viernes, 27 de julio de 2012

Fugacidad, eternidad, verano: Cantos y mitos guaraníes


Solo estuve dos veces en Buenos Aires, una en 1992, otra en el 2002, y las dos veces me encontré con la misma ciudad desastrada, venida a menos, pero sin haber perdido un ápice de su capacidad de fascinación. En cada viaje, tuve una cafetería favorita en la que hojear los libros que compraba cada tarde. Durante el primero, fue el Café de la Paz, en Corrientes, frente al Centro Cultural San Martín; durante el segundo, el café London City, en la esquina de la Avenida de Mayo con Perú, donde Julio Cortázar escribió su primera novela, Los premios.
El encargado del London City era asturiano, de Cangas, y siempre me daba conversación. Había otro camarero, ya mayor, de rasgos indígenas, que se movía sin decir nada. Un día que no estaba el encargado, y tampoco había más clientes, me dijo con una sonrisa tímida y voz apenas perceptible: “¿Al señor le gusta la poesía? Yo también he escrito poesías”. Ese fue el comienzo de nuestra amistad. Me enseñó sus escritos, que no carecían de un ingenuo encanto, aunque en un español manifiestamente mejorable. Era de Paraguay y cuando me gané su confianza me recitó muchos poemas en guaraní. “¿Los ha escrito usted?”, “Los aprendí de mis mayores”. Le pedí que me los fuera traduciendo.
Con las notas que tomé entonces, muy deslavazadas, traté de hacer una versión más literaria. Era difícil. En castellano perdían toda su magia aquellos cantos ancestrales. Algunos los encontré luego, aunque en versión muy distinta, en el libro Literatura guaraní del Paraguay (Biblioteca Ayacucho). Vuelvo ahora a esas versiones y las reelaboro para que tengan sentido en español y a la vez conserven, aunque sea en mínima parte, algo de su encanto sapiencial, popular y milenario.



CANTO DEL COLIBRÍ

Danzas entre las flores,
embriagado de néctar,
lanzador de relámpagos,
hijo del arco iris,
colibrí.

¿Qué tienes que decirme?
Eres la lengua del jardín,
el susurro del bosque.
mensajero de un reino
que no ha existido nunca,
colibrí.

Lanzador de relámpagos,
de dulces flechas,
de disparos certeros.
Mi corazón lo sabe,
colibrí.

Eres los dedos de mi amada,
sus ojos y su lengua,
su dulce lengua,
colibrí
que vuelas lejos,
lejos relampagueas
y haces zozobrar
mi corazón
en la tormenta.




CANTO DEL JAGUAR

Dejo mis huellas
en todos los caminos
pero nadie se atreve a seguirme

He matado
al torpe cazador,
destrozado cosechas,
devorado niños
y el pecho de sus madres.

Soy el más hermoso
de los hijos del demonio.
Quienes me ven tiemblan,
quienes sueñan conmigo
nunca más
podrán amar a una mujer.

El sol me desea,
la luna
quiere acostarse conmigo.
En la noche, de un salto,
entro en el corazón
de los que duermen
y no despiertan nunca.


CANTO DEL DÍA DE DIFUNTOS

En los alrededores de la Casa Grande,
más allá de la Hierba Eterna,
viven los que se fueron,
los que han muerto para no morir.

Hay árboles de dulce fruto,
arroyos de agua fresca,
arpas que tocan ángeles,
palacios de maíz.

Allí los indios son señores,
y los ancianos ágiles
como muchachos que vadean los ríos
y suben a la rama más alta
del árbol que une el cielo
con la tierra.

A las ventanas de la Casa Grande
a veces se asoma Dios
rodeado de vírgenes
y contento los mira
a los que ya murieron
como a niños que juegan felices
alrededor del abuelo.




CON EL HACHA

Con el hacha de mi padre
he derribado el árbol.

Con el hacha de mi padre
he construido una casa,

En ella vivo con mi mujer
mis hijos y el fantasma
de un hombre
al que maté con el hacha
y que era mi padre.


CUANDO ERA CAZADOR

Cuando era cazador,
cazaba animales grandes.
Ninguno se me resistía,
ni el jaguar de colmillos gigantes
y de piel de demonio.

Cuando era cazador,
no tenía piedad con las víctimas.
Ahora las víctimas
no tienen piedad conmigo
y me devoran entero
sin acabar de devorarme nunca.




