domingo, 19 de julio de 2015

Espacio y tiempo: El puente de la espada


Hay en la vida de cualquier hombre, como en la historia de los pueblos, espacios y tiempos en los que la realidad se entremezcla con el mito.
            Volver a Aldeanueva del Camino es regresar al origen del mundo, un mundo que para mí no comenzó a ser verdadero hasta que no se me apareció en forma de libro.
            Los poderosos olmos junto a la escuela, gigantes para la mirada del niño, se han secado, pero siguen de pie sus troncos inmensos, ahora cubiertos de hiedra. Alzo los ojos al cielo, en esta noche clara de verano, y ahí en lo alto siguen las estrellas, más hermosas que en ninguna otra parte del universo, con su escritura secreta que aún no he aprendido a descifrar.


            Armando Palacio Valdés narra en La novela de un novelista las peleas entre los niños de las calles Rivero y  Galiana. Siempre he recordado, al leerlo, los enfrentamientos épicos, dignos también de un irónico Homero, entre los niños de la Parte Arriba y la Parte Abajo en Aldeanueva del Camino.
            Luego supe que detrás de esos violentos juegos de niño había mucha historia, que la frontera entre una y otra parte, había sido alguna vez una frontera real, tan real como que separaba el reino de Castilla y el de León, las tierras de los Zúñiga, duques de Béjar, de las de los Álvarez de Toledo, duques de Alba, en cuyo cercano palacio de la Abadía se habían alojado Garcilaso y Lope de Vega.
            Cuando me bañaba en las aguas del río Ambroz, a dos pasos del pueblo, no sabía que en ellas también se habían refrescado, una calurosa tarde del verano extremeño, el poeta que cantó el dulce lamentar de dos pastores y algunos otros cortesanos, espiados entre risas por algunas damas ocultas entre las arboledas del jardín.
            No sabía que esas aguas, muchos años antes que al poeta, habían rodeado los muros de una ciudad romana, devastada por los siglos, pero que aún alza orgullosa la frente en el arco de Cáparra.
            Me asomó al balcón de mi casa, junto a la carretera, y recuerdo que por allí pasó, montado a caballo, Unamuno camino de las Hurdes, y también, unos años después, Marañón acompañando al rey Alfonso XIII.
            Heredamos la historia del lugar en que nacemos, aunque tardemos en saber de ella, aunque haya episodios que no sepamos nunca. En 1829, la Real Audiencia de Extremadura preguntó a los vecinos de la Parte de Arriba y a los de la Parte de Abajo, que entonces eran dos pueblos diferentes, cual era su opinión sobre la división administrativa de la comarca. Unos y otros respondieron que deseaban acabar con aquella absurda separación, con aquel muro invisible heredado de tiempos remotos. Y en 1834, ya muerto el rey Fernando –de ominosa memoria en la liberal Aldeanueva, donde Martín Batuecas había publicado un Catecismo constitucional–, ya con María Cristina como reina gobernadora, se creó un único Ayuntamiento.
            La separación eclesiástica, sin embargo, se mantuvo todavía durante más de un siglo. Pocos pueblos pueden contar la simultánea visita de dos obispos, el de Coria y el de Plasencia, llegados a las parroquias de San Servando y de Nuestra Señora del Olmo para la confirmación de unos y otros feligreses. En mi memoria infantil cada obispo rivalizaba en pompa con el otro y hubo peleas, ya al anochecer, entre los que habían recibido la confirmación de uno y otro para decidir cuál era el mejor.
            En la iglesia de la parte de Arriba, Nuestra Señora del Olmo, donde a mí me bautizaron, ocurrió en 1506, un sacrilegio que movilizó a la Santa Inquisición y que motivó incluso la intervención de Felipe el Hermoso. Un cristiano viejo, Juan Sastre, robó una hostia consagrada supuestamente a instancia de varios cristianos nuevos de Aldeanueva y de la cercana Hervás para que luego ellos pudieran practicar sus siniestras ceremonias sobre el cuerpo de Cristo. Se arrepintió y confesó su delito a grandes voces cuando vio a un Cristo pintado en la pared sudar sangre verdadera.  
            Esta es tierra de fuerte impronta judía. "En Hervás, judíos los más". decíamos para insultar a los del pueblo vecino y ellos respondían: "Y en Aldeanueva, la judiá entera". Ahora la herencia judía de Hervás ha dejado de ser algo de lo que avergonzarse para convertirse en el principal atractivo turístico del pueblo, en una lucrativa seña de identidad.
            Los judíos se fueron de estas tierras, malvendiendo sus propiedades, en 1492, como es bien sabido. Lo que no es tan sabido es que bastantes de ellos volvieron poco después y pudieron recuperarlas, previa conversión, dudosamente sincera, al cristianismo.
