.
---La
Semana Negra gijonesa ya no es lo que era. Le ha comido el terreno la ovetense
Semana Rosa que organiza la Fundación Princesa de Asturias. Una mengua cada año
y la otra crece de manera espectacular.
---Un símbolo de lo que está pasando
con la derecha y la izquierda, ¿no crees, Martín?
---Puede ser. Yo estuve en la
primera Semana Negra, allá por 1988, según creo recordar, y en el periódico que
entonces se publicaba, A quemarropa, y que se voceaba a la antigua
usanza, publiqué un artículo sobre los relatos policiales de Fernando Pessoa,
algo enrevesados e inacabados, que testimonian sobre todo su admiración por
Sherlock Holmes. Este año me entristeció y me alegró volver. Me entristeció por
la segregación, tan clara (solo faltaba el muro de la vergüenza), entre la
parte festiva y popular y la sección culta, con su feria del libro y sus simultáneas
presentaciones y mesas redondas. Paseando distraído entre mis dos
intervenciones, oí hablar de Las Hurdes y de los pueblos del norte de Cáceres.
Me acerqué y me quedé a escuchar. Luis Roso promocionaba su última novela, Leyenda
de sangre.
---¿Ese Luis Roso es el de El
crimen de Malladas y Cuarto Milenio?
---Es. Compré, por supuesto, la
novela. Transcurre en la comarca de Las Hurdes en 1922, unos días antes de la
visita de Alfonso XIII. Como conozco la zona y buena parte de lo que se ha
escrito sobre ella, la leí con interés. Miguel de Unamuno, que cuenta su visita
en uno de los capítulos de Andanzas y visiones españolas, partió a
caballo desde mi pueblo, Aldeanueva del Camino. La novela es entretenida, pero
muy serie B. Vale, para quien no conozca la zona, como invitación a visitarla y
comparar la realidad actual con las negruras de la leyenda. El pretexto
policial que ha inventado su autor no se sostiene. Poco antes del viaje del
rey, una niña es asesinada salvajemente. Para tratar de no causar un escándalo
que pueda hacer que se suspenda la visita, se dice que ha sido víctima de un
ataque de lobos. Como algunos lugareños no se lo creen, se manda a un exmilitar
para que encuentre al culpable y evite disturbios. Cuesta ya tragar este
comienzo. Pero resulta que el juez que decidió ocultar la verdad lo hizo porque
había sido sobornado. Tras un segundo asesinato, afirma el investigador enviado
desde Madrid: “Yo propuse al juez que consultara primero con los políticos con
los que había hablado en su momento, tras el asesinato de Augusta, para ver
cuál era su opinión al respecto. Pero entonces él me confesó que en realidad
nunca había hablado con ningún político”. ¿Y cómo se le ocurrió entonces al
gobernador civil de Madrid enviar al llamado Cristo? Sospecho que esta novela,
con sus descosidos argumentales, está pensada para espectadores de Cuarto
Milenio.
---¿Y siguen estando en la Semana
Negra los saldos de Júcar? Ahí compré yo Las voces y los ecos, tu Fernando
Pessoa y El amor en poesía, donde leí por primera vez a Felipe
Benítez Reyes.
---Ahí siguen, tantos años después,
Parecen inagotables. No pude dejar de llevarme una colección de artículos de
Corpus Barga, que leí en su momento, y que debe de andar perdida por mi
biblioteca. Contiene dos series que me parecen obras maestras del periodismo,
la que cuenta un viaje en el Graf Zeppelin en 1930 y la que nos habla de un
viaje por Europa en 1936. Qué maravilla retro futurista ir de un continente a
otro en un dirigible. No nos acabamos de creer que ese inmenso armatoste, tan
difícil de manejar, con una tripulación que era más del doble de los pasajeros
que podía llevar se considerara un modo de transporte adecuado fuera de las
novelas de Julio Verne. La otra serie comienza en el París en que acaba de
triunfar el Frente Popular y termina en la Unión Soviética, pasando por Viena,
Budapest y Bucarest. Un viaje en el tiempo aún más sorprendente que el llevado
a cabo por el Graf Zeppelin.
---Bueno, pues dejemos a la Europa
de 1936 y volvamos al mundo de hoy. Supongo que tú, que no te pierdes ningún
estreno comercial, ya habrás visto el nuevo Supermán, de James Gunn.
---Por supuesto. ¡Y como lo he
disfrutado! Ahí están Netanyahu, Donald Trump, Elon Musk, los palestinos, los
fabricantes de bulos, el nuevo negocio de las prisiones de alquiler para
migrantes, los agujeros negros de la ley y otras maravillas del mundo
contemporáneo.
---¿Es una película política
entonces?
---Puede leerse así. La protagoniza
un Superman vulnerable y maltratado. Pocas veces un héroe ha recibido tantos
golpes. Parecía…
---No me lo digas. ¿Pedro Sánchez?
---Solo por escuchar el discurso
final de Supermán (“Me he equivocado muchas veces: soy humano”) y ver la cara
que se le pone a Feijoo vale la pena ver la película.
