sábado, 20 de julio de 2013

Historias de hotel: Los visitantes


––Usted no cree en esas cosas, ¿verdad? Horóscopos, milagros, apariciones, gentes venidas de otro mundo, como el Jesús de los cristianos y el Supermán de los tebeos. Yo tampoco creía…
            Estábamos en la terraza del hotel. Yo subía siempre al anochecer, después de patear la ciudad. Había algo de tranquilizador para mí, no sé por qué, en la cúpula de la iglesia del SS. Nome de Maria y en la cuadriga, a punto de comenzar su carrera hacia las estrellas desde la cima del mamotrético monumento a Víctor Manuel.
            ––Yo tampoco creía y sin embargo esas cosas no son más extrañas que las que ocurren a nuestro alrededor a cada instante.
            Al principio pensaba estar solo, como cada tarde. Tardé en percatarme de que había una mujer, vestida de negro, fumando silenciosa, en una esquina. Miraba hacia lo alto, como tratando de distinguir las primeras estrellas que se iban insinuando en el cielo todavía muy azul. Ni siquiera volvió los ojos hacia mí cuando comenzó a hablarme. Lo hacía en voz baja, como si fuéramos viejos amigos o quizá como si pensara en voz alta.
            ––No había ningún motivo para que yo fuera infeliz, pero lo era, aunque entonces no lo supiera. Me casé muy joven, los hijos llegaron pronto, mi marido ganaba dinero y me quería, aunque tenía poco tiempo para mí, siempre andaba con sus viajes y sus ocupaciones. A menudo no dormía en casa. Pero a mí no me importaba. Estaba demasiado ocupada con los niños. No tenía tiempo para saber si era o no feliz.
            ¿Por qué me contaba aquello? Yo buscaba un pretexto para despedirme y volver a mi habitación. Estaba cansado. Apenas si había parado un momento desde que puse el pie en la calle. Había tanto que ver, tantas familiares maravillas que saludar, tantos secretos rincones que descubrir. Me gustaba el discreto hotel Cosmopolita porque, estando en él, tenía la impresión de estar en el centro del mundo. Muy cerca se encuentra la torre desde la que Nerón disfrutó contemplando el incendio de Roma; frente a la ventana de mi habitación, tenía el Palazzo Colonna, donde residió Petrarca, con su prodigiosa galería llena de obras maestras (mi favorita es el Comehabas, de Annibale Carraci) y el jardín con naranjos que tanto admiraba Henry James. Una ancha calle bulliciosa lleva desde el hotel hasta Piazza Venecia, pero yo prefería siempre la estrecha Via de S. Eufemia, que acababa ante la columna de Trajano y la inagotable maravilla del Foro.


