sábado, 16 de agosto de 2014

Turín, el diablo y las sirenas


“Hoy en día ya nadie cree en las sirenas”, leo en un libro de Massimo Polidoro dedicado a desmontar los falsos misterios que tanto juego dan en algunos programas de televisión y en las páginas veraniegas de los periódicos. Hay, sin embargo, muchos testimonios de su existencia y durante el siglo XIX era frecuentes exhibirlas en los circos vivas y saltarinas, mientras que su cadáver momificado se conservaba en los gabinetes de curiosidades científicas. El Museo Municipal de Historia Natural de Milán conserva una de esas momias. Dicen que es una elaborada falsificación: los dientes son de peces y las uñas tal vez de algún pájaro; conserva el pelo y las escamas.
            Es posible que la sirena que yo vi en Turín también fuera una hormonada falsificación, pero no estoy muy seguro. Turín es una ciudad apacible, de amplias calles porticadas, abundante en librerías, cafés y palacios. Su fama, sin embargo, resulta un tanto siniestra: en ella se volvió loco Nietzsche, se suicidó Pavese y dicen que es uno de los lugares predilectos del diablo.
            Yo fui a Turín porque me enteré que allí se conservaba el cadáver de una sirena, no de las que seducían a los marineros en tiempos de Ulises, mitad pájaro, mitad mujer, sino de las que todavía proliferan en las películas populares y en los cuentos infantiles. Al diablo no le tenía miedo, o sí. Siempre recuerdo una frase que oí no sé donde: “Confío en los hombres, pero desconfío del demonio que todos llevamos dentro”.
            Al diablo no lo encontré en Turín y sí a la sirena, salvo quizá al diablo que yo había llevado conmigo. Las cosas ocurrieron de la siguiente manera. Por entonces preparaba yo un estudio sobre el mito de las sirenas en la poesía renacentista. Presenté parte de las conclusiones en un congreso en Roma y, en una distendida charla entre sesión y sesión, una profesora a la que me acababan de presentar me dijo que en la casa de su marido, en Turín, se guardaba, desde tiempos inmemoriales, el esqueleto de una sirena. Yo sonreí escéptico; ella se comprometió a hacer que me lo enseñaran si algún día iba por esa ciudad. Me dio su tarjeta para que la llamara.
            Y no habían pasado ni tres meses cuando, aprovechando un puente festivo, ya estaba yo en Turín. Soy así de obsesivo. No podía dejar de pensar en las sirenas y en ese esqueleto. Llamé a la profesora que conocí en Roma; estaba pasando un semestre en no sé qué universidad de Chicago, pero no importaba, ella advertiría a sus suegros y no tendrían inconveniente en recibirme en su casa y mostrarme la sirena.
            Vivían en el piso principal de un palazzo destartalado cerca del río, casi en las afueras de la ciudad. Quedamos en que los visitaría al día siguiente, a las doce de la mañana. Aquella tarde paseé hasta allí para estar seguro de que no me perdería; me detuve un rato contemplando la fachada; el piso parecía abandonado. La impaciencia me impedía dormir. Casi de madrugada dejé el hotel, al lado de la estación, muy cerca del hotel Roma en que murió Pavese, y salí a tomar un poco el fresco. Había un local abierto, de los que yo no suelo frecuentar, pero no sé, o no sé quién, me incitó a entrar. Tomé una copa y luego otra; llevaba ya tres, y no estoy demasiado acostumbrado a beber, cuando se me acercó una sirena no menos seductora que las de carne y pescado. El resto de la noche lo he olvidado por completo, o eso quiero creer. Me desperté en la habitación de mi hotel ya bien entrada la tarde. Me dolía la cabeza. Tardé en acordarme de la cita. Llamé para disculparme. Nadie cogió el teléfono. Recordé algo y miré en el mío: aparecieron varias fotografías que me había hecho a mí mismo en compañía de un ser seductor, como de otro mundo, tal como yo hasta entonces solo había visto en sueños; nuestras cabezas, juntas y sonrientes. Tuve un mal presentimiento y busqué mi cartera. El dinero en efectivo había mermado algo, pero allí estaban todas las tarjetas de crédito.
            Al día siguiente volvía para Asturias. Llamé varias veces a casa de los familiares de la profesora. Nunca contestó nadie. Quizá habían marchado de fin de semana. Dejé un mensaje disculpándome.
            Al regresar no tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Me quedó la sospecha de si, como afirma Massimo Polidoro, cofundador del Comitato Italiano per il Controllo  delle Affermazioni sul Paranormale, todos los restos que se conservan de las sirenas son falsificaciones o si hay alguno verdadero. De lo que estoy seguro es de que las sirenas, mitad carne y mitad pescado, o quizá ni carne ni pescado, existen. Y que yo, en Turín, pasé la noche con una. A veces conviene hacerle caso al diablo que todos llevamos dentro.


