domingo, 13 de marzo de 2011

Al otro lado: La ciudad

Lunes, 7 de marzo
VIDAS PARALELAS

¿Cuántas vidas he vivido al margen de mi vida? ¿Cuántas que son mi verdadera vida? Me gusta fingir, soñar, ser otro. Me gusta engañar con la verdad. Mostrarme transparente y sin doblez y, sin embargo, estar lleno de trampas, de pasadizos secretos, de selváticos rincones donde acechan fangosas arenas movedizas…
No sé quién soy, no sé cuántos soy, y por eso nunca me aburro de mí mismo.



Martes, 8 de marzo
CON LOS OJOS CERRADOS

Antes de estar por primera vez en Burdeos ya había estado muchas veces en Burdeos. Una de las fascinaciones de mi adolescencia fueron las novelas de François Mauriac, esos secos y turbios folletines que tienen casi siempre en ella su escenario. Recuerdo una frase suya, que yo he aplicado más de una vez a Avilés: “Burdeos es ese puerto que nos hace soñar con el mar, pero desde el que no se ve ni se oye nunca el mar”.
Ahora paseo, no por la orilla de la ría, sino por la del Garona, ancho y soñoliento, que se despereza indolente en esta mañana de primavera. Sobre la fachada dieciochesca de la ciudad se alza la torre de San Michel, tras el Pont de Pierre.
Bajo del coche y creo que podría recorrer esta ciudad en la que no he estado nunca, pero con la que he soñado tantas veces, con los ojos cerrados. Esta es la calle Montesquieu, ahí al fondo, ocupando casi entera la redonda Plaza de los Grandes Hombres, brilla el mercado de cristal y acero; alrededor se colocan puestos de libros, como en el mercado de San Antonio en Barcelona. Al comienzo de la calle, en una pequeña plaza, muestra su fachada circular, con la doble columnata superpuesta, uno de los cines más hermosos del mundo. El edificio, de 1800, fue primero teatro; desde 1905 se proyectan en él películas. Camino hacia la izquierda y me encuentro con una ancha avenida que cruza el tranvía: es el Cours de L’Intendance; al comienzo, la casa de Goya: desde sus ventanas podía ver la Rue de Vital Carles, con las torres de la catedral de San Andrés al fondo.


Qué hermoso nombre el de la Place des Grands-Hommes. Fue creada, derribando conventos y supercherías, en los años de la Revolución. Es una plaza circular y las calles que llevan a ella homenajean a los grandes hombres que la hicieron posible: Rousseau, Voltaire, Condillac, Montesquieu, Diderot, y también, como no podía ser de otra manera, Montaigne, el señor de la Montaña, como le llamaba Quevedo, que fue, muy a su pesar, alcalde de la ciudad, y que no quiso más mundo que una torre llena de libros ni ser señor más que de sí mismo. Pero en el centro de esa plaza no hay ningún monumento a esos grandes hombres, sino un supermercado, el mismo en el que hago yo mis compras todos los sábados.
No cabe duda de que en esta ciudad estaría como en casa. Entre otras cosas porque aquí, a dos pasos, tengo la librería Mollat, uno de esos inagotables laberintos en los que no me importaría perderme para siempre. Me gusta ver sobre algunos libros recomendaciones del librero escritas a mano.
La librería Mollat está entre la Rue de Grassi y la Rue de la Port Dijeaux; en esa esquina espero a un amigo que se aloja en un hotel cercano. Y de pronto, ante la indiferencia de peatones y ciclistas, ocurre un prodigioso espectáculo. El sol se asoma por el arco de la puerta triunfal. Veo su ojo inmenso al fondo de la calle. Casi escucho la música de alguna apoteosis barroca. El astro rey se me aparece en todo su esplendor. Me obliga a inclinar la cabeza y a cerrar los ojos en señal de sumisa admiración. Un cotidiano milagro, al alcance de todos, pero del que yo soy el único testigo.


Miércoles, 8 de marzo
SER OTRO

Siempre me ha gustado la doble vida, esconder secretos en el sótano, que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. En cada ciudad que visito me imagino una vida distinta, la verdadera vida, la que me habría gustado vivir. Hago deporte, me traslado a todas partes en bicicleta, me casé hace más de treinta años, mis hijos andan ya sueltos por el mundo, le soy fiel a mi mujer y a mis sucesivas amantes, tengo algunas deudas… En esa vida que me imagino no cambiaría mi vida por la de nadie.
Yo ahora la cambiaría por la de cualquiera, me gusta jugar a eso. Por la de este elegante sesentón, médico o banquero o alto ejecutivo de alguna multinacional, que se ha sentado en la terraza del Bar Castan, muy cerca de la Place de la Bourse, frente al río. Espera impaciente e intranquilo a alguien. Mira el reloj cuando todavía no hace cinco minutos que ha llegado. De pronto se levanta y corre al encuentro de una mujer muy joven, que no me parece especialmente atractiva. No escucho lo que se dicen, unas pocas palabras. Ella se aleja caminando lentamente, él se vuelve a sentar, mira el reloj…
Me cambie por quien me cambie siempre termino pareciéndome. Al final, por muchas vidas que me invente siempre acabo viviendo la misma vida, esperando a quien no llega aunque llegue.
En el bar Castan con su marquesina de cristales coloreados y su decoración de grutestos, apetece leer a Paul Verlaine o soñar con la “Invitación al viaje”, de Baudelaire, quien precisamente partió de estos muelles para el viaje de su vida: el 9 de junio de 1841 embarcó en el Paquebot des Mers du Sud con destino a Calcuta. Su viaje duró ochenta y tres días, pero Baudelaire no llegó a su destino, en la Isla Bourbon, derrotado por la melancolía y la nostalgia de París, se negó a continuar.
En el bar Castan, como en tantos otros lugares, quisiera ser quien no soy, yo que no sé quién soy.


