Viernes, 5 de febrero
POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL SER OBJETIVO
Media docena o una docena de corruptos en el partido
con el que simpatizamos resultan siempre un caso aislado; en el partido contrario,
basta uno solo para que dictaminemos corrupción generalizada.
Sábado, 6 de febrero
TAMBIÉN YO
Hace cien años que murió Rubén Darío y, con ese
motivo, en un suplemento cultural conversan con varios poetas. Como no me han
preguntado a mí, hago lo que cualquier poeta haría en un caso semejante: paso
rápidamente a la página siguiente.
Luego
me avergüenzo un poco de mi vanidosa actitud, que tanto he criticado en autores,
y vuelvo atrás. No es que me perdiera gran cosa, claro. Pero el remedio es peor
que la enfermedad. Resulta que quien hace el cuestionario es Javier Rodríguez
Marcos, a quien conozco desde sus primeros escritos y a quien antologué en
alguna ocasión. Y pienso en que hubo un tiempo, cuanto trabajaba en ABC, en que solía citarme de vez en cuando. En Babelia no lo ha hecho
nunca, aunque trata muy bien a algunos admirados amigos míos: José Luis
Piquero, Martín López-Vega. No se me ocurre pensar que el veto tenga que ver
con el cambio de periódico. Es algo más sencillo. Javier Rodríguez Marcos, un
excelente periodista cultural, uno de los mejores, como poeta se ha ido
quedando en nada (o en casi nada: no hay que exagerar). Eso es lo que pienso
yo; el resto de los críticos cada vez que publica un libro de versos, muy de
tarde en tarde, lo tratan como un acontecimiento. Frágil yo lo saludé sin demasiado entusiasmo. Y casualmente, a
partir de entonces, dejó de mencionarme. La susceptibilidad de los poetas me
hace ver en ello algo más que una simple casualidad. Do ut des sigue siendo la regla no escrita de la crítica literaria.
Los elogios no se venden, pero tampoco se regalan: simplemente se intercambian.
Y yo,
que siempre he estado tan orgulloso de no participar en ese cambalache, ahora
parece que lo lamento un poco. ¡Cómo le reblandece a uno la vejez! Me temo que
acabaré adulando a cualquier poetastro o periodista del que pueda obtener algún
provecho.
Domingo, 7 de febrero
NO PASA NADA
Después de ver Carol
y dejarme seducir por Cate Blanchett, hojeando distraído un libro de Azorín, El cine y el momento, mientras por el televisor desfilan los
paisajes de Siberia vistos desde el tren, me encuentro con una historia de
fantasmas.
No
pasa nada, no hay sábanas ni sustos, apenas una escena doméstica, pero a mí me
llena de melancolía. Dos difuntos, marido y mujer, reciben permiso para volver
al mundo por unas horas. Vuelven, naturalmente, a su casa. El matrimonio tuvo
un hijo. Se casó después de muertos los padres, que ahora tienen una nieta, a
la que no conocen. Los difuntos llegan a la que fue su casa y enseguida
comienzan a notar los cambios: han cortado el árbol que crecía frente a la
entrada, son otros los muebles, han desaparecido sus retratos del salón. Entra el
hijo, al que apenas reconocen, de tan avejentado; la nuera, como era de
esperar, no les cae demasiado bien: parece arisca y mandona. La nieta, en
cambio… Se acercan a acariciarla, pero la niña ni los ve ni siente nada. Cuando
llega la hora de partir, de volver al sueño sin sueños del que han despertado
por unas horas, lo hacen sin pena, casi con impaciencia.
Noto
que el asiento del sillón se hunde levemente, como si alguien ligero, muy ligero,
se hubiera sentado en él. No me dice nada, pero yo sé que está ahí, a mi lado,
compartiendo conmigo los bosques de Siberia, el dolorido sentir de Azorín y la
imagen luminosa de Cate Blanchett, como entonces, como ahora, como siempre.
Lunes, 8 de febrero
HAIKUS DEL CAFÉ
Dos
solitarios / en la calle sin nadie / la
lluvia y yo.
Tras el cristal / tú me miras mirarte / y me sonríes.
Hago recuento / de los días felices / me sobran
dedos.
Hoy no me sabe / dices después del beso / la vida a
nada.
Martes, 9 de febrero
LA BUENA COSTUMBRE
Presenté el viernes el último libro, Los dones del otoño, de José Cereijo, y
al final nos recitó algunos poemas de su predilección, entre ellos un soneto de
Borges: “Las traslúcidas manos del judío / labran en la penumbra los
cristales…”
Yo
también conozco ese poema de memoria y me lo repito a menudo, por eso le dije
al final que se había equivocado, que Borges escribió “pulen en la penumbra los
cristales”. Resulta que el equivocado era yo. Mi memoria tiene la costumbre de
corregir los textos que admiro sin pedir permiso ni a mí ni a sus autores. Al
final, casi siempre acabo dándole la razón a ella.
–-¿Qué
es eso de “labran”? –le diría a Borges– Los cristales para las gafas se pulen,
no se labran.
–-Me
gusta la paronomasia entre “labran” y ”penumbra” y no me gusta la de “pulen en”
–sonreiría Borges.
Recuerdo
presentación y discrepancia esta tarde melancólica mientras leo, en el café
Vetusta, Las voces de los muertos, el
libro de Orlando González Esteva que me acaba de llegar. Abundan las décimas,
esa estrofa que en España es un arcaico artificio y en Cuba resulta popular.
Una de ellas, mi preferida, dice así: “Los muertos de la familia / tienen la
mala costumbre / de conversar a la lumbre. / No distinguen la vigilia / del
sueño. No van a dar / a la recóndita mar / que vislumbrara Manrique. / Regresan
a dar palique: / somos su único hogar”.