            Más de una vez he discutido con Jon Juaristi, uno de los pocos conversos de la España actual, sobre la presunta presencia de la cultura judía en la obra de Antonio Machado. A esas charlas se refiere en un breve libro reciente, Estrella de la paciencia, donde habla de otro Antonio Machado, sastre, cuyos restos fueron desenterrados y quemados en un gran auto de fe celebrado el 25 de marzo de 1601. Pero aunque ese y otros Machado, cristianos nuevos portugueses, fueran antepasados del poeta, si él los ignoraba–argumentaba yo–, ninguna presencia judía podía haber dejado en su obra.
            Una religión, sin embargo, es algo más que una religión, es también una cultura y una forma de estar en el mundo. Y eso no siempre cambia cuando se cambia de un Dios a otro. Los cristianos nuevos podían ser sinceramente cristianos y conservar ciertas formas de comportamiento, como el hábito de la lectura, que se transmitían de padres a hijos y que les hacían diferentes de los cristianos viejos. De ahí las leyes de limpieza de sangre, tan necesarias –aunque nada se transmita por la sangre– para marginar a quienes tendían a copar los puestos claves en la enseñanza y en la economía, en todo lo que tenía que ver con el esfuerzo personal y el cultivo de la inteligencia.
            Mientras paseo por Hervás con mi amigo Marciano Martín, que es quien más sabe de estas cosas, pienso en mis posibles antepasados judíos. Américo Castro descubrió que esa era la ascendencia de buena parte de los literatos del Siglo de Oro y a mí no me molestaría, todo lo contrario, emparentarme así con Santa Teresa, Cervantes, el autor de La Celestina.  
            Pero todo eso son fantasías sin fundamento documental alguno. Inventamos nuestra propia historia como inventamos la historia de nuestro país. Cuando yo era niño, uno de los héroes nacionales era Viriato, aquel pastor lusitano que fue traicionado por los suyos. Pero hoy preferimos identificarnos con los que lucharon contra él. En Zamora, donde se alza el monumento a Viriato que reproducía la enciclopedia Álvarez, el portillo de la traición, por el que salió Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido (“si gran traidor fue el padre, / mayor traidor será el hijo”) para asesinar al rey don Sancho, ahora quieren cambiarle el nombre por el de portillo de la Lealtad.
            "Toda historia es ficción, y más aún / solo como ficción la historia existe" escribió un poeta. Ficción basada en hechos reales es la historia del mundo, mi propia historia.
            El niño que yo fui no se sabía heredero de una inmensa fortuna. Nuestras vidas son los ríos, pero en cada río desembocan muchas aguas. Las del Ambroz, en que yo me bañaba de niño, siguen hasta el Alagón y luego, en Alcántara, se unen con el Tajo.
            El niño que yo fui soñó muchas veces con el puente de Alcántara, minuciosamente reproducido, como la estatua de Viriato, en la enciclopedia Álvarez, que para mí, crecido en un ambiente donde escaseaban los libros, fue la primera biblioteca de Alejandría.
            Esta tarde de julio he cruzado por primera vez ese gran puente tan precisamente dibujado en mi memoria. Lo he cruzado a pie, en una tarde calurosa en la que no parecía oírse "ningún ruido, ningún silencio", con la ciudad agazapada tras la colina en una de las orillas y la arruinada torre defensiva en la otra, con el muro del gigantesco embalse amenazante frente a él, como un monstruo capaz de llevárselo por delante de un bocado. Debajo las mansas aguas del Tajo, que parecían inmóviles, sin ninguna prisa por llegar al mar, que es el morir.
            Todos los días cruzamos el puente más inestable de todos, el que va de un instante a otro sobre el abismo de la eternidad. Quizá por eso me tranquiliza atravesar lentamente este sólido puente, construido hace casi veinte siglos por Cajo Julio Lacer “para durar por siempre en los siglos del mundo”, perpetui mansurum in saeculi mundi, según reza la inscripción en el tempo dedicado al emperador Trajano y a los dioses de Roma que hay en su margen izquierdo.
            Unos pocos kilómetros más allá, el mismo arquitecto hizo otro puente, menos monumental, pero no menos sólido, no menos destinado a durar por los siglos de los siglos, sobre el río Erges o Erjas, que nace en la sierra de Gata y durante casi todo su cauce sirve de frontera entre España y Portugal. Cruzo por primera vez a pie el puente de Segura, con la vigilante aldea portuguesa encaramada sobre una colina, y me detengo exactamente en el centro, donde un cartel indica el lugar exacto en que comienza cada país.


