––Señora, las fuerzas armadas han decidido tomar el control
político del país y usted queda arrestada.
Era la madrugada
del 24 de marzo de 1976. María Estela Martínez de Perón no pudo evitar un
suspiro de alivio. “¡Ya era hora!”, dijo o dicen que dijo. “Esta noche por fin podré dormir tranquila”.
Nunca un
golpe de Estado fue tan deseado, ni tan anunciado, como el que llevó al poder
al teniente general Jorge Rafael Videla, al almirante Emilio Eduardo Massera y
al brigadier Orlando Ramón Agustí.
Poco
después, Joaquín Soler Serrano entrevistó a Jorge Luis Borges en su programa A fondo y en un momento de aquella la
entrevista en borroso blanco y negro se le escucha decir: “Argentina está ahora
en manos de unos caballeros”.
EL OTRO CIELO
Ese mismo día, a las cuatro de la tarde, estaba previsto un
experimento que comenzaba en la Galería Güemes, el pasaje cubierto entre las
calles Florida y San Martín, y terminaba en la Galerie Vivienne, en París, muy
cerca del Palais Royal.
Los nuevos
descubrimientos de la física cuántica hacían posible convertir en realidad lo
que Cortázar había soñado en “El otro cielo”, uno de los relatos de Todos los fuegos el fuego. Quien iba a
llevarlo a cabo era uno de mis amigos del Carreño Miranda, Rafael Ablanedo, con
el que yo había vuelto a coincidir un verano en París, cuando ya él se había
trasladado con su familia a América.
Rafa
Ablanedo era famoso por su inteligencia y por su afición al disparate. Sacaba
las máxima nota en todas las asignaturas, lo mismo en latín que en matemáticas,
y un día estuvo a punto de hacer saltar por los aires todo el edificio durante
un experimento en el laboratorio de Física, y otro se quedó completamente
desnudo en clase porque, según decía, había descubierto una tintura, con la que
se embadurnó antes de salir de casa, que le volvía invisible.
Cuando me
lo volví a encontrar, en el París de 1970, estaba obsesionado con los fenómenos
paranormales, para él rigurosamente científicos. Le había deslumbrado El retorno de los brujos, de Pauwels y
Bergier, y se había suscrito a su
revista Planète.
Recuerdo
bien la larga charla que tuvimos, en una terraza de la plaza de la Sorbona, muy
cerca del jardín de Luxemburgo, a la sombra del positivista Auguste Comte. Él traía
en las manos Regreso a las estrellas, de
Erich von Daniken, recién aparecido; yo, un libro que me interesaba bastante
más, Todos los fuegos el fuego, que
acababa de comprar en la Librería Española de la rue de Seine junto con algunos
números de Cuadernos de Ruedo Ibérico.
Mi
entusiasmo por Cortázar (al contrario que el dedicado a Borges), ha disminuido
con el tiempo, pero la fascinación por “El otro cielo” continúa intacta. Un
corredor de bolsa camina distraído por su ciudad, Buenos Aires, y sus pasos acaban
llevándole siempre hasta la Galería Güemes, territorio ambiguo donde fue a
quitarse la infancia “como un traje usado”: “Hacia el año veintiocho, el Pasaje
Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se entremezclaban la
entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las
ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala
del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas”.
Entraba en
el Pasaje Güemes y reaparecía en París, en “la Galerie Vivienne, por ejemplo, o
en el Pasage des Panoramas con sus ramificaciones, sus cortadas que rematan en
una librería de viejo o en una inexplicable agencia de viajes donde quizá nadie
compró nunca un billete de ferrocarril, ese mundo que ha optado por un cielo
más próximo, de vidrios sucios y estucos con figuras alegóricas que tienden las
manos para ofrecer una guirnalda”.
El viaje no
es solo en el espacio, también en el tiempo. Los paseos por Buenos Aires tienen
lugar en los años finales de la Segunda Guerra Mundial; los de París, en la
época del Segundo Imperio, cuando la amenaza prusiana.
