Sábado, 15 de diciembre
POR QUÉ SOY TAN RUTINARIO
Alguna vez me han preguntado, y me he preguntado yo, por qué
soy tan rutinario, por qué necesito hacer todos los días lo mismo y a la misma
hora, por qué soporto tan mal los cambios por mínimos que sean.
Y siempre
doy, y me doy, la misma respuesta: porque me gusta lo difícil, porque aspiro a
lo imposible. La realidad es una jungla en la que los seres humanos, desde que
el mundo es mundo, se esfuerzan en poner un poco de orden, en volverla inteligible,
en trazar caminos que den la ilusión de que nos llevan a alguna parte. Pero
basta dar un paso fuera de esas sendas para que abra sus fauces el horror de lo
desconocido.
Cualquier cosa
que altera mi rutina me descoloca, ya digo. Hoy el local de la tertulia,
siempre tan acogedoramente solitario, estaba invadido por una turba histérica
de esas que parece que se esconden durante todo el año y solo hacen aparición
en torno a la Navidad.
Música a
tope, conversaciones a gritos, lo habitual en estos casos. Buscamos un espacio
alternativo y recalamos en el Dólar, un café superviviente del siglo XIX. Tras
un rato de tranquilidad, en el que hablamos del nuevo número de Anáfora, la actual revista de la
tertulia (antes tuvimos Reloj de Arena),
nos expulsó otra bandada de aturdidos
estorninos. En el Chelsea no pudimos ni entrar. O sea que en lugar de volver a
casa a la once y media, como todos los viernes, tuve que hacerlo a las diez y
media, algo temeroso de lo que podría ocurrir en esa hora fuera de programa.
No ocurrió
nada, o eso creo, no se me apareció ningún fantasma ni algo peor, alguna
antigua pareja de las que suelen aparecer por estas fechas para recordarnos
cosas que tanto ha costado olvidar.
No ocurrió
nada, y sin embargo… Me puse a leer un viejo número de la Revista de Occidente (los viernes no enciendo el televisor hasta
las once horas y cuarenta minutos y no me gustaba añadir una alteración más a
mi cambio de rutina) y en la reseña que Fernando Vela le hace a Vísperas del gozo, de Pedro Salinas,
encontré la distinción entre dos tipos de memoria: “La memoria cortés acentúa,
saca de bulto todo lo bueno posible de las personas y hace de ello, por
diminuto que sea, lo más cimero, recatando el resto al fondo. La memoria
descortés ordena los mismos elementos en otra perspectiva, inversa y perversa;
se complace, goza en adelantar las partes menos valiosas de la personalidad
ajena, lleva solo –¡con qué ojo de lince!-- la cuenta negativa; resta y resta
implacablemente”.
No necesito
decir qué tipo de memoria es la mía; todo los que me conocen lo saben de sobra.
Acaricié la
caja china antes de irme a dormir, pero parecía haber perdido sus poderes
mágicos. Toda la noche anduve vagando por esos “espacios misteriosos que
separan / la vigilia del sueño”, luchando con fieras informes, deambulando por
la selva selvática, la “selva selvaggia” de Dante, en que se convierte la
realidad, al menos para mí, en cuanto me desvío lo más mínimo de la senda de la
costumbre.
Me levanté
con el cuerpo dolorido, con moratones, con señales de mordiscos. Feliz por
inaugurar el nuevo día, por regresar si no sano por lo menos salvo a la cárcel
feliz de la costumbre.
Domingo, 16 de diciembre
EXECRADOS POR LA HISTORIA
Una bandera española es “ultrajada”, aparece tirada por los
suelos, pisoteada. Se detiene a cuarenta y cinco estudiantes de medicina de los
que se sospecha que han participado en los hechos. Sometidos a consejo de
guerra y no pudiéndose probar la culpabilidad de ninguno de ellos, hubieran
sido absueltos de no haberse decidido que, si no habían cometido el delito, lo
habría cometido alguien como ellos y para castigar las veleidades independentistas
de los jóvenes se les condenó a todos a la pena de arresto mayor y multa.
La
sentencia, por benigna, exasperó a las fieras, esto es, a las partidas de
voluntarios que se habían organizado para defender la integridad de la patria.
Se amotinaron en torno a la cárcel y, para evitar males mayores, las
autoridades decidieron constituir un nuevo consejo de guerra.
