jueves, 19 de agosto de 2021

Mil y un fantasmas: Qué pasó en 1968

 

El 17 de junio de 1968 Franco vino a Asturias a inaugurar el aeropuerto. Ese día habló desde el balcón del Ayuntamiento de Avilés a una multitud enfervorizada. Lo recuerdo bien porque a punto estuve, si no de ser linchado, sí de recibir algunos golpes. Iba yo camino de la biblioteca, que entonces estaba en la calle Jovellanos, cerca de la Cruz Roja, y tenía que atravesar el Parche. Me detuve curioso en la calle San Francisco. Escuché malamente una vocecita aflautada y luego al gentío que, tras los gritos de rigor, se puso a cantar el “Cara al sol”. Yo lo miraba todo lleno de curiosidad, como quien asiste a una grabación del No-Do en vivo y en directo. Un tipo malencarado se fijó en mí: “¿Y tú por qué no cantas? ¿Eres comunista o qué?”. Rápidamente me escabullí. Lo que yo tardé en saber es que ese día estuvo a punto de cambiar la historia de España.

            Tardé en saberlo y solo ahora me atrevo a contarlo, rompiendo la promesa que le hice a mi informante, uno de mis mejores amigos en los años del bachillerato en el Carreño Miranda, al que luego perdí la pista y reencontré en el lugar más inesperado, nada menos que en Estambul.

 

ENCUENTRO EN ESTAMBUL

Estaba yo sentado en uno de los bancos de Sultanahmet, la gran plaza ajardinada entre la Mezquita Azul y Santa Sofía, sin nada que hacer, como era mi costumbre habitual al caer la tarde. Me alojaba en un hotel cercano, el Pierre Loti, rodeado de maravillas: el hipódromo, la fuente alemana, regalo del emperador Guillermo II  (Loti decía que de ella habían manado todas las desgracias para el imperio turco), la catedralicia cisterna subterránea, el inagotable Gran Bazar con su arrabal dedicado a los libros.Pero ya había desaparecido el asombro de los primeros días y, como un natural del lugar, con nada disfrutaba más que con el ir y venir de la gente y el tibio sol de la tarde. Pasó cerca de mí un grupo de ruidosos turistas –no podían negar que eran españoles-- y uno de ellos se me quedó mirando y, tras un rato de dudas, se acercó a mí.

----Tú eres Martín, ¿no? ¡Vaya sorpresa encontrarte aquí! Tú a mí seguro que no me reconoces. ¡Han pasado tantos años desde que nos vimos por última vez! A ti te veo de vez en cuando en los periódicos.

            De golpe me vino a la memoria su nombre y las largas charlas sobre lo humano y lo divino entre clase y clase en el instituto o luego volviendo a casa por la calle Galiana o paseando por la orilla de la ría. Le di un fuerte abrazo.

El grupo se alejaba. Venían de Santa Sofía, iban hacia la Mezquita Azul.

----Cuidado no los pierdas.

----Ven conmigo, te voy a presentar a mi mujer.

            Su mujer, afortunadamente, no era aquella primera novia que tanto había contribuido a que nos distanciáramos. Hacían aquel viaje guiado en compañía de otro matrimonio. Selena, que así se llamaba, no puso ningún inconveniente a que Ramón abandonara el grupo y se quedara conmigo.

----Te lo devolveré sano y salvo a la hora de cenar.

----Quédatelo todo el tiempo que quieras, ya lo tengo muy visto.

Y corrió sonriente hacia el grupo, que ya se alejaba al trote.

No me podía creer que estuviéramos otra vez los dos juntos, era como recobrar de pronto buena parte de lo mejor de mi adolescencia.

----¿Quieres que te enseñe yo lo que no has visto de la ciudad, Ramón? Nada me gusta más que hacer de guía.

            ----Y a mí nada me disgusta más que andar por ahí en rebaño, oyendo los comentarios tontos de unos y de otros. Si te parece, paseamos un poco y luego nos sentamos a tomar algo y charlamos de esto y aquello, como en los viejos tiempos.

Por estrechas callejuelas llenas de gente, descendimos hasta  la orilla del Cuerno de Oro, cruzamos luego el puente de Gálata y nos sentamos en una terraza frente a la parte asiática de la ciudad. “Inevitable citar a Espronceda”, dije yo.