            Eugénio de Andrade, al saber que yo era del norte de Cáceres, me contó que su abuela materna era también de por estas tierras, de Valverde del Fresno, y que él se acordaba muy bien de los contrabandistas que en el verano atravesaban este río Erges o Erjas por Monfortinho, muy cerca de aquí, para hacer negocio. Su madre le compraba siempre un “sombrerito blanco” (me lo decía así, en español) y unas sandalias. “Con esas sandalias comienza mi alegría”, leí luego en uno de sus libros, Rostro precario: “Ellas, tan leves, tan frescas, con sus agujeritos que dibujaban una flor (¿o una estrella?), desterraban durante meses las pesadas botas. Con sandalias así, no andaba: danzaba o volaba, y la tierra era toda mía”.
            Como este río, español y portugués, también el río de mi vida lleva aguas portuguesas. Mi España sigue siendo Hispania y abarca la península entera. “Soy español y nada portugués me es ajeno” escribió Eugenio d’Ors y yo me lo repito en este puente que piso por primera vez y que quizá no he dejado de pisar nunca. También hay portugueses, como Andrade, a los que nada español les resulta ajeno: “Mamita fue la primera palabra que aprendí entera –le escuché decir– y en los romances que mi madre me cantaba se mezclaba continuamente el español y el portugués”.
            Como se mezclan en las aguas de este río Erges o Erjas, en cuyas orillas se han encontrado restos de las minas de oro explotadas por los romanos. Quizá con ese oro se forjó la espada que los árabes creyeron que estaba enterrada bajo el puente de Alcántara y que les sirvió para darle nombre: al-Kantara-as-Saif, el Puente de la Espada.
            No sé si bajo el puente, pero sí sé que en mi infancia, en cualquier infancia, no importa lo menesterosa que haya sido, hay enterrada una espada de oro que nos vuelve en invencibles. “Una infancia pobre es una riqueza que no se agota nunca” le escuché decir en una entrevista a Nanni Moretti.
            Una infancia, cualquier infancia, es una riqueza que no se agota nunca. Creemos nacer en un lugar remoto y nacemos exactamente en el centro del mundo, herederos de toda la historia universal.




