Sábado, 22 de junio
LOS NUEVOS
MÁRTIRES
Hojeo
el periódico mientras llegan los amigos con los que he quedado para comer.
Cuando llegan, no puedo por menos de comentarles una noticia.
---Dice el arzobispo de Oviedo que
también en España se persigue a los cristianos.
---¡Y tiene mucha razón! Lo que no dice es que uno de los principales perseguidores es él mismo. Estoy indignada. ¿Cómo se puede despedir y echar de su casa a un sacerdote, que ha sido párroco durante más de treinta años con un simple WhatsApp y un ahí te pudras? Bueno, lo de “ahí te pudras” no lo dice literalmente, pero es como traduzco yo su “rezaré por ti”. Resulta que a un cura amigo, que estuvo en nuestra parroquia y a veces venía invitado a comer, le han detectado un tumor de cierta gravedad. ¿Y qué le dice el arzobispo? Que no se preocupe, que ya ha nombrado un suplente, que abandone el domicilio parroquial lo más pronto posible y que, si no tiene dónde ir, él le ofrece la Casa Sacerdotal. ¡Hasta los neocapitalistas de Milei tratan a sus trabajadores con más miramientos! Yo le he aconsejado que publique ese WhatsApp de despido y desahucio en la prensa, que eso clama al cielo, y nunca mejor dicho, pero él me dice que no quiere perjudicar a la Iglesia.
---Escribe tú al papa contándole la
historia. Ya lo hicimos cuándo ese mismo señor, que parece el directivo de una
empresa internacional, quiso echar a José Manuel Feito de su parroquia de Miranda.
No la enviamos, porque el arzobispo se retractó del traslado ante la protesta
de los feligreses.
---Pues a lo mejor lo hago. ¿Te
encargarías tú de redactarla?
---Por supuesto. Que expulse a los
poetas de Valdediós, pase, pero de su casa a los párrocos enfermos…
Domingo, 23 de junio
CARO DIARIO
Vuelvo
a ver, en el Filarmónica, Caro diario de Nanni Moretti. Tenía muy buen
recuerdo de su estreno, hace treinta años. Lo primero que me sorprende es que,
lo que yo recordaba como la película entera, el maravilloso paseo en vespa por
los barrios de Roma, sea solo la primera parte. Las otras dos las había
olvidado por completo. Y no me extraña, resultan perfectamente olvidables.
¡Qué
bobadas se dicen a propósito de la televisión! Hubo un tiempo en que, los que
se las daban de intelectuales, presumían de no verla nunca, como ahora presumen
de no tener móvil. Son tan tontorrones que no han caído en la cuenta de que el
televisor puede estar apagado y el móvil en modo silencio cuando no queremos
que nos interrumpa, o tienen tan poca voluntad que con el televisor en casa o el
móvil a mano no podría resistir la tentación de tenerlo encendido a todas horas
o de estar revisando sus redes sociales cada pocos segundos.
Lunes, 24 de junio
COSAS QUE PASAN
---No
seas tan susceptible, le digo a un amigo. Te pareces al vendedor de periódicos
que se enfadó conmigo porque le llamé quiosquero.
---¡Susceptible yo! ¡Yo no soy nada
susceptible! Retira eso. ¿De dónde sacas que yo soy susceptible? A veces puedes
ser muy ofensivo sin pretenderlo.
--Lo retiro, lo retiro. ¿De dónde
sacaría yo que eres muy susceptible?
Martes, 25 de junio
POR ESO
Entre las cosas que traen mala suerte, la principal es la buena suerte. Por eso yo desconfío tanto de ella. Por eso procuro ser feliz, pero no demasiado.
Jueves, 27 de junio
POBRE GABRIELE
Qué
crueles somos a veces con los amigos. Si Luis García Montero ha leído Las
habitaciones de la memoria, de Gabriele Morelli, como parece deducirse del
resumen que ofrece en su breve y encomiástico prólogo, ¿cómo es que no le ha
advertido de que está lleno de disparates? Flaco favor hace su amabilidad a
este entrañable y laborioso hispanista, amigo de todo el mundo.
Lleno
de erratas (el libro de Vargas Llosa sobre García Márquez, Historia de un
deicidio, se convierte en Historia de un suicidio; los sonetos de Roma,
peligro para caminantes, dedicados a Giuseppe Gioachino Belli aparecen
como dedicados “al poeta romano Gioachino autor”), apenas hay fecha que no esté
equivocada, y Morelli parece creerse cualquier disparate.
Hasta
que él no celebró un congreso para aclararlo, allá por 1998 (en el libro se lee
“1898”), se dudaba si Altolaguirre había muerto por un accidente de coche o “a
causa de una bomba mandada colocar por los agentes franquistas”. De un
catedrático de Salamanca, César de la Riva, habría escuchado la siguiente anécdota
unamuniana. Desterrado en Hendaya, “en el confín de Francia”, “le gustaba pasar
algunos ratos en una cafetería cercana, donde, en una ocasión, se le acercó una
joven prostituta que le ofrecía una bebida con el objetivo evidente de
conseguir una relación íntima. Pero Unamuno no la dejó continuar diciéndole que
para esas cosas él no necesita aperitivo”. Creerse semejante anécdota es, no ya
no tener idea de la personalidad de Unamuno, sino ni siquiera del modo de
trabajar de las prostitutas.