            Y allí me contó que su padre había muerto hacía pocos meses y que, antes de morir, le confesó un secreto. Era cazador, había cazado infinitas piezas, pero en el momento decisivo no se atrevió a abatir la que más le importaba: el dictador Francisco Franco.

            Su padre, muy conocido en Avilés, tenía una clínica dental en un edificio junto al palacio de Ferrera, frente al Ayuntamiento.

 

EL ATENTADO

----Hubo varios intentos de atentado contra Franco. Los investigué todos, pero no encontré ninguno que pudiera haber tenido alguna garantía de éxito. El último, que yo sepa, fue en 1970 cuando Joseba Elósegui, que había sido capitán de gudaris durante el bombardeo de Gernika, pretendió abrazarse a Franco envuelto en llamas cuando este presidía un encuentro de pelota vasca en el frontón de Anoeta, en San Sebastián. Qué cosa más absurda. ¿Cómo pensaba que le iban a dejar acercarse al dictador? Se prendió fuego, eso sí, y se lanzó desde una de las galerías superiores. No murió y creo que más tarde llegó a ser senador.

            Lo de mi padre era otra cosa. Mi padre, curiosamente, no tenía relación con la oposición franquista. Sus amigos en Avilés eran gente como José-Víctor Carreño, el escritor, más bien próximos al régimen o completamente identificados con él. José-Víctor Carreño le contó muchas veces a mi padre los días que había pasado encerrado en la iglesiona de Gijón. Mi padre no le habló nunca de mi abuelo, que fue condenado a muerte junto al poeta Lumen, Luis Menéndez Alonso, el creador de la Biblioteca Circulante de Avilés, la actual Bances Candamo, que tú entonces frecuentabas todos los días. La sentencia del poeta se cumplió de inmediato. ¡Había puesto los libros al alcance de todos! ¡Había envenenado al pueblo! ¿Cabe imaginar mayor delito? Mi abuelo tuvo más suerte y su pena fue conmutada por treinta años de reclusión, que se quedaron en media docena. Salió convertido en otro, no quiso volver a saber de política, en mi casa no se hablaba de lo que había ocurrido. Pero mi padre no fue capaz de olvidar, guardó dentro el rencor y lo fue cultivando, sin que nadie se percatara de ello, hasta que llegó el momento.

            Y el momento llegó al enterarse de que Franco iba a venir a Avilés con motivo de la inauguración del aeropuerto de Asturias. Cuando se enteró de que hablaría desde el balcón del Ayuntamiento, frente a las ventanas de la consulta y frente al lugar donde su padre y el poeta Lumen y tantos otros habían sido condenados a muerte en juicio sumarísimo, el palacio de Ferrera, pensó que existe la justicia histórica. Si mi padre hubiera leído a Borges, habría repetido esos versos que tú citas con tanta frecuencia: ”Algo que no se nombra / con la palabra azar rige estas cosas”.

            Estábamos en una terraza del puerto de Karaköy, pero yo no veía el pausado discurrir de los barcos por el estrecho del Bósforo. Mi mente estaba en otra parte y en otro tiempo. La plaza del Ayuntamiento, que los avilesinos llamamos el Parche, llena de gente; yo detenido en la esquina de la calle de San Francisco, bajo los soportales; Franco, Franco, Franco –según los gritos de rigor-- en el balcón del Ayuntamiento, y un hombre con un rifle en una ventana frente a él. Me imagino el estruendo de los disparos, porque dispararía más de uno por miedo a fallar, el alarido de la multitud, toda España atónita con la noticia.

Fue precisamente en el Parche, cuando iba camino del Instituto, que entonces estaba en el Carbayedo, pocos años antes, cuando otro niño me dio la noticia: “¡Han matado a Kennedy!”. Pero a Franco no lo mataron, a pesar de todas las circunstancias favorables.

 

POR QUÉ NO

----Mi padre era cazador, ya te dije. Días antes, le avisaron que tenía que depositar la escopeta en el cuartel de la guardia civil. Así lo hizo. Pero tenía otra, de gran precisión, con la que podía matar leones o elefantes, que nunca había declarado.

