Jueves, 4 de enero
REGALO DEL AZAR
Los días fuera de casa no tienen veinticuatro horas, tienen
al menos cuarenta y ocho. He paseado por el Foro y por el Lungotevere, bajo un
cielo espléndido y una temperatura veraniega; he visitado la exposición “Trajano.
Construire l’Impero, creare l’Europa”, dispersa entre los restos de lo que
fueran sus mercados, el primer gran centro comercial del mundo; he admirado los
tesoros de la antigüedad de Roma que en homenaje a Winckelmann se exponen en
los Museos Capitolinos; he visitado media docena de librerías, docena y media
de iglesias; me he perdido en no sé cuántas callejuelas, y de pronto me
encuentro que todavía son solo las ocho, demasiado pronto para cenar e irse al
hotel.
No sé qué hacer
para evitar la melancolía. Sin mis rutinas, estoy perdido. Ahora sería el momento de irme al
café de siempre, con uno de los libros recién comprados y esperar a que llegue
algún amigo. Pero aquí estoy solo conmigo mismo y temo que del sótano donde
encierro todo aquello en lo que no quiero pensar empiecen a rezumar las aguas
negras y acaben empapándome por completo.
Me
encuentro en la plaza Barberini, junto a la fuente del Tritone, rodeado de
gente, pero sin una cara conocida. Recuerdo vagamente que por aquí había un
cine. En efecto, ahí está. Y entre las películas hay una que se titula Napoli velata y que comienza dentro de
pocos minutos. El azar, que suele jugar a mi favor, me ha resuelto en problema.
La
película, de Ozpetek, una especie de Almodóvar turco-italiano, comienza bien,
con las escaleras de un decimonónico palazzo
napolitano que se retuercen hipnóticamente sobre sí mismas. El guion, lleno de
descosidos, no tiene ni pies ni cabeza: en una fiesta, una doctora cuarentona
cruza un par de miradas con un joven y poco después se van los dos a casa de
ella y se pasan la noche haciendo el amor (y lo sé porque, durante al menos un
cuarto de hora, Ozpetek filma minuciosamente todos sus encontronazos, caricias
y jadeos). Lo pasan muy bien y quedan para verse al día siguiente. ¿Dónde? En
el Museo Arqueológico Nazionale (como si dos madrileños que acaban de ligar
quedan para verse en el Prado). Un pretexto para que el director nos muestre a
la protagonista, una maravillosa Giovanna Mezzogiorno, paseando de una sala a
otra, deteniéndose en el Gabinete Secreto, superponiendo en su imaginación las
imágenes eróticas que contempla con las que guarda de la noche anterior. El
joven no aparece, no responde a las llamadas. Al día siguiente, la doctora tiene
que reconocer un cadáver y resulta que es el del joven con el que estaba
citado, al que luego cree ver en diversos lugares, como en Vértigo de Hitchcock (se trata al parecer de un hermano gemelo del
que nadie sabía nada). Pronto me olvido del argumento y me entretengo con los
escenarios: la Piazza del Gesù Nuovo, con la columna de la Inmaculada, cruzada
varias veces; las nuevas estaciones del metro (que aún no conozco); el claustro
de San Martino (donde se juega al bingo); el puerto de Mergellina; la silueta virgiliana
del Castel dell’Ovo… También aparece, claro, la capilla de Sansevero, con su
fascinante Cristo Velato, que ha inspirado el título.
Ozpetek
pasó dos meses en Nápoles dirigiendo la Traviata
en San Carlo. Su visión no deja de ser la de un pretencioso turista.
A mi me
divierte este paseo fantasmagórico por una ciudad que amo, me cambia el humor.
Mañana a primera hora tomo el tren para Nápoles. La coincidencia me parece un
regalo del azar.
Viernes, 5 de enero
EN CASA
En Nápoles tengo casa. Es una librería, como no podía ser de
otra manera. Tras tres o cuatro horas pateando la ciudad, entro en La
Feltrinelli de Piazza dei Martiri, paseo entre las mesas de novedades, hojeo
este libro y aquel, y me llevo dos a la cafetería: L’arte del viaggio, de Cesare de Seta (“Al contemplar una ciudad se
termina por contemplar el propio rostro”), Il
caso David Rossi, de Davide Vecchi.
En cuanto
abro este último, no puedo dejar de leer. Me recuerda el caso del fiscal
argentino Alberto Nisman. También aquí se trata de un suicidio que para muchos
encubre un asesinato. Una fascinante novela policíaca de la vida real.