Por la vía
rápida, sin necesidad de buscar nuevas pruebas, se dictaron ocho sentencias de
muerte, aplicadas a quienes les parecieron que, por su comportamiento ante el
tribunal, debían ser los cabecillas. Esto ocurrió el día 24 de noviembre. Tres
días después, un militar español en
situación de reemplazo, esto es, sin concretas obligaciones militares, salió a
dar un paseo, como había todas las tardes. Le llamó la atención lo solitarias
que estaban las calles, sin nadie circulando por ellas, sin nadie charlando en
las aceras. Su café de costumbre, en el Hotel Inglés, habitualmente estaba
lleno a rebosar, como los de los alrededores. Esa tarde no había nadie. De
pronto, en el insólito silencio, le pareció oír, al lo lejos, una descarga
cerrada.
––¿Qué
ocurre?, preguntó a uno de los camareros.
––Que los
están fusilando.
––¿A quién?
––A los
estudiantes.
Muchos años
después, Nicolás Estévanez recordaría así aquellos acontecimientos:
––Nunca, en
ninguno de los trances por que he pasado en mi vida, he perdido tan
completamente la serenidad. Me descompuse, grité, pensé en mis hijos, creyendo
que también los fusilaban. Dos camareros se apoderaron de mí y me llevaron a un
lugar apartado, sin lo cual es posible que a mí también me hubieran asesinado
cuando las turbas aullando volvían del fusilamiento. No pude dormir. Aquella
noche de insomnio y pesadillas la recuerdo ahora como el martirio de un hombre
a quien arrancan de cuajo, no los miembros, sino los más arraigados
sentimientos y todas las ilusiones. Yo no conocía más que a uno de los
fusilados; no lo había conocido allí, sino en Llanes, cuando él era muy niño.
Pero lo que agitaba mi conciencia no era solamente el crimen de lesa humanidad,
sino también el baldón eterno para España. Pasarán los años y los siglos, y
cuando nadie se acuerde, ni aun la Historia, de la existencia de aquellos
falsos patriotas, subsistirá el borrón, la mancha indeleble que echaron
torpemente sobre España los cobardes asesinos. Y caerá también sobre las
autoridades, sobre todos los españoles, por no haber podido o no haber querido
refrenar los desmanes de las fieras. Los batallones de voluntarios se componían
de españoles y de lugareños adictos. Tenían por excusa el patriotismo y bien
dirigidos habrían podido ser útiles, pero sus jefes, sus consejeros, sus guías,
los que los azuzaban a perpetrar todo tipo de canalladas eran los comerciantes
enriquecidos de mala manera y los defraudadores del Estado, loa corruptores que
se valían de las masas para sus fines políticos y para sus lucrativos negocios
particulares. Hasta para delinquir invocaban el honor de España. Lo que el
honor de España reclamaba no era sangre de inocentes, ni aun de culpables, sino
justicia, humanidad y honradez. Las hubiera habido y no seríamos, como seremos,
execrados por la Historia.
Lunes, 17 de diciembre
ME FASTIDIA UN POCO
Nunca se lo diré a nadie, porque me hace quedar como un
maldito envidioso, pero siempre me fastidia un poco encontrarme con gente que
vale más que yo (cosa que, afortunadamente, ocurre con bastante frecuencia).
Martes, 18 de diciembre
EQUIVOQUÉ LA VOCACIÓN
Voz en off: “Salí de Bucarest el 16 de abril de 1939. El
tren de Berlín recorrió la Moldavia hasta el anochecer, pasó por territorio
polaco, durante la noche tocó Lamberg, Cracovia y Kattowitz, para alcanzar a la
mañana siguiente la frontera de Silesia. Poco después de medianoche, añadieron
a nuestro tren el vagón-salón del ministro de Asuntos Exteriores de Polonia. Me
habían avisado que el coronel Beck deseaba verme antes de mi visita a Berlín.
Fui a reunirme con él en su vagón y viajamos juntos hasta el amanecer. Penetré
así, de golpe, en pleno drama europeo”.
Con estas
palabras comienza el viaje de Grigore Gafendu, ministro de Asuntos Exteriores
de Rumanía, por las capitales de Europa poco antes de la catástrofe.
Siempre me
han fascinado los libros que permiten viajar en el tiempo. Releo Últimos días de Europa y me detengo
menos en la ceguera de los políticos de entonces –-el coronel Beck confiaba
plenamente en la amistad alemana– que en los pequeños detalles de época. Ese
largo encuentro diplomático en un tren o la visita a Breslau que le habían preparado
los nazis antes de los encuentros con Ribbentrop, Goering y finalmente Hitler,
en Berlín: “Allí reinaba, a pesar del prodigioso desarrollo de sus barrios
industriales, una pacífica atmósfera de ciudad provinciana, cargada de
recuerdos y de ensueños. Di concienzudamente la vuelta a los monumentos
históricos, y por la noche, rendido de cansancio, me dormí deliciosamente en el
palco de honor del Stadttheater, a los sones familiares y tranquilizadores de
una opereta vienesa”.