Cuando Franco salió al balcón y dijo aquello de “Españoles” y le interrumpieron los aplausos, él ya estaba listo. Solo le quedaba apuntar bien y apretar el gatillo.

            ¿Por qué no lo hizo? “¿Por qué no lo hiciste, papá?”, le pregunté cuando me lo contó. Sabía yo, y sabía él, que entonces le quedaba poco tiempo de vida. “Unos meses”, dijeron los médicos. Pero murió a las pocas semanas.

            “No lo hice porque pensé en tu madre, no lo hice porque pensé en ti. En mis fantasías de tantos años, desde la adolescencia, no pensaba en vosotros. Tras acabar con el dictador, me pegaba un tiro. Y no me importaba irme al otro mundo si antes libraba al mundo de esa alimaña. Pero antes de apretar el gatillo tuve un momento de lucidez. ¿Qué iba a ser de tu madre, qué iba a ser de ti? No sabíais nada, no eráis culpables de nada. Tuve la precaución de mandaros fuera. Es ese monteo estabais con los abuelos de León. ¿Pero os iban a dejar en paz? Fui cobarde, tuve miedo de lo que os pudiera ocurrir y no apreté el gatillo”.



 

 

8 comentarios:

  1. "Yo maté a Kennedy" fue una de las primeras tonterías que escribió Vázquez Montalban. (No sale la tilde).
    Las amistades peligrosas de Martín las conocemos.
    Victor Menéndez

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  2. ¡Atención, atención! El maestro y sus incidentes en acción. Pero, ¡cuidado, cuidado!, llega Andrés, y ya se sabe, restricción, y la la tomadura de pelo toma otra dirección. De unos y otros, vaya cansancio, oh Escipión.

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  3. Cuántas grandes decisiones y resoluciones son arruinadas por el chantaje emocional, incluida su forma más pasiva. Pero ¿quién le reprocharía al tiranicida frustrado haberse acordado de los suyos?

    Seguramente se hubiesen evitado los juicios sin garantía y las últimas ejecuciones del régimen, sí, pero por otra parte el largo trago amargo, de 1936 a 1968, estaba ya apurado. Y habría un recambio bien preparado y bien acogido, pues como se va viendo el problema "de aquí" no es que siempre haya algunos dispuestos al caudillismo, sino que cuentan con el apoyo de una proporción de población, soñadora de Viriatos y Pelayos, sin parangón en Europa.

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  4. Pues si te cansas, oh Carlos, practica otro deporte.
    Yo no me canso de discutir con el crítico, pero por escrito.
    Hay muchas razones para que deteste a Vázquez Montalban, a Jorge Semprun, a Rafael Alberti, a Gabriel Celaya, a Pablo Neruda, y tutti cuanti. La primera es que eran comunistas.
    La segunda es que eran malas personas. No sé si habrá causa-efecto.
    Como JLGM ha tenido más contacto con grupos de extrema izquierda, me abstengo de hacer valoraciones.
    Eso es todo. Victor Menéndez

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    1. Hombre, Víctor, no fastidies. Con lo que nos ha costado juzgar a los Foxá, Sánchez Mazas, García Serrano, ...por sus obras olvidando su ideología ... ¿y ahora vienes tú a anatemizar a los escritores comunistas? Ten cuidado porque después irán a por los asturianos. Acuérdate de B. Bretch. JLGM se salvará porque es medio extremeño.
      Pero bueno: como decía el butanito, saludosss... cordiales

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  5. No don Víctor, ya los golpes bajos auguraron los malos tiempos para la lírica. ¡Válgame, oh Dios! Los vates de provincia alcanzarán la nada misericordiosa y el envite de todos los cobardes costará el todo. En fin, el Verbo fluye, las residencias repuntan y aquí, por supuesto, todo ya se ha consumado. Por supuesto, vivan la ficción, la realidad, las falacias patéticas, los expertos en tiranicidas, y todo cuanto plazca a quien pueda interesar. Esto es broma, no escarnio, incapacidad, no elogio, desagrado, no luz, utopía aislada, sinfín mesiánico, incidente en Calabria...

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  6. Apocalíptico te veo.
    Malos tiempos, para la lírica y para la salud, siempre han sido.
    Pero gracias por el comentario.
    Victor Menéndez

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