domingo, 3 de enero de 2010

Línea roja: Contra este y aquel

Domingo, 27 de diciembre
ELOGIOS

Cada día detesto más los elogios, y no precisamente por modestia. “Me gusta mucho lo que escribe –me dice una desconocida en el Fontán—; a veces me parece estar leyendo a Paolo Coelho”.
“Eso tuyo de cada domingo –me repite José Luis Mediavilla—, en realidad es una novela”. Y luego añade: “Ya casi eres novelista, ahora solo te falta ser catedrático”.
Claro que peor fue lo que me dijo un estimado colega: “No está mal lo que publicas en el periódico; ahora deberías atreverte a escribir un libro”.
Los elogios hunden a cualquiera. Menos mal que me elogia poca gente.



Lunes, 28 de diciembre
AL MARGEN DE NIETZSCHE

No me interesa ninguna filosofía que no se pueda bailar.

La felicidad hace daño. A veces, la ajena; siempre, la propia.

En medio del bosque, me siento en casa; cuando estoy en casa, me siento perdido.

¿Dices que no tienes a nadie? Te tienes a ti: tu mejor amigo, tu peor enemigo.

Nunca estoy solo cuando estoy conmigo.

No hay música que nos salve del horror de la vida.

Dios no existe, pero ha existido: un destello fugaz en la noche del mundo

La mejor armadura: la piel del zorro.

Lo que no se tiene también puede perderse.

La verdad, a veces, no es verdadera.

La música mejor empieza cuando acaba la música.

Tengo razón, no tengo nada.

Si nunca has querido morir, ¿cómo puedes decir que amas la vida?

Nunca avanzarás si no vuelves de vez en cuando sobre tus pasos.

Esa mujer que dice que me quiere no sabe lo que quiere.

Procura estar prevenido contra ti mismo.

Aprende a volverte del revés.

A veces la manera más exacta de decir lo que uno quiere decir es decir exactamente lo contrario.

Me gusta cumplir las promesas que no he hecho.

Pensar es hacer agujeros en la piel del mundo.

Vete de mi lado, si es tu deseo, pero déjame tu amor conmigo.

A veces el abismo más difícil de saltar es el que separa un día de otro.

No hay amor sin un poco de veneno.

Solo se empobrecen los que no han aprendido a derrochar.

Hazte a un lado, deja que te adelanten todos los que no llevan prisa.

La cólera nos hace dioses; el amor nos vuelve humanos, demasiado humanos.

Quien no aprende a bailar, no aprende a pensar.

Un hombre bueno siempre será, en el fondo, un pobre hombre.

Dejarse cegar por el odio es menos peligroso que dejarse cegar por el amor.

Haz el bien sin que nadie se entere o lo pagarás caro.

Visto de cerca, soy poca cosa; cuando me alejo, me voy haciendo cada vez más grande.



Martes, 29 de diciembre
VUELVE LA FIERA

Abro una carta –de papel, sello y cartero, de las de antes— y en ella me encuentro con estas lindezas: “Usted carece de honradez intelectual. Usted es un lacayo de la industria cultural. Usted no tiene independencia ni libertad. ¡Qué triste me sentiría yo si fuera usted! Para ver su nombre cada semana en unas páginas inútiles, paga usted un precio demasiado alto”.
Miro la firma: Arturo Seeber. No me suena de nada. Debe tratarse de un anónimo camuflado. Entonces me fijo en el membrete: “La Fiera Literaria”. Se trata de mi libelo favorito. Hubo un tiempo en que me denostaban en cada número. Luego dejaron de ocuparse de mí. Eso me deprimió bastante porque su instinto es infalible: jamás arremeten contra un escritor que no tenga talento o no venda mucho. Y como yo no vendo mucho... En cuanto dejaron de mencionarme pensé: “Ya han descubierto que tampoco tengo talento”. Y ahora, de pronto, para alegrarme el fin de año y quitarme el mal sabor de boca de los habituales elogios, vuelven a la carga.
¿Cómo habrán descubierto que soy un lacayo que carece de honradez, de independencia y de voluntad? Elemental, querido Watson. Resulta que Manuel García Viñó publicó en 2004 un libro en la editorial Endimión y yo no me he ocupado de reseñarlo, según me indican. Ese fue mi delito.
Sigo pensando que si no existiera “La Fiera Literaria”, ese pertinaz panfleto, habría que inventarlo. No solo sirve para establecer un censo infalible de los escritores que cuentan hoy en la literatura española, sino que también es un procedimiento infalible para detectar tontos más o menos eruditos: todos los que elogian esta floración de resentimiento (incluso hubo un benemérito catedrático que lo comparó con el satírico Clarín: que Santa Lucía le conserve por muchos años la vista y la agudeza intelectual).


