“Me encantaría que conocieras a mi amigo Julio Salom,
general de brigada que –no tengo duda– llegará a general de cuatro estrellas.
Julio, uno de los pocos idealistas de verdad que conozco, ha sido teniente,
capitán, comandante y coronel legionario, y está tan atónito como yo ante lo
que se dice sobre la legión española. Disciplinado como buen militar, aguanta
lo que haga falta pero no entiende que se publiquen determinados artículos tan
tremendos como los escritos a propósito del himno de la legión entonado por
políticos que asistían al desembarco del Cristo de Pedro de Mena en el Puerto
de Málaga”.
Soy más
amigo de la verdad que de mis prejuicios, así que después de haberme pasado los
últimos días defendiendo a Unamuno y despotricando contra Millán Astray, el
energúmeno del Paraninfo en un incidente que algunos quieren minimizar, no
tendría ningún inconveniente –todo lo contrario– en conocer a Julio Salom, como
me sugiere Ángel Gómez Moreno, catedrático de Literatura en la Complutense,
hombre de muy varios e insólitos saberes.
A fin de
cuentas, entre mis héroes ha estado siempre un militar, Antonio Ros de Olano,
de quien supe mucho antes de encontrármelo en la historia de la literatura y de
leer sus obras. Mi abuelo Juan era un gran admirador suyo y siempre lo
mencionaba cuando hablaba de la guerra de Marruecos. Yo pensaba que había sido
su jefe, pero luego supe que no podía ser posible. Mi abuelo estuvo en los años
veinte y Ros de Olano a mediados del XIX. Quizá la admiración le venía del Diario de la guerra de África, de Pedro
Antonio de Alarcón, que leía y releía.
Una noche
de invierno en que había comenzado a nevar, lo recuerdo bien, sentados junto a
la lumbre, en la humosa cocina, tras recitarme el romance de la loba parda
(“Estando yo en la mi choza / pintando la mi cayada…”), que yo siempre oía
embelesado y gozosamente asustado, le interrumpí nada más comenzarme a contar de
nuevo una de sus heroicas o picarescas aventuras con los moros. Aquella mañana,
en la escuela, habíamos leído “El carbonero alcalde”, una de las historietas
nacionales de Alarcón, y el maestro había justificado las barbaries que allí se
cuentan conque se trataba de defender la patria contra los invasores.
––Abuelo,
si en la guerra de la Independencia los malos eran los franceses porque habían
invadido nuestro país, en la guerra de Marruecos. ¿los malos no éramos los
españoles por haber invadido el de los moros?
Mi abuelo
se quedó atónito, nunca se le había ocurrido pensar tal cosa –que en una guerra
los españoles pudieran ser los malos– ni que nadie pudiera pensarlo. Me miró un
rato en silencio; luego me acarició el pelo.
––¡Este
niño! ¡Lo que se le ocurre! Los moros son salvajes, nosotros les llevábamos la
civilización cristiana.
Y siguió
con sus historias en las que, no sé cómo, siempre acababa apareciendo, ejemplo
y lección, el general Ros de Olano, el amigo de Espronceda, el héroe de la
primera guerra carlista. Allí tuvo como adversario a un heroico brigadier, Juan
Antonio de Urbiztondo, de quien, tras el abrazo de Vergara, se hizo amigo.
La muerte
del general Urbiztondo dio mucho que hablar y todavía no se ha aclarado del
todo. Pío Baroja se refiere a ella en Los
visionarios: “El rey consorte era partidario de los carlistas, y quería en
la sucesión de la corona a la rama mayor de los Borbones de España, es decir, a
don Carlos. Al saber que su mujer había quedado embarazada por obra y gracia
del oficial Puig Moltó, don Francisco llamó en su auxilio al general
Urbiztondo, hombre de pelo en pecho y ministro de la Guerra, y en su compañía
se presentó en la cámara de doña Isabel dispuesto a armar un gran escándalo.
