sábado, 18 de junio de 2022

Elogio de la cordura: Cumpleaños feliz

 

Sábado, 11 de junio
BAILO SOLO

Este viernes, la tertulia tuvo un raro final. Me avisó Leti de que su grupo, “Comala en llamas”, actuaba en La Salvaje e iba a interpretar la canción “Remedio para melancólicos”, basada en un poema mío. Prometí asistir, pero no conseguí que nadie de la tertulia me acompañara, Y allí estaba yo, en aquel antro oscuro de la calle Martínez Vigil, entre un público algo más joven que yo (medio siglo, como media). Pensaba escuchar mi canción y marcharme, pero resulta que era la última, su mayor éxito. No sabía si iba a aguantar, pero aguanté perfectamente y, además, poco a poco me fui animando y, al final, yo también tocaba palmas cuando correspondía y hasta me sumé al baile cuando el ritmo era más movido. Solo he bailado o cantado en sueños (mis sueños tienen mucho, a veces, de cine musical). Bueno y también al final de aquella travesía en velero por el Atlántico. Pero en La Salvaje estaba oscuro, salvo el escenario, no me conocía nadie y era divertido viajar en el tiempo a un tiempo que para mí no ha existido nunca.

Domingo, 12 de junio
CONTRA LOS RECITALES

Si algo detesto, es leer mis poemas en público. Lo hago solo por compromiso inevitable y procuro no hacerlo demasiado bien. No me gusta convertirme en juglar de mis penas y alegrías. Hoy tuve que leer en una sidrería, La Pumarada. Lo organizaba Sai Ruiz, de cuyo gato, Jung, soy padrino. Me lo pidió y yo al mágico Jung no puedo negarle nada. Leí un poema de Li Po, muy sentimental, como los que a mí me gustaría y no me atrevo a escribir, y otro mío, un monólogo dramático en el que parece que está hablando un enamorado y al final resulta que está hablando Judas de Jesucristo. A los cinco minutos me marché, había pretextado un compromiso ineludible, y la fiesta siguió. La verdad es que si algo detesto más que leer mis poemas en público es que me lean los suyos los demás. La poesía la leo a solas, a mi aire, siempre paladeando las palabras y marcando el ritmo, y la leo en el momento propicio. Nada empacha más: un poco de poesía basta para perfumar la tarde, un recital es como una rociada de pachulí.

Lunes, 13 de junio
PARA SER FELIZ
 

Tal día como hoy, festividad de San Antonio, patrono de Lisboa, siempre dedico un recuerdo al poeta que tiene, entre los poetas míos, el altar principal: Fernando Pessoa. Ha estado a punto de morir de éxito. Dejó buena parte de su obra póstuma, como es bien sabido, y con el tiempo acabó publicándose cualquier garabato que hubiera escrito. Cada vez me interesan menos los nuevos descubrimientos sensacionales sobre la obra de Pessoa. Me quedo con aquellas ediciones de Ática que me deslumbraron a finales de los setenta y comienzos de los ochenta y con aquel verano en Coìmbra en que por el día pasaba las horas en la biblioteca de la Faculdade de Letras, tan Estado Novo, y por las noches “andaba como un gato en celo / en busca del amor”, para decirlo con palabras de Pasolini.

            Al entrar en el kiosco para comprar la prensa (un lujo del que no pienso prescindir), me encuentro con un regalo de cumpleaños —en junio no hay día en que no reciba alguno, que me agrada especialmente. En la portada de El Comercio aparezco, libro en mano, leyendo un poema en la sidrería y detrás se reconoce atento a mi admirado Amancio Prada. Sonrío.

            Luego, tomando el primer café con el primer libro del día, se me ocurre anotar las cosas que necesito, a estas alturas de la vida, para ser feliz: los libros nuevos de cada mañana y cada tarde, algún elogio (a ser posible involuntario), un rato de debate con alguien inteligente, ver el cielo entre las ramas de los árboles, pasear de noche acompañado solo por la luna,  no incumplir ningún encargo (pero aceptar solo los encargos que me gustan), ver feliz a toda la gente que quiero.

Martes, 14 de junio
AL CAPONE Y LA CONSTITUCIÓN

“¡Deja ya de dar la tabarra con lo de la inviolabilidad del emérito! No sé si te das cuenta de que con ese tema aburres hasta las ovejas”, me repite a menudo mi amigo Abelardo Linares.

            ¿Pero cómo no voy a volver sobre el tema si hoy leo en El País, que los miembros de la Comisión de Asuntos Constitucionales, al redactar el artículo 56.3, nunca pensaron en los actos privados del monarca, sino solo los actos públicos del jefe del Estado?