23 comentarios:

  1. Un maravilloso canto a la infancia.
    CDL

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  2. Gloriosa metáfora de la caridad la de esta hiedra que cubre la desnudez cadavérica del los olmos secos, no sé si hendidos o no por el rayo. Aunque hay amores que matan, y si en estas carcasas arbóreas de Aldea Nueva -por un acaso improbable- retoñaran algunas hojas verdes..., las amables serpentinas de la hiedra las habrían de ahogar en la misma cuna.
    Los vecinos de Martín son sensibles a esta condición humanitaria (?) de la planta trepadora, porque han rodeado cada ejemplar de olmo muerto con un modesto barandal de pino torneado y de un rodete de guijarros del Ambroz: saben estimar en lo que vale este gesto de la Botánica.

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  3. Lisandro Torreblanca20 de julio de 2015, 17:31

    "Américo Castro descubrió que esa era la ascendencia de buena parte de los literatos del Siglo de Oro [...] . Pero todo eso son fantasías sin fundamento documental alguno."

    Si Américo Castro "descubrió" algo es que existía. De lo cual no es difícil deducir que ese algo que existía y podía ser descubierto no puede ser simple fantasía.

    Por otro lado, decir que todos los libros que existen sobre la heterodoxia de los escritores españoles de origen judío son "fantasías sin fundamento documental alguno" es una segunda y muy sorprendente manifestación de superficialidad intelectual.

    Cuanto más le leo, más me pregunto si la frivolidad que demuestra usted aquí con frecuencia es pura provocación para que algún lector pique en el anzuelo y así pueda surgir una nueva discusión bizantina interminable (su deporte preferido, en el que suele usted ganar por agotamiento de su contrincante ante el empleo abusivo que hace usted de una mala fe ilimitada), o si realmente hay en usted una liviandad de fondo, una insustancialidad incorregible.

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  4. Qué mal me explico o que apresuradamente se me lee. Lo de las fantasías sin fundamento alude a mis antepasados judíos (a los que me gustaría tener), no obviamente a los de Santa Teresa o Fernando de Rojas.

    JLGM

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    1. Lisandro Torreblanca21 de julio de 2015, 22:31

      En ese caso se ha explicado usted mal - lo cual, dicho sea de paso, le sucede muy raramente (una de sus mejores calidades es para mí la claridad con la que escribe, lo muy alejado que está, pese a ser un universitario y a dirigir una revista literaria, de toda jerga académica o de moda).

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    2. Yo también, como la mayoría de la gente, tiendo a pensar que la culpa de los malentendidos es siempre del otro, que no se explica bien, pero por cortesía he aprendido a disimularlo.

      JLGM

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    3. Lisandro Torreblanca22 de julio de 2015, 10:30

      Si yo fuera autor y uno de mis textos fuese mal comprendido por un lector de literatura, yo me diría que la culpa del malentendido es mía.

      El hecho de que haya ambigüedad es culpa del autor, no del lector.

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    4. Si yo fuera lector, que lo soy, jamás se me ocurriría pensar que cada vez que malinterpreto algo la culpa es del autor. Pero cada uno es cada uno.

      JLGM

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    5. Lisandro Torreblanca22 de julio de 2015, 22:23

      "jamás se me ocurriría pensar que cada vez que malinterpreto algo la culpa es del autor."

      O sea que usted no lee más que a grandes estilistas, a escritores que nunca escriben ambiguamente, a autores que no cometen jamás errores de redacción.

      Tiene usted mucha suerte, JLGM.

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    6. Lisandro Torreblanca22 de julio de 2015, 22:33

      Y por cierto, más arriba, a las 9:21, estaba usted de acuerdo conmigo: "Yo también [...] tiendo a pensar que la culpa de los malentendidos es siempre del otro, que no se explica bien".

      Y 12 horas después, a las 21:36, ha dejado de estarlo: "Si yo fuera lector, que lo soy, jamás se me ocurriría pensar que cada vez que malinterpreto algo la culpa es del autor."

      Extraño...

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    7. Ya decía Pessoa que la ironía es eso que nunca se entiende. Yo precisaría: que algunos lectores nunca entienden.