AGUJEROS DE GUSANO
No olvidaré nunca aquellos días en un París todavía con las
pintadas y los adoquines levantados del 68 (o así aparece en mi recuerdo) ni a
mi amigo Rafa afirmándome muy serio que las fantasías de Cortázar, como antes
las de Julio Verne, acabarían pronto siendo realidad.
Algún tiempo
después, en una carta desde Buenos Aires, se refirió a esa profecía suya y me dijo
que estaba a punto de cumplirse. Sus cartas siguientes venían llenas de
complicadas fórmulas matemáticas, que yo no entendía, pero que en su opinión, dejaban
meridianamente claro que el traslado instantáneo en el espacio,
desmaterializarse en un lugar y materializarse a los pocos segundos en otro,
era posible. Y el primer experimento público, en homenaje a Cortázar, tendría lugar
precisamente en el Pasaje Güemes y la reaparición en la Galerie Vivienne.
Ese es el
acontecimiento que iba a tener lugar el 24 de marzo de 1976. La última carta
suya incluía varios recortes periodísticos con anuncio del espectáculo. Porque,
efectivamente, se trataba de un espectáculo: lo organizaba una asociación
vecinal, no un departamento universitario.
Mi amigo se
disculpaba: “Ya sabes cómo es la ciencia oficial, no aceptan nada que los saque
de sus caminos trillados, y como yo no soy catedrático, ni siquiera terminé la
licenciatura, no han querido hacerme caso. Pero no se trata de un ejercicio de
ilusionismo, te lo aseguro. Hemos invitado a autoridades y gente importante.
Ernesto Sábato nos ha prometido que asistirá. Y en París estamos en tratos para
que sea el propio Julio Cortázar quien me salude cuando me materialice en la
Galerie Vivienne”.
Un
disparatado programa de televisión, de los que a mí me gusta ver antes de irme
a la cama, me ha traído de nuevo a la memoria el experimento de mi amigo. Se
titula Aliens y en él he vuelto a
encontrarme con Erich von Daniken y con las líneas de Nazca y la constelación
de Orión y las calaveras de cristal y los agujeros de gusano.
Hablando de
estos últimos oí mencionar de pronto, para sorpresa mía, el exitoso experimento
de un investigador español en 1976. ¿Sería el de mi amigo?
“Un agujero
de gusano –explicaba un supuesto físico de no sé qué universidad– es un atajo
en el espacio-tiempo descrito por Einstein en sus ecuaciones de la relatividad
general. También recibe el nombre de
puente de Einstein-Rosen. Permite viajar en instantes de un planeta u otro,
incluso de una galaxia a otra”.
¿Llevó a
cabo o no mi amigo Rafa el experimento? La verdad es que yo me desentendí del
asunto. Todo el mundo aplaudió aquel golpe tan limpio, tan educado, de los
militares argentinos; en la dictadura española, había muchos que soñaban con
una operación semejante. A Francisco Franco, le había sucedido el rey Juan
Carlos, tras jurar defender los Principios Fundamentales del Movimiento, y el
jefe de Gobierno, Carlos Arias Navarro, trataba de dar marcha atrás en sus
tímidos intentos de apertura porque sentía que se le estaban yendo de las
manos.
La
situación de España en general y la mía en particular eran lo suficientemente
complicadas como para quitarme de la cabeza los disparates de mi amigo Rafa
Ablanedo, de quien perdí la pista, disparates que todavía siguen siendo tomados
en serio en el canal Historia o
incluso en el presuntamente más riguroso National
Geographic.
DOS DE AZÚCAR
Un acontecimiento inesperado, uno de esos azares que no
caben en la ficción realista, que gusta de la verosimilitud, me ha llevado a
pensar que el experimento previsto para el día 24 de marzo de 1976 se llevó a
cabo y que quizá tuvo éxito.