            ––Seguro que está pensando que por qué le cuento todo esto. Ya sabe que hay cosas que no nos atrevemos a decir ni a nuestros amigos más cercanos, pero no tenemos inconveniente en contárselas a quien acabamos de encontrar y quizá no volveremos a ver. Mi hijos me quieren mucho, pero cada uno vive su vida, tiene sus problemas, lo que menos esperan es que yo les cuente los míos. Están acostumbrados a recurrir a mí cuando me necesitan y a desaparecer hasta que pueda serles de nuevo de alguna ayuda. De su padre, mi exmarido, hace tiempo que solo sé por los periódicos. Pero fue generoso al repartir su fortuna.
            Yo murmuré una disculpa y me dirigí hacia la puerta. El día siguiente sería tan cansado como los anteriores. Iba a visitar la villa Giulia y dos o tres viejos palacios más, alguno de propiedad particular y que se iba a abrir solo para mí gracias a la buena relación de uno de mis mejores amigos con uno de los monseñores de la Curia.
            ––Ya vienen. Creí que hoy no vendrían, pero aquí están. ¿Ve usted aquellas luces azules? Parecen estrellas como las otras. Pero no. Son ellos. Mire cómo se mueven, cómo se van acercando.
Me fijé en aquellos puntitos brillantes, que parecían estrellas fugaces. Era verano, así que pensé en las lágrimas de San Lorenzo que tanto me fascinaron en mi infancia extremeña
            ––¿Sabe por qué le tranquiliza tanto mirar esa cúpula? Porque le recuerda el vientre materno, el lugar en que se sentía a salvo de todo, como le diría mi psicoanalista. Y es verdad, pero también porque le recuerda una nave espacial. Somos polvo de estrellas, criaturas de otra galaxia, exiliados de mundos remotos. Por eso la humanidad nunca será feliz en la tierra. Llegamos hace siglos y desde entonces esperamos al Mesías, al guía que nos llevará a nuestra Jerusalén celeste. Todas las religiones hablan de lo mismo, todas esconden esa verdad entre sus mitos. ¿Quién fue Jesús? Un alienígena. Desde otros mundos inseminaron artificialmente el vientre de una doncella. La misma historia, aunque parezca un cuento para niños, es la de Supermán, el bebé con poderes sobrehumanos que viene de más allá de las estrellas. ¿Ha visto El hombre de acero, la película de Zack Sneyder y Chistopher Nolan?
            Sí, había visto esa película y, como el mejor remedio para desconectar tras la agitación diaria, algunas noches veía Ancient Aliens, la serie del canal Historia sobre los antiguos astronautas. Pero no me apetecía, con tantas cosas como tenía que hacer en Roma, perder el tiempo escuchando otra vez esas patrañas. Dije adiós bruscamente, dejé a la mujer de negro con la palabra en la boca, y bajé a mi habitación.
            Tardé en dormirme, encendí y apagué el televisor varias veces, abrí y cerré los libros que había comprado en el mercadillo de Piazza del Cinquecento o en mi librería favorita, la Feltrinelli del Largo Argentina. Me dormí, por fin, y soñé cosas poco gratas. En el sueño comenzaron a golpear fuertemente la puerta de mi casa. Me asuste. Me levanté y corrí todos los cerrojos. Pero siguieron llamando, cada vez con más intensidad, con una intensidad atronadora. Abrí los ojos: llamaban de verdad, pero muy levemente, con los nudillos, a la puerta de mi habitación. Fui a abrir. Allí estaba ella, en la penumbra del pasillo. Parecía más joven que en la terraza y se había vestido como para una fiesta.
            ––Venga conmigo. Están aquí. Le esperan.
            En pijama, sudoroso, despeinado, yo no estaba precisamente presentable. Me di una ducha rápida, me puse unos vaqueros y una camisa blanca y fui tras ella. Su habitación no era como la mía. Me pareció inmensa y palaciega. A un lado, inmóviles, como en un grupo escultórico, estaban ellos, la pareja de extraterrestres. Acurrucada a sus pies, vestida con elegantes harapos, entreví una mujer. Los tres me resultaban familiares. A ella la había visto, borrosa, en la esquina de uno de los cuadros de la galería Colonna, creo que del Veronés. Y ellos… No, no había duda. Los saludaba cada mañana, antes de iniciar mi paseo romano, en las escaleras del Campidoglio: eran Cástor y Pólux. La anfitriona sonreía ante mi mirada estupefacta.
            ––Usted es como Santo Tomás, necesita ver para creer.
            Dejó caer al suelo la ropa que llevaba y apareció completamente desnuda. Su cuerpo era el de una mujer mucho más joven de lo que yo había imaginado.
            Muy lentamente se acercó a los Gemelos: Luego los tres formaron un grupo escultórico que me recordaba, no sé por qué, al “Laoconte y sus hijos devorados por la serpiente” de los museos vaticanos.
            Yo me acerqué a la presunta esclava, que tenía unos ojos grandes y aburridos. Hubiera preferido interrogar a Cástor y Pólux, pero era la única que quedaba libre. “¿De qué planeta venís?”, dije.  Ella pareció tomárselo a broma: “De la luna y más allá”.
            Comenzó a besarme y a abrazarme sin mucho entusiasmo, pero en seguida notó que mi entusiasmo era aún menor. “Te reservas para ella”, dijo, “y haces bien, es insaciable”. Un incómodo silencio punteado por jadeos ajenos, y luego: “No creas que yo quería dedicarme para siempre a esto. Yo lo que quería es ser diputada, como lo han sido otras, repartir luego empleos y subvenciones entre mi gente. Por eso me hizo tanta ilusión ir a Villa Certosa. Allí conocí a muchas personalidades, también a Karima El Marough, ya sabes, la famosa Ruby Robacorazones, que no era gran cosa, no te vayas a creer”.
            Yo la miraba con ojos cada vez más abiertos y pasmados. Pensé en el protagonista de Maribel y la extraña familia, la comedia de Mihura. “Pero tú, ¿no eres una criatura de otro mundo?”, acerté a decir. “Eh, tú, sin ofender, que pareces de Milán. Soy de cerca de Nápoles, y a mucha honra”.




