“¿Nunca has hecho ninguna locura, Martín?, “A sabiendas,
nunca. Ten en cuenta que ni siquiera me he casado”, “Pues esa fue una de las
pocas cosas sensatas que yo he hecho en mi vida”.
Estábamos
en Montreaux, sentados en una terraza frente al lago, muy cerca del hotel donde
Nabokov vivió sus últimos años. Había una leve niebla que diluía las formas,
emborronaba los colores y todo tenía un aire de edulcorada postal de otro
tiempo.
Yo me
dedicaba a mi ocupación favorita, no hacer nada; mi amigo, a quien había
conocido hacía poco, pero con quien simpaticé de inmediato, no sé bien a qué,
quizá a hacer trampas en el casino. Azorín termina uno de los cuentos de El buen Sancho con unas palabras que yo,
desde que las leí por primera vez, suelo sacar a colación cuando alguien me
reprocha mi indolencia: “No hacer nada, para un escritor, es hacer mucho. No
hacemos nada en apariencia, pero nuestro subconsciente continúa trabajando. Y
cuando volvemos a la mesa, con el papel y la pluma en la mano, nos encontramos
con gérmenes de artículos, de novelas o de poemas que antes no teníamos”.
A Philippe
lo había conocido en el casino, después de perder yo el poco dinero que llevaba.
No es que yo sea un ludópata, ni mucho menos, pero necesitaba conocer el ambiente
para una historia que estoy escribiendo. Como escritor, tengo una faceta
pública, más o menos pública (en realidad menos que más), y otra secreta. De
vez en cuando hago trabajos de encargo. Y no me refiero a hacer de negro para
algún político, que también, y resulta divertido ver que una frase tuya (pero
que nunca nadie sabrá que es tuya) aparece como titular en los periódicos. Lo
que a mí me gusta, mi verdadera vocación, es la literatura popular. Y con
pseudónimo, generalmente anglosajón, he publicado novelitas eróticas o de
espías o de amores románticos en mansiones victorianas. Y son las únicas obras
mías con las que he cobrado derechos de autor. Las escribo sin plan preconcebido,
como un juego, pero no como un juego solitario, sino como quien tiene enfrente
a un contrincante difícil, el lector, a quien hay que agarrarle por el cuello
desde la primera frase y ya no soltarle hasta el final. Escribir, por ejemplo:
“Para actuar un hombre como yo no necesita que le expliquen demasiado las
cosas. Basta que le digan simplemente: Vaya a Montreux y espere allí órdenes”.
Y mientras
las esperaba me entretenía en el casino, porque yo no soy jugador, pero el
protagonista de mi historia sí. Yo soy una persona muy aburrida. Un escritor,
al menos un escritor como yo, es la persona más aburrida del mundo. Todas las
cosas de algún interés ocurren en su cabeza, no en su vida.
Philippe me
llamó la atención desde el primer momento. Era alto, de unos cuarenta años,
elegantemente trajeado y con pajarita. Como si fuera el protagonista de alguna
película de género que se estuviera rodando en aquel momento. Cuando me quedé
sin blanca, él me alargó algunas de sus fichas. “Le traerán suerte”, dijo. Y me
la trajeron; acabé ganando más dinero que el que había perdido. Cuando le quise
dar las gracias, ya no estaba allí.
Pero le
encontré al día siguiente en el paseo. Me llamó él, no le había reconocido con
aquella ropa informal. Y en menos de una semana nos hicimos inseparables. Me
contó muchas cosas de su vida, pero no cómo se ganaba la vida. Era un tipo
divertido, no como yo, que soy la persona más aburrida del mundo. No acababa de
comprender por qué le había llamado la atención, por qué perdía el tiempo
conmigo. Yo no lo perdía; seguro que aparecería como protagonista de mi próximo
libro, de uno de esos libros que firmo con pseudónimo, novelitas juveniles o
noveluchas de quiosco, y que son los que más me apetece escribir, no los otros,
de crítica literaria o de poesía, que no lee nadie.
Philipe era
un seductor, con muchos secretos dentro. No me preguntó mi nombre, sino “¿cómo
te gusta que te llamen?”. “Los conocidos me llaman José Luis, los amigos Martín”,
dije. Y él me llamó desde el principio Martín.