      JLGM

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    8. Lisandro Torreblanca23 de julio de 2015, 11:34

      "Il y a des hommes spirituels dont toute l'ironie consiste à projeter leurs ridicules sur les autres."
      (Maurice Martin du Gard. Petite suite de maximes et de caractères)

      "Gardons-nous de l'ironie en jugeant. De toutes les dispositions de l'esprit, l'ironie est la moins intelligente."
      (Sainte-Beuve. Mes poisons)

      "Busca la profundidad de las cosas; hasta allí nunca logra descender la ironía."
      (Rilke)

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  5. Busco un blog "literario" en el que el titular no ejerza la censura cuando algún interviniente diga algo que incomode al titular (sobreentendiéndose que no se trata de nada ofensivo o insultante, simplemente contraviene los puntos de vista del susodicho).
    Mi experiencia en el blog de Andrés Trapiello es desalentadora. Tenía a este buen escritor por persona generosa en el juicio ajeno y comprensiva hacia los que discrepan de su ideología... Pero lo que nunca supuse es que, por el mero hecho de hacer un comentario adverso a la discutible iniciativa suya de "traducir" un Quijote al castellano de hoy (he de confesar que califiqué esa empresa como de "Quijote para vagos"), haya censurado mi escrito. Y que, por salir al paso -moderadamente, como es mi estilo- de una crítica que estimo injusta y tendenciosa hacia dos alcaldesas de dos ciudades señeras de la patria (¿con mayúscula, A.T.), haya hecho lo mismo: cerrojazo y supresión de cualquier rastro de mi colaboración.
    Lo hago público aquí (esperando que JLGM no estime que, por publicarlo, hace algo impropio), porque una persona como A.T. que tanto habla de regeneración patriótica haría bien en predicar con el ejemplo.
    Sí él lo lee y no está de acuerdo, que me desmienta.
    Un saludo cordial.

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    1. Lisandro Torreblanca21 de julio de 2015, 22:21

      Son todos iguales: Trapiello, Muñoz Molina y el resto. Mucho semón ético, mucha lección de moral, mucha invitación a la tolerancia, mucha plática sobre la libertad, mucho discurso sobre la democracia y en cuanto aparece un heterodoxo en sus blogs lo eliminan rápidamente sin el mínimo escrúpulo, aplicando los mismos procedimientos que todos los autócratas han utilizado siempre.

      De ahí que sus blogs, frecuentados únicamente por incondicionales en éxtasis y lameculos profesionales, acaben siendo tan aburridos.

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    2. Nada obliga a leer lo que nos aburre, estimado Lisandro. Hay tantas lecturas apasionantes que una sola vida no basta para dar cuenta de todas. ¿A qué perder el tiempo con lo que nos desagrada?

      JLGM

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    3. Lisandro Torreblanca22 de julio de 2015, 10:33

      "Nada obliga a leer lo que nos aburre."

      Totalmente de acuerdo. De ahí que yo haya dejado de leer los blogs de Trapiello y Muñoz Molina. Y que éste ya sólo lo lea de vez en cuando...

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    4. Sí, Lisandro, lo cierto es que me apena ver a este escritor (tan razonable para algunas cosas) en tan malas compañías... Y lo peor es que, después, nos adoctrina y nos censura y nos trata de salvar. Me dio pena de él cuando lo vi solo, de espaldas a la muralla de Cáceres (a mí siempre me horripila ver un paredón detrás de una silueta humana). Casi solito estaba la criatura..., rodeado de huecos que mejor hubiesen colmado pundonorosos patriotas. Un dolor.