Jueves, 10 de marzo
TELARAÑAS

Me gustan las ciudades que visito por primera vez, que no están manchadas por mi vida. Pero el temblor de lo desconocido, de los lugares inéditos donde todo es posible, dura poco. En seguida, como una araña minuciosa, tejo mi red.
Llego hasta la plaza en que se alza la torre afilada y negra de Sant Michel, con su cripta llena de momias y leyendas, y a su alrededor encuentro los desvencijados puestos del Campillín, escenario de mi paseo dominical. Varios bares de tapas me indican que por aquí se reunía la emigración española.


Me siento en los escalones del Grand Théâtre a contemplar el bullicio elegante de la plaza y recuerdo las escaleras de la catedral, en Perugia, frente al Corso Vannucci, aquellas interminables tardes de un verano que no terminó nunca. Dos adolescentes se miran felices y sonríen muy cerca de mí y yo los miro no sé si con envidia o con lástima. A la cabeza me vienen la inscripción que figura en alguna “vanitas” barroca: “Lo que eres fui; lo que soy serás”.
La Rue de Ste-Catherine es tan larga, más de un quilómetro, que me lleva hasta otra calle peatonal y comercial, la Rua de Santa Catarina en Oporto. Aquí, como allí, compro libros en la FNAC, los hojeo en un café, me dejo arrullar por una animación que no ha cesado desde el tiempo de los romanos cuando esta calle era el eje que atravesaba de norte a sur la ciudad.
La Explanada de Quinconces, con sus puestos de fritangas y su inmensa noria, trae sabor de infancia. Subo, por supuesto, a la noria. Nunca pierdo la oportunidad de ver una ciudad desde lo alto. Casi puedo darle la mano a la alada libertad que se encarama sobre una columna en el monumento a los girondinos. Me gusta el abigarramiento de esa inmensa fuente sin agua, con sus caballos encabritados, sus solemnes alegorías, sus diosas desnudas y esa extraña pareja que, en medio de todo aquel mitológico jaleo, se mira extrañamente a los ojos. Uno de ellos, el de más edad, muestra un poblado bigote decimonónico; el otro, algo más joven, es barbilampiño; los dos están desnudos; el mayor pone la mano tiernamente sobre el hombro más joven. ¿Qué habrá querido representar el escultor con esta muestra de camaradería viril? Yo los observo desde lo alto, indiferentes a la ciudad que se despliega en torno suyo y se deja acariciar por la media luna del Garona.


Entro en el Jardín Público, sin nadie en la primera hora de la mañana, por una palaciega puerta de hierro y heráldicos oros. Todo está como recién creado, como acabado de dibujar por la mano hábil de un botánico dieciochesco. No parece realidad, sino una coloreada lámina por la que me adentro en un silencio perfumado. En el lado norte, en una terraza adornada con columnas jónicas, me encuentro con “la apostura armoniosa y cansada / de ese joven que abraza a una quimera”, con el grupo escultórico de Pierre Granet que llenó de turbación la adolescencia de Mauriac y al que dedicó uno de sus juveniles poemas.


Camino luego por Les Chartons, el antiguo barrio de los vinos, que ha perdido su animación comercial y portuaria, pero no su misterio. Recorro el Quai de Bacalan, el muelle de los bacaladeros, ahora ocupado por una sucesión de restaurantes y galerías comerciales. Me siento frente al río, que brilla turbio, cierro un momento los ojos y estoy en Puerto Madero, frente al Río de la Plata, en unos solitarios días bonaerenses, a la espera también de algo que no llegaba nunca, aunque llegara.



Viernes, 11 de marzo
LE CAFÉ FRANÇAIS

“Estás lleno de misterios y secretos”, me dijiste una vez. “Si fuéramos transparentes, ¿qué interés tendríamos?”, te respondí. Sentado en Le Café Français, en la plaza de la catedral, miraba hacia el Palacio Rohan, el ayuntamiento de Burdeos, y recordaba aquel día de junio de 1940 en que aquí se reunió por última vez el gobierno antes de rendirse sin condiciones a Alemania. En este mismo café, un exiliado español, Chaves Nogales, aguardaba los acontecimientos. Estaba rodeado de gentes que bebían y charlaban y que aplaudieron cuando se supo que la guerra había terminado. Y siguieron aplaudiendo cuando, poco después, encerraron a los judíos en la gran sinagoga antes de llevarlos al matadero.