Estaba yo
hojeando el diario El Comercio, como
cada domingo, en la cafetería Dos de Azúcar, en el Fontán, cuando frente a mí,
en la mesa común, se sentó una pareja de turistas que hablaban con acento
argentino. Traían con ellos una edición reciente de Operación masacre, de Rodolfo Walsh, uno de los desaparecidos de la
dictadura, y ese fue el pretexto para iniciar la conversación.
Hablamos de
Buenos Aires y de las librerías de la Avenida Corrientes y del Pasaje Güemes.
“Mi padre –dijo la mujer– desapareció ahí el mismo día del golpe. Mi padre era
asturiano, de Avilés”.
Y supe así,
de los labios de una de sus protagonistas, cómo había acabado aquella historia
de hace cuarenta años. María Ablanedo tenía entonces solo dos años. Pero se lo
había oído contar a su madre una y mil veces.
El día del
golpe, aplauso y alivio en público y secreto terror en muchas casas. Aquella
misma noche se llevaron, por lo general para siempre, a estudiantes,
sindicalistas, profesores de los que se sospechaba alguna simpatía hacía los
subversivos, que también celebraron el golpe, que esperaban desde hacía tiempo,
allá en sus campamentos remotos y en sus guaridas clandestinas.
LO QUE ME CONTÓ LA HIJA
El armatoste de hierro y de cristales, con sus válvulas y
sus lucecitas que se encendían y se apagaban, estaba ya armado y listo para
utilizarse en uno de los locales del Pasaje Güemes. Aquel día en que medio país
temblaba y el otro aplaudía mi padre se empeñó en salir de casa y seguir con el
plan previsto. Mi madre suplicó en vano. “Lo tengo todo preparado y bien
preparado –decía–, será un éxito mundial, mañana apareceré en la primera plana
de todos los diarios”.
Y hasta allá
fue, sin que nadie le detuviera, sin que nadie le preguntara nada en un Buenos
Aires que retemblaba bajo las botas de los militares y todavía no podía ni imaginarse
el horror que se avecinaba. Nadie esperaba, por supuesto, en el local del Pasaje
Güemes. Él ya suponía que Ernesto Sábato no se habría atrevido a desplazarse
hasta allí, pero confiaba en encontrarse al menos con un puñado de curiosos. No
todos los días se lleva a cabo la confirmación de una de las hipótesis más
aventuradas de Einstein.
Antes de
cerrar mi padre la puerta de aquella
especie de cápsula, pudo contemplar a una patrulla militar que avanzaba por la
galería, quizá en su busca.
No volvimos
a ver a mi padre, desapareció en Buenos Aires como había previsto. No lo
volvimos a ver, pero unas semanas después recibimos una carta desde París. Era
suya, inconfundiblemente, como las que la siguieron, también manuscritas. Luego
cesaron y ya no tuvimos más noticias de mi padre.
¿Desapareció
en París, sin dejar rastro, en un París al que había llegado pocos instantes
después de desaparecer en Buenos Aires? En la primera carta nos decía que le
habían recibido docenas de periodistas, que incluso el “larguirucho” Cortázar
–ese adjetivo empleó– no había querido perderse el acontecimiento.
Pero ningún
periódico informó de ello ni nadie fue capaz de darme noticia de mi padre
cuando fui a París en su busca.
Vaya puñalada trapera que le da usted a Borges:
ResponderEliminar"Nunca un golpe de Estado fue tan deseado, ni tan anunciado, como el que llevó al poder al teniente general Jorge Rafael Videla, al almirante Emilio Eduardo Massera y al brigadier Orlando Ramón Agustí.
Poco después, Joaquín Soler Serrano entrevistó a Jorge Luis Borges en su programa A fondo y en un momento de aquella la entrevista en borroso blanco y negro se le escucha decir: “Argentina está ahora en manos de unos caballeros”."