––Te
has saltado un verso –me dice el amigo que acaba de llegar y al que le paso el
libro mientras se la recito presumiendo una vez más de mi buena memoria.
Compruebo
que es verdad: “Los muertos de la familia / tienen la mala costumbre / de
conversar a la lumbre / del ser que los domicilia”.
––¡Del
ser que los domicilia! Vaya ripio. No me extraña que mi memoria elegantemente
se negara a recordarlo.
Luego
en casa, cierro el libro que hojeo, y me quedo mirando el televisor encendido
pero sin voz como de niño en las noches de invierno miraba las llamas bajo la
chimenea y le hago otro cambio la poema: “Los muertos de la familia / tienen la
buena costumbre…”
Miércoles, 10 de febrero
TONTERÍAS CON FIRMA
Siempre ha fascinado la incapacidad para el
pensamiento racional de los seres humanos. Leo la carta al director que aparece
destacada en un diario. “Una de las principales víctimas de esta nueva etapa
tecnológica es la palabra escrita”, escribe Cristina Castro. Y continúa:
“Desgraciadamente, con el nacimiento de editores de texto, programas de
mensajería instantánea y diarios digitales cada vez peligra más una gran parte
de nuestra cultura. Y, aunque el desarrollo como sociedad científica es
imparable, el Estado debería hacer algo para intentar preservar nuestra lengua
escrita.”. Los principales factores que ponen en riesgo “tan preciada parte de
nuestra cultura”, esto es la lengua escrita, serían “el elevado coste del
correo postal y también el de los libros impresos”.
Cuántas
tonterías, Cristina. No, querida, no, no se trata de que tú pienses de una
manera y yo de otra, no todas las opiniones son respetables. Para ser
respetable una opinión debe estar bien informada y razonada, no contener
sinsentidos evidentes.¿Cómo van a poner en riesgo la palabra escrita los
mensajes de mensajería instantánea o los diarios digitales si la utilizan?
¿Cómo va a poner en riesgo la palabra escrita “el elevado coste del correo
postal”? ¿Acaso no sabes, Cristina, que el correo electrónico también utiliza
la palabra escrita? Quizá confundas palabra escrita con palabra escrita en papel.
Eso me parece mucho confundir.
Pero
no te preocupes, Cristina. No eres única. Guardo tu carta en mi colección
particular de tonterías sobre los medios digitales y la decadencia del
lenguaje. Las tengo firmadas por muy ilustres intelectuales, de Umberto Eco a
José Luis Pardo, el filósofo que quería incluir las faltas de ortografía en el
código penal.
Jueves, 11 de febrero
COSAS DE LAS QUE NO DIGO NADA
“¿Y qué opinas del
entremés de los titiriteros y el juez?”, me pregunta un amigo.
“Un capítulo más para la historia universal de la
estupidez y no precisamente por culpa de los titiriteros ni solo del juez”,
diría si no prefiriera pasar del asunto.
“¿Y qué te parece eso de que el candidato que rechazó el
encargo del rey ande todavía por ahí entrevistándose con unos y con otros?”
“A mí me recuerda a una película de Tim Barton, La novia cadáver; políticamente ya está
muerto y enterrado, como su admirada Rita Barberá, aunque él parece que no se
ha enterado. Pero de estas cosas, ya te digo, prefiero no hablar”.
“¿Y del acuerdo de Jaume Matas con el fiscal para que se
le rebaje la pena a cambio de que tire solo un poquito de la manta y no deje
que asome nada del gran tapado?”
“Sin comentarios. No quiero meterme en líos, que hay que
ver como se las gastan ciertos jueces en esta España nuestra”.
Viernes, 12 de febrero
DE UNA CARTA NO ESCRITA
“El amor no es la estimación
ni la confianza ni el agradecimiento; es algo mucho más grande, algo terrible,
arbitrario, enloquecedor, brutal como la muerte, que de súbito, sin pedirle
consejo a la lógica, surge ante nosotros y nos traspasa el pecho”.
Tanto a Borges como a vos, Martín, se os escapa el verbo adecuado, la figura que mejor se adapta a un judío de Ámsterdam que "talla" los diamantes en la penumbra. Porque creo que el vate ciego tenía en mente un brillante facetado y no los prosaicos espejuelos de un rabino. No habría paranomasia pero si certera elección de un verbo hecho cristal.
ResponderEliminarSpinoza no tallaba diamantes, pulía cristales para las lentes.
EliminarJLGM
En este caso estoy de acuerdo contigo, ese verso está muy bien olvidado. Por lo demás, el poema es bueno.
ResponderEliminarNo estás del todo informado, Martín. Spinoza, además de pulir lentes, trabajaba en la talla de piedras preciosas en un tallercito de la calle Polaklann, en pleno barrio judío de Ámsterdam, ya próximo el Nieuwe Herengracht. Si te fijás, Borges dice que "labra con geometría delicada", técnica que se compadece mal con el cansino pulir de lentes y sí bien con la delicada talla del diamante. Me consta por un amigo mío de Comodoro Rivadavia que trató a Borges en la intimidad, que este sabía del otro laburo de Baruch, menos ocasional de lo que se pudiera creer, dado que el riesgo de incidir con vicio en el cristal y que ello pudiese acarrear la pérdida de la pieza, exigía la pericia que solo los muy expertos podían poseer.
ResponderEliminarYo creo que no hay uno, sino dos, candidatos cadáver y otros dos candidatos fantasma dispuestos a bajar del desván en cuanto los ataúdes se los lleven.
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