domingo, 28 de junio de 2009

Para entregar en mano: Punto y aparte

Viernes, 19 de junio
REGALOS

Me gusta hacer listas. La de regalos que he recibido en este año en que cumplo cincuenta y nueve años, por ejemplo: un libro, un gato, un jardín japonés, cinco sonetos de Rilke y una ciudad. La ciudad es Jerusalem, hecha música y paz por Monserrat Figueras y Jordi Savall: “Palestina hermosa y santa / cuánto sos desventurada / alevanta y sola canta / que debes ser nuestra morada”. Músicas árabes y hebreas, cantos de amor en ladino: “yo non durmo ni noche ni día, / a los que aman angustia los guía”.
Los sonetos de Rilke comienzan hablando de la relación entre la vida y los libros
que la hacen más intensa, menos fantasmagórica. Nada es del todo verdad mientras no se hace vida en un libro.
El jardín japonés, con su arena blanca, sus cantos rodados y su rastrillo, cabe en la palma de mi mano.
Y el libro sobre el que duerme un gato es igualmente diminuto, tanto que solo puede contener un haiku: “Viejo volcán / cuánta nieve por fuera / y sigue ardiendo”.



Sábado, 20 de junio
ROSA

A Rosa Fernández, una joven de Proaza que servía en casa de un militar aficionado a los estudios populares, un día le preguntó su señor si conocía algún cantar. Ella dijo que no. El señor insistió. Ella por fin se acordó de uno: “Amor mío, si te vas / déjame una prenda tuya; / déjame la tu navaja / para mondar la verdura”. Y luego vino otro y otro y “enredándose a modo de cerezas, en menos de tres horas me dijo 128 aquella noche”.
Eugenio de Olavarría, el militar a cuyo servicio estaba Rosa, era amigo de Antonio Machado y Álvarez, el padre de los Machado, iniciador en España de los estudios folklóricos. Con todo lo que le contó y le cantó Rosa publicó en 1886 Folk-lore de Proaza, una obra que ahora se reedita en facsímil y que yo comencé a hojear con distraída curiosidad y que acabó fascinándome.
Aquella joven semianalfabeta que se fue a Madrid llevaba consigo, sin saberlo, un tesoro milenario. Abro el libro y me parece escuchar su voz cantando el romance del marinero: “Mañanita de San Juan / cayó un marinero al agua. / ¿Cuánto me das, marinero, / porque te saque del agua?”
Y esos versos me traen a la memoria los de un romance portugués que a Eugénio de Andrade le cantaba su madre y que abrieron para él las puertas de la imaginación y la poesía: “Lá vem a nau Catrineta / que tem muito que contar! / Ouvide, agora, senhores, / una história de pasmar!”
La historia de la nave Catrineta, antes que a Andrade, ya había fascinado a Camoens. Hacía más de año y medio que la nave andaba perdida por la mar tenebrosa. No quedaba qué comer. Echaron a suertes quién había de morir para que los demás vivieran: la mala suerte le tocó al capitán general. Un marinero se ofreció a salvarle: “Sube, sube, marinero, / sube a ese mástil real; / ve si ves tierras de España / o playas de Portugal”. El marinero descubre tres niñas “debajo de un naranjal: / la una sentada a coser, / la otra en la rueca a hilar, / la más hermosa de todas / está en el medio a llorar”. Son la hijas del capitán, que no sabe cómo expresar su gratitud al marinero por haberle salvado: “La más hermosa de todas / contigo se ha de casar”. Pero el marinero no quiere la hija, ni el caballo blanco ni siquiera la nave Catrineta. “¿Qué quieres, mi marinero, / qué albricias te puedo dar?”, “Capitán, quiero conmigo / el alma tuya llevar”. La respuesta es la misma en los versos portugueses y en el romance que Rosa se trajo a Madrid de su remota aldea: “El alma la entrego a Dios / y el cuerpo a la mar salada”.


Domingo, 21 de junio
JARDÍN JAPONÉS

Distraigo mis melancolías con el jardín japonés que me ha regalado Ana Vega y luego las pongo a pasear sobre un papel en blanco.

En el desván / se pudre lo que queda / de mi niñez.
Viento de otoño / y esas voces de amigos / que ya se han muerto.
Alta la luna / y muy cerca los ojos / de la lechuza.
Montes con nieve / tiritando se acerca / la primavera.
Cerca de casa / otra vez grazna el cuervo / viejo amigo.
En la cabaña / tras de mí cabizbajo / danza mi sombra.
Arde un buen fuego / como no espero nada / nada me falta.
Hablo conmigo / pero no pongo atención / a lo que digo.
No me acostumbro / a ver volver de nuevo / la primavera.
Bosques sin nadie / y una choza con humo / allá a lo lejos.
Ese camino / te ha de llevar muy lejos / hasta ti mismo.
Nadie en el patio / y yo le cruzo y sigue / sin haber nadie.
Cuánto silencio / tengo miedo que escuches / lo que yo pienso.
Todo lo sabes / pero no dices nada / callas conmigo.
Llega el invierno / y yo abro la puerta / y le sonrío.