Esta ciudad luminosa está, como yo, llena de sombras, turbiedades y traiciones. Al día siguiente, diecisiete de junio, un militar llamado Charles de Gaulle, que no está de acuerdo con el vergonzoso armisticio embarca hacia Inglaterra. Surcando el Garona, un exiliado republicano, Chaves Nogales veía también “serenamente convertirse la tierra de Francia en una línea azul tenue que se desvanecía como fueron desvaneciéndose las ilusiones que habíamos puesto en aquella tierra”.


Sábado, 12 de marzo
A MENUDO

A menudo pienso que he desperdiciado mi vida errando siempre por las mismas calles, tomando café en los mismos sitios, practicando día tras día idénticas rutinas. A la cabeza me viene el poema de Cavafis: “No hallarás otra tierra ni otro mar. / No hay barco ni camino para ti. / En todo el universo destruiste cuanto has destruido / en esta angosta esquina de la tierra”.

5 comentarios:

  1. (...) Tan bueno era su carácter que no le permitía que la pasión y el descontento entrasen en su corazón. Sin embargo, no deseaba yo ser como él, aunque no me lo confesase claramente. No quería yo ser diferente de lo que era sino quedar en mi propia piel, que sin embargo muchas veces me parecía demasiado estrecha.
    (...) Muoth tenía en su personalidad algo que Teiser carecía y que me unía espiritualmente con él. Era el eterno anhelo, la añoranza y el descontento consigo mismo. Estas cualidades me impulsaban al estudio y al trabajo, a la búsqueda de hombres que luego se me deslizaban entre los dedos.
    Gertrudis. H. Hesse

    El descanso sólo sobreviene cuando cerramos definitivamente los ojos, para no volver nunca más. Mientras tanto, vivimos varias vidas, mientras estamos despiertos, amamos la multiplicidad que habita dentro de nosotros, aún cuando no estamos del todo satisfechos, y cada uno busca el sendero de su propio yo en otros con los que poder compartir y comprender. Reciprocidad. Aún sin estar siempre conforme y de acuerdo. La vida es multiplicidad, cambio, contradicción. Encuentros. Búsqueda. Dolor y Belleza.
    a.r.
    http://www.youtube.com/watch?v=Vgwp-iQenn4

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. “Sentimentalismo, frío...” El arpa de Orfeo...

      Eliminar
  2. Hay una plaza en la zona alta de Burdeos, con un obelisco en el centro; es una zona universitaria y en los cafés casi sólo se ven parejas de estudiantes entre estudio y arrumaco.
    Entramos en uno y nos atendió un joven camarero de larga falda plisada. No sé si era indumentaria indígena o se trataba de un café "étnico".
    Lo que sí me llamó la atención fue que para acceder las señoras a los lavabos debían pasar por un espacio común a ambos sexos, desde el que se veían, alineados y mirando a la pared, a los usuarios varones del mingirorio. No sé por qué pero la escena me recordó el ametrallamiento de la banda de Moran a manos de los sicarios de Capone, por San Valentín, allá en el Chicago de últimos de los años veinte.
    Esta impudicia fisiológica la he vuelto a ver repetida en varios establecimientos públicos más.
    Algo parecido observé en Bruselas, donde existen unos urinarios públicos de chapa metálica, que son apenas un escueto biombo, que deja ver las perneras y el busto de los oficiantes. Cualquier transeúnte puede reconocer así a un amigo en esos menesteres y saludarlo al pasar. Lo que no sé es como iba a devolver el saludo los otros, si llevaban sombrero y tenían las manos ocupadas.
    Dan que pensar estas cosas. Por lo menos a mí.

    ResponderEliminar
  3. Vivir vidas al margen de la propia vida, fingir, soñar, ser otro... Todo eso estaba ya (y sobre todo) en Pessoa, pues el Sr. Ricardo Reis tiene muy poco que ver con el Sr. Alberto Caeiro, y éste con el Sr. Álvaro de Campos,etc. En el caso de Pessoa se dice que creó cientos de heterónimos, pero, claro, no eran meros pseudónimos para ocultar su verdadera identidad (como se hace ahora tanto en Internet), sino que cada heterónimo tenía su propia personalidad, su propio estilo, su propia biografía, su propio yo... Eran realmente personas diferentes (y no sólo literariamente: también en la vida Pessoa era varios, como constató su novia Ophelia Queiroz). Todo esto es aún más curioso si se tiene en cuenta que el apellido Pessoa en portugués significa precisamente "Persona". De todos modos, incluso sin ser Pessoa yo creo que todos somos muchas personas distintas (a la vez o sucesivamente), a menudo opuestas y contradictorias, y que lo único que al parecer tienen éstas en común es unos mismos ADN y DNI.

    ResponderEliminar
  4. http://www.youtube.com/watch?v=gcP7pcL7u7A

    a.r.

    ResponderEliminar