David Rossi
era el “manager” –así se le denomina en italiano– del Monte Paschi di Siena, el
más antiguo banco del mundo, el orgullo de la ciudad de Siena. Él se encargaba
de las relaciones con la prensa, de repartir prebendas y subvenciones, y lo
hacía con generosidad. Pedid y se os dará, era su lema. La ciudad estaba
encantada con su munificiencia; era el único sienés entre los dirigentes de la
entidad, otro motivo de orgullo.
Pero de pronto
comienza los problemas: se han hecho negocios de dudosa legalidad, el banco
entra en quiebra, varios de los dirigentes son detenidos. Es un escándalo
nacional. David Rossi capea como puede el temporal, sigue en su puesto. El 6 de
marzo de 2013 a
las 19.02 telefonea a casa. Le dice a su mujer que llegará en media hora, que
antes pasará a recoger la cena, que tiene encargada. A las 9.10, su mujer lo
llama para recordarle que pase por la farmacia, que necesita unas medicinas. No
contesta. Le manda un mensaje. Vuelve a llamarle. A las 19.32 le escribe “estoy
comenzando a asustarme”. Entre las 20.06 y las 20.16 le llama dieciocho veces
sin obtener respuesta. Pide ayuda a su hija. Le llama ella y alguien descuelga
el teléfono, pero no hay respuesta. A las 19.41, Gian Carlo Filippone, el jefe
de la secretaría de David, ha recibido una llamada suya, pero colgaron antes de
que pudiera responder. Poco después, la
mujer, la hija y el secretario van a buscarle a su oficina. La puerta del
despacho está cerrada. Entra solo el secretario. La ventana está abierta. Se
asoma. Allí abajo, en un callejón, ve el cuerpo de David.
La tesis
del suicidio es aceptada de inmediato, pero deja muchos cabos sueltos. Davide
Vecchi los va señalando uno a uno. Ninguna novela policíaca más apasionante que
este caso de la vida, reabierto tres años después y vuelto a cerrar porque
había desaparecido todas las pruebas que podrían llevar a los presuntos
asesinos.
Se descubre
que, dos días antes de morir, David Rossi le había enviado al administrador
delegado del banco, el siguiente correo: “Tengo miedo. Quiero hablar con los
magistrados… ¡Ayudadme! Mañana podría ser demasiado tarde”.
Pero ese
correo no reabre las investigaciones, sino que lleva al procesamiento de Davide
Vecchi por publicarlo en el diario en que colabora.
Si me
descuido, termino el libro en mi rincón favorito napolitano, La Feltrinelli de
Piazza dei Martire. Pero la ciudad me espera. Me acerco al Lungomare, ahora un paseo
peatonal, al fondo la silueta difuminada de Capri. Camino sin prisa, paso
delante de los hoteles –el Vesubio, el Excelsior– donde se alojaron Oscar Wilde
y González-Ruano y tantos otros viajeros ilustres de finales del XIX y
principios del XX. Saludo a la estatua de Augusto que aparece en la cubierta de
Rosa rosae, la novela de Víctor
Botas. Me llego hasta la plaza del Plebiscito, la fachada de las Galerías está
cubierta por un inmenso velo (¿Napoli velata?). En la plaza del Municipio subo
al metro. Se anuncia como el más bello metro del mundo, pero está parada está
en medio de un descampado perpetuamente en obras. Me bajo en Universitá,
simplemente para seguir la ruta de Giovanna Mezzogiorno tras su fantasma. Aún
tengo tiempo, antes de volver a la estación, de recorrer San Gregorio Armeno,
la calle de los belenes, y de tomarme un café en el bar Nilo, frente a la
estatua Corpo di Napoli.
Sábado, 6 de enero
EL CASO MATTARELLA
Los días fuera de casa, ya lo dije, no tienen veinticuatro
horas, sino cuarenta y ocho. Dejan demasiado tiempo para pensar en lo que uno
no quiere pensar. Subo hasta lo algo del Vittoriano y tengo toda Roma a mis
pies. Voy reconociendo las plazas y las cúpulas, la silueta del río, las siete colinas.
La vida de
cada uno es también una novela de misterio, con final abierto y nunca feliz.
Soy un hombre afortunado: tengo a mis pies la ciudad tantas veces soñada y en
lo alto el azul purísimo del cielo. He terminado por hacer, contra viento y
marea, siempre lo que quise, soy lo que quiero ser.
¿Por cuánto
tiempo? Las vigas comienzan a crujir, el desgaste de la edad a hacer de las
suyas. Pronto empezarán las visitas al taller. Me creía Supermán y soy solo una
frágil criatura, como todos. Siempre vivimos de milagro, pero llega un momento
en que somos más conscientes de ello, A mí esa sensación de que debemos ir
dejando lista la casa porque en cualquier momento puede llegar la hora de la
partida, me ha llegado en Roma.
