domingo, 27 de diciembre de 2009

Línea roja: Historias reales

Domingo, 20 de diciembre
ESTAMOS EN PAZ

Qué espléndido regalo el de este último domingo de otoño. Hace frío, pero el cielo está de un azul tan prodigioso que no parece de este mundo. Y qué transparencia la del aire: todo relumbra como recién creado. Mientras cruzo la plaza de Santullano, recuerdo los versos de Amado Nervo que oí recitar el martes pasado, en la Casa de Cultura de Avilés, a José María Martínez: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, / porque nunca me diste ni esperanza fallida, / ni trabajos injustos, ni pena inmerecida”.
Sí, yo también, como el poeta mexicano, “he sido el arquitecto de mi propio destino”. Y cuando llegue la hora del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, podré repetir sus palabras: “Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz”.



Lunes, 21 de diciembre
VUELTA A CASA

Al regresar a casa, después del cotidiano y vespertino café en el Rosal, me detengo un momento ante una agencia de viajes. En el escaparate se exhibe un globo terráqueo. Lo contemplo como en la infancia, fascinado por tantos ríos y mares, montañas e islas desparramadas en el azul. A su lado hay un velero. Me basta cerrar los ojos para estar a bordo y sentir la aspereza del viento en la cara. Pero parece que he llegado en mal momento. La vela de mesana, en jirones, pende del pico de cangreja aleteando sobre la toldilla. Las demás velas bajas –la de gavia, el sobrejuanete y las restantes del mayor- se hallan rizadas. Pero en el mástil de proa, a excepción del cangrejo, el velacho bajo y el trinquete, las otras golpean furiosamente amenazando quebrar el mastelero. El bauprés está tronchado por su mitad, y el botalón, desprendido, salta locamente sobre las aguas amadrinado aún a las bandas por sus vientos, que también están a punto de romperse tensados por la fuerza monstruosa de las olas. En el resto solo quedan el contrafoque y la trinquetilla, amenazando rasgarse sacudidos por la violencia del vendaval. Las demás velas de cuchillo, menos las de cangreja, el estay mayor, la de mesana, de gavia y de sobremesana, han sido arrebatadas por el viento. De pronto una ola enorme levanta de través al buque zarandeándolo fuertemente, haciendo crujir todo su armazón y elevándolo a una altura prodigiosa.
Abro los ojos y sigo de vuelta a casa, tambaleante, como el que acaba de pisar tierra después de una larga y angustiosa travesía.



Martes, 22 de diciembre
ORESTE PINTO

Xuan Bello pasa un momento por la tertulia y yo le cuento que Gloria Bahamonde está preparando un trabajo sobre su Historia universal de Paniceiros para el homenaje que la Academia de la Llingua le va a dedicar a García Arias. “Pues no le va a hacer mucha gracia al homenajeado”, comenta. “Ya hubo quien le desaconsejó que escribiera sobre ti; otro profesor le dijo que ese libro no era más que unos artículos de Les Noticies”, “¿Qué profesor? ¿Insuela?”, “Me preguntó si había existido el capitán Bobes, aquel emigrante asturiano del que nos habló Víctor Fuentes en California; quería saber lo que hay de verdad en tu libro”, “Todo. Soy como tú, un cronista sin imaginación. Tú mismo no te creías que un tío mío había sido compañero de Cernuda. Hasta que no encontré la foto en la que aparecían los dos juntos no te lo creíste. Ahora estoy investigando la historia de otro amigo de mi tío, un holandés que trabajó en el servicio de contraespionaje y al que conoció también, como a Cernuda, en la Inglaterra de los años cuarenta. Tenía un nombre que parece inventado, Oreste Pinto, y su odio a los alemanes comenzó mucho antes de que Hitler llegara al poder. A mi tío le contó muchas veces una anécdota de su juventud. Cuando tenía dieciocho años, poco antes de la Guerra del 14, iba con un amigo a pasar unos días en la Selva Negra. Viajaban en tren. A poco de adentrarse en tierra alemana llegó el revisor. Como tardaron unos minutos en encontrar los billetes, el funcionario comenzó a gritar y a insultarles, como si fueran dos facinerosos. Oreste Pinto, expresándose en alemán, le rogó calma y corrección. Entonces el revisor replicó con altanería: “Ich trage des Kaisers Rock!” (¡Llevo la guerrera del emperador!). Oreste Pinto le miró de arriba abajo, sin perder la calma, y dijo: “Der ist aber schmutzig” (Pero bastante sucia, por cierto). Y entonces el revisor, rojo de ira, gritó: “Ich untersage Ihnen das Recht sich der Deutschen Majestät gebenüber wegwerfend zu aüssern!” (¡Le prohíbo terminantemente que insulte a Su Majestad germana!). Lo curioso es que algunos años y algunos millones de muertos después, Oreste Pinto conoció a aquella Majestad a la que presuntamente había insultado por burlarse de la chaqueta sucia de un iracundo revisor. Un día, de visita a unos familiares que vivían en Doorn, se detuvo admirativamente ante el cuidado jardín de una casa vecina. Un anciano, que salía entonces de la casa, se dio cuenta de su curiosidad y le invitó a pasar. Le fue mostrando orgulloso las flores que cultivaba y le comentó que hacía un momento acababa de recibir un cablegrama en el que le comunicaban que sus tulipanes habían recibido un nuevo premio. Quedó encantado con su amabilidad y cuando preguntó en casa cómo se llamaba el vecino le dijeron: “Ese es el hombre que tú alguna vez planeaste matar, el ex Káiser Guillermo”.