“¿Nunca has
hecho ninguna locura, Martín?”. No, yo nunca había hecho ninguna locura, me
había limitado a escribirlas. Todas mis aventuras y desventuras habían sido
imaginarias.
“Pues un
hombre tiene que probar de todo, amigo Martín. Yo te voy a proponer una a la
que no te podrás negar”. Y entonces supe por qué me había escogido a mí, al más
vulgar de los hombres, al más insignificante, y para qué me quería. Para nada
bueno, por supuesto. Pero ni se me ocurrió negarme: un hombre tiene que probar
de todo. Lo único malo es que me comprometí a no contarlo nunca. Y no lo
contaré nunca, por la cuenta que me tiene. Claro que nunca, nunca, es demasiado
tiempo. Ya veré lo que hago cuando se calmen un poco las cosas.
Lamento estropear con un comentario prosaico un tan medido fin de frase, pero esos otros libros que dice no sé si, en efecto, no los leerá nadie; yo, y algunos más que conozco, sí que los leemos, y los disfrutamos y valoramos. Y si nadie, en efecto, no los lee, tanto peor para él: no sabe lo que se pierde.
ResponderEliminarLa seducción me parece un arma que puede volverse en contra de quien la practica.
ResponderEliminarLeo historias como las que encomia mi homónimo por varias razones, entre ellas elucubrar si el autor es tan bobo como se presenta el alter ego, aunque en su momento quise pensar, porque me convenía o porque sólo los bobos leen cuentos escritos para ellos, que detrás se escondía un ser de buena voluntad y con ciertos principios. A pesar del lenguaje grosero y demás del que hace ostentación, vi allí un modo de pasar el rato y desgañitarme, lo cual lamento ahora, pues me da la impresión de que me desprecia y ningunea. Nada de esto habría ocurrido si hubiese mantenido mayor discreción en su faceta de detective privado, de donde sacará alguna ventaja. Confieso que me entretuve ocasionalmente haciéndole seguir pistas falsas y rastros animales. De ahí su curiosidad y afición por los juegos con fichas. Pero, aparte de fisgar y formar corríllos de aldea, no me hizo ningún bien.
ResponderEliminarEn resumen, viví espiada, vilipendiada y ninguneada. Por lo menos.
La gente que me rodea, más bien que me cerca, todos son Philippe..
Gracies Martín.Un aire sofisticado aburre cuando arrecia en ventolera y el onírico trueca la realidad en vulgaridad,no es que uno lo sea,es que lo tomen por plastilina a costa del pensamiento único.en que manipula su sueño.sin saberlo aplicar en la realidad el oponente.que no se entera si es partida de chapó o de ruleta.Y al final la peli se desecha como obra maestra hasta que a alguno se le ocurre organizar y pegar las tomas falsas y sacarla a taquilla,con lo que el director pomposo se queda sin su peli por los dchos reservados de la cinematográfica.Un paseo por la vida.Un velo rasgado o un casino en el aire.no se.Al final,De una puerta a otra y tiro porque me toca.Saludos.Mireyablues
ResponderEliminarParece que para algunos la vida es juego, probablemente menos vulgar que el sueño, si se buscan emociones. O cine. Yo me conformo con mi vulgaridad (de paso, tranquilidad) y busco respuestas a la medida de mi corto intelecto, nada afín a ese culteranismo moderno.
ResponderEliminarCito al mismo autor: En este país de miércoles hasta los locos son fashittas.
Desnuda de derechos. Que te diviertas.
He pasao por esta vida de puntillas,ya no importa.Estamos hechos de razones y emociones y según las tratemos o nos las traten tienen su orden en la chinostra.y aceptación o no por los demás.Todo es relativo.las respuestas siempre son las mismas,cambian las preguntas.El sueño forma parte del juego.condicionado por el entorno."De una puerta a la otra" es la autobiografia de alguien que empezó a trabajar a lo 9 años y con 90sigue..Me sobran dchos por falta de uso todavia no me he muerto.Saludos.Lady Godiva...
ResponderEliminarSi eres quien pienso y ya te condiciona el pequeño entorno que yo me sé mal empiezas (creo, me parece). Estado narcótico, más que de sueño. Te darán las preguntas y las respuestas, si bien éstas relativas por ser a conveniencia de quienes las sugieren. Tampoco muy elaboradas, para salir del paso o tropiezo.
