Sábado, 20 de febrero
SOY UN ADICTO
“Eres fatigosamente adicto al entusiasmo, pero no te
preocupes que eso se cura con los años”.
A ver si
es verdad. Ya voy teniendo algunos, pero la adicción continúa.
Domingo, 21 de febrero
UNA VIEJA HISTORIA
Llegué muy cansado y me acosté de inmediato. El viaje
había durado más de veinticuatro horas, la mitad de ellas tirado en un
aeropuerto. Dormí de un tirón, cosa rara en mí, y al despertar, ya muy avanzado
el día (la luz entraba a raudales por la cristalera), no sabía bien dónde
estaba. ¿Nápoles? Sí, desde luego, pero no parecía el hotel de costumbre.
Llamaron a la puerta y antes de que yo pudiera decir nada entró una camarera
con una gran bandeja de desayuno. Me saludó sonriente y lo dejó sobre una
mesita. Un desayuno para dos, me di cuenta de inmediato. Cuando quise
advertirla de su equivocación, ya había desaparecido. Oí entonces el agua
correr en el cuarto de baño. No estaba solo, pero yo recordabAhaber viajado
solo, haber hecho solo los trámites en la recepción del hotel, ya casi de
madrugada. Me asusté un poco, no tanto por la inesperada compañía, sino por mi
mala memoria. Es cierto que más de una vez se me ha venido encima la soledad
del cuarto de hotel y he procurado ponerle banal y venal remedio. Pero nunca me
había ocurrido, como ahora, despertarme con la mente en blanco. No acostumbro a
beber. Miré la hora en el teléfono, eran cerca de las once de la mañana y de
pronto me fijé en el día: era viernes y yo recordaba haber salido de Asturias
el martes. ¿Qué había ocurrido en esos dos días? ¿Qué había pasado entre el
momento en que me había dormido de golpe, cansado del viaje, y el despertar de
esta mañana, dos días después? No tuve que pasar mucho tiempo en estas
perplejidades. Se abrió la puerta del baño y apareció una desconocida. Me
saludó sonriente, sin extrañeza ninguna, me dio un apresurado beso y luego de
inmediato comenzó a servirse una taza de café y a mordisquear un croissant. "Tengo un hambre atroz
esta mañana --dijo--, creo que voy a empezar contigo el desayuno". Sonreí
al reconocer la cita del poema de Luis Alberto de Cuenca y dije: "Más bien
lo estás empezando sin mí". Pasé un momento al baño, me aseé rápidamente y
me senté junto a ella. También yo tenía hambre. "Me vas a perdonar, pero
no recuerdo tu nombre", "No te lo he dicho. Tampoco yo sé el tuyo,
cariño, es parte del juego". "¿Del juego?" Yo no sabía qué juego
podía ser aquel, pero tampoco me importaba demasiado. Parecía divertido y con
eso era suficiente. Yo estaba todavía en pijama; ella, aunque completamente
vestida, casi desnuda. Yo bebía pausadamente mi taza de café mientras ella
devoraba todo lo que encontraba a su alcance. "Parece que vas a terminar
el desayuno devorándome efectivamente a mí", dije. Y ella: "Siempre
me levanto con hambre, pero por suerte soy de las que no engordan". Miró
su reloj: "Huy, qué tardísimo". Se levantó de un salto, cogió el
bolso que estaba sobre una silla y desapareció. Oí el ruido del ascensor
mientras terminaba mi café. Luego me bañé sin prisa, estuve como media hora en
la bañera, y cuando salí a la calle pude comprobar que el hotel era el de
costumbre, que ante mí estaba el Castel dell’Ovo y la difuminada silueta de
Capri sobre un mar color de vino, como en los versos de Homero. Debería ser
miércoles, pero era viernes, me había echado a dormir solo, pero despertaba en
buena compañía. No sabía cómo explicarme aquello. Seguro que el fallo de la
memoria no presagiaba nada bueno. Me encogí de hombros. ¿Y qué? Sonríe cuando
la vida te sonría y no hagas demasiadas preguntas. Esa era entonces toda mi
filosofía. Y lo sigue siendo.