No
asistió Morelli al entierro de Claudio Rodríguez, pero nos cuenta sin ponerla
en cuestión la bonita fábula que a él le contaron: “El automóvil con el
féretro, rodeado de amigos y autoridades políticas y culturales de la ciudad,
marchaba despacio hacia el cementerio, cuando, de repente, un agricultor se
paró delante del coche y lo detuvo. Acto seguido, comenzó a protestar contra los
acompañantes: ‘No, no, Claudio no va al cementerio en automóvil: lo llevamos a
hombro nosotros como él habría querido. Nada de flores, nada de coronas, todo
fuera, todos fuera. Nosotros nos encargaremos de acompañarlo y cuando estemos
cansados, iremos a tomar un chato, donde él lo sabe bien’. Salieron del camino
otros hombres, amigos del primero, de aspecto modesto y campesino, se acercaron
y, subiendo al automóvil, quitaron y arrojaron al suelo los adornos que
envolvían el féretro, después levantaron con fuerza el ataúd y lo cargaron a
hombros. Luego se dirigieron con paso ligero pero armonioso hacia la
polvorienta senda que conducía al cementerio, gritando a voz en cuello: No, no,
querido Claudio, ellos no te aman, te han metido en un automóvil de lujo, pero
a ti no te gusta el coche, te gusta andar, caminar por los campos. No te
preocupes, Claudio, tranquilo, que te llevamos nosotros”.
Tampoco se aclara mucho cuando
cuenta anécdotas de las que fue testigo. Comiendo con Isabel García Lorca –leemos
en el capítulo octavo--, se les acercó “un hombre alto y elegante que desde el
principio había estado observando y escuchando atentamente nuestra
conversación” y que se puso a recitar “La casada infiel”. Se arrodilló luego y
quería besar las manos a la hermana del poeta.
Unas
páginas después lo narra de otra manera: “pedí al camarero que trajera agua
fresca para doña Isabel y este nos sorprendió con el apasionado y espontáneo
recital de “La casada infiel” que ya conté en el capítulo octavo”.
Escribe directamente en español, pero sin
tomar la precaución de que lo revise nadie. Eso explicaría la confusión de
algunos pasajes, como cuando una noche acompaña a casa a un Jorge Edwards que
ya ha comenzado a perder la memoria: “En un momento dado, veo que Edwards sube
por una escalera de madera mientras me dice: ‘Ven, tomemos este atajo que tomo
casi todos los días y conduce al otro lado de la calle’. Observo que lo que
Jorge llama un atajo es en realidad una escalera mecánica que sube al primer
piso de un supermercado abierto incluso de noche. Me asusto, porque Jorge ya
está en el rellano superior y desaparece por la ventana abierta del edificio”.
¿Una
escalera de madera es una escalera mecánica? ¿Cómo pudo el escritor desaparecer
por la ventana abierta sin precipitarse al suelo? Misterios sin resolver, como
tantos en este libro, que nadie en la editorial Cátedra parece haber leído,
fiándose del prestigio del prologuista y del autor, que en una foto aparece feliz
entre el rey y la reina.
No cabe duda de que Gabriele Morelli
tiene muchas cosas que contar, pero no basta con eso, además hay que saber
contarlas. Y no confundirlas con otras sin interés ninguno, como el trivial
anecdotario de tantos congresos.
Tendría que haber un control de
calidad editorial para multar a quienes ponen en el mercado productos como
este. A veces pienso que yo, más que crítico literario, tendría que ser
inspector de sanidad literaria.
Viernes, 28 de junio
ADIÓS, ADIÓS
La
teoría de la cristalización, de la que habla Stendhal en Del amor, no
solo es aplicable a la pasión erótica. Vale también para la admiración por los
escritores, vale también para la amistad. Una simple rama, caída en las minas
de Salzburgo, se convierte en una joya prodigiosa. Brilla como un diamante,
pero solo es una pobre rama.
Defraudamos y nos defraudan. Para mí
el año no termina a final de año, sino cuando comienza el verano y yo cumplo un
año más. Hago balance. Nos defraudan los demás y, alguna vez, nos defraudamos a
nosotros mismos. Duele descubrir que el amigo en que habíamos puesto toda
nuestra confianza no es la persona que nosotros creíamos. Durante algún tiempo
fingimos no darnos cuenta, pero llega un momento en que no queda más remedio.
“El arte de perder se aprende
pronto” dice Elizabeth Bishop en un poema. Pero nunca se aprende a perder sin
dolor lo que tanto nos ha importado.