Busco
refugio en la Feltrinelli del Largo di Torre Argentina, frente a los restos del
antiguo senado donde asesinaron a Julio César. Me gustan especialmente estas ruinas
porque un cártel advierte que en ellas los gatos son bienvenidos. Esta vez veo
pocos, solo dos o tres. Antes eran docenas y María Zambrano acostumbraba venir a alimentarlos.
Compro la Repubblica. Nada como echar una
hojeada a los males del mundo para olvidarse de los propios. Hace exactamente
treinta y ocho años, un 6 de enero de 1980, fue asesinado en Palermo el
presidente de la región siciliana, Piersanti Mattarella (su hermano es el
actual presidente de la República). Una crónica enviada desde Palermo añade
nuevos datos a aquel crimen, por el que fueron condenados algunos mafiosos
menores. Al parecer, la extrema derecha colaboró activamente. En un registro,
se encontraron parte de las matriculas utilizadas para falsificar la del
vehículo del crimen. Esta pista fue desechada de inmediato porque a alguien no
le interesaba seguirla. Ahora se reabre, pero no llevará a nada. En las novelas
negras de la vida real, al menos en las que transcurren en Italia y tienen que
ver con banqueros y políticos, nunca se aclara el misterio.
Domingo, 7 de enero
UNA ESPOSA EJEMPLAR
En una de las librerías de Port’Alba, en Nápoles, compré Testimone del tempo, un libro de crónicas
de Enzo Biagi. Comienza así: “Tengo cincuenta años. La edad adecuada para
intentar un balance. Siempre me gustó mi trabajo y todavía me agrada. Aun en
los momentos más duros me ha hecho compañía”.
Le parecían
muchos años los cincuenta y vivió hasta los ochenta y siete. Nunca se sabe lo
que nos queda por vivir. Pero sesenta y ocho, que son los que yo voy a cumplir,
invitan a hacer balance. Yo trato de evitarlo viajando en el tiempo con este volumen
de crónicas. “Cuando esperábamos el primer hijo –afirma Katia, la viuda de
Thomas Mann–, siempre me decía que quería un varón porque las mujeres no sirven
para nada”. Tanto ella como el periodista encuentran natural esa afirmación,
Una esposa ejemplar, para Enzo Biagi: “Administraba los derechos de autor,
corregía las pruebas, atendía al cuidado de los hijos y a incrementar la gloria
de Thomas. Enseñó a los muchachos a renunciar al azúcar, porque le gustaba al
escritor: de esa manera no se enteró jamás de las restricciones”.
En 1970,
esto era lo que se pedía de las mujeres. Que estuvieran siempre dispuestas a
sacrificarse para mayor gloria del varón.
Miércoles, 10 de enero
EL ESPERPENTO NACIONAL
Leo en el Corriere della Sera que el anterior jefe
del Estado, ese que el otro día vimos orondo y uniformado junto al actual (que
parece haber olvidado sus propósitos de regeneración), tiró por la borda un día
a una modelo para que no le pillara la reina. Y la pobre no sabía nadar. ¿Será
verdad o una de esas mentiras que según dicen propagan los rusos para
desprestigiarnos?
Entre las palabras de la primera foto falta la más importante: il popolino
ResponderEliminarLlegará el día en que los varones se sacrifiquen, para mayor gloria de las mujeres? No sabemos imaginar la fecha, pero de un modo u otro ocurrirá.
ResponderEliminarY será la desgracia tan grande como la que ahora sufren muchas de ellas? Parece que no, que las inmolaciones pueden ser hasta hermosas si la razón las avala. Machismo y feminismo se diluiran con el paso del tiempo y prosperará la sensatez por encima de complejos y enfermizos protagonismos.
Pues, Cancio, en cierta ocasión me sumé a una manifestación reivindicativa de cariz feminista (el Día de la Mujer Trabajadora o cosa así). Resultó un evento muy concurrido y, al día siguiente, leo lo que una portavoz dijo a la prensa: que aquello había sido un éxito, pero que mejor no hubiera habido tanta concurrencia de varones, para que se viera a las claras que era un día para celebrarlo en exclusiva (!) las mujeres. Me sentí ofendido y así se lo hice saber a alguna de las activistas que conozco.
ResponderEliminarDesde luego que mentalidades y actitudes como esa hacen poco por dignificar y potenciar la lucha por la igualdad de género. Pero ya se sabe: el peor enemigo del hombre (y de la mujer, claro) es la ignorancia, esa que empiedra los laberintos del infierno.
A veces parece que las grandes reivindicaciones se conforman con exhibir cuatro gestod.
EliminarUn abrazo, F.