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  6. Me temo que tanto LT como "Rob" son de la misma escuela, de la misma impaciente e irritable escuela. LT dice por ejemplo, copio literalmente: "Si yo fuera autor y uno de mis textos fuese mal comprendido por UN lector de literatura [el subrayado es mío], yo me diría que la culpa del malentendido es mía". Yo no: cada uno entiende lo que quiere, o lo que puede, y si con que sólo un lector nos malentienda es que nos hemos explicado mal, jamás nadie ha conseguido, ni conseguirá, explicarse bien. Y respecto a "Rob", yo he puesto en el blog de AT notas que diferían en mucho del pensamiento del propio AT sin ningún problema; también lo he hecho con notas que discrepaban del pensamiento de "Rob", lo que me ha valido más de una vez su destemplada irritación. Y es que hay gente que no sólo no acepta, sino ni siquiera comprende, que alguien pueda no estar de acuerdo con sus férreas certidumbres. En el caso de la última nota de "Rob", tengo pocas dudas de que las "malas compañías" que atribuye a AT son, simplemente, compañías que (horresco referens) piensan de otro modo que él, lo que automáticamente las convierte en execrables. Como él mismo dice, "un dolor".

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    1. Lisandro Torreblanca24 de julio de 2015, 22:04

      Lo importante en mi frase no era ese "un" sino "de literatura". Lo que quería decir es "un lector inteligente y culto", pero obviamente no podía decirlo para evitar que se me objetara que yo me aplicaba a mí mismo los calificativos. De ahí que escribiera "de literatura".

      Dicho de otra manera: "si yo fuera autor y uno de mis textos fuese mal comprendido por un lector inteligente, avezado, culto y lúcido, yo me diría que la culpa del malentendido es mía."

      (Por cierto, qué extraño que JLGM permita a ciertos anónimos publicar en su blog cuando había prohibido en él el anonimato).

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  7. Ciertas malas compañías de AT no se diferencian de servidor solo en lo accesorio sino que pertenecen a especímenes que nada tienen que ver con uno: por ejemplo, servidor es demócrata, algunos de aquellos no. Y eso si que es pensar de "otro" modo... A Vargas Llosa lo salva el talento, pero a J.Losantos o a Arcadio Espada, no. Al gigantón portaestandarte, renegado sindicalista que toma café en la FAES, muchísimo menos. Si me cruzara en la calle con algunos de ellos, cambiaría de acera, simplemente. Creo que AT es de lo más presentable del grupo (cuyo nombre no digo pero que todos sabrán identificar). Y me choca que se mire tan poco.

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  8. Para LT: durante siglos, las "Soledades" o el "Polifemo" fueron no sólo mal comprendidos, sino directamente condenados como incomprensibles ("Príncipe de las Tinieblas") por muchísimos lectores "inteligentes, avezados, cultos y lúcidos", lo que sin embargo NO SIGNIFICABA que toda "la culpa del malentendido" fuera del propio Góngora. Respecto a "Rob", por lo que dice parece obvio que no considera "demócratas" a Vargas Llosa o Arcadi Espada (supongo que tampoco, por ejemplo, a Fernando Savater, aunque haya preferido olvidarse de su nombre). Lo que no hace más que probar que yo tenía razón. (Y conste, para evitar malentendidos, que yo nunca he votado al "grupo" al que parece referirse. Pero, al contrario que él, no pienso que "demócratas" sólo sean los que coinciden con mis propias ideas).

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  9. ¡Qué alegría! Profesor y admirado poeta saber de la vuelta a su pueblo, que es también el mío. ¡Qué pena! No haber estado allí para escucharlo y compartir añoranzas de infancia. Le comprendo, comparto con usted gran parte de de los recuerdos: historias y ficciones compartidas. De todos ellos, son los álamos de la escuela, gigantescos, vigilantes, pero protectores y acogedores de nuestros juegos los que vienen más emotivamente a mi memoria. Me apena verlos tan cercados y tan mermados, tan disminuidos de su función, parece que sólo tienen aquella vida en mi historia y en la nostalgia de mi infancia. Un afectuoso saludo, profesor.

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  10. Gracias, Olga. A ver si nos vemos algún dìa y charlamos de memorias compartidas.

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