El viaje
–Bruselas, Londres, París, Ankara– termina en Atenas: “Entramos en el puerto
del Pireo entre aclamaciones ensordecedoras. Todo estaba engalanado y
endomingado, las sirenas de los vapores silbaban, los marineros alineados en el
puente agitaban sus gorros, una muchedumbre ruidosa invadía los muelles.
Destacábase, en un cielo luminoso, y más resplandeciente aún, como sostenido
por alas invisibles, la mole del Partenón”.
Como tardo
en dormirme, me entretengo esbozando el guion de una superproducción a la
antigua (El doctor Zhivago, Lawrence de Arabia) basada en ese viaje.
No se trata de un documental, así que imagino una trama de amor y espionaje que
sirva de mcguffin a lo que de verdad
importa, el recorrido por la Europa de 1939. Esos intrigantes tópicos se me dan
muy bien. ¿Cuántos guiones de cine, todos de la serie B, habré escrito sin
escribir ninguno, cuántas novelas de kiosco?
Quizá
equivoqué la vocación, quizá en lugar de dedicarme a la literatura debería
haberme dedicado a los alrededores de la literatura, a los espadachines y a los
libros de autoayuda, como Pérez-Reverte o Paolo Coelho.
Miércoles, 19 de diciembre
TONTERÍAS
Tonterías que uno lee en los periódicos: “La baja natalidad
pone en riesgo las pensiones del futuro”.
Pero, si
tenemos a buena parte de los jóvenes en paro, ¿cuál es el problema de que en el
2050 haya menos jóvenes? Los tendríamos a todos ocupados.
Jueves, 20 de diciembre
UN CUENTO DE NAVIDAD
“No sé qué regalarte”, me dijo con una sonrisa que valía más
que cualquier regalo.
Viernes, 21 de diciembre
LO QUE MÁS DESEO
Un mundo donde la maldad forme parte de la industria del
entretenimiento y exista solo en las películas y en las series de televisión.
"Mi patria no es España,/ mi patria no es Europa,/ mi patria es de un almendro/ la dulce inolvidable sombra". Así comienza el más célebre poema de Nicolás Estévanez. A Unamuno --dicen-- le hizo gracia una patria tan insignificante. Hace mucho mucho tiempo vi en El Comercio, de Gijón, un artículo que recopilaba poemas satíricos de cuando él estuvo en Asturias. No sé si tu fundación tiene recogida la "literatura asturiana" del escritor canario.
ResponderEliminarVoy a hacer algo tan convencional como desearles a todos, empezando por el anfitrión, una Navidad que deje un buen recuerdo. Los paréntesis, aunque sean engañosos, suelen resultar necesarios para la higiene mental.
ResponderEliminarQue paséis una confortable Navidad, colegas.
ResponderEliminarA lo mejor quienes se preocupan de que en un futuro no lejano -debido a la baja tasa de natalidad actual- haya escasez de brazos (de mentes no, que inventen ellos) nativos que trabajen, se olvidan de que -por entonces- la ahora odiosa inmigración estaría deseosa de volver (parece ser que la van a echar) y de ocupar las vacantes de los nonatos españoles. ¿Será porque piensan que un camarero senegalés iba a ser peor que uno de la sierra malagueña? Pues intuyo que, en breve, va a haber una buena ocasión para testar el arranque, la diligencia y el aguante de nuestros nacionales, en cuanto bajen al infierno de los invernaderos de El Ejido, nada más que expulsen a los aborrecidos africanos y acudan en formación disciplinada contingentes de peones de la tierra, dispuestos a hacer patria y a dejar claro cómo se comporta un español si le tientan la bandera..., aunque sea por un salario de miseria. Ahora que se acaba el PER en el valle del Guadalquivir, la caravana de desplazados hacia la fértil Almería será de ver.
ResponderEliminarVeremos impacientes cómo el nuevo tridente ultranacionalista andaluz va a dar respuesta -para admiración de Europa- a las calamidades endémicas de aquella desgraciada tierra. Atentos, pues, a la pantalla.
"Las venas abiertas de América Latina" se titula uno de los libros de Eduardo Galeano, y son muchas las venas abiertas. Una es la de estos estudiantes cubanos, ejecutados con pavorosa arbitrariedad, como escarmiento (de qué?); otra vena fue Santa María de Iquique, y otra Puerto Montt, y otra los vuelos sobre el océano para arrojar el lastre humano de revolucionarios, y otra la masacre en la plaza de las Tres Culturas... Aún pensamos en Simón Bolívar
ResponderEliminar"como candela que va
anunciando un rumbo cierto
en este suelo cubierto
de muertos con dignidad".