Les salieron al paso el general Narváez y el marqués de Alcañices. Don
Francisco de Asís increpó a Narváez y le llamó alcahuete. Urbiztondo y
Alcañices riñeron con tal violencia que, frenéticos los dos, sacaron la espada
y se atravesaron. Ubiztondo murió en el acto en la antecámara de la reina y
Alcañices, pocas horas después, en su casa. Los periódicos dijeron que
Urbiztondo había muerto de una pulmonía fulminante”.
Los hechos
no fueron exactamente así, y el propio Baroja, cuando volvió a referirse a
ellos en uno de sus artículos del diario Ahora,
que dirigía Chaves Nogales, recibió una carta de rectificación del Presidente
del Consejo de Estado, Martínez de Aragón, nieto del general. A su madre le
había oído contar muchas veces cómo el ilustre abuelo murió en casa, a causa de
una fulminante pulmonía.
Antonio Ros
de Olano quiso saber lo que le había ocurrido a su amigo y lo que averiguó, la
verdadera historia, no parece que fuera muy diferente a lo que referían los
libelos contra aquella reina castiza que luego daría tanto juego en los
esperpentos de Valle-Ínclán.
Lo contó,
cuando ya era historia antigua, en uno de los capítulos de sus “Saltos de la
memoria”, la autobiografía incluida en Episodios
militares, pero esas páginas las tachó en galeradas. ¿A qué molestar al
joven monarca? Prefirió ser infiel al recuerdo de su amigo.
Tampoco
quiso contar nunca la verdad de lo que había pasado el duque de Sesto, mentor
de Alfonso XII, y hermano mayor del otro muerto aquella infausta noche en
palacio, Joaquín Osorio y Silva, hijo del marques de Alcañices, ayudante de
campo del entonces presidente del Consejo de Ministros, el general Narváez.
Se
conservan esas galeradas en las que Antonio Ros de Olano resume el resultado de
sus investigaciones, pero no se han hecho públicas. Las guarda un coleccionista
madrileño y hay quien ha tenido la suerte de echarles una ojeada, como mi amigo
Abelardo Linares, que ofreció por ellas una cantidad considerable, pero no se
le permitió leerlas mi muchos menos fotografiarlas.
Mientras no
se hagan públicas, tenemos que conformarnos con lo que poco a poco fue trascendiendo
a pesar de la desinformación oficial. No parece cierto, sino una chusca
invención, que meses después, en el solemne acto de presentación al gobierno de
la nación del recién nacido príncipe Alfonso, con el salón del trono repleto de
purpurados y grandes hombres, el bebé en una bandeja que sostenía la oronda
madre al lado del encogido rey consorte, un diputado se atreviera a gritar,
como en los estrenos teatrales, “¡Que salga el autor!”
Lo cierto
es que a partir de aquel suceso muchos monárquicos, entre ellos Ros de Olano,
abrazaron la causa antidinástica, la que en 1868 lanzó el famoso manifiesto del
“viva España con honra” y el “queremos poder comentar con nuestras esposas y
nuestras hijas la causa de los cambios de gobierno”.
Lo que
ocurrió la noche del 25 al 26 de abril de 1857, hasta dónde yo he podido
averiguar, y a falta de conocer el resultado de las investigaciones de Ros de
Olano, fue lo siguiente.
El 16 de
diciembre de 1856, Narváez destituyó fulminantemente a su ministro de la
Guerra, Juan Antonio de Urbiztondo, que había sido gobernador de Filipinas y
conquistador del archipiélago de Joló. La razón es que le habían llegado
noticias de que se conspiraba contra él y que el rey consorte, descontento con
su manera de hacer política (tenía muy poco en cuenta sus recomendaciones),
propiciaba un cambio de gabinete con Urbiztondo como presidente. Nada más
cesar, fue nombrado por el rey consorte su ayudante de campo.
