por no hablar del rol de las repeticiones en la personalidad y en el carácter. Desde el arrogante "Bond, James Bond" de 007, hasta el hastiado "cuántas tonterías", de Martín.

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  5. PSA en retroceso, se agranda la esperanza.
    Gaudeamus...

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