Sábado, 11 de mayo
FALTO YO
Dicen que la vanidad es la enfermedad profesional de los
escritores. No sé si será verdad o una de tantas generalizaciones abusivas, pero
en mi caso aciertan. Visito el nuevo museo histórico de Avilés, abierto hace
unos días, diminuto y didáctico y lleno de detalles entrañables, como no podía
ser de otra manera, para los que aquí hemos pasado la vida, y lo que más me
llama la atención es una fotografía en la que yo debería estar y no estoy.
Fue tomada
el 24 de octubre de 1980. Aparecen en ella José Hierro, Luis Antonio de
Villena, Ana de Valle y Enrique Molina Campos. Ese día se falló el primer
premio de poesía Ana de Valle y con tal motivo hubo un coloquio que luego se publicó
en el libro Desde la década de los 70.
Yo fui el moderador. Recuerdo que José Hierro nos parecía entonces un poeta de
otra época, un representante de la denostada poesía social. Poco después le
dieron el premio Príncipe de Asturias y resucitó de entre la apolillada
posguerra para convertirse en el poeta conocido y aplaudido de todos que fue
hasta su muerte. Luis Antonio de Villena era una de las más rutilantes y
escandalosas estrellas de la nueva generación. Se quedó unos días en Asturias y
Víctor Botas y yo hicimos de cicerone. Enrique Molina Campos, discreto poeta,
escribía por entonces unas muy ponderadas reseñas en la revista Nueva Estafeta. Hablamos en aquella mesa
redonda de la estética novísima, que ya sonaba a vieja, y de la que se
distanciaba el propio Villena con una poesía más experiencial, aunque sin
renunciar a un culturalismo y a un esteticismo que en él resultan
consustanciales.
Aquel
primer premio lo ganó un jovencísimo Felipe Benítez Reyes. Se trataba de un
premio para poemas y los finalistas se fueron publicando, semanalmente, en el
diario local. Recuerdo que entre ellos estaban Fernando Ortiz y Miguel d’Ors.
Víctor
Botas se dedicó a tomar el pelo a los preseleccionadores. Envió anónimamente,
según las bases, un poema de Borges, todavía no recogido en libro, y no lo
seleccionaron por su escasa calidad. También rechazaron una sextina porque
“repetía demasiadas palabras, demostrando así el autor tener muy escaso vocabulario”.
Yo estaba en el prejurado y le contaba a Botas –para reírnos los dos– lo que
los demás opinaban de aquellos poemas-trampa antes de rechazarlos.
Transcribí,
o inventé porque la grabadora no funcionó bien, la conversación que se recoge
en el libro y, sin embargo, no aparezco en la fotografía. Alguien se ha tomado
la molestia de cortarme como desconocida figura local. Mi entonces amigo Villena (pronto dejamos de
serlo y nos convertimos en antólogos rivales de la poesía joven) me mira burlón
desde el centro de la imagen, como alegrándose de ello.
Domingo, 12 de mayo
HABLA LA
LITERATURA
Solo miento cuando digo la verdad y solo digo la verdad
cuando miento.
Lunes, 13 de mayo
QUE CONSTE
He buscado por casa el libro Desde la década de los setenta, en el que se publica una fotografía
de la mesa redonda de la que me hicieron desaparecer, sin encontrarlo, así que
recurro a lo que hago siempre en estos casos: pasar por la Biblioteca del Fontán,
donde me lo entregan en pocos minutos. Y nada más abrirlo me doy cuenta de mi
error. Allí está la desvaída foto de la mesa redonda. Y en ella aparezco yo,
pero no Ana de Valle. La foto del museo se tomó al final del acto, cuando subió
la poeta homenajeada al escenario para anunciar el fallo del premio y yo bajé
de él. Nadie me cortó de ninguna fotografía. Mi vanidad me ha jugado –una vez
más– una mala pasada.
Y, como no
soy incapaz de callarme y reflexionar un poco antes de hablar, ya me quejé en
Facebook y hasta hubo quien me dio la razón, como mi amiga Herme G. Donis.
Menos mal que lo que se cuelga en esa red social solo lo ven los amigos
virtuales (en mi caso no creo que ni siquiera lleguen a ochocientos).
Con Villena
nos reímos bastante aquellos días. Le alojaron en un hotel de Salinas y allí
íbamos a buscarle cada mañana en el coche de Víctor Botas. Yo le admiraba mucho
por entonces, pero pronto le fui admirando cada vez menos y, como soy poco
diplomático, las reseñas que dedicaba a sus libros se fueron haciendo cada vez
menos entusiastas. Ahora que ya no es mi amigo procuro no escribir de él a no
ser que pueda decir algo agradable. Con los enemigos soy mucho más cuidadoso
que con los amigos. Cultivo mi imparcialidad. Jamás he utilizado una reseña
para adular ni para vengarme de nadie. Me parecería una falta de respeto a los
lectores. La crueldad que a veces se trasluce en ellas es siempre gratuita, que
conste.