Lunes, 22 de febrero
VIVIR DE LA POESÍA
Escucho a Manuel Vilas: “Cuando los poetas dicen que
no se puede vivir de la poesía, afirmación que se repite como una gracia, no
son conscientes de que esa idea puede acabar confirmando el hecho de que la
poesía no tiene ningún interés en este mundo. Yo luché por intentar vivir de la
poesía, no porque no supiera ganarme la vida de otra forma, sino porque quise
que la poesía tuviera sentido en este mundo. Fracasé en eso. Pero es también el
fracaso de toda una cultura literaria y de todo un país. No se trata de dinero,
se trata de la dignidad de la poesía bajo el capitalismo. Se trata de tomarse
la poesía en serio. No tomarse la poesía en serio me parece una aberración
moral propia del subdesarrollo. ¿Por qué los poetas no podían vivir de la
poesía si a ella entregaban su vida? La razón es simple: éramos unos muertos de
hambre, éramos unos mendigos. Si no se podía vivir de la poesía, no era porque
la poesía fuera algo sagrado (hasta los curas y el Papa tienen un sueldo), sino
porque no le importaba a nadie”. Y termina con un grito de guerra: “Poetas
miserables de la tierra, alzaos en armas. Mirad a ver si os dan dos dólares por
un verso”.
Cuántas
sonoras tonterías. De la poesía, como de la música, de la pintura o de la
fontanería, se puede vivir si hay suficientes clientes dispuestos a pagar por
tus servicios o si el Estado (o cualquier otra institución o incluso un mecenas
particular) deciden subvencionarte. Los fontaneros no necesitan subvención,
para los poetas todas las subvenciones son pocas. Y es que cualquiera puede ser
poeta, ni siquiera necesita aprender métrica para ello, pero no cualquiera
puede ser fontanero.
Raro
oficio la poesía, ciertamente. Si uno pone un bar y no entran clientes, cierra
y se dedica a otra cosa o se va al paro, pero no conozco a ningún poeta que
haya abandonado la poesía porque los derechos de autor de su último libro
apenas si le permiten pagar un mes de alquiler. Sería perfecto que los poetas
exigieran poder vivir de la poesía y, si no lo consiguen, dejaran de escribir
versos. Si a pesar de todo siguen escribiendo, como hace Manuel Vilas, que no
se quejen.
Martes, 23 de febrero
UN ESCRITOR SIN ÉXITO
“¡Cuánto has escrito!”, me dice un amigo tras
consultar el catálogo de la biblioteca del Fontán. ¿Demasiado? Solo si alguien
tuviera la obligación de leerme.
Un
escritor de éxito es el que ha escrito poco, pero sobre él se ha escrito mucho.
A mí me pasa exactamente lo contrario. Pero no me quejo. Prefiero escribir sobre los demás a que los
demás escriban sobre mí. De mis poemas, ya hablarán cuando yo esté muerto. Y ni
no hablan, tampoco importa demasiado: no me voy a enterar.
Miércoles, 24 de febrero
ADULANDO A LOS JÓVENES
Mientras presentamos Anáfora en la librería Santa Teresa, que ya se está convirtiendo en
una grata costumbre, recuerdo “Contra JLGM”, un epigrama que escribí hace tiempo: “Adulando a
los jóvenes, / ¿tratas de seducir / a la posteridad?”
Como
siempre que escribo contra mí mismo, me invento un defecto del que carezco y
así oculto mejor los que sí tengo. Para el arte de la adulación estoy
escasamente dotado, aunque mentiría si dijera que me molesta en exceso recibirla.
Yo no adulo a los jóvenes, más bien les doy pataditas para que se mantengan
alerta.
Carezco
del arte de la adulación y de otro igualmente necesario para prosperar en la
vida, la falsa modestia, pero no por completo de autocrítica. Me doy cuenta de
que tiendo a no dejar hablar a nadie, de que pretendo decir siempre la última
palabra, de que no sé disimular el hecho tan molesto de que la razón esté casi
siempre de mi parte.
“Soy
un canalla y no me arrepiento de serlo” leo en el cartel promocional de la
última novela de Julia Navarro. Aprovecho para hacerme una foto. De sobra sé
que no lo soy. Ya me gustaría. Así mi biografía resultaría más divertida.
Jueves, 25 de febrero
COSAS DE LA EDAD
¿No hay libro que no hable de mí? Parece que no. Abro Las tareas de casa y otros ensayos, de
Natalia Ginzburg, y leo: "Ahora nos estamos convirtiendo en lo que nunca
habíamos deseado ser, en viejos".