9 comentarios:

  1. El Movimiento Raeliano Internacional es una organización atea sin fines de lucro que explica que unos seres extraterrestres muy avanzados científicamente, llamados Elohim (palabra que aparece en la Biblia original hebrea, erróneamente traducida en el singular Dios), crearon toda la vida sobre la Tierra mediante ingeniería genética (ADN). Según la enseñanza raeliana, una combinación entre la clonación humana y la "transferencia mental" podría, en última instancia, proveer a los humanos del don de la inmortalidad.

    Claude Vorilhon más conocido como Rael, (nacido en Francia en 1946) hijo de Colette Vorilhon, se dedicó en su juventud al canto, siendo conocido como Claude Celler y luego al periodismo deportivo, llegando a tener su propia revista sobre el mundo automotor, Auto Pop.

    El mensaje dictado a Rael durante su encuentro con el Elohá (singular de Elohim) afirma que éstos enviaron a todos los profetas que establecieron el origen de las principales religiones (Abraham, Buda, Jesús, Mahoma, etc).

    A su vez, el escritor J.J. Benítez en sus varias entregas de Caballo de Troya habla de este delirio ufológico y de origen extraplanetario.

    Mas Jesús de Nazareth existió y existe como sencillo personaje histórico, y también como arquetipo universal de comprensión, tolerancia, humanidad, dignificación de tod@s, rebelión en nombre del amor, para hacer un mundo más justo, libre y solidario cordial.

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  2. No hay que hacer demasiado caso a lo que dice una chiflada (o un chiflado).

    JLGM

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  3. Pero sea cual sea la visión, mística o científica, que tengamos de nuestros orígenes, sean cuales sean nuestras convicciones, deterministas o escépticas, religiosas o agnósticas, sólo hay una moraleja que valga en esta historia, un solo dato esencial: sólo somos chispas irrisorias en relación con el universo. Ojalá tengamos la sabiduría de no olvidarlo..

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  4. En todas las épocas hubo grupos que voluntariamente desearon apartarse de la sociedad de guerra, violencia y rapiña, para vivir una vida de paz y hermandad.

    En realidad, visto lo visto lo raro es que no hayan surgido y surjan más movimientos así.

    Uno de ellos fueron los esenios (como lo prueban los manuscritos del Mar Rojo). Y en ese ambiente vivió Jesús hasta los 30, pero después pretendió (ilusamente) difundir esas ideas a todo el pueblo judío (o quizá a toda la humanidad), con el triste (y en realidad esperable) resultado de todos conocido.

    Borges decía que ni Buda ni Jesús ni Mahoma escribieron nada. Y es verdad.

    Jesús sabía escribir y tenía una notable cultura, que incluía el latín (en esta lengua habló con Pilatos), pero aun así no quiso escribir nada (salvo unas palabras en la arena, cuando lo de la mujer adúltera).

    A mí modo de ver fue un error, pues favoreció la ulterior degeneración de su mensaje a manos, sobre todo, de Pablo de Tarso, quien nunca conoció a Jesús y no obstante se hartó de reinterpretar su mensaje (que sólo conocía por referencia de terceros) escribiendo mogollón de cartas a las primitivas comunidades cristianas.

    Pero lo que de verdad-verdad dijo Jesús no podemos ya, a ciencia cierta, saberlo.

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  5. Que he escrito Mar Rojo, y era Mar Muerto. Porfi, no me lapiden.

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  6. ...¿no crees que tu Iglesia esté de más?"
    —"¿Mi Iglesia? —preguntó a su vez Jesús que, en mi opinión, había comprendido perfectamente—. Yo no he tenido ni tengo la menor intención de fundar una iglesia, tal como tú pareces entenderla. Mi mensaje sólo necesita de corazones sinceros que lo transmitan: no de palacios o falsas dignidades y púrpuras que lo cobijen".