Martes, 14 de mayo
GENIECILLOS TUTELARES
Me llega un nuevo libro de Benítez Ariza y el título, La novela de K., me hace en principio dejarlo
a un lado. La verdad es que las novelas me interesan poco, salvo unas pocas (y la
mayoría de esas las he leído hace tiempo). Pero lo hojeo casualmente y en
seguida descubro que el título es engañoso, puesto para espantar a lectores
como yo. La novela de K. no es una
novela, sino un diario y la K.
del título no se refiere a ningún alegórico personaje más o menos kafkiano,
sino a una gata callejera adoptada por el autor. Y que yo también adopto de
inmediato.
De Asilah, la ciudad marroquí
en que desembarcó el rey don Sebastián rumbo al desastre de Alcazarquivir se
trae Benítez Ariza esta enumeración gatuna: “El que dormitaba tras el
escaparate de un cafetín. El tuerto que acechaba en la puerta del colmado, y
que salió corriendo al ver venir a unos golfillos (no quisimos imaginar por
qué). El que corría sobre las tarimas del zoco de Ahfir, persiguiendo una
sombra. El que exploraba los bajos cochambrosos de los taxis, en el
aparcamiento. El gordo y ceniciento que huyó escaleras arriba, por los
tejadillos, cuando abrí la puerta de la azotea. Y K. que lógicamente no ha
venido con nosotros, pero a la que vemos tras cada una de esas presencias
fugaces, que son como los geniecillos tutelares del cordial batiburrillo de
Asilah”.
Miércoles, 15 de mayo
CUANDO NO SÉ QUE DECIR
Esfuérzate por llegar a la meta lo más tarde posible.
En las dos letras de la palabra
“yo” cabe todo el mundo.
Sé que soy imprescindible, pero
todavía no sé para qué ni para quién.
Para escribir poemas de amor
necesito no estar enamorado.
Me gustan las mujeres que me
gustan, ni una más ni una menos.
Mi peor enemigo es mi mejor amigo,
y se llama como yo.
Cuando no sé qué decir es cuando
más cosas se me ocurren.
Jueves, 16 de mayo
GATO ENCERRADO
Voy de listo por la vida y, como es habitual en estos casos,
no hago más que meter la pata. En el último premio Alarcos de poesía ganó un
nuevo poeta, Rodrigo Manzuco, del que ni yo ni nadie había oído hablar. Se
trataba de un poeta joven, con algunas torpezas, pero también con verdad y
gracia. En el original había uno o dos descuidos ortográficos y Josefina
Martínez se negaba por eso a votarle: “Que aprenda primero a escribir”. Hace
unos días me llegó su libro, Casi, ya
editado por Visor, y si no un gran libro me pareció el principio de un poeta
más que prometedor.
Y ahora me
entero de que Rodrigo Manzuco no existe, que tras él se oculta el mismo poeta
que, hace unos años, inventó a Fernando López de Artieta, ganador de otro
premio también publicado por Visor; un poeta del que conozco toda su obra y del
que he reseñado todos los libros.
Hoy,
pensando que yo he adivinado la verdad, me escribe una carta (la firma
“Rodrigo” entre comillas) en la que me pide discreción: “Quien piense que es un
juego no entiende lo que yo entiendo que es literatura. Y menos aún la poesía,
donde el factor biográfico tiene la capacidad de intensificar los versos de una
manera tan profunda”.
Y sí, los
versos no se leen de la misma manera si quien los ha escrito es un joven
informático de poco más de veinte años o un poeta ya conocido y con obra
publicada.
Pero lo que
más me fastidia de toda esta historia es que yo fuera el último en sospechar
que aquí había gato encerrado. Y que las torpezas y los errores ortográficos
eran deliberados. Y que la nota biográfica –“técnico informático especializado
en análisis de programación en versiones abreviadas de escritos en sistema
ordinario natural”– era una tomadura de pelo.
Pero no te preocupes, amigo Jaime
García-Máiquez, que seré discreto y no diré nada.
Viernes, 17 de mayo
HABLADURÍAS Y AUTORRETRATOS
Forman la pareja perfecta: ella le quiere mucho, pero él se
quiere todavía más.
No le gustaba salir de casa. Por
eso, cuando iba de viaje, compraba solo el billete de vuelta.
Aquel diablo era un pobre diablo,
no tenía ni un alma que llevarse a la boca.
Cuando estaba solo, le gustaba
hacer solitarios jugando a la ruleta rusa. Siempre perdía. Una vez ganó y ya no
volvió a jugar.
“Nos vemos cualquier día de estos”, me dijo la
muerte al cruzarse conmigo en la calle Víctor Chávarri. “Ahora tengo una cita
urgente”.
Llamé a la puerta de casa, pero
como no me fiaba de mí no quise abrirme.
Acababa de bajarse del platillo
volante cuando se cruzó conmigo. Me miró, le miré y los dos salimos corriendo
en dirección contraria.