11 comentarios:

  1. Interesante historia. Las sirenas son seres fantásticos producto de la imaginación desbordada de marineros locuaces y ebrios. O de alguna cuentista obsesiva y molesta. Lo del diablo ya es otra cosa, pues aparte de nuestro demonio interno, existe fuera de nosotros.
    Hay lugares que tienen malas vibraciones. Quizá Turin sea uno de ellos. Creo que algún manicomio también.

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  2. El comentario de mi tocayo me hace recordar la frase con la que Borges cierra su texto dedicado a las sirenas, en el "El libro de los seres imaginarios". Dice esa frase última: "Sirena: supuesto animal marino, leemos en un diccionario brutal".

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    1. Brutales, así somos a veces sin darnos cuenta.

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  3. La frase exacta es "Confio en todo el mundo, pero desconfio del demonio que llevan dentro". Debiste escucharla en la película "The Italian Job" de 2003, cuyo ambientación inicial se sitúa en Venecia. La pronuncia Donald Sutherland y la repite Charlize Theron en otro momento. Curiosamente, esta película es un remake de otra película de 1969, protagonizada por Michael Caine y que transcurre, en parte, en Turín...

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  4. Por cierto, a finales de septiembre estaré por Turín y espero encontrar yo también una sirena... Un abrazo.

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    1. Gracias por recordarme la frase exacta. Y en Turín no sé si te encontrarás una sirena, pero sí una ciudad seductura.

      JLGM

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  5. Turinesa en Tembleque18 de agosto de 2014, 10:50

    Me excuse signore, mas creo que puedo darle la clave del enigma que le viene intrigando desde que una noche conoció en el bar turinés "Il Gelsomino Fragante", a Rugero Faccioli, de mote "la pantera della autostrada Torino-Savona". Ya habrá adivinado que el joven Rugero se gana la vida alternando con los camioneros de la susodicha autostrada... Todas las tardes, a la caída del sol, se enfunda una peluca pelirroja, se embute en un ceñido vestido de neopreno al que -con muchissssima paciencia- le ha pegado lentejuelas plateadas y punteado de espumillones dorados, se calza unos zapatos de tacón de aguja y se apresta a otra noche de trabajo sobre ruedas.
    Cierto anochecer de mayo de hará cosa de cinco o seis años, me contó Rugero que había ligado en el “Gelsomino” con un señor español, de aspecto profesoral, grande de cabeza, al parecer miope (circunstancia que facilitó el equívoco sobre el sexo del ragazzo, o vaya usted a saber si las cosas no estuvieron claras desde el principio: ¿chi lo sa?) y más solo que la una.
    Tomaron unos pernod y cuando subieron a la habitación del hotel el caballero español daba muestras de estar en un más que mediano estado etílico. Se derrumbó vestido sobre la cama y comenzó a roncar, cosa que aprovechó la “sirena” para hurgarle en la cartera: total ochenta francos, una tarjeta de Cajastur, un papel con direcciones de librerías de viejo y algunas tarjetas de visita, una de las cuales se guardó en el bolso (Rugiero es algo raro y le gusta coleccionar como si fueran trofeos o fetiches las identidades de sus clientes y ocasionales víctimas). Reparó entonces en que el durmiente tenía unos generosos agujeros en los calcetines... Le acució un vahído de mala conciencia trufado de un poco de lástima, reintegró el dinero en la cartera y se fue escaleras abajo. El conserje le guiño un ojo cómplice.
    Y como al leer este blog (me hallo en Tembleque de vacaciones y leo como una posesa los blogs de tema literario), casualmente me entero de su peripecia torinesa, que encaja tan bien con lo que me contó mi amiga y colega (yo trabajo la autostrada Torino-Milano) la Pantera.
    Disculpe si le ha importunado esta que no pretende ser sino una colaboración desinteresada (que ya es pedir en gente como nostros/as).
    Ciao y buena letra.
    Salute.

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  6. parece que la sirena es la sin par barracuda,Se la cenan unos italianos contando la historia del mito,no recuerdo nombre de la película,pero eso me quedó grabado.

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