La
conspiración continuó por otros medios. Un día en que la reina se había
retirado a sus aposentos privados con su amante de entonces, Puig Moltó, el rey
decidió visitarla, armar un escándalo y amenazarla con no reconocer el fruto
del incipiente embarazo si no destituía a Narváez.
Pero
Narváez tenía espías en todas partes y cuando el rey y su ayudante llegaran a
la antecámara se encontraron al espadón de Loja, como se le llama en El Ruedo Ibérico, y a su ayudante de
campo plantados ante la puerta.
––¡La reina
ha pedido que no se la moleste! ¡Aquí no entra ni una mosca!
––¡Soy el
rey!
––¡Como si
eres la madre que me parió!, contestó chulesco Narváez.
El rey
trató de abrir la puerta y Narváez le dio un empujón que le hizo tambalearse.
Urbiztondo desenvainó entonces el sable para proteger a su señor. El joven
Osorio y Silva hizo lo mismo. No se sabe bien qué pasó, ya que era un
espadachín consumado. Quizá pensó que el enfrentamiento no iba en serio. El
caso es que a los pocos instantes, visto y no visto, Urbiztondo le atravesó el
pecho. En ese momento, Narváez le apuñaló por la espalda. El rey sufrió un
desvanecimiento y al caer se dio un fuerte golpe en la cabeza. Todo había
ocurrido en pocos minutos y sin que hubiera nadie más presente (Narváez había
mandado salir a los alabarderos).
La primera
en aparecer fue la reina, entre grititos, rodeada de sus damas. Narváez era el
único que podía contar lo que había ocurrido y, muy sereno, se hizo cargo de la
situación.
–-Un
desgraciado incidente, señora. Mi ayudante de campo, al querer impedir por la
fuerza que el general irrumpiera en sus habitaciones, se enfrentó a él con el
resultado de la muerte de ambos. Al rey no le pasa nada, un susto; cuando se
recupere de su desmayo, lo corroborará. Ahora es cuestión de impedir el
escándalo. Estos desdichados deben fallecer en sus casas, no en palacio.
Ambos murieron
en sus casas, de acuerdo con la escueta información que publicaron los
periódicos, y de una fulminante pulmonía.
Se cuenta
que, cuando Narváez estaba a punto de fallecer, en 1868, poco antes del
derrocamiento de la reina, le preguntó su confesor si perdonaba a sus enemigos.
“Yo no tengo enemigos, los he fusilado a todos”, contestó orgulloso el prócer.
Pero parece que mentía: a alguno no había mandado fusilarlo, sino que él mismo,
como un tabernario jaque, le había apuñalado por la espalda.
Apreciado poeta, me rechina un tanto ese "que no podía ser posible" del tercer párrafo.
ResponderEliminar¿No sería mejor "que no era posible", o a secas "que no podía ser"?
No eres el primero en indicármelo. Pero a mí no me rechina. Tenemos que aprender a ser comprensivos con los usos personales del lenguaje.
ResponderEliminarNo puede ser posible es una expresión que se ha generalizado muchísimo y hasta suena bien.
EliminarNo puede ser posible la posibilidad...
Eliminar(Sei un uomo molto cacofonico)
"Muertes naturales en palacio", eso parece ser lo que corrió por Madrid con ese humor tan certero y castizo de los que se dicen del Foro.
ResponderEliminarA mi, con permiso, lo que no me agrada es la corrección. El uso personal de Martín es más preciso. Por lo demás, inquietante historia secreta. Hace poco leí "La Fontana de Oro", y parecía estar reviviendo esa novela.
ResponderEliminarIncluso siendo el menos indicado para juzgar, me parece evidente que la expresión en debate es una redundancia, pues "posible" es "lo que puede ser" o "lo que podría ser". "No podía ser posible", patentemente, redunda. Pero a renglón seguido: la redundancia no es delito, de momento (aunque en caso de ser rapero yo andaría con cuidado). Tampoco parece que esa aberración que es el "delito de odio", y que tan bien les viene a grandes odiadores, incluya el odio a la sintaxis. (Legislar sobre el odio, sobre un sentimiento, qué atrevimiento y qué insensatez).