            ¡Cuánto cuesta aceptar lo obvio! Pero se acabará aceptando. Lo que yo no estoy tan seguro es de que algún día se exijan responsabilidades a quienes utilizaron torticeramente la Constitución para proteger a un delincuente cada vez menos presunto.

Miércoles, 15 de junio
PACTA SUNT SERVANDA

Llega el nuevo Clarín, con su cubierta Frankenstein, y al volver de la redacción, aprovecho para hacerle algunas fotos en el Campo de San Francisco. Se me acerca un joven al que he visto en alguna presentación, pero del que no conozco el nombre. “¡Maravillosa revista! Mi padre la leía cuando yo era niño y ahora la leo yo. Parece eterna”, “Pero no lo es. Ya tiene los números contados. Acabará a final de año, con el 162”, “¡Qué pena!”.

Yo no lo veo así. Ha cumplido con creces el proyecto inicial.  A finales de 1995 me llamó Graciano García. “Quiero editar una revista literaria y quiero que tú la dirijas”. Nos reunimos tres o cuatro veces, no más. Yo puse mis condiciones y las fue aceptando todas. Una de ellas era que no debía durar unos pocos números, como suele ser habitual en las revistas literarias, que había que garantizar su permanencia. “Para que deje alguna huella debe durar por lo menos cinco años”, dije yo. “Te garantizo veinticinco”, dijo él. Y yo: “Hecho”. Y nos dimos la mano como dos paisanos que cierran un trato en una feria de ganado y no necesitan firmar nada para que su acuerdo sea firme. Cumplió Graciano su palabra, a pesar de lo que ha llovido desde entonces, y además añadió tres años de propina. Todo tiene su principio y su fin, y el fin ha de llegar a su debido tiempo, no antes de tiempo ni después de un tiempo vegetativo. A comienzos del próximo año, la Biblioteca de Asturias le dedicará a la revista una exposición.

Jueves, 16 de junio
BOSTEZO MUCHO

Voy a ver María Moliner, “ópera documental” con música de Antoni Parera Fons y libreto de Lucía Vilanova, temiéndome lo peor y no me defrauda. No importa que la música no moleste, casi siempre resulte grata y, a ratos, brillante; no importa la espléndida dirección de escena ni la atinada escenografía; bostezo a los pocos minutos y no dejo de hacerlo a lo largo de toda la función. Los problemas de María Moliner para hacer su diccionario interesan tan poco como que no la eligieran académica. No tienen tensión dramática o la libretista no ha sabido dársela. Y qué pronto dejaron de hacer gracia los tres personajes que aparecen por los pasillos de la platea o en un palco cantando los santos del día y los días que faltaban para que se publique el diccionario. Relleno, relleno. ¿Y a qué viene esa escena de la quema de libros? ¿En 1965 los censores entraban en las casas para hacer una hoguera con los libros comprometedores? ¿Y esos libros “comprometedores” eran solo los escritos por mujeres como Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite? Panfleto, panfleto. Y qué ingenuidad cuando, antes de que a la aspirante a académica se le aparezcan Emilia Pardo Bazán, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Isidra de Guzmán y Carmen Conde, un personaje nos advierta que esa escena no ocurrió nunca o solo ocurrió en su imaginación. Pero tampoco hay que exagerar, no todo fue un desastre: la caricatura de la reunión académica tiene gracia y las variaciones sobre la palabra silencio con que termina la obra, emoción.

Viernes, 17 de junio
AÚN EL CIELO ES AZUL

Coincide el día de mi cumpleaños con la tertulia y se me ocurre pensar que, cuando comenzaron estas reuniones de los viernes, yo tenía treinta años. Ahora tengo cuarenta y dos más. La costumbre de tomar café y comentar libros y planear revistas ocupa ya la mayor parte de mi vida.

            Cumplir años es un buen momento para repensar la vida. ¿Hice bien en ser tan conservador, tan poco aventurero? ¿No debería haberme convertido en un  escritor profesional? ¿No debería haberme dedicado a hacer dinero y no a vivir al día y a librarme pronto del que no necesitaba? ¿No debería haberme casado o al menos buscar una relación duradera?

            Cumplo 72 años (me lo repito continuamente para acabar de creérmelo) y mi vida no es perfecta. La de nadie lo es. Pero los males que me acechan, y que irán aumentado con la edad, son los propios de la condición humana. Ni el premio Nobel —que para algunos es la cima del éxito literario—  ni una pareja joven (o una Preysler, qué horror) contribuirían a aliviarlos. “Negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte”, cierto. Pero puedo asegurar que no se deben a malas decisiones mías. Lo que soy se parece bastante a lo que siempre quise ser.



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