domingo, 21 de marzo de 2010

Línea roja: Decir sin estar diciendo

Sábado, 13 de marzo
CONVERSACIÓN

¿Cómo puedes concentrarte en medio de este barullo?, me pregunta un amigo que me encuentra en el Caffè di Roma, en el centro comercial Los Prados, rodeado de familias con niños.
Y yo me encuentro tan a gusto, mejor que en la más silenciosa biblioteca. Como mañana he de escribir una nota sobre la correspondencia de Gil de Biedma, he traído ese libro para releerlo y algunos otros relacionados. Uno de ellos, Conversaciones, se reúne las entrevistas del poeta. No me imagino contertulio mejor. Le escucho, le contradigo, anoto algunas de sus frases, seguimos dialogando tras cerrar el libro.


Al envejecer se escriba menos poesía porque la sensualidad disminuye. Un poeta joven se pone caliente con cualquier palabra. A partir de cierta edad ocurre precisamente lo contrario.

Para ordenar un libro sigo el mismo criterio que para decorar una casa. Variación, contraposición y modulación, ese es todo el secreto. El orden de un libro debe estar pensado para hacer más agradable la estancia entre sus páginas.

La gran poesía se hace o de muy joven o de muy viejo, y raramente en la madurez. Pero de muy joven pocos saben escribir y de muy viejo se han perdido las ganas. Por eso resulta tan escasa.

Sin capacidad de rencor no hay capacidad de amor.

La felicidad aburre. Si eres feliz, no digas nada. Por lo menos en verso

Un buen poema raras veces es un acaricia; casi siempre, un puñetazo.

No hay arte sin simulacro, tampoco placer sexual.

Hay críticos frígidos que nunca han gozado con lo que leen.

La ventaja de imitar deliberadamente es que nadie se da cuenta.

La única crítica que interesa es la que orienta sobre si vale la pena leer un libro o no, la que da ganas de leerlo o razones convincentes para no hacerlo.

Todo ser humano lleva dentro una cierta cantidad de odio hacia sí mismo, y ese odio acaba siempre saliendo fuera y salpicando a la persona que se tiene más cerca, que suele ser a la que más se quiere.

Para escribir poesía no hay razones, sino sinrazones.

La misma diferencia que existe entre contemplar un cuerpo con ojo clínico y recrearse en él eróticamente es la que se da entre leer un poema propio y otro ajeno.

Un poema debe de dar siempre la impresión de que algo sucede, aunque lo único que suceda sea el poema.

Ningún enemigo es de verdad un enemigo si no es un enemigo íntimo.

A la poesía, como a tantas otras cosas, es mejor comprenderla de un modo imperfecto. Para que algo o alguien deje de interesarnos no hay nada como comprenderlo demasiado bien.

La poesía interesa poquísimo hoy en día; casi tan poco como hace cincuenta años, un siglo, dos siglos, mil años.

Hay quienes me reprochan no haber hablado nunca claro en mis poemas de determinado tema, pero es que ese tema, cuando se habla claro, pierde toda su gracia.

A veces me reprocho haber escrito pocos poemas y haberme enamorado demasiadas veces. En realidad creo que he escrito demasiados poemas y que no me he enamorado nunca, aunque haya perdido la vida intentándolo.


Lunes, 15 de marzo
SER NECESARIO

Una amiga, recién jubilada, aparece por el café del Rosal mientras yo estoy hojeando la revista El Ciervo, que siempre leo con placer y provecho. Un anciano teólogo, al que han solicitado colaboración, cita a Mauriac: “Al no ser necesario, ¿no se le llama morir?”. Y añade: “Ahora, cuando me piden algo, me dan vida”.
Y a mí me gustaría abrazar a mi frágil amiga perpetuamente inconformista y decirle que cuide su salud, que sigue siendo más necesaria que nunca. Pero, si nunca he tenido problemas para decir lo que pienso, siempre me ha costado decir lo que siento.


