Sábado, 29 de abril
EL SECRETO DE OPORTO
“Las ciudades son como
las personas, tienen sus secretos y a veces los guardan muy bien guardados”,
escribió Eugénio de Andrade en su libro sobre Oporto.
¿Y dónde guarda sus secretos esta ciudad? No en el centro
histórico, que parece haberse convertido en un parque temático para uso y
disfrute del turista. Qué tristeza acercarse a la Casa Oriental, junto a la torre
de los Clérigos, y ver en qué se ha convertido. El “cha, café e chocolate”, que
vendía antes, los balaos y las cajas de frutas se han convertido en ridículos
cachivaches turísticos,
En cambio, la colas que aguardan para entrar en la
librería Lello me dan risa: podrían desaparecer todos sus libros, ser
sustituidos por papel pintado o doradas encuadernaciones vacías y el éxito
sería el mismo.
La Rua de las Flores, que tanta memoria mía guarda, me da
la impresión de una repintada cortesana.
“Porto ha expulsado del centro a los tripeiros”, me escribe un amigo de la ciudad. Es la misma queja que
en Venecia o Barcelona. Las ciudades, como las personas, también pueden morir
de éxito.
Pero Oporto sigue siendo Oporto y tras la primera
impresión no tarda en volver a seducirme. En el Largo da Pena Ventosa, en las
callejuelas que bajan de la Sé hasta la Ribeira, continúa el fresco silencio de
siempre, la ropa tendida en las ventanas, el alma popular de la ciudad.
Subo y bajo solitarias escaleras, llego hasta el mirador
de la Victoria, con su dorada cochambre frente al amontonamiento de los
tejados, las torres, el puente y el río, y pienso en Camilo y en Agostina y en
Aquilino y en Vitorino Nemésio y en
tantos amigos como me descubrieron esta ciudad.
Muchos de ellos la amaban y la odiaban, o tardaron en
amarla, como Eugénio de Andrade, que tuvo casa mucho años en la Rúa Duque de
Palmela y luego en el Passeio Alegre, donde le visité una tarde y me enseñó su
biblioteca y la puesta de sol sobre la Foz del Douro.
A mi la peñascosa pesadumbre de Oporto me sedujo desde el
primer momento. Y no debería entristecerme, sino alegrarme, compartir esa
pasión con cada vez más gente.
Vuelvo al hotel, en la Praça da Batalha, tras el primer
paseo agridulce, y cuando salgo ya no soy un turista más que abomina de los
turistas. Estoy en casa, tengo mis costumbres. Bajo a la FNAC, compro un libro (los Diarios de Al Berto, aunque me dan la impresión de ser más
documento que literatura), paseo lentamente por la Rua de Santa Catarina,
deteniéndome en los escaparates como un porteño más, dejo a un lado el
concurrido Majestic y me voy a tomar un café y a leer a Al Berto al centro
comercial. Exactamente como en Oviedo. Ceno allí mismo, en uno de los puestos
de comida rápida que tanto detestan mis amigos, todos ellos exquisitos
gastrónomos: cuando vienen por aquí, cenan siempre en un restaurante típico,
uno de estos restaurantes tan típicos que jamás entra en ellos ningún cliente portugués.
Al pasar delante del Grande Hotel do Porto, donde me
alojé alguna remota vez, siempre tengo un recuerdo para la desdichada Florbela
Espanca, que en sus salones conoció a su último amante.
Las ciudades, como las personas, tienen sus secretos y
Oporto guarda el suyo con tanto pudor como yo los míos. Con tanto pudor y tanta
transparencia.
Domingo, 30 de abril
LO QUE QUEDA DE ABRIL
Los solitarios tenemos un
sexto sentido para reconocernos. Ceno solo en un bullicioso local de la Praça
da Liberdade, que antes fue el más hermoso café de Oporto, cuando oigo mi
nombre y luego un barbudo sonriente me pregunta si puede sentarse a mi mesa:
“Posso?”. Puede, por supuesto.
Resulta que es uno de esos cinco mil amigos, conocidos y
desconocidos, que uno tiene en Facebook. ¡Y luego dicen que las redes sociales
no sirven para nada!
Charlamos
de esto y de aquello, como si nos conociéramos de toda la vida, y al final le
acompaño al Cine Batalha, al lado mismo de mi hotel. Para conmemorar el 25 de
abril y el 1 de mayo, el Bloco de Esquerda ha organizado un ciclo de cine
insumiso, “Desobedoc 2017” .