    El tema de las religiones, y sobremanera de las religiones o " nuevas formas de espiritualidad tipo New age ", cienciología incluída ( que surgió de la mente de un autor de ciencia-ficción ) es un tema interesante por polémico, controvertido y que afecta a muchos incautos con ínfulas de verdaderos buscadores. Vivimos en sociedades cada vez más atomizadas, donde se pierden, por falta de contacto, disolución o desmoronamiento, los vínculos más familiares y tradicionales comunitarios, y eso en plena era de las telecomunicaciones. Hay mucha gente sola y que entra en relación con grupos pseudoespirituales, grupúsculos con cosmovisiones " extrañas " cuando menos. Pero también ha sido extrañísimo el mundo de las reliquias y su comercialización descarada durante siglos por la iglesia católica, los dogmas de la ascensión, la inmaculada o purísima concepción, la virginidad de María, las milagrerías y su imaginería, el oscurantismo de las interesadas amenazas infernales y del inventado purgatorio: el dogma de la santísima trinidad o de la propia resurrección vencedora sobre la Parca. Creo que muchos seres humanos nunca saldrán de la minoridad y viven solo de sentidos vitales suministrados artificialmente por mitos, supersticiones esclavizantes y cuentos de hadas más o menos bonitos, incluyendo obviamente a los ufológicos y extraterrestres. Es duro aceptar que tan solo somos animales primates evolucionados con inteligencia simbólica e instrumental, con recaídas arcaizantes constantes en situaciones de guerra, regresiones primitivas, adoraciones a ídolos y tótems, superstición y salvajismos más o menos elaborados. Todo eso forma de la condición humana, creadora de dioses imaginarios para soportar la vida y el terror a la muerte-nada.
    Me entristece el autoengaño y la engañifa de bisutería pseudoespiritual o el opio más eclesiástico organizado-formal, pero la realidad también palpable es que muchísima gente lo necesita como el comer o el respirar. Y prohibirlo esas manifestaciones queda muy feo desde el punto de vista de calidad democrática, salvo que se cometan masacres o así.
    En sociedades cada vez más hiperindividualizadas y atomizadas pluralistas, el crecimiento del número de gente esquizoide, flipada, alucinada, estrambótica, delirante y hermeneuta de extrañas cosmogonías fantasmagóricas, visiones o mensajes, es imparable y exponencial. Las mentes y corazones también se rompen y fragmentan, haciéndose añicos que intentan recomponerse a través de lo holístico sacral de mitologemas, alucinaciones y delirios. Siempre nos quedaran el sagrado corazón de Jesús, ciertos ideales crísticos producidos activamente por la imaginación creadora aliada de la ética altruísta, lecturas y compromisos sociales realmente visibles y transformadores, etc

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  7. Pensaste, Martini, en "Maribel y la extraña familia"..., pero también en "Encuentros en la tercera fase", en "La semilla del diablo", en "Amarcord" (cuando te besaba y te abrazaba la enlutada, imaginaba cómo tu cráneo emergía de entre dos enormes tetas), en "Eyes wide shut", en... A qué seguir con la relación si con ello no iba a quedar más manifiesto mi aserto: cuando te flaquea la imaginación, recurres a tus archivos cinéfilos y los hilvanas en un relato de tufillo buñueliano.
    Mira: a diestra -según se mira- del pastel de Vittorio Emanuele, cerca de la rampa del Campidoglio, en un jardincillo con bancos de cemento, he comido algunas veces un bocata de mozzarela y prosciutto parmesano, que preparan por unos pocos euros (¿quién ha dicho que Roma es carísima?) en una tienda con fachada al parquecillo. Después de la modesta pitanza, suelo entretener la espera hasta las visitas de la tarde y, será por el impacto de las maravillas que acabo de ver hasta el mezzogiorno o porque me influye estar sentado sobre sedimentos semejantes, lo cierto es que la mente se me dispara y es de ver los apuntes que me brotan y que garrapateo en los bordes de los folletos que tengo a mano. Nunca he tenido que recalentar el pote o que bajar a la bodega de las cosas que empiezan a tomar un regusto a rancio; menos a la filmoteca de películas ajenas.
    Menos mal que, en lo de hoy, me has ahorrado esos segundos de aprensión desasosegante que acompañan la lectura de alguna de tus peripecias, cuando temo que todo desemboque en una propuesta (que desechas, por supuesto) de rollo gay...
    Lo dicho, Martini: más trabajo novedoso, más prospección arqueológica de las meninges, menos rollo de ultratumba, más ...
    Todo ello dicho sin la menor acritud y con el mayor afecto.

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  8. Yo sé en lo que pienso cuando escribo, no en lo que piensan los lectores cuando leen. De eso no soy responsable.

    JLGM

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  9. Pues yo, como Flannery O'Connor, escribo para saber lo que pienso.
    De todos modos, es un sólido y sugerente texto el que hoy nos ofreces.
    Que conste.

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