No había visto nunca a aquella
mujer que apareció en la puerta de mi casa con una rosa en la mano. “Soy la
mujer de tus sueños”, dijo. “Si fueras la mujer de mis sueños –pensé yo–,
sabrías que la mujer de mis sueños no es una mujer”.
Era tan acelerado que a veces,
cuando volvía a casa, se encontraba consigo mismo en el ascensor, ya de vuelta.
Era tan desconfiado que siempre
que se miraba al espejo veía a alguien que le miraba con malos ojos.
Alargó la mano para cerciorarse
de que yo era real y yo me estremecí al sentir alrededor de mi cuerpo aquella
mano sin cuerpo.
Hacía tiempo que nadie iba al
cielo, así que Dios, aburrido, los fines de semana se daba una vuelta por el
infierno de ciertas discotecas.
A aquella hermosa maga no le
costaba nada adivinar los pensamientos del público, sobre todo del público
masculino.
Busco un esclavo que quiera ser
mi amo.
Tenía graves problemas de
personalidad. No sabía si era yo, tú, él o ella.
Ni siquiera mirándose al espejo
encontraba alguien que le quisiera.
¿Cuenta la creación de un falso autor como parte de la obra? Las entretelas de los premios literarios parecen más interesantes que los veredictos ofiicales. Una lectura muy amena.
ResponderEliminarUn saludo,
Sonia
Pessoa tenía mogollón de nombres, o sea, heterónimos, y, que yo sepa, nunca concursó con ellos en ningún premio literario. Al único concurso al que se le ocurrió presentarse lo hizo con su autónimo (y con el libro Mensaje, muy por debajo del resto de su obra) y quedó segundo, pues el premio se lo llevó un cura. A mí eso de los concursos literarios me parece una mentecatez, pero entiendo que ahora pueden resultar necesarios pues quizá sea la única forma de vivir de la literatura en tiempos de Internet.
ResponderEliminarA Pessoa no se lo parecían; la prueba es que, como usted recuerda, se presentó. Y, lo que es más, dijo luego, en una célebre carta a Adolfo Casais Monteiro, que no le parecía que en eso, en presentarse, hubiera "pecado intelectual mayor". Pido perdón al "Zumo" por preferir (horresco referens) la opinión de Pessoa a la suya.
ResponderEliminarComo un Diógenes reencarnado ahí está el gato rubio, tranquilo en medio del trasiego, fundido con él y al mismo tiempo al margen.
ResponderEliminarUn tanto divertido y edificante sería imaginar una posible reunión de gatos a la "manera" humana. En tal tertulia no habría debate, ni controversias, ni seguras posiciones de opinión, ni disparos de identidad a matar, ni concursos de disfraces. Tampoco concursos literarios; al no tener parámetros de comparación no se podría medir la calidad poética de cada gato. Medida innecesaria, por otra parte, al ser todos uno y lo mismo, o sea poesía en estado puro… ¡Ah, qué decir de los humanos, tan "empoderados" sin demasiada razón y con tanta frecuencia!
¿Gatos y habladurías? ¡sape, sape!... Espantando a lo segundo, claro.
No digo yo que presentarse a un concurso literario sea pecado intelectual, y de hecho lo hicieron grandes autores. Creo, por ejemplo, que Miguel Delibes se dio a conocer con el Nadal y Muñoz Molina recibió el gran espaldarazo con el Planeta. Torrente Ballester también se presentó al Planeta, pero lo hizo por cuestiones pecuniarias, dada su alta dotación económica. También lo hizo Cela con la novela del plagio. (Mi pareja de entonces trabajaba en el mundo editorial y vivió de cerca esto último.) En fin, a mí el tema de los premios literarios no me aporta nada. Únicamente me sirvió de algo el premio Nóbel que le dieron a Wislawa Szymborska porque gracias a eso descubrí a esta gran poeta polaca, recientemente fallecida, a la que de otra forma posiblemente no habría leído como merece.
ResponderEliminarJosé Luis: poco después de fallarse el último premio Emilio Alarcos salió en el periódico, aun sin su verdadero nombre, una foto real del autor de "Casi". Y, como había visto en otras imágenes la cara del creador de ese heterónimo, enseguida me di cuenta de quién era. ¿A quién quieres engañar diciendo aquí que no te diste cuenta? Yo hace mucho no me chupo el dedo. Y enseguida descarté el concurso (no por el ganador, sino por otras cosas raras que se notan) para posibles tentativas futuras. Adolfo González.
ResponderEliminarPues ni vi esa foto ni, aunque la hubiera visto, habría reconocido probablemente al autor (solo coincidí una vez con él en Madrid) y no le reconocería si volviera a verle.
ResponderEliminarY esa "cosa rara" (que se tratara de un poeta inventado) nada tiene que ver con el premio. Se le dio al libro --sin saber su autor-- que obtuvo más votos (no hubo unanimidad).
JLGM