domingo, 23 de agosto de 2009
Misteriosa Avilés
Javier de Maistre viajó alrededor de su cuarto. En este melancólico y fresco agosto, cuando no hay nada que hacer y el tiempo parece girar sobre sí mismo, yo he decidido de pronto hacer el más extravagante de los viajes: un paseo guiado por mi ciudad como cualquier anónimo turista.
La visita comienza en la Plaza del Parche, vagamente triangular, palaciega y soportalada. Cuando yo era niño, había en el centro una fuente y alrededor circulaban los coches. Ahora es peatonal y parece mucho más grande. En verano, las terrazas de los cafés, frente a los soportales, le dan un vago aire veneciano.
Seis calles salen de esta plaza. ¿Por cuál seguir? El grupo avanza, y yo con él, hacia La Ferrería, húmeda y medieval, que atravesaba de parte a parte la vieja villa amurallada. En esta calle, un tiempo retumbante con el golpeteo de las fraguas, se construyeron también palacios. En uno de ellos, el de Valdecazarna, dicen que se alojó Pedro el Cruel. Yo recuerdo que, antes de ser archivo municipal, había en sus bajos una tienda de ultramarinos. El niño que entraba tímido y deslumbrado en aquella olorosa caverna multicolor no es menos remoto que el antiguo rey.
Parque del Muelle, construido a fines del XIX sobre terrenos ganados a la marisma. Con sus estatuas mitológicas y su templete para la música, conserva una marchita gracia de otro tiempo, una venenosa melancolía.
Cerca del parque, en el centro de lo que antes fue un poblado de pescadores, está la vieja iglesia de Sabugo, miniatura románica que en la altiva fachada principal alza unas cejas ya góticas.
Entramos luego en la Plaza del Mercado, con sus blancas galerías acristaladas, sus esbeltas columnas de hierro y el ganchillo de la rejería. Bullicioso mercado de los lunes, a donde venía de la mano de mi madre. En un puesto de libros viejos, en el casi todo eran resobadas noveluchas, hice mi primer hallazgo bibliográfico: la edición princeps de El terno del difunto, esperpento de Valle-Inclán.
Palacio de Camposagrado: escudos fanfarrones, columnas salomónicas, una arquería sobre la muralla que antes daba al mar. En sus bajos había una ferretería, Los Castros, y el resto estuvo dividido en pisos.
Palacio de Ferrera, hoy hotel, con su inmenso parque y su secreto jardín francés. Cumpliendo una ilusión del niño que rodeaba los altos muros de su secreto jardín, que atisbaba figuras misteriosas tras las altas ventanas, algunas veces he dormido en él, tan cerca y tan lejos de la casa familiar.
Calle de San Francisco: fachadas modernistas frente al oscuro convento, mascarones de una fuente barroca, antología de columnas (esta es también, como La Habana, la ciudad de las columnas).
Calle Galiana, con sus amplios soportales en los que una parte, empedrada, estaba destinada al ganado (que también tenía derecho a no mojarse los días de invierno) y otra, enlosada, a los vecinos. Cuando yo era niño, allí se ponían los vendedores de madreñas.
Calle del Rivero, calle la del Cristo, mi calle, valetudinaria y franciscana, con su fuente dieciochesca que todavía me susurra al oído fábulas de infancia, distantes murmullos del paraíso. ¡Cuántas veces la recorrí soñando con irme a otra parte, a cualquier parte!
Y luego, cuando más quería emborracharme de aventura y melancolía, el paseo de la ría. El mar estaba ahí fuera, esperándome, pero no se veía por ninguna parte.
Paseo Avilés, mi ciudad, y la veo hermosa y ajena, más misteriosa que los lugares donde nunca he estado y a los que llego por primera vez.
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Avilés necesita un marqués de Pombal. A un ilustrado que, un buen día, mande a una brigada de albañiles y picapedreros abatirse sobre la fealdad de los cuchitriles que pueblan el centro de la plaza del mercado, afeándola al quitar una perspectiva diáfana.
ResponderEliminarPocas ciudades- en Asturias, ninguna- iban a tener la suerte de contar con espacio tan privilegiado, tan propicio para alancear toros, teatro, autos sacramentales y quema de herejes (tiempo al tiempo, Iglesia nuestra mediante).
Fuera de ironías: sería un ámbito inmejorable para actividades festivas y culturales; incluso para gozarla en su solo esplendor.
Fuera de ironías: es un espacio
La perogrullada del estrambote final se debe a algún error mío al escribir lo anterior.
ResponderEliminarNo sabía que tuvieras un blog...Parece ser que no lo actualizas mucho. Ando ahora de vacaciones por esa misteriosa Avilés. Un saludo.
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