ResponderEliminarIsabel II, una Católica Majestad cuyo decálogo tenía nomás cuatro o cinco items, escandalizó a la España del XIX, dominada por la Iglesia, a causa del overbooking de su alcoba y de sus preñeces numerosas e indisimuladas. Lo mismo jóvenes caprichos que matalones, como en el Catálogo del Don Giovanni de Mozart. Claro que reyes masculinos, u obispos, aún más promiscuos y con alcobas todavía más pobladas se consideraban como la pura normalidad y lo justamente esperable. Así han sido las cosas, y son, en gran medida. Las mujeres, media Humanidad, injuriadas y discriminadas.
Si el caso de Isabel II, en vez de piedra de escándalo se hubiese considerado ejemplarizante por la liberación de tabúes que implicaba y por la igualación de la mujer en cuanto a conducta libre, varias generaciones de españoles y sobre todo de españolas quizás habrían sido menos desgraciadas (unos cuantos millones de seres) y no se hubiesen necesitado turistas suecas para normalizar el país.
Los cómics y las viñetas satíricas inundaron los corrillos, y se puede decir que Isabel II inauguró la pornografía española moderna, si no como autora, sí como protagonista. Las famosas láminas "Los Borbones en pelota", atribuidas a Bécquer y a su hermano pintor, están ampliamente difundidas en Internet. Son muy elocuentes.
Con lo fácil que era escribir "supe que no era posible"... La fórmula más engorrosa que elige Martín no añade nada: ni a la expresividad ni a la calidad de imposible de la cosa.
ResponderEliminarYa se sabe que -en castellano- dos negaciones consecutivas no constituyen afirmación, pero lo único que legitima este contrasentido lógico son los siglos de rodadura que tiene esta -mala- costumbre, desde que un escribano descuidado sentó cátedra en Cartagena de Indias o por ahí. Así que no contribuyamos a que se metan -gratuitamente- pufos linguísticos. No importa gran cosa pero algo importa. Y si se sabe decir mejor, no se diga peor.
Observo cómo cada vez más se escribe "debe ser" por “debe de ser". Y no vale apelar al contexto. Ahora, si alguien dice "Julita debe ser honesta", no se sabe si está aconsejando a la niña, existe cierta solapada reconvención porque Julita empieza a mostrar inclinaciones preocupantes o se trata de otra cosa. Sin embargo, “Julita debe de ser honesta” , daría a entender que apunta maneras de jovencita hacendosa y muy de su casa: una Julita que preocupa y otra que va por buen camino.
Apuesto a que algún académico le quita importancia al dislate y dice que es una lengua viva que da muestras de estarlo.
PS.- A instancias del culto gremio de los periodistas deportivos, la RAE ya está pensando en incorporar “vertical” como una de las acepciones de perpendicular. Y “horizontal” va a ser sinónimo de lateral. Ya está casi hecho. Dicen.
No pretendo decir que en el presente caso se trate de dos negaciones consecutivas. Por si no estaba claro.
ResponderEliminarPreocuparse por nimiedades lingüisticas --que me perdonen F. y Pérez Reverte-- me parece el más claro ejemplo de pérdida de tiempo y pobreza mental.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, sobre todo cuando el heterodoxo peca a sabiendas.
EliminarNo es posible que diga esto un meticuloso del estilo. Los demás comentaristas es posible que desbarren. Si cambia la forma, cambia el significado. La redundancia, en este caso que nos ocupa, es aclaración. Y no más nimiedades.
EliminarA mí me encanta "portavoza". Es muy poético.
EliminarNo nos va la vida en la gramática, eso está claro. Aún así, me está sorprendiendo la casi unanimidad en la tolerancia al desaliño expresivo, que en algunos comentarios alcanza el grado de apología del descuido.