Pero quien llega no es el invierno, sino el verano. Ni siquiera sé en qué mundo vivo.



Lunes, 22 de junio
LO QUE ARDIÓ UNA VEZ

Sigo enredado en melancolías. Recuerdo el estribillo de una canción que una mujer cantaba, no quiero recordar dónde, ni hace cuánto tiempo: “Lo que ardió una vez, / no puede arder más. / Lo que se fue, / no puede volver”.


Martes, 23 de junio
DE MEMORIA

Presento la antología de poesía española que ha preparado Antonio Colinas. Insiste en el prólogo en la conveniencia de volver a los tiempos en que los poemas se aprendían de memoria. Pero no predica con el ejemplo y, al final, cuando le pido que nos recite un poema, prefiere leer. Yo, por el contrario, termino mi breve intervención con unos maravillosos versos de Rubén Darío: “Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad…”
¿Cuántos poemas guardo en la memoria? Recuerdo un relato de ciencia ficción que leí hace tiempo. Era el año 2010 (entonces parecía una época remota), los libros habían desaparecido y toda la literatura del mundo se guardaba en una biblioteca electrónica a la que era posible acceder, con un sencillo aparato, desde cualquier lugar. Un accidente destruía esa biblioteca y había que reconstruirla con la memoria de los ancianos. En lo que a la poesía se refiere, yo podría contribuir algo. Me gusta imaginarme sentado, como Rosa Fernández, frente a un investigador que va tomando nota de lo que digo.
Claro que mi memoria, como cualquier memoria, no siempre es escrupulosamente fiel. Hay un soneto de Vicente Gaos del que ha borrado un verso: “Sálvame tú, mi amor apasionado, / mi única estrella, mi razón de vida, / en la noche sin Dios súbita y triste. / Necesito vivir iluminado. / Existe al menos tú, si Dios no existe”.
Cuando cito, nunca compruebo una cita. Me gustan las enmiendas de la memoria, a veces algo más que aplicada colaboradora: nunca he citado un aforismo de Oscar Wilde que no lo hubiera inventado yo.



Miércoles, 24 de junio
OTRA ROSA

Soy un hombre de aburridas obsesiones, como saben bien mis amigos. La última es que ya me queda poco tiempo para aprender. Parece ser que a partir de los sesenta el cerebro pierde su flexibilidad. Desde ese momento (en el mejor de los casos: bastante gente, mucho antes), intelectualmente creces hacia abajo. Trato de comprobar esa teoría siempre que puedo. “Vamos a ver”, le digo a Rosa Navarro Durán mientras tomamos unas sidras con Jacobo Siruela, Berta Piñán y Pilar García Mouton. “Suponte que encuentras indicios que ponen en duda que Alfonso de Valdés haya escrito el Lazarillo, ¿tú cambiarías tu teoría?”. “Lo mío no es una teoría, es una certeza. Todos los datos que encuentro van en la misma dirección”. “Pero ¿y si hubiera uno que señalara en dirección contraria?”. “Eso es lo habría interpretado equivocadamente”.
Como soy muy discreto, no digo nada, pero quedo muy deprimido. Si ni siquiera Rosa es una excepción, ¿cómo voy a serlo yo? Pero luego, por la tarde, la escucho referirse a Ismail Kadaré con bien informado entusiasmo, y recuerdo sus intervenciones de otros años en defensa de ignotos maestros búlgaros o manchúes. Rosa todavía aprende, quizá porque ha tomado la precaución de alternar sus erudiciones con las continuas visitas a los colegios para explicar los clásicos a los niños, los mejores maestros.
Hay excepciones. Respiro aliviado. Para tratar de ser yo una de ellas aprendo todo lo que puedo de mi amigo Ernesto, que siempre que me visita convierte el destartalado almacén de libros que es mi casa en el bosque de los cuentos donde son posibles todos los prodigios.



Jueves, 25 de junio
COMO DECÍA OSCAR WILDE

“Escribiendo de tu vida todas las semanas, ¿no te sientes como un hombre que ha de vivir en un escaparate?”. “No del todo. Me siento como un hombre que finge vivir en un escaparate”. “¿Lo que dices es siempre verdad?”. “Casi siempre. Hay que estar muy maleducado para decir siempre la verdad”.
Ahora toca echar el cierre a este teatrillo semanal. La función comenzó hace veinte años cuando publiqué mi primer diario. No sé, nadie lo sabe, si tras el verano se volverá a alzar el telón. Una de mis pesadillas de viejo actor que ha repetido demasiadas veces el mismo espectáculo es, cuando se encienden las luces de la sala, encontrarme con todas las butacas vacías. Pero no, todavía no, aún escucho toses, silbidos, algún aplauso. Gracias, y hasta la próxima.
Como decía Oscar Wilde, a las personas que se escuchan cuando hablan nunca les falta al menos un oyente.

1 comentario:

  1. Sobre el romance del diablo y el marinero: http://todoal59.blogspot.com/2010/11/suspendidos.html

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