Miércoles, 23 de diciembre
LA PIEDAD PELIGROSA

Me gusta jugar a hacer el Quijote y andar por ahí metiéndome donde no me llaman a deshacer entuertos. Las más de las veces, además de apaleado, acabo causando un estropicio. Con la mejor intención, claro.
“Qué buen negocio haría si te compro por lo que vales y te vendo por lo que crees valer”, me dice una amiga que me quiere bien. Y otra: “Recuerda que sabes más el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”. Procuraré tenerlo en cuenta.


Jueves, 24 de diciembre
COME COLIFLOR

“Si recordar fuera vivir otra vez, yo nunca habría escrito estas memorias”. Así comienza las suyas la hija menor de Isabel II, la infanta Eulalia de Borbón. Y continúa: “Afortunadamente, hay un límite en la vida en el que los recuerdos se van despojando por igual de emoción y de melancolía y se ven las cosas pasadas, atenuadas por el tiempo y la distancia, casi con la serenidad del que contempla vidas ajenas”.
Me gusta inventar tradiciones y ya es una tradición para mí dormir la noche de Navidad, después de la reunión en familia, en este caserón avilesino en el que alguna vez durmió la reina Isabel II. Ningún lugar mejor para leer las memorias de su hija, llenas de esos pequeños detalles exactos que a mí me fascinan tanto.


Cuando Alfonso XIII, en abril de 1931, salió de España para nunca más volver, su tía Eulalia recordó una anécdota ocurrida hacía muchos años, al comienzo de su reinado. Una anécdota intrascendente, pero que permitía entender muchas cosas. A poco de la proclamación del rey, ya retirados los príncipes extranjeros invitados, se sirvió coliflor en la mesa de su Majestad. Eulalia no quiso servirse porque siempre la había detestado. “Come coliflor”, le dijo el Rey. “No me gusta, no la he comido nunca”. “Pues cómela ahora; yo te ordeno que la comas”. Otra de las infantas, Isabel, la mayor, saltó enseguida: “Cómela, lo quiere el Rey, y puesto que él lo manda hay que hacerlo”. Siguió un silencio incómodo. El Rey, un jovenzuelo de dieciséis años, sonreía e insistía, disfrutando con la humillación de Eulalia. Tuvo que intervenir María Cristina, la reina regente hasta pocos días antes, quien le recordó al hijo que su autoridad real no llegaba hasta esos extremos. Alfonso XIII desistió del capricho para no disgustar a su madre, pero no parece que quedara convencido de que su autoridad no podía llegar hasta ese extremo o hasta cualquier otro. “Hay que hacer cuando el Rey mande”, era la fórmula que había oído repetir desde que tenía uso de razón. “Los primeros ocho días de su reinado efectivo –cuenta Eulalia- fueron de desconcierto y de agitación en la Corte. El Rey jugaba con su autoridad como muchacho que era. Se ensañaba con nosotras, sus tías, gastándonos a veces bromas crueles. Le rodeaba un grupo de cortesanos dispuestos siempre a seguirle la corriente y a tomar en serio los caprichos del jovenzuelo, todavía en la edad del bachillerato”.


Viernes, 25 de diciembre
MANÍAS PERSONALES

Me gusta hacer listas, anotarlo todo. Por ejemplo, los favores que debo: 47. Las personas que me quieren: 18. Las personas que quiero: 123. Pero de esas cifras la única de la que tengo constancia exacta es de la última. Puede que me hayan hecho favores que atribuya al azar (hay gente muy elegantemente discreta) y también puede que alguien me quiera bien sin que yo me dé cuenta. De lo que no tengo duda es del número exacto de las personas que hacen para mí el mundo más habitable.
Son bastantes. Pero hay que tener en cuenta que no todos están vivos.



Sábado, 26 de diciembre
DOS TELEGRAMAS

Parece que Eulalia de Borbón no escribió sus memorias, en las que calla tantas cosas de su vida novelera, sino que se las dictó al escritor cubano que las prologa, Alberto Lamar. Lo que sí escribió fue un libro en francés, Au fil de la vie, que causó cierto escándalo. Antes de que llegara a las librerías, recibió un telegrama de su sobrino: “Sorprendido de conocer por los periódicos que publicas un libro, te doy la orden de que suspendas publicación hasta que yo lo conozca y recibas mi autorización”.
Si no había conseguido aquel petimetre, en su primer ejercicio de autoridad, que comiera coliflor, no iba a conseguir ahora que se censurara. Le contestó con otro telegrama: “Muy extrañada se haga un juicio a un libro antes de conocerlo. Esto solo puede ocurrir en España. No habiendo nunca amado la vida de la corte, aprovecho esta ocasión para enviarte mi adiós, ya que después de tal procedimiento, digno de la Inquisición, me considero libre para actuar como bien me parezca”.


En aquel libro, publicado en 1911, decía cosas como la siguiente: “El feminismo encuentra todavía enemigos encarnizados. Désele a la mujer una educación análoga a la del hombre, física e intelectual, y al cabo de dos generaciones tendréis mujeres tan preparadas y tan resistentes como los hombres”.
El rey de España no podía permitir que alguien de su familia hiciera afirmaciones tan subversivas.

3 comentarios:

  1. Debe ser bastante habitual en todas las dinastías: reina el más tonto. Es lo malo de los cargos heredados y no ganados.
    Por lo demás, espero ser uno de los 123. Con toda certeza, soy uno de los 18.
    un abrazo:
    JLP

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  2. Preciosas entradas. Gracias por compartir su intimidad escrita.

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  3. Pienso igual que JLP en cuestión de cifras. Me gustaría estar entre los 123, pero con seguridad sé que estoy entre los 18.

    HB

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