Menos mal que lo explica usted un poco más abajo:
"en un Buenos Aires que [...] todavía no podía ni imaginarse el horror que se avecinaba."
Esto es lo que escribe el hispanista Edwin Williamson en su libro "Borges una vida":
ResponderEliminar«A Borges le encasillaron como reaccionario o como políticamente ingenuo, pero realmente fue muy consciente de la política. En su juventud fue comunista, y después apoyó activamente el Partido Radical, y hasta formó un comité de jóvenes intelectuales para respaldar la campaña para la reelección de Hipólito Irigoyen como presidente de la República Argentina en 1928. Dos años más tarde fue uno de los intelectuales más destacados en la lucha antinazi y antifascista en su país. El cambio viene con Perón: Borges entonces se convierte en su gran opositor porque veía a Perón como alguien no sólo que no era demócrata sino que había salido de un contexto nacionalista-fascista. Antiperonista convicto y confeso pues, cuando volvió a la Argentina en los años 70 observó que el espíritu de Perón aún no había caído, y empezó a decir cosas contra la democracia. En 1976, con Isabelita Perón como presidenta de la República, Borges permanecía en su antiperonismo, y vio el golpe de Estado de Videla como una nueva revolución libertadora para el derrocamiento de Perón. Por eso apoyó con entusiasmo el golpe del general».
Elogio a Franco y ataque a Lorca
«Durante sus estancias en España Borges pregonó a los cuatro vientos su apoyo a los regímenes militares de Iberoamérica, descartando la democracia como una «superstición». De la Guerra Civil española declaró: «Yo estaba del lado republicano, pero luego me di cuenta, en la paz, de que Franco era merecedor de elogios». Y lanzó una diatriba contra Federico García Lorca: «Lo vi una vez en mi vida, pero nunca me interesó él ni su poesía y me parece un poeta menor, pintoresco, una especie de andaluz profesional»».
Del pinochetismo a Suiza
«Borges también respaldó a Pinochet, a quien veía como alguien que había salvado del comunismo a Chile, donde aceptó la Gran Cruz de la Orden del Mérito. Pero esas ideas duraron en Borges dos años, y en 1979 empieza a distanciarse de Pinochet y Videla. Tras las denuncias por las terribles desa-pariciones comenzó a retrotraerse. Con la guerra de las Malvinas se sintió muy dolorido y apenado. Es ya pacifista y anarquista. Deja Argentina por razones personales y políticas para morir en 1986 en Suiza, su páramo democrático».
Soy argentina y me has traido recuerdos ...
ResponderEliminara mi mente ...
que vive el hoy del momento
Un gran escrito
Te felicito
Pues parece que en este blog escribe algún que otro "borgiano" que anhela que Venezuela caiga "en manos de unos caballeros".
ResponderEliminarCuando sobrevenga la escabechina (es un decir, si cae...) y la sangre corra a raudales, se lamentarán hipócritamente de la matanza y del liberticidio..., pero la labor ya estaría hecha.
Siempre ha sido así, y siempre habrá una justificación de los hechos. Del mismo modo que unos curas diligentes asistían espiritualmente a los aviadores que arrojaban al Río de la Plata a los presos desde sus aparatos y los confortaban en su eventual desasosiego, absolviéndolos de toda culpa porque luchaban como nuevos cruzados por la salvación de la civilización cristiana, les dirán sus popes de opinión manipulada lo mismo que terminó por admitir Bush Jr. (que no Aznar, que en su vesania aún no acaba por reconocerlo): que lo de las políticas sociales de destrucción masiva de los bolivarianos no era verdad, y que habían sido engañados con informes que ahora se revelaban como falsos (ellos dirán como inexactos). Los más aviesos (o más tontos) sostendrán que lo anterior aún era peor que lo presente.
PS.- Como Borges, hay intelectuales de cierto fuste que dan muy mal en calzoncillos.