ResponderEliminarLa respuesta de Martín me parece demasiado áspera. Las "nimiedades lingüísticas" no suelen ser tan nimias, y encuentro desconsiderado calificar de "pérdida de tiempo y pobreza mental" el prestarles atención. Y más desde un blog literario. Importan las ideas, por supuesto, pero una forma deficiente con frecuencia deja las ideas cojas o asténicas.
¿A qué nimiedades se refiere Martín? ¿A su "redundancia" venial? ¿Al debe ser-debe de ser? ¿A la burrez euclidiana de nuestros (todos) gacetilleros deportivos?
ResponderEliminarSi lo que le pica es lo suyo, le anticipo que estoy de acuerdo en que solo se trata de una cuestión de estética (él dirá de estilo), no de un atentado a la gramática. De las otras dos cuestiones discrepo abiertamente: son censurables y merecen corrección.
Porque la estética cuenta, ya lo creo que cuenta, si se está por el cuidado de las letras y por no vulgarizarlas, máxime si cuesta tan poco, porque se puede y se sabe. Y no existe riqueza mental que piense que una redundancia gratuita -que ni quita ni pone sino que sobra- importa nada en un texto que se procura ajustado y que no se limita a ser la crónica de un periodista ramplón, sino de un escritor de mérito. Poco gana Martín replicando con unas maneras hostiles y desconsideradas a algo que carece de la menor trascendencia y que, además, sabe él que no tiene razón; será un desliz venial, insignificante..., pero desliz al fin: tengo la seguridad de que si Martín llegara a integrar el texto de la discordia en uno de sus libros se ocuparía en eliminar la citada redundancia.
Dice Mario Quintana en uno de sus libros (La pereza como método de trabajo), refiriéndose a la estética de las palabras y después de manipular -del derecho y del revés- unas cuantas, como ombligo, voluptuosidad, Urraca (doña), volutabro y badulaque: “No faltará lector que se las dé de profundo y que me juzgue superficialmente al verme tan ocupado con palabras. Excusado estoy de recordarle que la poesía es una de las artes plásticas y que su material son las palabras, las misteriosas palabras...”
Ahí es nada: la palabra elevada al podio de la obra de arte plástica.
Sobra que alegue mi total acuerdo con lo escrito por Quintana (maestro incomparable del epigrama y de la greguería). Porque si desnudamos de arte lo que hacemos lo achicamos y lo desmerecemos. Y es de suponer que, aunque sea en un decoroso blog de temas literarios, no está de más ocuparse con esmero de estas cosas. Cuesta poco y alegra mucho. Y una palabra mal colocada afea el conjunto como lo haría una verruga en la barbilla de Gioconda. Que no iba a dejar de ser hermosa por este capricho de la naturaleza pero..., ¿qué le costaba a Leonardo disimular un poco?
El problema no son las incorrecciones lingüísticas, sino que la mayor parte de los que las censuran creen que es "incorrecto" lo que en la escuela le enseñaron que es incorrecto o lo que leen en una gramática obsoleta.
ResponderEliminarCualquier lengua tiene variedades y registros distintos, no todo "lo que nos suena mal", o lo que nos dijeron que era incorrecto, lo es. La redundancia posee un valor expresivo. Es el hablante (o el escritor) el que decide cuándo utilizarla y cuándo no, según quiera dar mayor o menor énfasis a lo que dice. "¡Lo vi con mis propios ojos!", dice que español que conoce su lengua. ¿Y con cuál ibas a verlo, con los del vecino?, preguntaría el F. de turno.
"Diccionario de autoridades" se denomina el primer diccionario. Y esas autoridades no son los gramáticos, sino los escritores (en el XVIII no había registros de la lengua oral). Hoy sabemos que la principal autoridad en cualquier lengua son los hablantes.
No saquemos las cosas de quicio queriendo aparentar -solo por afán de contradicción- que estamos en desacuerdo en lo fundamental no estándolo. He mencionado tres disconformidades de distinta intensidad: nimia la que se refiere a la redundancia, mediana la de los debe-debe de, y contundente y a degüello contra los ignorantes de la geometría del espacio. Las tres precisan de una consideración distinta.