Miércoles, 30 de diciembre
UNA MANCHA EN LA CAMISA

Le regalo el último número de la revista que dirijo porque creo que en ella hay varias cosas que pueden interesarle: una reseña de un libro de Alarcos, una extensa conversación sobre filología española, unas maravillosas glosas musicales. Me interrumpe la cena con una llamada telefónica. Tiene urgencia por comunicarme sus impresiones, pienso. Y efectivamente es así: “¡He encontrado una falta de ortografía!”
Como soy un caballero, no le digo lo que pienso de esos profesores que todo lo leen como si fuera el ejercicio de un alumno. Si encuentran tres erratas en un libro, lo suspenden, aunque se trate de una obra maestra.
“Pero es que tú no le das importancia a nada –me dice Ángel, el amigo más profesor que tengo—, ni a que los alumnos cometan faltas de ortografía ni a que no sepan cuál es el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo del verbo haber”.
Hombre, yo creo que una falta de ortografía es tan deplorable como una mancha en la camisa. Pero, al igual que ella, denota descuido, no falta de cultura ni de inteligencia.
Escandalizarse por una tilde de más o de menos o por cualquier otro error tipográfico y ver en ello una decadencia de la civilización universal o, en su defecto, de las Humanidades, sí que denota falta de cultura. A esos maestrillos que se saben su librillo les enseñaría yo los manuscritos de Lorca, de Gómez de la Serna, incluso de un catedrático como Pedro Salinas, tan laísta él, por no mencionar a Lezama Lima que, en su obra maestra, la novela Paradiso, no escribió correctamente ni un solo nombre extranjero.
No nos engañemos ni engañemos a los alumnos: con algún que otro despiste ortográfico se puede ganar el Nóbel, ser presidente del gobierno, descubrir el genoma humano o avanzar en la lucha contra el cáncer; una ortografía perfecta, en cambio, solo sirve para ser corrector de pruebas en un periódico o en una editorial y con muchas horas de trabajo llegar a los mil euros al final del mes.


Jueves, 31 de diciembre
EL DULCE LAMENTAR

Ayer, al entrar en el Milán (no hay día en que no pase por la Facultad) me encontré con Bernardo Fáñez, otro enamorado de Perugia. “¿También trabajas en vacaciones?”. “Vengo huyendo. Hoy es mi cumpleaños. Siempre lo he pasado mal en los cumpleaños, creo que desde que cumplí dieciocho. Pero hoy cumplo sesenta. ¡Sesenta! Y además termina el año”. “Te comprendo perfectamente. Yo los cumplo dentro de unos meses y llevo tiempo aterrado”. “Pues yo voy delante. Ya te iré contando como se sobrevive en ese territorio inhóspito”.
Llego al despacho, dejo el trabajo a un lado (si es que lo que yo hago puede llamarse trabajo), sonrío parafraseando un verso de Garcilaso (“el dulce lamentar de dos sexagenarios”), abro mi cuaderno moleskine y trato de pasar el mal trago con un poco de barata filosofía más o menos orientalizante (¡y luego me quejo de que me confundan con Paolo Coelho!):
Tómate tu tiempo. No corras detrás de la vida. Aprende a no hacer nada y a ver mil universos en un grano de arena. Déjate mecer por la corriente. Alégrate si, al final, logras saber lo mismo que sabías al principio. Para resucitar, es necesario que en tu vida haya tiempos muertos. Aprende a no pensar. Siente el aliento de un dios desconocido en cada instante. Déjate acariciar por la niebla amorosa de la nada.



Viernes, 1 de enero
PARTIR

Entretengo la espera con un libro de Guy de Maupassant: “¡Una estación! ¡Un puerto! ¡Un tren que silba y escupe su primera bocanada de humo! ¡Un gran vapor que sale lentamente de la bahía, pero cuyos flancos se estremecen con impaciencia y que va a desaparecer en el horizonte en busca de nuevas tierras! ¿Quién puede ver esto sin envidia, sin sentir que se despierta en su alma el anhelo de los largos viajes?”
Los míos nunca son largos. Voy hacia el aeropuerto tras la demorada sobremesa de la comida familiar y a la noche llego a una ciudad desconocida.
Dura y sombría, la llamó Nietzsche. Desde los montes parece precipitarse en tumultuoso desorden hacia el mar, “resquebrajándose, partiéndose, triturándose en su retroceso contra ella misma; funeral y oscura como una reunión de gatos negros disolviéndose a toda velocidad en distintas direcciones”.
De momento Génova es solo un enigma, como el año que comienza, una ciudad de tinta y de papel, de negra tinta china. “¿Pero es que en cada una de estas calles y a la misma hora de la noche acaban de asesinar a un marinero?”, se preguntaba Alberti. Refugiado en un hotel de la Piazza Acquaverde, no me atrevo a ir a averiguarlo. Prefiero seguir con Maupassant: “Los viajes son una puerta por donde se sale de la realidad conocida para refugiarse en una realidad inexplorada que parece un sueño”.

2 comentarios:

  1. Sólo una nota al pie: Es PAULO (no "Paolo") Coelho. Casi estoy por decir que es una equivocación que -caso de no ser voluntaria, que hasta podría- honra a JLGM.

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  2. “Visto de cerca, soy poca cosa; cuando me alejo, me voy haciendo cada vez más grande.” ¡Eres recuerdo!

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