Proyectan la película “A felicidade”, de Aleksandr Medvedkin, un film mudo al
que ponen banda sonora en directo –“vozes, vinis e barulhos de muita espécie”–
Ana Deus y Diana Combo.
Muchas veces pasé por delante del Batalha, y admiré su
elegante curvatura y la cristalera del “foyer” que abarca todos los pisos, pero
nunca tuve ocasión de entrar. Ahora lo comparto con “lo que queda de abril”,
con quienes no han perdido del todo la esperanza de convertir en realidad las
ilusiones de entonces.
Lunes, 1 de mayo
RÍO DUERO, RÍO DUERO
El barco se desliza lento
por el ancho río, se detiene en las angostas esclusas. Yo me canso pronto de
contemplar el pintoresco discurrir de las dos orillas (no estoy hecho para la
vida contemplativa, ciertamente), me siento en una esquina, abro el cuaderno y
me pongo a escribir versos. A escribir o a transcribir porque es como si una
voz cantara unas coplas de amor y paradoja.
Ya están juntos para siempre
el amor que no tuviste
y el que tuviste y no tienes.
No lamento lo perdido.
Lo que tuve no lo tengo
porque nunca lo he tenido.
Cuando tú me dejas solo,
siempre te alejas conmigo
y yo me quedo más solo.
Amar es haber amado
y estar contigo alejarse
para siempre de tu lado.
Vino un día Dios a verme,
pero yo había salido
y te perdí para siempre.
Mira que cosa más rara,
ya no quiero que me quieras
y te quiero más que a nada.
Martes, 2 de mayo
GRITAR O SUSURRAR
La arquitectura de Álvaro
Siza resulta un buen pretexto para darse una vuelta por Oporto. Es una arquitectura
que no llama la atención, que habla en voz muy baja, casi susurrando, como
hablan los portugueses (o así nos parece a los españoles). Que una de sus
primeras obras maestras sean unas piscinas, tan mimetizadas con el paisaje que
casi no se ven, resulta significativo. Inevitable resulta la comparación con
Calatrava, cuyos edificios siempre parecen estar diciendo “aquí estoy yo”.
Cuando vamos hasta Leça das Palmeiras para ver las
Piscinas das Marés, el Atlántico se muestra airado y en todo su esplendor. El
oleaje parece engullir la obra de Siza.
Los edificios de Calatrava dejaban con la boca abierta a
todo el mundo. Por eso fue el arquitecto preferido por los políticos durante
tantos años: no solo votan los entendidos en arquitectura. Los de Siza requieren
que nos detengamos, que nos fijemos en los detalles, que los expliquen.
La Facultad de Arquitectura dicen que es una lección de
arquitectura, pero a la gente no le suele gustar que le den lecciones. Yo
comparo su Casa de Té sobre las rocas con la ermita que hay al lado o el faro
un poco más lejos; la Casa de Té es hermosamente camaleónica; su belleza
requiere acercarse a ella, abrir deslumbrados los ojos por el regalo que nos
aguarda dentro, el mar enmarcado y que parece sentarse a nuestra mesa como un
comensal más. Pero a mí no me gustan menos la ermita y el faro, que se ven
desde lejos, orgullosos de ser lo que son.
El barrio obrero de Bouça me trae viejos recuerdos. Sé lo
que son estos barrios: crecí en uno de ellos. El de Bouça está cerca del centro
de Oporto. Se comenzó a construir tras la Revolución de Abril y el arquitecto
pretendía ponerse al servicio de las clases populares. Los barrios obreros de
Avilés se construyeron en las afueras, como una especie de guetos, por eso el
centro se ha conservado intacto. Recuerdo la desilusión cuando no nos tocó una
vivienda en el Barrio de la Luz, que entonces parecía casi de lujo. Nos
concedieron un piso, al año siguiente, en La Carriona, junto al cementerio. Yo
hice poca vida de barrio, iba mañana y tarde hasta Avilés, al instituto o a la
biblioteca, siempre a pie (quizá por eso no me molesta caminar los kilómetros
que haga falta). Allí en la Carriona escribí mi primer libro de poemas, allí vivía
cuando se publicó, recibí las primeras cartas de escritores (la primera de
todas, lo he contado muchas veces, de Vicente Aleixandre). No tenía a nadie con
quien hablar de literatura ni de nada de lo que me interesaba; me sentía un
poco como extraterrestre (hace tiempo que no). Pero no guardo malos recuerdos
de aquel pequeño piso en que se amontaba una familia numerosa. Yo leía con la
televisión encendida y rodeado del barullo familiar; no había en la casa un
rincón tranquilo para hacerlo. Quizá por eso me guste leer en los centros
comerciales. No necesito el silencio para concentrarme. Todo lo contrario.