Qué barbaridad, señores, a qué extremos se llega en cuanto aparece el tema de la igualdad (por ejemplo, laboral, salarial) de hombres y mujeres. Nada menos que sacrificios e inmolaciones. Pues yo creo que es mucho más sencillo que eso. Se trata de que se apliquen las leyes y la constitución, que hablan de no discriminar a nadie por razón de su sexo. Si a un hombre la empresa le ofrece un salario 20% más elevado que a una mujer por el mismo trabajo, no le vamos a pedir heroicidades, es de suponer que el hombre pondrá la mano, y bien abierta.
ResponderEliminarPero esa policía y esos jueces tan eficientes en los desahucios, para defender la ley y a los propietarios, ¿por qué no actúan con igual celeridad en los incumplimientos de discriminación por sexo? Esos gobernantes a los que ha faltado el tiempo para mandar barcos llenos de policías a Barcelona "para defender la constitución", ¿por qué no detienen, o multan, o persiguen a las empresas que incumplen las leyes y la constitución?
Por favor, échennos una mano a los que quisiéramos creer que los jueces y policías están para defender las leyes, pero no conseguimos terminar de creerlo.
Silvia, no tiene usted ninguna razón al criticar mi comentario. Parto de un párrafo de José Luis, alusivo a 1970 y desde ese momento inicio una interrogación que se desarrolla hasta la ironía.
EliminarLe aseguro que soy un ardiente defensor de la igualdad de género. Otra cosa es que el feminismo incurra a veces en ciertas contradicciones y deban recriminarse, como hace F.
Si lo de los salarios es así, habrá que crear sindicatos femeninos para exigir salarios mínimos para las mujeres (es decir, iguales a los de los hombres o mayores) y, de no cumplirse, ir a la huelga.
EliminarEra previsible, señor Cancio. No sólo no tengo razón, eso es muy poco. No tengo NINGUNA razón. Pobre incomprendido, esta poco perspicaz mujer que soy no ha sabido hacer la exégesis de dónde "parte" usted, ni por qué sendas transita, hasta la supuesta sutil ironía. Por suerte, no lo necesito, qué pereza. Su comentario está ahí, "congelado", inmovilizado, público. Con los sacrificios y las inmolaciones que habrán de sufrir los heroicos varones para favorecernos, si hay suerte, algún día. Y no digo más. ¿Para qué, si todo quedó por escrito?
EliminarNo hay que inventar sindicatos femeninos ni partidos feministas: los que sean verdaderamente progresistas han de considerar a la mujer con idénticos derechos que el hombre y llevarlos en su programa como algo indiscutible; los que hasta hora se despreocuparon de ello es porque no han cumplido con lo esperable.
ResponderEliminarNunca entendí -a deferencia de mujeres que piensan como la que menciono más arriba y que abundan al parecer- que los derechos de la mujer se hayan de reivindicar prioritariamente desde el frente femenino; entiendo que en el objetivo democrático de progreso general y para todos va incluida una demanda tan justa y razonable.
Cuando escucho que alguna mujer echa peste contra "los hombres" y ejemplariza sus maldades, me siento agredido, casi calumniado.
Entiendo que lo de echar pestes contra "los hombres" es, efectivamente, un disparate, que en nada ayuda a la consecución de las justas demandas de la mujer. Pero la respuesta a sus dudas (¿por qué los derechos de la mujer se han de reivindicar prioritariamente desde el "frente femenino", sea eso lo que sea?) acaso esté en que hasta hoy al menos, desde el "frente masculino" (idem), se ha hecho al respecto demasiado poco. ¿No cree?
EliminarHombres y mujeres somos de la misma especie y poseemos las mismas capacidades, resulta ocioso decirlo a estas alturas. Pero, en el terreno de lo político, existen partidos que no es que no estén por la igualdad entre hombres y mujeres, sino que ni siquiera asumen ese principio en lo que respecta a las personas entre sí. O dicho de otra manera más surrealista: afirman que aceptan la igualdad hombre-mujer pero NO la idea de que todos tengamos los mismos derechos: "sus" leyes y el ejercicio cotidiano de estas lo dejan claro, desde el trato a la familia real, a los potentados delincuentes, pasando por determinados aforamientos y notorios y consagrados privilegios.
ResponderEliminarPor eso marco el acento en la igualdad global de los ciudadanos y dejo un paso más atrás la reivindicación -legítima y pertinente- de las mujeres (vulgo feministas). En una sociedad injusta y desigual, lo prioritario es la lucha por los derechos de todos, sin distingos. La equiparación absoluta en ellos de la mujer vendría por añadidura.
Pero no niego la oportunidad que que existan colectivos organizados (o secciones dentro de las organizaciones) que se ocupen del diferencial fáctico de los derechos entre ambos sexos. Ello sin maniobras de distracción que descoordinen o/y desenfoquen el objetivo general, que es la igualdad... dentro de un régimen de justicia generalizada.