ResponderEliminarYerra radicalmente el buen Martín suponiéndome pruritos academicistas que no tengo. Pero sí poseo una desarrollada pituitaria para ventear la calidad estética. Amigo de neologismos, trabalenguas y fintas arriesgadas, me precio de no ser escribidor de reata. Surrealista, absurdo ma non troppo, agradável, torerísimo..., dice de servidor su docta tía de Beira Litoral. Ustedes no, que no me conocen casi de nada.
Mal ejemplo el que elige Martín: “Lo vi con mis propios ojos”..., y no repara en que en esta frase no existe redundancia alguna (el verbo ver solo aparece una vez), sino un pleonasmo del copón. Pleonasmo, monseñor.
Y no, el sutil F. no hace esa clase de preguntas tan tontas y capciosas; el buen F. no se descara con la gente por tan poco. Pero le jode que los listos le lleven la contraria.
No comparto esa soberanía absoluta que el condescendiente vate aldeanovense atribuye al pueblo en sus hablares; el pueblo habla como sus maestros le enseñan. Y un maestro negligente es, en buena parte, culpable de las soberanas burradas de sus desgraciados alumnos.
Que no se pique el buen Martín, que en esta casa se le sigue estimando bastante.
Redundancia: en teoría de la información, propiedad de los mensajes consistente en tener partes predictibles a partir del resto del mensaje y que, por tanto, en sí mismo no aportan nueva información o "repiten" parte de la información. (Wikipedia)
ResponderEliminarLa información "con mis propios ojos" es redundante porque no añade información a "lo vi" (la repetición de palabras es otra cosa).
No sé nada de F, pero me lo imagino jubilado en busca de cualquier pretexto para perder el tiempo. No es mi caso. Fin del debate.
Para que se note la utilidad de la Wiki... Naturalmente que un pleonasmo es una forma de reiteración. Y que decir "que no podía ser posible" también, y que suena malamente. No porque haya reiteración, sino porque REPITE derivados del verbo poder separados por una sola palabra.
ResponderEliminarY si Martín se conforma con que se le entienda allá él. Pero que no embolique.
PS.- Si estuviese ocioso malamente iba a colmar el hueco temporal con mandas al blog del buen Martín. Y otras apenas mando, que tiene la casi exclusiva. Sí, sí. Qué osadía la suya...
Malicio que se parece a Edgar Neville. Don Edgar solía decir que su vida "era más leída que vivida". Resulta que yo me parezco más a Herman Melville, que gozó de una turbulenta y accidentada vida y que escribió alguna de sus páginas más aguerridas desde un coy que oscilaba en el sollado del Acushnet, a la luz de una bujía de sebo de ballena.
O sea que Martín apenas si se mueve del triángulo su casa-Los Prados- librería Cervantes. Y que en esta última compra las guías Everest que tan útiles le vienen siendo. Eso sospecho.
Hace tiempo que las guías Everest solo se encuentran en los mercadillos. La editorial ya no existe.
ResponderEliminarF, tú si que eres una reiteración, una redundancia y un pleonasmo. Y ese "sí, sí" no puede ser posible que sea más horrible... bueno, sí, el famoso "sí o sí". Y disculpa.
ResponderEliminarLe he visto revolver en el cajón de saldos de la librería Cervantes, y salír con algo del Caballero Audaz y una guia Everest de Tanganika.
ResponderEliminarTiene razón don F. En eso y en casi todo.
Don Jesús: a su manual de papas arrugás y a evocar sus lunas pequeñitas. Se lo reitero.
ResponderEliminarMi arma,tiene usted un hablar ininteligible, de manera que no se sabe si elogia, adula o cocea como mula.
ACRÓSTICO
EliminarFermín Valverde:
no sea tan impertinente,
insulte abiertamente.
(Y cambie de registro,
ya aburren sus simples heces.)