No me acaban de convencer estos bloques de viviendas de
Bouça, con sus estrechas escaleras al patio y sus corredores comunales. Tampoco
los que vi en Campo di Marte, en la Giudecca, durante la Biennale de 2016 (se
les dedicó una exposición a Siza y a Aldo Rossi). Habría que entrar en uno de
los pisos y preguntar a los que en él viven.
Siempre me sorprendió que Álvaro Siza, minimalista y un
tanto soso, llamara al primer edificio que construyó fuera de Portugal, un
curvilíneo bloque en el Berlín anterior al muro, “Bonjour Tristesse”. Me
divierte enterarme que todo fue obra del azar y la economía. Resulta que, con
el bloque aún no terminado, unos grafiteros escribieron esa frase en la
fachada. Siza cree que fue obra de un grupo de extrema derecha que contó con la
complicidad del guarda (al parecer protestaban contra la llegada de inmigrantes
turcos al barrio). El caso es que, al borrar las letras, quedaba una mancha en
la fachada, lo que obligaría a repintarla entera. Tuvieron que dejarla y lo que
iba a ser un bloque sin nombre en
Schlesisches Tor se convirtió en el sugerente Edificio Bonjour Tristesse.
La arquitectura debe respetar el entorno, pero no
demasiado. También tienta alzar la cabeza y decir “estoy aquí, miradme”. Por
eso me gusta la Casa de Música, en la Rotonda de Boavista, muy cerca del
cementerio de Agramonte, donde me enredo largo rato con mis melancolías. Un soldado de bronce que toca
la corneta me hace de pronto sonreír. Qué sorpresa se van a llevar los muertos
si el otro mundo es solo un cuartel. Y los arcángeles que tocan a gloria,
sargentos chusqueros.
Miércoles, 3 de mayo
QUIZÁ
Las ciudades que más me
gustan están hechas sobre todo de tinta y de papel. Las personas que más me
gustan son las que no conozco demasiado bien. Quizá la felicidad solo es
posible en los lugares de paso, en los encuentros de una noche.
Viernes, 5 de mayo
UN CONSEJO
No quieras decirlo todo.
Las cosas que más te importan
Para esa fotografía
ResponderEliminarmucho han contribuido
el sol y la mar bravía.
Excelente entrada. Me identifico con algunas cosas, que me voy a reservar.
ResponderEliminarPolémicos defectos de construcción aparte, los ostentosos edificios de Calatrava son moles de color blanco, que con el tiempo y la intemperie se volverán todas de un gris sucio. Y triste.
Frente despejada, tan brillante como la mente que protege, gafas de cristales grandes, para que todo entre al ojo y no se escape nada del mundo, sonrisa irónica que casi llega a risa, nariz husmeante y olfateadora de rincones, barrios populares y cafés, cabello en retirada pero todavía insurgente y tenaz en su barricada, mano de atril, diseñada para soportar un libro la mayor parte del día, boca declamadora, recitadora, "canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo", atuendo simple y honesto, que no miente, de clase obrera.
ResponderEliminarMe gusta su foto, me gusta usted y me gusta lo que escribe. He grabado esta foto, la he imprimido y la he pegado en la contraportada de Material Perecedero, el libro de usted que más frecuento.
Disculpe la efusión, tal vez atrevida o inapropiada, pero he recordado el "ya tendrás tiempo de ser casta en la tumba". Best wishes!
"El "amor" lo he tenido siempre,
ResponderEliminares el "amado" el que, casi siempre, me ha faltado.
Y para no tener que desperdiciar
todo ese amor
a veces no me ha quedado más remedio
que tener que emborracharme de él.
No quieras decirlo todo
ResponderEliminaro moléculas y átomos
te echarán su mal de ojo.
¡Que atrevimiento! A ver si alguien se atreve a subir un poco el nivel
ResponderEliminarY dale con los niveles.
ResponderEliminarNos moriremos bien pronto,
súbanse, mejor, claveles.