Martes, 16 de marzo
INDISCRECIONES

Vicente Molina Foix habla en el Milán de su novela El abrecartas. No le gusta que diga que le leí por primera vez hace cuarenta años, en la antología Nueve Novísimos, cuando yo tenía 19 años y él 23. Es de los que consideran la edad algo muy íntimo que debe mantenerse en secreto. Yo no entiendo esas coqueterías, que acaban descolocando a un escritor y dejándolo en tierra de nadie. Ocurrió con el semiolvidado Gil-Albert, con la olvidada Concha Lagos. Creo que estamos hechos de tiempo y que sin situarle en su tiempo a un escritor no se le comprende.


Pero cada persona tiene sus secretos. En El abrecartas desvela Molina Foix el secreto a voces de Aleixandre: el femenino de sus poemas de amor oculta un pronombre masculino. No sabemos si a Aleixandre le habría gustado esa indiscreción. Él jamás mencionó el tema. Tenía verdadero terror a que esas preferencias pudieran llegar a oídos de su mejor amigo, que era de los que pensaban que apalear y encarcelar homosexuales era tratarlos con benevolencia porque lo que en realidad merecían era la hoguera. A José Luis Cano, devoto secretario oficioso, que anotaba sus conversaciones para la posteridad, le recitaba cada poco el cuento de sus novias. Solo con quienes participaban de sus mismos gustos, tras cerrar puertas y ventanas, se atrevía a sincerarse. A ellos les contaba chismes de sus mitificados compañeros de generación –que Luis Cernuda se pintaba los ojos, por ejemplo- a la vez que les escuchaba sus desvergonzadas aventuras. Vicente Aleixandre, tan comedido y cauto, no fue un Gil de Biedma: el franquismo le castró y le enseñó a pecar solo con la imaginación.
“¿No crees que has traicionado la confianza de Aleixandre al contar en tu novela la verdad de sus fantasías eróticas?”, le pregunto a Molina Foix al final de su conferencia, en la que sin embargo ha mantenido la discreción del maestro y ha hablado de todo menos de ese secreto desvelado que contribuyó no poco al éxito del libro.
----No, no lo creo. Un día le pregunté, delante de amigos, si a él no le importaría que esas cosas se supieran. Y él respondió que cuando él hubiera muerto y hubieran muerto su amigo Dámaso, al que temía más que nada, y su hermana Conchita ya podríamos contar todo lo que sabíamos y lo que habíamos vivido junto a él.
----Bueno, no creo que pudiera reprocharte mucho. Sobre todo si comparamos su caso con el de Gil de Biedma. Tú te limitas a contar una historia de amor, su relación con Andrés Acero. Y la cuentas con delicadeza y de conmovedora manera. Nada que ver con las zafiedades de Dalmau y El cónsul de Sodoma.
----En la novela aparece otro de sus amantes, que todavía vive, por eso solo le hago aparecer como amigo y discípulo suyo.
----Sí, de ese amigo mejor que no descubras nada que él quiera ocultar. Bastante castigo tiene con la mujer que finalmente le tocó en suerte.



Miércoles, 17 de marzo
THE MAN ON THE WIRE

Un día, mientras esperaba en la consulta del dentista, hojeando una revista, descubrió el amor de su vida. No era una mujer, tampoco un hombre, sino las dos torres más altas del mundo que se habían comenzado a construir en Nueva York. Arrancó esa página, se la guardó en el bolsillo, y desde entonces no hizo otra cosa que prepararse para la hazaña de su vida.
El azar de la televisión me regaló la otra noche The man on the wire, el documental de James Marsh que cuenta la fascinante historia de Philippe Petit, el funambulista francés que el 7 de agosto de 1974 anduvo una hora sobre el alambre entre las dos Torres Gemelas, recién inauguradas. Fue un paseo soñado durante años, preparado clandestinamente, una mágica caminata con la que yo también he soñado más de una vez.
Triste destino el de esas torres, que nadie parece echar de menos. Se lamentan los muertos, pero no que ellas desaparecieran. Cualquier otro edificio se habría reconstruido. Ellas, no. Nadie lo propuso siquiera. Había que aprovechar el desastre para hacer otra cosa, o ninguna cosa. Hoy queda su ausencia como perenne homenaje a la barbarie.