¿Me
estoy convirtiendo o me he convertido ya? Me hacen descuento, no sé yo bien por
qué, en el cine, en los museos, en el tren.
Continúo
con Natalia Ginzburg: "La vejez se aburre y es aburrida, el aburrimiento
genera aburrimiento, propaga aburrimiento a su alrededor del mismo modo que el
calamar propaga su tinta".
Bueno,
yo para aburrirme no he necesitado esperar a ser viejo. Siempre he hecho todo
lo que tenía que hacer demasiado pronto y luego siempre me sobraba tiempo. No
es que no dejara para mañana lo que debería hacer hoy, sino que a menudo la
tarea de hoy ya la había hecho ayer y no me quedaba más remedio que aburrirme.
O inventar otra ocupación. Me he pasado la vida inventándome obligaciones. De
las que me libraba apresurada y chapuceramente tan pronto como era posible.
Siempre
he envidiado a los poetas que se pasan días, semanas o meses con un poema. A mí
ninguno me ha ocupado más de una hora. A veces trato de hacer las cosas más
lentamente, pero para necesito el doble de esfuerzo y no suelen quedarme ni la
mitad de bien.
Desde
niño no he tenido más remedio que convivir con el aburrimiento. Me aburro un
poco cada día, por lo menos veinte minutos o quizá media hora. A la vejez
todavía sigo viéndola como algo lejano. Me repito varias veces al día la edad
que tengo, pero no acabo de creérmela. Algún día los años serán una carga, todavía
son un regalo, el mejor regalo de cumpleaños.
Con la
vejez --continúa Natalia Ginzburg– perdemos la capacidad tanto de sorprendernos
como de sorprender a los demás". Yo he sido siempre tan rutinario y
previsible que no creo que nunca haya sorprendido a nadie, pero la capacidad de
sorprenderme ni la he perdido ni creo que la pierda jamás. ¿Cómo no voy a
sorprenderme si ya tengo amigos más o menos de mi edad, o eso me parece a mí,
que tienen abuelos de mi misma edad?
Viernes, 26 de febrero
UNA MODESTA PROPOSICIÓN
"y me senté junto a ella."
ResponderEliminar¿Ella?
"cualquiera puede ser poeta, ni siquiera necesita aprender métrica para ello, pero no cualquiera puede ser fontanero".
ResponderEliminarCualquiera puede ser versificador, querrá usted decir. O prosista que corta sus líneas en trozos y los dispone verticalmente. No es poeta quien quiere sino quien puede. Relea usted lo que escribía Rimbaud a los 16 años o Claudio Rodríguez entre los 17 y los 19 y podrá comprobar que ser poeta es un don que se recibe, un don muy raro que recibe muy poca gente.
Dices que "como siempre que escribo contra mí mismo, me invento un defecto del que carezco y así oculto mejor los que sí tengo." Yo creo que si alguien tuviera la paciencia de compilar todo lo que has escrito sobre ti mismo, se podría ver que hay pocos escritores españoles actuales tan falsos como tú.
ResponderEliminarTe confundiste de oficio: para ser poeta de verdad hay que ser profundamente sincero consigo mismo. Tú deberías haber sido espía.
"Siempre he envidiado a los poetas que se pasan días, semanas o meses con un poema. A mí ninguno me ha ocupado más de una hora."
ResponderEliminarYa se nota, ya.
¿Es mismo perro con distintos collares, pertinaz Tomé? Gracias, en cualquier caso, por no cansarte de leerme.
ResponderEliminarJLGM
Al parecer, eso de atacar a gente importante la semana pasada trae consecuencias en ésta.
ResponderEliminarEs su día (hoy no sé), Matín lo hubiese dado todo por ser más alto y más guapo. Así son las cosas de sencillas. Muchas veces.
ResponderEliminarAy, Martín, ya quisiera yo ser pertinaz, Tomé o no Tomé. Pero Dios no concedió esa calidad. Y así ando...
ResponderEliminar(Por cierto, ¿a nadie se le ha ocurrido la idea de que podría haber por aquí mujeres disfrazadas de hombres?)
Ay, Tomasa, Tomasa, que te gusta más Pedro que Pablo aunque sean los dos del 29 de junio.
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