ResponderEliminarEn fin, cada cual que aguante sus circunstancias hasta donde pueda. Yo casi que me he ido.
En un entorno ya no,en otro menos.y en cuanto a lo demás,no me condiciona,me enriquece.Ser independiente y sin ataduras como las que he tenido en otros tiempos me hace ganar ahora aquel tiempo perdido,y me encuentro a gusto Mi vida ha cambiado mucho en estos años,y precisamente el "pequeño entorno"es lo que necesitaba.porque recupero una parte que si me habian anestesiado las "circunstancias"Tampoco es que quiera viajar a Africa ni escalar el Urrieyu,que non toi pa esos trotes.y creo que mi sentido común no común es algo rebelde a comulgar con ruedas de molin.En algo tienes razón,mi genio endemoniao me aparta de la gente.y solo quien me entiende está y es..Gracias.saludos.Godiva.
EliminarBueno, lo único que entiendo con eso del sentido común es que se hace lo que tú dices. Pues me quita el sueño. Parece que cuanto más se desea salir de algunos entornos, más te atan el pie con la cadena. Sólo por lo del control, que es el quid de la cuestión.
EliminarCito una frase del final de la novela: "que ya habría otras oportunidades de demostrar mi cordura", pues, al final, de eso y de lo otro se trata. No este mes ni el siguiente. Gracias al entorno miserable, sobre todo.
Eliminarno entiendo nada.y que yo sepa no controlo a nadie.Y si tan entorno mierable es hable con quien tenga que hablar.Yo no me meto en vidas ajenas.
EliminarHablo con otro anónimo, lo cual, en mi opinión, ya dice mucho del entorno. Diculpe. Casi le doy por director de cine.
EliminarY a mi ver,lo suyo es puro teatro.
EliminarVd. no sabe lo que es el teatro. Demos por finalizado el tema.
EliminarQué enigmáticos comentarios.
ResponderEliminarJLGM
Soy el primer anónimo. Hombre, mi comentario podrá ser más o menos oportuno o discutible; pero creo yo que de enigmático tiene poco, ¿no?
ResponderEliminarQué manía de no firmar. Una conversación, por escrito, en la que no se firman las intervenciones, aunque sea con pseudodónimo (para distinguir a un interlocutor de otro) es puro teatro del absurdo.
ResponderEliminarQue me disculpen mis comentaristas (y ya sé que voy contra mi interés al confesarlo: perderé lectores), pero yo desconfío mucho de la inteligencia de los anónimos que se empeñan en debatir anónimamente con otro anónimo
JLGM
No perderá lectores, ya hace mucho que le leo y soy de costumbres fijas. Tampoco suelo intervenir. Hace bien en desconfiar de ambas inteligencias.
EliminarPues yo siempre ponía mi letrita y me llamaste bobo, buen Martín. Serelo muy guapamente...
ResponderEliminarQuise decir (los dichosos nervios) "ya NO lo es."
ResponderEliminarControle las emociones (pues los hechos se resisten) dentro de su chinostra, no pasa nada. Tómese una tila o un té con limón. Y léase El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza, muy bobamente escrito y muy bien. Y dejemos la conversación
ResponderEliminar¿Este Anónimo tan lúgubre quién será? ¿Será un comisionista de Infusiones la Castiza? ¿Quizá "mi" anónimo punching-ball? ¿Será Belfegor-mete miedos a niños buenos pero revoltosos?
ResponderEliminarNo busques en la novela más que un detective salido de un manicomio cuyo nombre es desconocido, por lo tanto, también anónimo. Y mucho humor. Describe los setenta. Realista, sí castizo.
ResponderEliminary que más da,Martin.La corrala empieza a hablar de tu exposición y acaba en balandronadas entre si como primos.Enfin.c´est la vie.Salute.Vene, ci ana
ResponderEliminarSoy el tercer anónimo. Cuando dije "pistas falsas" no me refería a nada esencial, sino a algún que otro despiste. En cualquier caso, resultaba intrigante hasta dónde podía llegar la curiosidad ajena por lo cotidiano y poco importante. Muy lejos, presiento.
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