LA OSCURIDAD

Hubo un tiempo
en que reinaba el sol.
La oscuridad no existía,
estaba encerrada
en una marmita.
Una mujer torpe
la rompió un día
y como agua de un torrente
que crece y crece,
llena de lodo y animales muertos,
la oscuridad se extendió por el mundo
y entró en el corazón del hombre
para no abandonarlo nunca.


EL VERANO

Los panales que rebosan miel,
las cigarras borrachas e insistentes,
el agua que cae de lo alto
sobre los hombros desnudos
de la mujer que amo.
Siempre es verano en el paraíso.

Pero también allá
hay ángeles traidores
que abren la puerta a las alimañas
del invierno
como tú, mi niña, cuando sonríes a otro
en medio del verano.




EL ORIGEN DEL MUNDO

Cuando aún no había nada,
cuando ni siquiera los dioses existían,
cuando todo era oscuridad
sin luna, sin estrellas,
sin selva ni jaguar
ni mujeres bonitas,
cuando el mundo no era,
comenzó la tormenta.
Un relámpago solo
rasgó la negrura del cielo,
despertó a dioses y serpientes
que dormían confundidos
lejos, muy lejos, en ninguna parte.
Y la luna en lo alto
abrió su único ojo
y la tierra sus entrañas
para parir al primer guayakí.


PARAÍSOS

Tres clases hay de paraísos.
Hay paraísos llameantes.
En ellos las almas de los cazadores
se abrasan como en el infierno.
Hay paraísos brillantes,
en ellas las almas de los niños
son lámparas encendidas
que iluminan la noche del mundo.
Hay paraísos tronantes
para mujeres lenguaraces
y adivinos y tapires
y laboriosas hormigas.
Y hay otro paraíso
en el que estoy yo
cuando tengo entre mis brazos
una mujer bonita.




HE LLEGADO

He llegado a la meta
con mi ser y mi sombra,
he llegado con mis llamas,
he llegado con mi corazón entero,
he llegado con mi canto.

Si yo canto, danzan
todas las hijas del mundo
y también las alimañas,
la luna y las estrellas
y los peces del río.


ENTONCES

Cuando se abre la puerta
del paraíso,
cuando con estrépito se abre
la puerta del paraíso,
cuando todas las flores
alzan el vuelo,
cuando el colibrí y el jaguar
se dan la mano,
cuando el sol cierra los ojos
y deja que la luna
le lleve de la mano,
cuando el torrente llena
la hierba de esmeraldas
y se vuelven de oro
los granos del maíz,
entonces, solo entonces,
cuando se abre la puerta
del paraíso. 


HUÉRFANO

Mi Abuelo Grande habita el cielo,
mi Verdadera Madre el centro de la tierra.
Si les hablo, me escuchan.
Pero nunca responden.
Soy como huérfano que fuera
hijo de rey del mundo.




UN PESCADOR

Se ríen de mí los peces
cuando me ven a la orilla del río
con mi caña y mi anzuelo,
con el gusano tentador,
con mi santa paciencia.

Ellos dan vueltas y más vueltas,
mueven su larga cola,
sus escamas brillantes,
se burlan de mi piel oscura,
de mis ojos llorosos,
mi estómago vacío
y mi santa paciencia.


EL FIN DEL MUNDO

Es el fin de los tiempos.
Las mujeres hermosas
son osos hormigueros
y los grandes cazadores,
los que nunca fallaban el tiro
lloran como mujeres
y crecen con sus lágrimas
los ríos desbordados


LOS SEÑORES Y LOS DIOSES

Son indestructibles.
Se alimentan de nuestra sangre,
cada día más orondos,
los señores de mi pueblo.

Mientras, allá en lo alto,
el dios verdadero
y todos los otros dioses
miran hacia otro lado
con la túnica blanca
llena de gotas de sangre.

La sangre de mi pueblo.

5 comentarios:

  1. Vaya, estos cantos guaraníes son memorias milenarias. Qué bueno que dedicaras tu tiempo a esta literatura tan fascinante y tan poco conocida. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. http://www.youtube.com/watch?v=yScg02DM-jY

    ResponderEliminar
  3. De esto no había leído nada de nada, así que lo he leído todo como si fueran las versiones originales. Y me han gustado bastante, sobre todo CUANDO ERA CAZADOR y EL VERANO. Adolfo González.

    ResponderEliminar
  4. No sé con qué adjetivos se pueden catalogar unos poemas, pero sé que esta entrada vale oro; el peso de un jaguar en oro. Por lo menos.

    ResponderEliminar
  5. Muchas gracias, Horacio. Esas palabras valen más que el oro.

    JLGM

    ResponderEliminar