Olvidadas en un libro, encuentro dos fotografías de mi primer viaje a Nueva York. Están tomadas en la misma tarde y en las dos tengo idéntica postura: en una me apoyo en una barandilla del puente de Brooklyn y en la otra estoy sobre una de las Torres y el puente se entrevé abajo, a la izquierda. Era en 1990. Yo tenía cuarenta años, ellas apenas diecisiete. Parecían destinadas a cumplir siglos, pero no llegarían a la edad que yo tenía entonces.


Miro las fotografías y me veo caminando sobre el alambre y el abismo de una torre a otra, de una edad a otra.


Viernes 19 de marzo
UNA MUJER

“Ver a una mujer: solo por un segundo, solo por el breve lapso de una mirada, para luego volver a perderla, en la oscuridad de un pasillo, tras una puerta que me está vedado abrir… Ver a una mujer, y sentir en ese mismo instante que también ella me ha visto, que sus ojos interrogantes han quedado prendados de mí como si no tuviéramos más remedio que encontrarnos en el umbral de lo ignoto”.
Qué fascinante vida la de Annemarie Schwarzenbach. Thomas Mann dijo de ella que era “un ángel devastado”. Tuvo tres grandes amores: los viajes, la morfina y las mujeres. Recorrió el mundo en destartalados automóviles, sorteó abismos en Asia y en África, siempre en compañía de una cámara de fotos y una querida amiga, se enfrentó al nazismo, y fue a morir en 1942, a los treinta y cuatro años, de un trivial accidente de bicicleta.
En su tiempo fue un escándalo, pero en nuestro tiempo no ha faltado quien le reprochara que las pasiones lésbicas apenas dejaran huella en su obra. Ahora se acaba de descubrir un relato juvenil, en el que sin veladuras habla de su amor, de su obsesión por una mujer entrevista.
Qué triviales los secretos más secretamente guardados. Los tabúes, que tanto daño han hecho en la vida de algunas personas, no hacen ningún daño a la literatura. Todo lo contrario. Solo quien tiene mucho que callar tiene algo que contar.
Nadie puede ser considerado verdadero escritor si no es capaz de decir exactamente lo que quiere decir sin necesidad de decirlo.

4 comentarios:

  1. Norman Jiménez Bates22 de marzo de 2010, 16:44

    Qué páramo oteo desde el pretil,... Obejas, miles de obejas negras, rosadas, grises, bermejas...
    Y ¿qué fue del sacristan-campanero de mi pueblo?; él, que un domingo se presentó en la antojana de la iglesia parroquial y reventó el cartucho de papel de estraza delante de la concurrencia feligresa y asombró a todos con el abanico de billetes de banco?
    En New Jersey dicen que lo vieron los de la última excursión de la parroquia. Había adelgazado -decían- y le quedaba holgado el saco a cuadros rojos y naranja; el pantalón, no, que se había embutido en unos jeans de pitillo que le marcaban los glúteos y la bragueta; él que siempre llevaba una sotana raída, de dudosa limpieza.
    Siempre quiso -me contába- conocer el escenario de la novela de Tom Wolfe "La Hoguera de las Vanidades". Le perseguía como una pesadilla recurrente la idea de conocer el viaducto de la autopista del Bronx que lleva al puente de Manhattan.
    Seguro que ya la conoce. Pero, satisfecha aquella curiosidad, ¿podrá contar con él el cura párroco para los próximos años? Le faltaban cuatro o cinco para la jubilación.
    Yo creo que -dado el paso- no va a volver.

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  2. Sólo Norman Jiménez Bates tiene licencia de los dioses para escribir "obejas" sin que se le caiga la cara de vergüenza.
    Y no se piense que es cosa de la psicosis, que su amigo Leopoldo (el hijo del panadero) está como un cencerro, pero escribe como dios.
    Los dioses, los indulgentes dioses.

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  3. Excelente blog y muy buen post, realmente llegué a tú blog por casualidad, pero he leído un par de artículos y me han parecido muy interesantes, espero sigas así.

    Un abrazo.

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  4. La poesía se debe a su bello público.

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