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarMartín, ya me arrepentí del comentario que hice a la contestación de F. Si puedes, no lo pongas.
ResponderEliminarEliminado tu comentario, Jesús. Sabia decisión la tuya. Mejor no entrar en el juego de "más eres tú".
ResponderEliminarQué pena habernos perdido el previsible comentario del buen Jesús...; qué ocasión perdida para hacer pedagogía (servidor, claro está). Pero iba a ser un demasié, lo comprendo. Casi mejor así.
ResponderEliminarA don Pánfilo García le digo que no es sabia decisión retirar los detritus del foro, sino repliegue timorato de quien se sabe en riesgo de salir con desgarrones en la taleguilla.
A don Fermín le aconsejo que no haga oídos a las cacas de cierta arrecogía del beaterio de san Josemaría, que es gente peligrosa llegado al caso, sobremanera si está en fase purgatoria de reciente pulsión abandonista.
Y los justos callados, puede que por el hastío de ser testigos de las lacras inmisericordes de la patria, plasmadas en la estulticia agresiva de algunos de sus cazadores-recolectores iletrados. Aunque hayan sido de Letras, que les cundieron bien poco aquellas disciplinas.
Pobres letras castellanas, que tan malos escribidores tiene.
PS.- Prepárate, Martín; tengo entendido que se cuece un discurso que alguien quiere clavar en las tablas lacayas del Campoamor y que pretende que seas el autor-negro del mismo, para lucimiento de un hortera de pocas luces que no hace mucho alcanzó el doctorado en poesía sobre el mismo entarimado, con la inestimable anuencia (quien calla otorga, quien va no se queda aparte) tuya y de otros impensables concurrentes. Claro que un mecenas es siempre un mecenas...
Salud y talento.
En este mundo traidor
ResponderEliminarla verdad siempre es verdad
la diga su majestad
o un ilustre simplón.
A don F rindo el don
de tener limpio el espejo,
la perrona se la dejo
toda entera para él;
posible no puede ser
que al perro muerda un conejo.
En mala hora levanté la liebre. Cuán extraños cabreos, tertulianos, si aquí no quiso nadie imponer nada. Escriba cada cual como le plazca sin avenirse a dar explicaciones. No se tomen por órdenes ni apremios lo que no pasan de ser interrogantes o meras, inofensivas sugestiones. Que la lengua decaiga es baladí cuando ya han decaído tantas cosas. Pues más chusco que trágico sería que en el trance del estertor postrero se tenga que ocupar el que transita de componer su queja lapidaria, de modo que no ofenda a la Academia. Es lo que nos faltaba, compañeros.
ResponderEliminarJesusito de mi vida
ResponderEliminarno eres malo como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón.
✌��✌
Eres malo de cartón / y no tienes corazón/ y cerebro tienes poco/ No me vuelves loco.
EliminarDon Andrea, el aborigen español es objeto de una mutación genética mediada por la barrera pirenaica, que ha operado por milenios a modo de un Rift Velley que aislara las especies biológicas, los homínidos entre ellas, y que hace de nosotros un pueblo recalcitrante y negado para aceptar razones si estas nos cogen con el paso cambiado y -sobre todo- si hay terceros a la vista.
ResponderEliminarEstos accidentes geológicos son muy importantes; incluso fenómenos menos aparentes, como las erupciones volcánicas, pueden tener influencia en la conformación cromosómica de los seres vivos. Así que los efluvios sulfurosos del Etna bien pudieran estar detrás de la propensión de muchos sicilianos a cierto gregarismo de estorsion y de lupara. O como que las emanaciones del Teide provean a los nativos de aquellas islas de una parsimonia y unas ocurrencias un tanto peculiares.
Detrás de los procederes que pensamos fruto del libre albedrío, un barranco, una alta sierra o la fumarola de un volcán.
Pocos resisten a la lupa del entomólogo. Yo, casi tampoco.
Lean "extorsión", por favor.
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