---Dejemos la política –dice Fran--.
Veo que también has traído un libro de mi admirado Guillermo Brown. Yo tengo la
colección completa. Es mi lectura favorita. Siempre vuelvo a él.
---Yo también. Era el niño que
hubiera querido ser y que, de alguna manera, aunque un poco tarde, he
conseguido ser. Guillermo el organizador se publicó en Inglaterra hace
ahora cien años y en Argentina en 1948. Aquí la censura no permitió que se
distribuyera. No era apto para niños ni, por supuesto, para adultos a los que
se trataba como a niños. Muchos de los capítulos aparecieron en otros libros,
pero cuatro son inéditos y el conjunto se lee como si lo fuera.
---¿Lo tendrán en Cervantes? Mañana
mismo voy a comprarlo.
---Una maravilla para quienes
Guillermo nos alegró la infancia y una sorpresa para quien lo descubra ahora.
---Perdona, Martín, pero lo que no
me interesa nada es esa reliquia que tienes ahí. Indalecio Prieto en Oviedo
tenía una calle y se la quitaron con buen criterio.
---Como político podrá ser
discutible, aunque yo soy uno de sus admiradores, pero como escritor no
desmerece junta a los más notables de su tiempo. Y esto se ha dicho pocas
veces. Necesita una reedición y una valoración estrictamente literaria. No es
Azaña, pero su inteligencia está a la par y los volúmenes De mi vida, en
que se recopilan sus artículos autobiográficos, han envejecido bastante menos
que El jardín de los frailes, que ya nació viejo. El subtítulo no
puede ser más sugerente: “Recuerdos, estampas, siluetas, sombras…”. Y la
primera sombra que aparece es la de su madre, una mujer –otra más-- maltratada
por la levítica Vetusta. La infancia de Indalecio comenzó siendo fue una
infancia pequeño burguesa. Su padre era contador del Ayuntamiento; el hermano
de su padre, inspector de policía. Cuando tenía seis años, falleció el padre.
El entierro fue de primera. Él lo contempló desde el balcón de su casa: “Vi
aglomerarse en la calle mucha gente enchisterada. Todos los sombreros de copa
habidos en Oviedo, recién alisadas las chafaduras de su fieltro, debieron de
concentrarse allí. Parecían setas negras y brillantes surgidas del pavimento.
De pronto, las sobrepellices de los curas del cercano templo de San Isidoro
salpicaron de blanco la densa masa oscura. El clero parroquial en pleno, con
cruz alzada y presidido por dignidades que vestían lujosas capas pluviales,
asistió al entierro”. No sabe quién encargó aquellas ostentosas exequias, lo
que si sabe es que cuando llegó el sacristán con la factura su madre se quedó
sin un céntimo. Y que todos en la ciudad les volvieron la espalda. Nadie
visitaba a una viuda y tres huérfanos, que hasta entonces había sido agasajados
por todos. Pasaron hambre. Indalecio tuvo que acogerse a la caridad de su tía
Honorina, maestra de escuela. Uno de sus hijos le exigió que le limpiara los
zapatos. No pudo contenerse y le lanzó uno de ellos a la cara. Volvió a casa, a
compartir unos pocos mendrugos con el resto de la familia. Ni siquiera le
pagaban a la madre la pensión que le correspondía como viuda, se retrasaba o la
retrasaban por trámites burocráticos. Cuando por fin la cobró, pagó deudas,
vendió lo poco que le quedaba y se fueron a Bilbao, donde aquel niño listo, que
comenzó vendiendo periódicos, hizo carrera y entró a formar parte de la mejor
historia de España. “Sin saber por qué, aquella soledad me hería –escribe
recordando su infancia en Vetusta--. Cuando supe su causa, me ofendió más. La
deduje, al cabo de años, examinando amarillentos papeles, entre los cuales
hallé dos partidas de matrimonio de mi padre: el primero con una dama leonesa,
de quien no tuvo descendencia, y el segundo con Constancia Tuero, que había
sido su criada y a la que convirtió en esposa apenas pudo legalmente hacerlo”.
El hermano mayor de Indalecio era “ilegítimo”, había nacido antes del
matrimonio. Las buenas gentes de Vetusta no perdieron ocasión de vengarse de
aquella ofensa a la moralidad en cuanto vieron que la pobre mujer se había
quedado sola y con tres hijos a su cargo.
---Qué vergüenza. Alguien tendría
que reivindicar a la madre de Indalecio Prieto como se ha hecho con la primera
mujer de Alarcos, otra victima de la hipocresía de esta ciudad. Por cierto, no
sé si sabes, Martín, que tu presentación del libro Desde un jardín en
Lausana, en la que acusas al gobierno del Principado, a la Universidad y a
un diario local de cómplices en la perpetuación de ciertas reliquias caciquiles que nos avergüenzan a todos anda rodando por YouTube.
---No lo sabía, pero no me importa.
Yo siempre hablo, aunque nadie me escuche, urbi et orbi, a la ciudad y
al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario